LA CAVERNA DE LAS BRUJAS- Capítulo 6




Los chicos de Amarilis guardaron silencio y caminaron en equipo atraídos por la pequeña iluminación difusa que se colaba a unos pasos.
Se paralizaron unos instantes… ¿Qué era aquel lugar?
Acaso… ¡la caverna de las brujas de Líbor! ¡Sí! ¡La asquerosa caverna infernal! ¡Pero qué mala suerte!
No podían escapar de allí, habían caído exactamente en la antesala de la caverna, no había salida sin atravesarla de extremo a extremo.
Las brujas vivían en las profundidades de las rocas debajo del castillo, en las mismas entrañas del predio que le daba morada y sustento a la edificación de Pantapúas. Aunque en Líbor había muchas brujas…
Se contaba que desde sus agujeros podían llegar a los abismos oceánicos donde tenían tratos con las criaturas más horribles que Nunca Jamás verían la luz del sol y que se nutrían, reproducían y expiraban en las heladas aguas desde las primeras edades de la tierra.
En la sala, una bruja de holgado vestido negro revolvía un enorme caldero humeante, otra le alcanzaba montañas de ranas y la tercera, en cuyo sombrero puntiagudo resplandecían tres hebillas, introducía en el caldo un cucharón y probaba.
Esta era la más entendida en el punto de cocción, insistía en que a la mezcla le faltaban “picantes sabores para que escupa las llamas del averno”.
Los Dorados y la princesa observaron los rollos envueltos en telarañas en las bibliotecas, una bolsa que colgaba en la pared conteniendo cráneos humanos, y muchísimos frascos que rezaban a grandes letras Elíxir de Verrugas Frescas, Extracto de Mandrágoras, Fórmula para Acelerar Escobas, Cremas para Envejecer con Decencia, Arañas maceradas en Orín de Perro Salvaje, Infusión Temprana de Cuernos de Caracol…
Los niños habían crecido oyendo los palpitantes cuentos sobe qué escondían las brujas y ahora estaban viéndolo con sus propios ojos.
Todas miraron hacia un mismo punto, también los niños, otra bruja ingresó al lugar montada en una escoba, la sacudió un poco y la colocó en un rincón denominado Estacionamiento de Vehículos.
La recién llegada rió a carcajadas con una de ellas, a la que saludó llamándola Berta, que contó que Bruta __ este era el nombre de la que alcanzaba las ranas__ nunca daba con las proporciones adecuadas para que la sopa llegara a punto fuego.
Berta disponía de un olfato especial y no cesaba de mover sus narinas en todas direcciones, dijo que le picaban mucho y no creía ser alérgica a la cueva porque entonces “hace tiempo hubiera explotado como un caracol bajo un puñado de sal”.
Comenzó a remolinear y quejarse maniáticamente del extraño olor, por lo que las otras abandonaron sus tareas ante tanta majadería y comenzaron a llegar otras convocadas por un raro silbido que profirió Berta, y dando altas voces recorrieron todos los rincones.
Los búhos aletearon y varios gatos negros, con pereza visible, salieron al exterior dejando atrás el revoltijo. Los desorientados niños, víctimas del pánico, el alboroto y las corridas de las brujas miraban hacia todos los rincones implorando un mísero agujero donde esconderse.
__ ¡Aquí están! ¡Intrusos! ¡Niños! __ gritó un enorme sapo y dio un salto sobre Criseida que comenzó a gritar aterrorizada mientras una súbita palidez se adueñaba de su rostro. Renzo se lo quitó de un manotazo.
__ ¡No seas exagerada! Van a pasarnos cosas peores.__ Dijo.
__ Sin dudas. __ Repuso Franco.
__ ¡Aquí, aquí!__ gritaba el sapo usando grave tono.
__ ¡Dorados! ¡Son de Amarilis! ¡Qué buena cosecha!__ las brujas tomaron a los debilitados niños de los brazos y los cabellos arrastrándolos hasta meterlos en unas bolsas de red con ayuda de un grandote que apodaban Marcucho, que dejó en evidencia ciertas dificultades para caminar pero poseedor de unos músculos que el mismísimo capitán Tractor hubiese envidiado.
__ ¡Servicio prestado, servicio acabado!__ alardeó una de ellas y pisoteó al batracio delator hasta reducirlo a un asqueroso charco de babas coronado por dos ojos, miserablemente reventados.
__ ¡Déjennos ir!__ gritaban los chicos y pataleaban dentro de la bolsa.
__ ¡Un momento! ¡Bájenla a ella! Es Anaís, la princesa de Anaís, hija de Máximo y Victoria, la bola, ¡la bola!__ gritó y fue hasta la bola__ ¡la engreída de Zarial la busca!
__ ¡Deja la bola Berta, sabes que ella puede interferirnos!
La bruja asintió y la metió dentro de una olla herrumbrada con dos asas negras sobre las que se posaba un enorme cuervo al que los esperpentos mimaban cada vez que pasaban cerca.

__ Seguramente han escapado de… __ la bruja imitó al ogro__ ¡las garras de Pantapúas! Y no se los entregaremos ya que él nos ha cerrado la puerta superior porque quiere ser el único amo de la isla.
__ ¡Sí! Pagará caro su error. ¡Venganza, mis queridas! ¡Exijo venganza!
__ Mataremos dos pájaros de un tiro. Nos vengaremos de los de Amarilis por haber encerrado a nuestro Hechicero y de Pantapúas.
__ No olvides que podíamos haber salido a combatir.
__ ¡Y podíamos, mi estimada Berta, haber corrido peor suerte! Aquí vivimos en nuestro exquisito infierno, mal o bien.__ Afirmó Bona, metiéndose los dedos en la nariz hasta que sacó de ella algunas moscas.
__ No podremos conservarlos siempre aquí.
__ Por supuesto, ¡a mí me gustaría conservarlos aquí!__ y se tocó el estómago__En unos días buscaremos antiguas recetas de abuela… __ Berta se relamía la boca. __ ¡Me muero por tomar sopa de niños a las brasas!
Las brujas rieron dando saltos y haciendo piruetas alrededor del caldero de hierro, dejando al descubierto gruesas hilachas que colgaban de sus viejos y rotosos calzones de felpa.

__ Ves, no puedes usar tus poderes cuando se te antoja.__ Se quejó Renzo.
__ Tú no eres el Jefe.
__ Aquí no hay jefes, Franco… ¿y cómo salimos de esta?
__ Bueno, __ dijo Criseida, la niña del cabello rojo__ de algo estoy segura: ¡no será usando los poderes de Franco!

 

ANAIS- Jacqueline Dárdano © 2008. Design By: SkinCorner