PANTAPÚAS NO ES INVENCIBLE- Capítulo 14




En Líbor los niños se sintieron mejor, los moretones desaparecieron y el entumecimiento que cosquilleaba en sus piernas se calmó.
__ ¿Qué sucede?
__ No lo sé, Anaís, pero es como si hubiésemos llegado recién.__ Dijo Renzo.
__ Tal vez nuestros poderes han sido devueltos.
__ Eso no puede pasar, Franco, tú siempre piensas en ello, si sigues así la señorita Zarial te quitará la licencia.
__ ¿Por qué?
__ Porque es algo de lo que no debemos hablar, y que podemos usar cuando nos dicen y para lo que nos indican. No es posible que tú aproveches, y hagas cualquier cosa.
__ Bonitas… siempre trato de convertir cosas feas en bonitas.
__ Todas las cosas feas, como dicen, tienen una parte linda. No pensarás que también puedes ser juez cuando lo decides.
__ En vez de discutir que tal si probamos, ¡me siento muy bien!, __ gritó Franco__ ¡Poderes Luminosos permitidme flotar!
Franco comenzó a flotar y reír a carcajadas, ciertamente había retornado su fortaleza.
__ Entonces… ¡nosotros también! La señorita Zarial nos ha repuesto… ¡Viva la señorita Zarial!
Franco y Criseida comenzaron a levitar y desde lo alto divisaron el castillo de Pantapúas. Los otros chicos, miraban absortos lo que eran capaces de hacer los de Amarilis, menos Lisandro, para quien la magia, las cosas extrañas y lo imposible no le sorprendían en absoluto.
__ ¡Basta! –Gritó Renzo__ La señorita Zarial no lo ha hecho por gusto, ella para todo tiene una razón y lo sabemos. ¡Bajen de ahí!
Al ver que los chicos no hacían caso y se divertían mucho, Renzo ordenó ¡ahora! y los chicos bajaron a toda prisa.
__ ¡Uy, me duele mucho! Has hecho que me golpee… __ Se quejó Franco.__ ¿Por qué puedes anular nuestras órdenes si lo deseas?
__ Es que también debería bajarte de las nubes en que vives, amigo. Sin embargo, no puedo hacerlo así que te equivocas. Tengo un plan y quiero que entre todos, como la señorita nos enseñó, en equipo, pensemos cómo salir de aquí y liberarnos de ese monstruo. ¿Tú que dices, princesa?
__ Que me gustaría hacer lo que pueden hacer vosotros.
__ Y a mí me encantaría ser un príncipe.__ Respondió Renzo mirándola, respondiendo sin pensar.
__ ¿Siempre se tratan así?__interrumpió Lisandro.
__Generalmente. Sabes que nos gusta mucho tu ropa.__Dijo Anaís.
__Gracias, es lo usual en mi tierra natal.
Anaís se sintió feliz pues también confiaba en la alcaldesa y sabía que aquello era una buena señal. Un mensaje que desde Amarilis llegaba dándoles nuevos ánimos, para los Dorados era como estar a punto de morir de sed y sentirse de pronto bañados en una correntada de agua dulce y fresca. La princesa se acercó sacudiendo sus blancas enaguas, con sus bucles despeinados y volvió a sonreír.
__ Estoy de acuerdo con Renzo. Deberíamos ir por él. Pantapúas aguarda las llaves y haremos todo para impedir que lleguen a sus manos. ¿Cuál es tu plan?
Renzo fue detallándolo paso a paso, se quitarían de encima al monstruo y los de Amarilis podrían vivir en paz por muchos años más.
Renzo también retó a Franco y le sugirió con paciencia que no alardeara de sus poderes pues sería citado al Consejo del Orden y la alcaldesa le pondría los puntos sobre las íes. En caso contrario llamaría él mismo al consejo pues debían ser responsables de aquello que no les pertenecía y que se les prestaba como instrumento del bien y la justicia, quien no lo entendía así no podía ser parte de ninguna misión.
No eran magos ni poseían ningún poder heredado o adquirido, eran herramientas pasajeras, jamás podrían confundirlo, recalcó Renzo.
Franco puso cara seria y dijo que se trataba de algo incontrolable, era su genio y no podía evitarlo, sin embargo, aseguró que haría todo lo posible por merecer la confianza de sus amigos y en especial, de la señorita Zarial. Aunque Zarial confiaba en él, de no haberlo hecho no le hubiese enviado junto a Tractor, aunque también estaba probándolo, necesitaba saber en qué punto las ocurrencias geniales se convertían en necias y desmesuradas, por el bien de la comunidad. Según Zarial, entre ambas la distancia era menor que la longitud de un grano de trigo.
Avellana y Takis llegaron a Reino de Hadas, en donde se había propagado la noticia del mágico despertar, el ejército ya se había retirado a las instalaciones militares para descansar y arreglar provisiones, reparar carros y retomar sus lugares cotidianos.
A pesar de la amenaza de los de Líbor diferentes comunidades del pueblo de las hadas agasajaron a Avellana con un gran banquete.
La Hada Madrina agradeció llamando con sus artes cosas maravillosas como pájaros desconocidos, relumbrantes tinteros de oro y plumas así como tinta de rosas, cestos con bellísimas piedras engarzadas y almohadas de pensamientos multicolores.
Luego Avellana decidió acompañar a Vanity, Zarial y los reyes a Amarilis para resolver el problema y las exigencias de Pantapúas.
Al llegar al reino de Amarilis lo encontraron en plena restauración debido al ataque de las brujas.
Toda la ciudad festejó la llegada de los antiguos reyes e incrédulos les miraban y tocaban, Zarial recomendó que descansaran, Victoria quería ir por Anaís, pero el Hada Madrina exigió tranquilidad, ella en persona se encargaría de traer a la princesa hasta las costas de Amarilis.
Los reyes rezongaron pero acabaron retirándose a ocupar las antiguas habitaciones que estaban selladas desde que desaparecieran. Victoria se dejó caer en la alcoba real. Abrazó afectuosamente al rey y dejó rodar algunas lágrimas por las sonrosadas mejillas.
__ Sólo nos hace falta nuestra hija para que la felicidad sea completa.
__ Avellana la traerá, ella puede muchas cosas. Anaís retornará. Borra esas lágrimas. Así será.
Victoria bajó la cabeza, miró al espejo y se dirigió a él, tomó un cepillo, soltó su moño y procedió a sacudir sus cabellos con rutinarios movimientos.
A poca distancia del palacio, la señora Marimoña, ansiosa en extremo, contó a las hadas y a la señorita Zarial cuánto había pasado por allí, les presentó a su ángel guardián, Triquilín, y las llevó a ver el montón de brujas que mantenían prisioneras.
Vanity pidió el carruaje de Zarial y se dispuso a recorrer la ciudad.
__ ¡Es el colmo!__ chillaba Vanity asomándose por una de las ventanillas del carruaje__. Ese maldito ogro no tiene vergüenza ni ningún rastro de caballerosidad. ¡Enviar tan tétrica embajada!
Las otras intercambiaban miradas y no pensaban interrumpir a la reina.
__ Esto es un desastre, mira qué han hecho, lo han destrozado todo…__ la reina estaba incrédula ante la devastación que las brujas en poco tiempo habían consumado. Aún ardían piras de escobas y eran retirados cientos de sapos que las brujas mediante sus hechizos desparramaron sobre las calles de piedra de Amarilis. Muchos de ellos aguardarían ser desencantados pues eran hombres.
__ Vanity…__ habló Avellana en tono muy bajo__ deberemos ir allá.
__ Inmediatamente. Pero no a darle ningunas llaves, sino a traer esos niños.
__ Tú no irás, es peligroso.
__ Iré como que mi nombre es Vanity.
__ Es por tu seguridad.__ Dijo la señorita Zarial que giró la cabeza observando hacia los cuatro costados.__ Hablando de seguridad, ¿dónde está mi querido Tractor?
La señora Marimoña comenzó a llorar, quebrando su aspecto de fortaleza inexpugnable otra vez, como había sucedido cuando las brujas le ataron.
__ Él… ¡Oh, le ha sucedido algo espantoso! Sin arreglo…
__ Dinos qué le sucede en vez de llorar a moco tendido. No hay nada que no pueda solucionarse, ¿está muerto?
__ No, señorita Zarial, él… ¡él está en un frasco!
__ ¿Quéeeeee?__ preguntaron todas.
__ ¡Debe ser un frasco muy grande!__ Exclamó Vanity y Zarial le destinó una grave mirada.
__ Las brujas lo transformaron en un caracol y lo encerraron en un frasco para que no las atacara…
__ ¡Cobardes! No me explicaba como estando Tractor hubiese tanto desastre… ¿Y dónde está ese frasco?
__ Lo tiene Triquilín.
__ Ah, el duende, ¿y dónde está?
__ Tal vez ha partido a su país.
__ ¿Y cuál es su país?
__ Él… vive en Líbor.
__ Todo parece indicar que no deberemos tardarnos más.
__ Así es. Y tú te quedarás aquí.__ Avellana ordenó a Vanity que bajó la cabeza con aparente sumisión.__Dejaré las llaves en custodia contigo. Ve a descansar.
El Hada Madrina entregó la caja de cristal a Vanity a quien la señora Marimoña acondicionó una habitación especial del hermoso palacio donde vivía la señorita Zarial, que daba a los jardines y a la Fuente de los Cisnes.
__ Antes de irnos debemos hacer algo con las brujas.
__ Por supuesto. ¡Las enviaremos a casa!
__ ¿Cómo?
__ Ya lo verán.__ Avellana pidió ser guiada nuevamente hasta el lugar donde Triquilín las había dejado encerradas. Estaban malísimas y echando chispas por los ojos y las bocas desdentadas, se quejaban de hambre y dolor, maldecían todo el tiempo jurando que quienes les habían hecho daño lo pagarían.
__ ¿No te dije que los licores estaban prohibidos cuando debíamos trabajar, Bruta?
__ Pues, mira Bona… No creí que…
Bona le dio unos cuantos cachetazos.
__ ¿No creíste qué cosa? ¡A ver, dime! Bien sabes que empaña nuestros sentidos, además, preparaste mal el licor como todas tus recetas, lo pasaste de alcohol y estos son los resultados. ¡Jamás tendremos esos árboles!
__ ¡Déjala!__ chilló Berta.__ Bastante castigo tiene con no lucir una sola hebilla la muy tonta. ¿Te has dado cuenta, Bruta, que eres la única bruja sin hebillas?
__ Sí, sí… Sgniff…__ La bruja miró en derredor a las otras, hasta la que parecía más inútil contaba con una gran y reluciente hebilla en su sombrero.
__ Ah, ¡pero no se quedará así eh! ¡Ya verás, montaña de brutalidad! También por algo te dieron por nombre una palabra tan estúpida como Bruta…
__ Pues… Era muy pequeña cuando me pusieron el nombre…
__ ¿Qué quieres decir? Que no fue por bestia… ¡Es que ya vaticinaban nuestras mayores de que pasta estarías descompuesta! ¡Ah, pero ya verás cuando no te quepa una sola verruga más en la cara!
__ ¿Eso puede sucederme? ¿Y cómo comeré?
__ ¡Sí que no eres más tonta porque no te da el caldero!
Sin escobas, con hambre y sin sus utensilios para conjurar y hechizar las brujas yacían cual un montón de desperdicios arropados en tonos oscuros.
Sus caras de mentones prominentes, narices enormes, ojos hundidos y aquellas grandísimas verrugas las hacían lucir muy lúgubres.
Las únicas que continuaban despiertas y con ganas de discutir eran Berta, Bruta y Bona.
El Hada Madrina pensó en que tal vez lo mejor sería agruparlas a todas en un enorme carro y enviarlas directamente a la isla fantasmagórica donde Pantapúas reinaba.
__ ¡Sea!__ gritó y un carro gigantesco apareció. Inmediatamente Avellana llamó a dos aves de la niebla muy antiguas y estas tiraron del carro elevándose sobre el cielo de Amarilis.
__ Tardarán en curarse.
__ ¿Por qué no las mataste?__ dijo Zarial.
__ Porque la muerte no es castigo, lo hemos hablado ya, creía que no era necesario. Un hada no da muerte a nadie.
__ Está bien, no quiero entrar en cuestiones filosóficas, pero vivas nunca dejarán de molestarnos.
__ No las responsabilices por todo. Por años no han molestado. Esto es obra de Pantapúas. Allá tenían con qué entretenerse. No olvides que las reglas son que el mal se alimente de malignos. No acabar con él porque el bien, Zarial, acabaría tornándose también en mal.
__ Está bien, Avellana, te lo he dicho. Comprendo.
__ Partamos ya. Y esperemos encontrar al duende en Líbor.
__ El mar está inquieto pero llegaremos.
No había otro modo de viajar a Líbor que no fuera por agua, las leyes lo establecían así. Desde Amarilis a Líbor debía irse por el océano, así se reflexionaría lo suficiente para continuar con el viaje o abortarlo, pues no debe olvidarse que estaba prohibido navegar por aquella ruta.
En tanto, Triquilín acababa su viaje marítimo. Abandonó a Úrsulo en la orilla de Líbor y se internó, luego de atravesar el Muro de Huesos en las oscuras florestas.
Los niños, por su parte, estaban apostados en las cercanías del castillo del ogro, al que aguardaban hacía mucho tiempo. No daba señales de vida. Tal vez aún dormía la última borrachera.
En realidad Pantapúas no estaba durmiendo a causa de ello sino que estaba preparando la excursión a la isla de Rayos y Truenos, donde pensaba ir en persona a llevar las llaves para liberar a Hechicero Negro.
Se encontraba a bordo de su viejo barco, el Colmillos de Cobra, guardando una generosa carga de comidas preparadas por Penumbras, a las que metía ordenadamente en una gran caja de madera.
También formaban parte de su equipaje unos viejos faroles a mantilla, afilados cuchillos, botellas de brebajes, cerillas y un juego de cartas. Había invitado para que le acompañaran a algunos asiduos clientes de la taberna donde acostumbraba beber hasta embriagarse, oír y contar cuentos diabólicos.
Pesadamente volvió a hacerse a la orilla y arrastrando el viejo carro que llevaría la nueva carga que dejara preparada en el castillo se dirigió a él.
Los niños oyeron los pasos que se acercaban a Castillo de la Niebla. Se escondieron y aguardaron que ingresara al castillo. También observaron, trepados en los árboles, algunos personajes horrorosos que venían al castillo, eran los que se harían a la mar con el monstruo cuando llegaran las llaves.
Pantapúas rió al entrar y le comunicó a Penumbra que ese era el último viaje, ya estaba todo listo y no veía la hora de irse de una buena vez a buscar a Azabache.
__Volverán los antiguos tiempos. Es hora.
Penumbra, __que debía su nombre a Azabache, quien la llamó así porque la isla siempre estaba en penumbras y ese era su encanto según él, encontró en la dama la misma cenicienta amalgama en su alma, la piel y las ropas que usaba a diario__ interrumpió su pasajera alegría por la próxima aventura ante los insistentes golpes en el zaguán del castillo.
Cuando destrabó las puertas, abriéndolas, tal era su tarea habitual, los chicos entraron todos juntos y el monstruo se sorprendió ante el menudo tropel.
__ Ah, ¡decidieron venir a acompañarme! ¿O vienen a rogar un poco de comida? ¡Se han multiplicado, estas tierras son fértiles! ¿Has reparado en ello, Penumbra?
Los niños continuaron acercándose hasta rodearlo en círculo. El ogro se paró de su asiento intentando alcanzar a Renzo pero este le disparó un chorro de un líquido que le hizo echar hacia atrás y rascarse desesperadamente.
__ ¡Oh, Penumbra, parece que estos zaparrastrosos vienen a pelear! ¡Conmigo, jo, jo, jo!
Rápidamente Franco le asestó dos terribles rayos a
Pantapúas que pegó un fuerte silbido y un grupo de horrorosos enanos se agolpó en las entradas interiores. Los niños retrocedieron ante los alaridos y rostros de los recién llegados.
__ ¡No harán nada viéndolos como niños asustados! __Dijo Lisandro y extrajo de su cintura una espada. Con ella enfrentó a varios de los menudos engendros.
__ ¡Ese maldito!__chilló Anaís al descubrir el enano que le untaba aquel extraño brebaje en la piel.
__ ¿Ese es el que te lastimaba?__preguntó Renzo.
__ ¡Sí!
__Ya verá.__Renzo volvió a tomar la pequeña arma que improvisara en la gruta de Triquilín y le disparó el mismo líquido que al monstruo, el diablillo cayó al suelo rascándose sin parar. Anaís tomó una silla de la sala.
__ ¡No te meterás más conmigo! ¡Toma, toma! Pero… ¡qué buenas las hacen aquí!__ la silla permanecía inalterable mientras la princesa agotaba sus fuerzas descargándola sobre el enano.
Lisandro era quien más experiencia tenía, a juzgar por el dominio de su espada, de niño creció luchando en alta mar, acompañando corsarios y luchando por defender su vida a bordo en los problemas que se metían sus amos, así lo había preferido cuando el hambre le obligó a huir al mar.
Derribaba a los enanos, que estaban acostumbrados a combatir, con facilidad y destreza. Los de Amarilis jamás se habían visto envueltos en luchas, solucionaban las cosas de otro modo y siempre habían estado bajo la protección de los grandes. Sólo Criseida participaba de los simulacros de lucha en diferentes disciplinas marciales.
Gracias a ello hizo lo suyo.
__ ¡Muerto el perro se acabó la rabia! –masculló y fue directamente por Pantapúas y disputó con él una gran pelea. El monstruo agitaba los brazos ante los puntapiés, giros y buenos golpes que Criseida daba.
Llegó un momento en que el ogro se mareó, no atinaba a presentir donde golpearía Criseida, y trataba de esquivar todos los golpes, sin embargo, no podía hacerlo más. Cuando Criseida comprendió la pasividad del oponente disparó tela de araña y le inutilizó un par de brazos.
No podía descargar varias veces por ello debía esperar el momento adecuado.
El monstruo se revolvió y volvió a dar varios pasos torpes, cayendo enredado. Se desbarató de la red y nuevamente se incorporó. Renzo descargó hacia el monstruo varios golpes con su machete y luchó casi cuerpo a cuerpo con el ogro, hasta lastimarlo.
Así fue que los de Amarilis comprendieron que Pantapúas no era invencible.
Lisandro acababa con las criaturas al tiempo que Pantapúas cayó pesadamente al suelo quejándose de que era la primera vez en su vida que le vencían.
__ ¡No quedará así!
Luego los más chicos detuvieron a Penumbra que trataba de huir escaleras arriba. Huía de ellos y del ogro azul, porque si lograba liberarse su enojo sería gigantesco.
Quiso golpear a Franco para que nadie interrumpiese su huida pero este impelió el ataque con un fuerte empujón en que lo primero que rodó de Penumbras fue su dentadura postiza.
__ ¡Con razón le gustaba la blanda tarta de excremento de lagarto!__ fanfarroneó Anaís.
Observaron como se quebraba la dentadura confeccionada en primitivos materiales.
__ Oh, oh, parece que tendrá que seleccionar alimentos más blandos aún.__ Nuevamente se burló Anaís.
__ ¡Vamos, Criseida, hazlo un fardo!__ la niña obedeció la orden de Renzo y le envolvió en espesas telas de arañas, una y otra vez, hasta que sintió que ya no disponía de más telas. Pantapúas quedó momificado prácticamente, sin dejar de proferir gritos e insultos ininteligibles pues las vendas pegajosas le cubrían parte de la horrible boca. Los oblicuos ojos contemplaban casi moribundos aquel tropel de niños victoriosos.
De pronto se oyeron pequeños pasos y sonoras risas de cascabel.
__ ¡Qué espectáculo! Han vencido a las criaturas de la taberna y al monstruo. ¡Vuestros nombres quedarán escritos en el Gran Libro de Líbor!
Triquilín informó sobre los resultados de su excursión. Los niños oyeron con entusiasmo.
¿Significaban que Amarilis estaba libre?
__ ¡El Hada Madrina ha despertado! ¡Qué buena noticia!__ gritó Anaís.
__ Así es, debemos alegrarnos mucho y regresar a Amarilis.
__ ¿Cómo lo haremos?
__ Afuera__ dijo Triquilín__ hay una embarcación lista para zarpar, Pantapúas pensaba pasear.
__ ¡Ayúdanos!
__ ¿A qué?
__ ¡Vamos a llevarlo donde nos habían encerrado! A la misma mazmorra.
Triquilín les ayudó, arrastraron a Pantapúas y su fiel ama de llaves hasta abajo y cerraron la celda, tomaron las llaves y las arrojaron dentro de un foso.
Luego se dirigieron a la cocina y liberaron a las cocineras, que muy agradecidas, derramaron algunas lágrimas y salieron huyendo.
__ Tal vez haya más peligros para ellas afuera que aquí dentro.
__ Puede ser.__ Dijo el duende.__ También ellas fueron retenidas por la fuerza cuando sus embarcaciones encallaron en esta isla. Pantapúas mató a sus esposos y a los chicos que no podían huir. ¿Y si las llevan con vosotros?
__Claro.
Al salir a llamarlas encontraron que todas ya se habían ido, ávidas por escapar del castillo, sólo una quedaba en la sala.
La mujer no cesaba de gritar de alegría al encontrarse con su hijo, uno de los chicos que se mantenía con vida gracias a la protección de Triquilín.
Un gran regocijo cundió entre todos por el reencuentro y abandonaron el Castillo de la Niebla, dejando al monstruo y su ama de llaves enfardados en los calabozos.
Cuando salieron observaron el desbande de pájaros surcando el cielo, el gran carro cargado de brujas buscaba un lugar para detenerse y a su paso tronchaba las altas copas que se estremecían inclinándose y quebrándose, escucharon el estruendoso impacto del golpe en la tierra de Líbor , pudieron apreciar el crujido de las maderas partiéndose en mil pedazos.
Los niños continuaron su camino sin darle mayor importancia a los quejidos de las brujas entumecidas, doloridas y rabiosas.
Aunque, pensándolo bien, si no fuera por los chillidos de las brujas la isla hubiera estado en completo silencio como si albergara misterios aún por develar que aguardaran el momento más oportuno para salir a flote.
__ ¡Ese es! Allí está el Colmillos de Cobra, ¡el barco de Pantapúas! ¡Allí, a los botes!
La sorpresa de los niños no fue menor al comprobar que varios pequeños monstruos estaban apostados en los rincones del barco aguardando a Pantapúas.
Triquilín tomó una de las espadas y dio batalla campal a varios de los deformes seres, los chicos de Amarilis lucharon usando sus poderes y acabaron dando con la tripulación de Pantapúas de bruces a las rabiosas olas que golpeaban el casco del Colmillos de Cobra.
La cocinera que les acompañaba no se quedó atrás y dio unos cuantos golpes con un cucharón que increíblemente aún conservaba en la mano. Varias de las criaturas tomaron por las arenosas orillas y regresaron a sus hediondas madrigueras. Otros eran tragados por el mar y no asomarían por Nunca Jamás sus abominables figuras a la superficie.
Los pequeños llenaron sus pulmones con renovadas vaharadas de yodo y salitre. Recorrieron los camarotes uno a uno.
El olor era tan desagradable que no alcanzaba el aroma del mar respirado recientemente. Revisaron las pertenencias de Pantapúas y las arrojaron al mar. Por allí había de todo, desde jaulas con animales en cautiverio, que habían crecido lo suficiente como para no moverse en ellas, animales hambrientos que no cesaban de aullar, ladrar y gemir dentro de la bodega.
Destaparon algunas botellas y escaparon unos gases coloreados que ascendían formando pequeñas nubecillas que provocaban náuseas y dolor de estómago.
__ Será mejor no hurgar más.__ Creía Franco.
__ Debemos revisar.__ Insistió Renzo.__ No podemos partir y sufrir sorpresas luego, en altamar. Continuemos.
Los más chicos fueron dejados en la sala principal, para que fueran arrojando a las nerviosas aguas el arsenal de pócimas, armas extrañas, y los inventos en los que trabajaba el monstruo, tales como, según rezaban los carteles que los identificaban una Procesadora y Licuadora de Gatos Negros; un deleznable Inflador de Tripas de Lagarto que afirmaba rellenarlas en combinación con la máquina que estaba al costado: Moledor y Triturador de Corazones de Roedores sin ensuciarse las manos:
En medio del sitio de un extrañísimo aparato colgaban cascos con cuerdas, picanas, serruchos y agujas que decía en letras muy limpias y claras Torturador de Extraños que pisen Líbor, para obligarles a confesar los fines que los trajeran al reino de Pantapúas.
Con esfuerzo se libraron de todas aquellas cosas, quitaron las frazadas de cueros hediondos y zarparon con Lisandro al timón rumbo a Amarilis oyendo los aullidos del viento y el severo rumor de los cordajes.
 

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