La mañana era diáfana y tibia. Las nubes se habían tomado el día para jugar en otros cielos. Los muelles de Amarilis estaban repletos de personas.
Apenas la novedad comenzó a extenderse de boca en boca, azada en azada, los labriegos y pastores que vivían en las afueras, conmovidos ante las historias que recorrieron hasta los confines del reino, arribaron a la ciudad para esperar el retorno de los niños Dorados y la princesa.
La señora Marimoña había arreglado su cabello y sobre el prolijo moño llevaba aquel casquito reservado para las grandes ocasiones.
También la vieja ama de llaves de Zarial, Cantabria, se encontraba en el muelle con un enorme botiquín a cuestas…
Victoria La Bella aguardaba dentro del carruaje real estacionado en la costa. Volvía a lucir su diadema y sus joyas resplandecientes.
Máximo El Gordo iba y venía nervioso pidiendo a los guardacostas información sobre lo que veían.
Una multitud de niños con pañuelitos blancos en las manos entonaban versos y sonreían.
Desde Reino de Hadas, la doctora Raquel y la sargento Takis enviaron una pequeña comitiva de hadas para recibir en su nombre a Vanity y Avellana.
De pronto los vigías de tierra comenzaron a clamar eufóricamente, el rey les quitó de mal modo el catalejo y observó como el Alas de Plata se aproximaba.
Coreando de boca en boca la noticia corrió hasta el mismo centro de la ciudad donde las cocineras y mozos iban y venían con rapidez, aguardando la orden de comenzar a alistar el gran banquete de recibimiento que Victoria encomendara.
Así fue que comenzaron a gratinarse exquisitos pasteles de harina de maíz y dulces exóticos combinados con dulces y ambarinas mieles preparadas en Reino de Hadas; bebidas de frutas silvestres.
En todas las mesas se dispusieron con excelente gusto racimos henchidos de uvas dentro de sandías y melones ahuecados.
Cerca de la costa las maderas del casco del Alas de Plata dejaron de gemir cual si comprendieran que estaba próximo su descanso, al menos, por un tiempo. Bogó dando los últimos quejidos hacia la orilla, dobló el cabo y la bahía poblada de cantos recibió la proa que rompía las olas espumosas.
Las lonas amarillas y resplandecientes de las velas se recogieron y el ancla por fin, cayó al fondo. Los botes se echaron al agua y cuando los fondos se arrastraron sobre las mantecosas arenas la tripulación al mando de Zarial festejó y gritó su regreso.
__ Allí está tu sorpresa, y tal vez debí decírtelo antes pero como castigo a tu desobediencia no lo hice. ¡Ve a la orilla Anaís!
__ ¡No, aguarda Zarial! Yo la llevaré. ¡Ven! ¿Me prestas a Gregory?__ preguntó Avellana a Vanity.
__ ¡Es todo tuyo!__ respondió la reina.
Seguidamente Avellana llamó a Gregory, el blanco unicornio alado de Reino de Hadas y montando junto a Anaís sobre su lomo, sobrevolaron la costa salpicada de gaviotas y cangrejos. Descendieron justo enfrente a Victoria que había abandonado el carruaje real y corría hacia la playa.
Cantabria supuso que tal vez su pesado botiquín era necesario y emprendió una vana carrera__ pues se cayó enredada en los largos ropajes__ hasta los reyes.
__ No puede ser. Tú…__ Anaís sintió un galope en el pecho y unas lágrimas mojándole el rostro y creyó que estaba soñando__ ¡Mamá! ¡Mamá, estás viva!
__ Hija querida… Hijita mía…__ Victoria la abrazó y lloró, hasta que sintió que las fuerzas la abandonaban y se fue hacia atrás. Anaís gritaba y Cantabria, que aún no se había incorporado del suelo también gritó.
__ ¡Acá, es un desmayo, refrésquenla con agua de azahares!
Uno de los chicos le arrebató el botiquín, a causa del peso no pudo trasladarlo, lo abrió rápidamente y extrajo el frasco, saltó sobre Cantabria y llegó a la reina. Una de sus doncellas tomó los algodones y los impregnó en el agua de azahares.
Victoria despertó y simplemente, sonrió.
El rey aguardaba que se acabara el alboroto y tímidamente asomó detrás de su hija.
__ Parece ser que olvidas que también tienes un papá.
Anaís sintió que no podía caberle a su corazón más alegría. Le abrazó también y luego subió al carruaje.
__ Te hace falta un buen baño.__ Dijo la mamá y le pasó la mano por los rubios bucles despeinados.
Renzo quedó en la orilla sin más ojos que para aquel carruaje que se perdía de vista.
La señorita Zarial subió a los chicos en el carruaje del reino, la siguieron otros carruajes que al entrar a Amarilis estremecieron los adoquines con el atabalear de los cascos de las cebras.
Los Dorados, luego del reencuentro con sus padres, acompañaron a la señorita Zarial al palacio.
Zarial concedió una habitación para la cocinera venida de Líbor y le propuso quedarse a vivir allí y trabajar para ella.
La mujer aceptó y se mostró alegre, también fue por un baño junto a su hijo. ¡Es que todos los que retornaron en el Alas de Plata necesitaban un buen baño!
__ ¡Tú también!__ le dijo la señora Marimoña a Tractor.
__ ¡Caracoles! Me he enfrentado a demonios en altamar, tifones escalofriantes y pulpos gigantes, ¡pero jamás me he bañado en una tina con esas asquerosas burbujas! ¡Por las centellas que caen en el océano que no lo haré!
__ ¡Apestas! Deberás bañarte.
__ No quiero.
__ Eres un grandote y cuando quieres das más trabajo que un niño.
__ Ya estoy limpio. ¿Acaso no vengo del mar?
__ ¡Parece que mucho no te ha tocado! ¡Vamos, vamos!
Tractor continuó empecinado en la negativa, entonces la señora Marimoña silbó como un hombre y vinieron varios chicos, entre ellos Renzo y Franco, le dieron un empujón y mandaron al fortachón directamente a la tina.
__ ¡Motín a bordo, Sinanclas! ¡Motín a bordo!__ chilló el capitán regalando roncas carcajadas.
__ No temas, no te derretirá.__ Le dijo Renzo y abandonó la sala junto a los otros niños.
Mientras Tractor seguía rezongando por el perfume de señorita que exhalaba el agua, la señora Marimoña tomó una gruesa toalla, abrió apenas la puerta y se la tiró por la cabeza.
Avellana y Vanity tomaron sus baños en los estanques del Palacio Real con las sales florales que las de Reino de Hadas trajeron, rodeadas de un séquito de aves multicolores y flores de exquisitas fragancias.
Avellana se puso un largo vestido sin pliegues, como era su estilo, al igual que Vanity, confeccionado en pequeñísimas flores rosas y blancas que realzó utilizando su varita mágica al salpicar las flores con piedras preciosas que disparaban luces en todas direcciones, lustró sus alas, cepilló el largo cabello blanco, calzó sus zapatitos de nácar y aguardó que Vanity estuviera lista.
La Reina de las Hadas optó por un rojo vestido muy ceñido, completó el atuendo con joyas y zapatos al tono. Colocó su corona de fresas y diamantes sobre el pelo recogido en muchísimas delgadas trenzas y abordó el carruaje que Zarial les preparó para asistir a los festejos.
En cuanto a las alas Vanity las roció con matizador dorado y Avellana, plateado. Ambas se veían espléndidas. Aunque, para no faltar a la verdad, el hermoso atavío de Vanity no disimulaba su mirada opaca, Oberón había anunciado su próximo retorno al reino.
Los knorckers que trabajaban a las órdenes del Rey de las Hadas, ubicados en las nuevas tierras conocidas, encontraron jugosísimas e inagotables vetas de oro y Oberón vendría al reino a discutir proyectos comerciales y retornarían a sus hogares los varones que le habían acompañado en su mayoría.
Vanity sabía lo que aquello significaba: veladas aburridas escuchando a aquel sabelotodo que sacaría cuentas en el aire rascándose sus largas orejas, bebiendo litros y litros de néctar y que acabaría dormido en el trono con la panza hinchada delirando con abultadas cifras y tentadores canjes con peligrosos reinos.
__Espera que llegue. Luego hablaremos.
__ ¡Claro, tú eres un Hada Madrina! Y yo, una pobre reina. Avellana, ¡no soporto a ese engreído! ¿Es que no pudiste elegirme otro?
__Cuando fui designada Hada Madrina tu destino ya estaba escrito, puedes preguntar al Oráculo… Intentaré arreglarlo, aunque beberás tragos amargos antes…
__ ¿Cómo?
__Hablaremos luego.__Dijo Avellana que estaba dispuesta a quebrar ciertas leyes como los matrimonios arreglados entre hadas. Conocía el futuro y sabía que aún no era el momento.
Vanity deseaba ver la cara de Oberón en una sola oportunidad y esta sería cuando le contaran lo sucedido y comprobase que habían terminado resolviendo el problema sin su ayuda, ya que aquel duende se creía indispensable y consideraba que las damas no podían encarar ninguna misión con éxito si el estratega principal no era varón. Oberón no creía en los equipos más que para ponerlos a sus órdenes.
Los que habían llegado en el Alas de Plata, todos bañados y arreglados como la ocasión exigía se dirigieron al centro.
Los habitantes de Amarilis también vestían sus mejores galas y aguardaban la llegada de Máximo y Victoria, hasta que sintieron las trompetas de la Guardia Real anunciando el paso de los reyes.
Caballeros de resplandecientes armaduras y bruñidas armas, montados sobre lustrosas cebras portando los escudos y estandartes del reino abrían la marcha.
Las bandas de músicos ponían fondo a las canciones que los juglares entonaban alegremente.
No faltaban en el desfile saltimbanquis, trapecistas, y payasos que soltando palomas y globos realizaban sus habituales acrobacias.
La señorita Zarial los aguardaba al final de la avenida flanqueada por Renzo, Franco y Criseida. Vestía un traje de color fucsia intenso sobre el que lucía, como siempre, una capa, en esta oportunidad, muy blanca.
Los chicos también lucían sus trajes de oscuras calzas y camisas al tono, los puntiagudos zapatos muy brillantes y boinas verdes. Criseida estaba muy bonita con su vestido lila, almidonado y salpicado de pequeñas violetas.
Anaís descendió del carruaje real, luciendo una coronita de rubíes engarzados en plata, que le regalara Victoria y estaba repleta de puntillas y festones, con su cabello suelto, más rubio que nunca, y los ojos muy brillantes.
Renzo quedó atónito contemplando la angelical belleza de la niña, le tendió la mano que ella tomó de forma protocolar y la acompañó hasta el sitio que Zarial le había reservado.
Franco acompañó a la reina y Criseida al rey conduciéndolos a sus respectivos asientos.
En los extremos de la gran mesa se ubicaron las hadas y sus cortejos de aves y mariposas se dispusieron en todos los rincones.
Cuando la ceremonia estaba por comenzar oficialmente sintieron unos silbidos fuertes chillando en el silencio que reinaba para oír el discurso de Máximo.
__ ¡Es Triquilín!__ gritaron los niños.
__ ¡Un momento!__ rezongó Zarial.__ No empecemos otra vez. Pero… ¿no le sigue un desconocido? Pero… ¿quién es aquel desaliñado?
__ ¡Marcucho! ¡Ja, ja!
Los niños montaron cebras y fueron por ellos hasta el final de la avenida central de Amarilis.
__ ¿Nos habían olvidado? ¿Esta es la otra persona a la que le prometieron que podría vivir aquí?
__ Así es.__ Dijo la princesa.
__ ¿Dónde están las mariposas y los colibríes?__ dijo el torpe grandulón con su remera a media panza y los pantalones arremangados. Chorreaba agua.
__ Ha sido muy difícil llegar. Tuve que venir siempre a ras de la superficie para que no se ahogara. ¡Mira cómo me ha quedado la nariz!
__ Me traía muy rápido, niños. ¡Un caballito de mar nos trajo! ¡Un caballito de mar! Era enorme… Así… ¡Puf!... ¡Fue increíble!
Cuando llegaron Zarial se quejó argumentando que este nuevo amigo se veía muy sucio y olía bastante pesado.
Avellana dijo que eso no era problemas para ella que podía solucionar cosas más graves, que Marcucho oliese a porquerizas no sería motivo para privarle de la fiesta así que usó su varita mágica para que Marcucho dispusiera de un traje elegante. Marcucho al instante quedó vistiendo como un importante señor de lustrados zapatos y sombrero emplumado.
El empercudimiento y las costras desaparecieron de la piel, los dientes le quedaron muy blancos y Avellana lo peinó, Marcucho reía a grandes carcajadas por las cosquillas en la cabeza. El grandote se contemplaba extasiado y pasaba, incrédulo, las toscas manos por las flamantes vestimentas.
__ ¡Oh! ¡Miren mi ropa! ¿Y las mariposas?
__ ¡Allí!__ gritó Franco y Marcucho saltó por entre las mesas recién decoradas para observarlas de cerca. Zarial rezongó por enésima vez pero nadie le hizo caso.
Máximo se atoró con una fruta por reírse de Marcucho con la boca llena, Zarial arregló el incidente con su eficacia habitual dándole un fuerte golpe en la espalda.
Marcucho tropezaba con todo por acercarse a las mariposas y a los colibríes, pleno de expresiones luminosas e infantiles, con una ancha sonrisa de oreja a oreja.
Había retornado a la niñez y no cesaba de dar los brincos que dan los chicos en los pueblos cuando el circo desfila por las avenidas.
Zarial invitó a todos los presentes a descubrir la escultura en la que trabajaban intensamente artistas de Amarilis.
Cuando Máximo El Gordo tiró del lienzo de terciopelo escarlata todos contemplaron maravillados la obra. Cuarzo sonreía con su bonete enfundado en la larga túnica eternizado en la blanca escultura de mármol. Los presentes tributaron al buen mago un estruendoso aplauso que puso de manifiesto cuán reconocido y querido era en Amarilis.
Y este aplauso fue quebrado por la emoción cuando todos los presentes advirtieron las pequeñas chispas de colores que se elevaban al cielo, disparadas desde los ojos, hasta conformar un gran cartel que rezaba POR SIEMPRE LA MAGIA SEA CONTIGO, AMARILIS. Entonces, el aplauso resucitó con mayor estruendo.
__ Tenías que hacer alguna de las tuyas, viejo zorro.__ Dijo Zarial en voz baja a la estatua que le guiñó un ojo, pero esto no lo vio nadie más que la propia alcaldesa.
Sabía que por más que Cuarzo jurase que estaba retirado ante una urgencia estaría presente para ayudarles con su magia buena. La señorita Zarial elevó la vista al cielo y se quedó mirando convencida de que las distancias entre los astros eran el resultado de un truco genial.
Vanity entregó a Renzo una gran medalla que colgó de su cuello merced a una clara cinta de seda por la valentía demostrada en el combate con el dragón de la Isla de Rayos y Truenos.
Victoria La Bella, teniendo en cuenta el don demostrado durante el encantamiento de las serpientes y el arrojo personal, entregó al joven hindú un bellísimo atuendo conformado por una exquisita casaca con botones de oro, una ancha faja de seda natural, calzones amplios y un par de botas altas de tono tostado.
__Seguramente te convertirás en un hombre de lucha y tal vez en tu futuro debas defender este reino. Tractor, te llevará a las fortalezas de Islas Abandonadas, allí pulirás tus dotes guerreras, pues en Amarilis, como todos saben, las armas fueron depuestas. Pero a la vista de los últimos acontecimientos de ahora en más dispondremos de caballeros, no para adorno de los paseos reales, sino para defender con honra esta corona, ¡y te nombro Primer Caballero de la Orden de Amarilis! ¡Que los heraldos mañana, muy temprano, propaguen esta noticia! __ cuando acabó su pequeño discurso puso en manos de Lisandro una cimitarra cuyas empuñaduras tenían incrustadas piedras preciosas.
__¡Se lo merece!__dijo una voz; el capitán sintió unas cosquillas en los oídos y al girar observó las hiedras, aguzó la vista y percibió el fresco rostro de Dama Verde y su inconfundible perfume de flores silvestres.__Deberé quedarme por aquí, si no fumas esa cosa…
Tractor miró como el hada sonreía y como su cuerpo se desvanecía en hilos verdosos que la brisa hamacaba.
El capitán continuó en silencio y, sumamente emocionado, reparó en Lisandro tomando con reverencia los objetos, orgulloso de la confianza que la reina depositaba en él.
Franco y Renzo también miraban al hindú con respeto y admiración. Lisandro había conquistado con justeza ambos sentimientos.
Criseida notó que Triquilín estaba observándolo todo con una expresión de tristeza, no estaba alegre, sin dudas. La niña abandonó su lugar en la mesa y fue por Anaís mientras Zarial en la ceremonia entregaba a Tractor un nuevo catalejo.
__Princesa, debemos entregarle la sorpresa a Triquilín. ¡Míralo! Está muy triste.
__ ¡Sí! ¿Cómo pudimos olvidarlo?
__Es que comenzó la fiesta y él no estaba… Estoy segura que nos perdonará la demora.
Anaís saltó por encima de la mesa y salió corriendo rumbo a los carruajes reales, Criseida la alcanzó. Zarial rezongaba y rezongaba, Máximo y Victoria se miraron y no dijeron nada, para ello bastaba con la perorata de la alcaldesa.
__ ¡A ver, ya que la suerte les ha devuelto, si educan con mayor disciplina a la princesa! Abandonó la ceremonia sin dar explicaciones. ¡Todo se le permite! No olvidemos que en Amarilis las coronas no son intocables. ¡No me mires como idiotizado, Máximo!
Victoria rió ante las palabras de Zarial y al cabo de unos instantes Anaís y Criseida regresaron. Traían una jaula. A grandes voces llamaron a Triquilín.
El duende seguía cabizbajo pero unos trinos de pájaros le obligaron a levantar la vista. Cuando las divisó en tres o cuatro pasos elásticos llegó hasta ellas, __en realidad tomó mal la distancia por la emoción que le embargaba y se pasó algunos pasos __.
__ ¡Piqui!__gritó.
__ ¡Tiqui!__agregó Franco desde las mesas del festín.
__ ¡Riqui!__sumó Renzo observando que lo que Anaís y Criseida traían en la jaula eran los tres pájaros de Triquilín, de cuyo destino el duende no había tenido más noticias.
Los niños estaban felices de comprobar la total recuperación de Piqui, Tiqui y Riqui, pues tampoco ellos les habían visto desde que Anaís les llevara con ella al palacio.
__Disculpa que los enjaulamos pero como no tienen confianza en este lugar seguramente se hubieran ido…__Anaís le contó que cuando él hubo abandonado el Alas de Plata para ir por sus cosas a Líbor, Tractor divisó entre las aguas algo muy colorido, eran las tres aves que, exhaustas y moribundas se habían dado por vencidas aferradas a las cáscaras de un tronco. El Alas de Plata estuvo justo a tiempo salvándoles de un terrible fin en el océano y gracias a los botiquines de Cantabria se recuperaron.
__ ¡Los hubiera perdido para siempre! ¡Oh, niñas, muchas, muchas gracias! Tengo algo para ustedes…__El duendecillo sacó por arte de magia un cesto, luego un tallo, después varios pétalos y danzando en el aire, las partes se acomodaron hasta formar dos hermosos y perfumados ramos de rosas. Uno para cada niña.
__ ¡Piqui, Tiqui, Riqui! –Triquilín abrió la jaula y los tres pajarillos revolotearon a su alrededor por un buen rato. Luego, como hacían siempre, irían por las ramas altas de las florestas y hurgarían en los jardines, pero bastaría un solo silbido de Triquilín para regresar junto a él.
Cuanto iba sucediendo una pequeña hada lo escribía en un pergamino con una delgada pluma de ganso que embebía en tinta de rosas.
Zarial habló de nuevos proyectos, así como se iniciaría el entrenamiento de guerreros que defendieran la corona real, se prepararía un comité de emergencias para el que serían alistados cuatro niños, estos se reemplazarían cuando el Consejo de Ancianos de Amarilis lo considerara necesario.
Vanity opinaba que aquello de las solicitudes y el estudio de los aspirantes para las misiones mágicas se veía muy justo pero que en definitiva no preparaba al reino para una misión de emergencia.
Por ello se nombró a Renzo, Franco, Criseida y Lisandro como integrantes permanentes del mismo, bajo las órdenes de Anaís. La princesa debía tomar sus lecciones para pronunciar órdenes con sabiduría.
La hora de dar rienda suelta a la curiosidad sin medir riesgos, treparse a los árboles, jugar a la pelota o pintarse la cara a rayones había pasado… Anaís llevó un gran susto en Líbor y Zarial esperaba que aprendiera que la desobediencia no llevaba por buen camino.
La señorita Zarial dijo que todos eran parte de la Leyenda de los Niños de Oro, es decir, los niños dotados de un talento especial para procesar, contener, racionar y utilizar los dones que los Espíritus de la Naturaleza, por su intermedio, les prestaban para derrotar el mal e instaurar la paz y el bien.
Pero, como en todas las leyendas, debían luchar por sostener una cuota de misterio para que nadie las destruyera y siguieran constituyendo una unidad mágica, pues siempre el bien y el mal constituirán por sí mismas una unidad mágica e indestructible, su lucha sempiterna es la que les da vida y hace que trasciendan todas las épocas.
Las leyendas viajan a través de los siglos de boca en boca, están en los cuentos que los abuelos hacen a los nietos a la luz de la luna, en las historias con que las mamás y las nanas duermen a los niños, siempre dejando una enseñanza porque no ocurren por qué sí.
__ Nuestros reinos, aún los espantosos como Líbor, deben seguir ocultos a los mapas que trazan los hombres, ese es y será por Siempre Jamás vuestro mayor encantamiento: ser parte de sus propias leyendas. Todas juntas conforman la Leyenda de los Dorados de Amarilis, como así las hadas lo han pintado en este cuadro que hoy lucirá el Salón De Los Recuerdos del palacio de Máximo y Victoria.
Triquilín, el duende juglar, tomó su guitarra y con los aflautados tonos de su voz desglosó su vida a partir de la aparición en ella de la princesa y sus amigos.
Pequeñas hadas sobrevolaron el banquete sosteniendo los cuatro extremos de un enorme cuadro pintado al óleo, que desplegaron con protocolo.
Por Siempre Jamás los Dorados sonreían en la tela a bordo del mítico Alas de Plata… Lejos, el Colmillos de Cobra se hundía en las aguas turbulentas que separaban la bella Amarilis del espeluznante reino de Líbor, donde Pantapúas también pasaba a ser parte de una leyenda.
Fin