ZARIAL EN REINO DE HADAS -Capítulo 4




Zarial iba y venía con impaciencia aquella nublada mañana en Amarilis. No sería fácil arrancar de las garras de Pantapúas a la princesa del reino. Llevaba, en maníacos ademanes, las manos al cabello y cuando iba por el vigésimo té de jazmines, Tractor arribaba a la Gran Bahía.
Dama Verde rogó al robusto capitán que no interrumpiese su sueño, demasiado tenía con aquellas brisas que le mecían el cuerpo y los cabellos de hierbas, haciéndole cosquillas en los oídos y despertándola justo cuando tenía los más bonitos sueños.
Cuando despertase por su cuenta__ lo repitió__ pasearía por la isla hasta encontrar algún buen sitio donde instalarse por una temporada.
Tractor atravesó los jardines del Caracol Real, en cuyo centro se ubicaba el Palacio Real, llamado de Máximo y Victoria desde que desaparecieron, y frente al que se encontraba el palacio de Zarial.
Cuando Tractor hubo llegado hasta las habitaciones de la alcaldesa le entregó el brillante frasco de líquido azul.
Zarial soltó la taza del té que se hizo añicos en el suelo, tomó el frasco, lo abrió y del interior del recipiente escaparon ácidos vapores dueños de un olor insoportable.
De por sí Zarial sentía aversión por los hedores. Percibidas las primeras notas amargas comenzó a picarle la nariz, estornudó varias veces y cayó desmayada. Rápidamente el ama de llaves, Cantabria __ que siempre estaba cerca y a pesar de que Zarial lo considerara una manía, había provisto cada habitación de un botiquín de emergencias__ le lavó la cara con néctar de flores frescas y menta, luego la refrescó con un algodón embebido en agua de rosas.
Zarial volvió en sí y arrojó lejos el frasco que se rompió en miles de chispas, yendo por el manuscrito. Entonces, sintió la voz de Pantapúas diciendo las cosas que estaban escritas, con aquella fantasmagórica voz. Todos los personajes pintados en los cuadros que colgaban de las paredes de la habitación se taparon los oídos.
Las condiciones que exigía para devolver a Anaís a su reino eran terribles. El monstruo pretendía que Zarial no cediera más permisos a los de Oro para que metieran las narices en los asuntos de la Tierra.
Pero aún no oía lo terrible… ¡Las llaves del candado de la prisión de Azabache el Negro en la tierra de los desterrados! ¡Las llaves de Rayos y Truenos!
Esto era inadmisible. Zarial se dejó caer, atónita, en el sillón de cedro recamado en oro. Nuevamente se desmayó y allá vino Cantabria, botiquín a cuestas. Cuando recobró la conciencia y el ánimo golpeó con rabia la mesa y gritó maldiciendo la soberbia de los grotescos.
También dirigió su furia al capitán protestando por el olor de aquel tabaco que insistía en fumar en pipa, sintiendo una repugnancia que no le permitía tragar su propia saliva y le revolvía el estómago, que sentía que ya le echaría por la boca.
__ ¡Engendro horrible! Siempre nos ha molestado, pero esto ¡es el colmo del desparpajo! Viajaré a Reino de Hadas y hablaré con Vanity. ¡Anaís debe regresar! Bien sabemos qué puede suceder en un reino sin princesa. ¡Ah, la desobediencia de Anaís! No hay cosa peor que un monarca irresponsable. Hacerse a la mar… ¡Niña estúpida! ¡En aguas prohibidas! Ella no es dueña de su destino sino del de todos los habitantes de Amarilis, que ya no es una ciudad de reyes sino un reino…__ la alcaldesa meditó unos instantes__ ¡Amarilis, capital de Amarilis! Ya le cambiaremos el nombre a una de las dos cosas…
Zarial se encaminó a la ventana, pegó un vistazo a las cebras que pacían tranquilamente en los jardines.
__ ¡Cantabria, ordena que preparen mi transporte! ¡Y tú, Tractor, cuida a Amarilis! Y si no lo tomas como un asunto personal ¡deja de fumar esa porquería asquerosa! ¡No quiero ni pensar como tendrás el estómago! ¿Qué no sabes que el tabaco es malo?
Tractor sonrió groseramente y ante la mirada de la alcaldesa se reprimió de golpe; no pensaba en su estómago más que cuando este silbaba de hambre __ cosa que ya no le sucedía__ o cuando soltaba aquellos hedientos gases que obligaban a huir a los que estuvieran cerca, ¡y con las narices tapadas!
El capitán abandonó la habitación mientras Cantabria recorría a prisa las estancias de la mansión para dar cumplimiento a las órdenes de la alcaldesa. Era un mal síntoma la ira en Zarial, más cuando le pintaba las mejillas del rojo que presentan los tomates al madurar.
Zarial era alta y estilizada como el tallo de una palmera, su cabello corto de tono rosa contrastaba con la gran pendiente geométrica que colgaba de una de sus orejas. Aquel día llevaba un largo vestido violeta abierto en varios drapeados, antes de salir se echó sobre los hombros una magnífica capa de terciopelo rosa y subió a su carro, guiado por cebras __ que podían volar__ al grito de ¡arre, arre!, mientras las enguantadas manos cargadas de brillantes sortijas sujetaron las riendas con inusitado ímpetu.
Sobre las cebras, rayadas de intensos blancos y azules intercalados armoniosamente, iban las luciérnagas capaces de iluminar el cielo en medio de la más absoluta tiniebla.
La mujer ordenó a las aves que no cantaran en el interior del carruaje __ alegando que ahorraran los trinos para tiempos mejores__ y obligó a las flores a esconder sus perfumes cerrando las encendidas corolas. Cuando estaba de mal humor era mejor que ni las moscas volasen cerca de ella.
No sabía disimularlo así que de no haber ordenado vociferando a gritos, pájaros y flores hubiesen ocultado sus encantos, manteniendo el más estricto silencio desprovisto de aromas.
Rápidamente alzaron vuelo las cebras y sobrevolaron Reino De Amarilis. Valles, montes y lagos, montañas, ríos y cascadas, desiertos, montes y mares fueron convirtiéndose en un desdibujado bosquejo. Luego, el cielo fue tornándose más claro y los nubarrones comenzaron a desenredar grises hebras preparando densas pinceladas rosas y celestes que tapizaron el mágico cielo de Reino de Hadas.
Las distintas comunidades de los Espíritus de la Naturaleza se acercaban hasta que el destino del viaje se tornó nítido. Debajo de Zarial se abría el bellísimo abanico de Ciudad de Fresa, capital del reino.
El cartel indicador olía a los jazmines con los que estaban erguidas las columnas vegetales, en eterna primavera.
El viaje había sido largo y extenuante. El carruaje al fin se detuvo y Zarial descendió. Desempolvó su traje y con ágiles movimientos batió el corto cabello hasta recuperar su forma de cono sobre la frente.
A la guardia de las hadas no le pasó por alto que la visita llegaba huérfana de trinos y perfumes.
Las soldados que llevaban en las alas los símbolos del Ejército Real, vestidas con sus uniformes de cortas y holgadas bermudas que hacían juego con las casacas y espadas de tunas dotadas de afiladas espinas, dieron paso a Zarial, que apenas esbozó una sonrisa de cortesía.
__ ¡Vengo por Vanity!__ dijo a la sargento que se diferenciaba de las otras por su gran casco de coco y el uniforme color caqui, mientras que las restantes allí apostadas, lo usaban verde oliva.
__ Siento informarle que no podrá ser.
__ ¡Vamos sargento! Es urgente.
__ Mis órdenes son que nadie puede visitar a Su Majestad. No está en condiciones aptas de salud.
__ ¿Y de quién recibe órdenes, sargento, si Vanity no está en condiciones, digamos, óptimas?
__ He sido preparada para atender… __ carraspeó__ estas situaciones.
__ Si me impide verla ¡será responsable ante ella cuando se recupere!
La sargento, de cabeza invadida por cortas y elásticas motas renegridas y piel de tinte oscuro, abandonó la mirada desafiante y el soberbio porte. No sería nada saludable a su rango que la Reina de las Hadas le hiciera un escándalo. La degradaría al instante y colgaría sus medallas en el cuello de Gregory.
__ Está bien, pero deberá ir al Hospital, Box Real.
__ ¿Qué sucede?
__ Su Majestad anoche se sintió mal y fue internada de urgencia. No tengo informes actuales sobre su estado actual ni las causas de su malestar. Sólo esto comprende el Parte Oficial que me han entregado las heraldos. Y cumplo con hablar de ello delante de mis… __ carraspeó otra vez y miró a las guardias__ subalternas…
Zarial agradeció al Hada Sargento y continuó.
Conocía lo escueto de los partes militares y la hosquedad de Takis no le era desconocida. ¿Cuántas veces Vanity la imitaba burlonamente? Incontables…
La guardia proporcionó a Zarial como vehículo una hoja curva muy verde, guiada por dos hadas chofer, con indumentaria en tono azul y graciosos sombreros también azules.
Ambas saludaron cortésmente a Zarial y no hablaron hasta que llegaron al hospital, preguntaron a la alcaldesa si la aguardaban a lo que ésta respondió que no era necesario.
La señorita Zarial pasó por recepción y aunque estaba fuera de hora ni estaban permitidas las visitas en este caso por la importancia del paciente, la hada recepcionista, de alas muy blancas y brillantes, que se encontraba ordenando las historias médicas, pergamino sobre pergamino de papiro, interrumpió su labor.
Intercambió unas palabras con Zarial y le permitió el ingreso pues se trataba de una visita especial.
Zarial dejó atrás la puerta en la que colgaba un pequeño mural donde un hada de cofia muy blanca pedía silencio pegando un suave chistido.
Mientras adelantaba camino por las escaleras de cristal que rodeaban al ancestral y gigantesco nogal donde estaban apostadas las unidades de emergencia, camino al Box Real, ubicado en la parte más alta, Zarial observó las salas.
Algunas haditas habían estropeado las alas con el temporal y las doctoras de hadas de inmaculadas túnicas de tela de azucenas las cosían delicadamente con hilos de rocío hilados por las xanas, pequeñas damas de las fuentes. Otras se habían empachado con corteza de avellanas.
Una pequeña melíade habitante de los fresnos, se quejaba de dolor de cabeza porque había probado un licor de las grandes y otra viejita rezongaba porque no decretaban de una buena vez la prohibición de la circulación de las arañas grandes en Reino de Hadas, ya que sus alas se habían enredado en una tela.
El peor caso que presenció Zarial, por curiosear las habitaciones laterales en las dependencias de emergencias, fue el de dos hadas albañiles que se habían quebrado las alas hasta perderlas totalmente al caer arrastradas por un tanque de cemento de baba de sapos que cayó desde las estructuras más altas de una obra. Trabajaban en la construcción, al momento del accidente en los nuevos complejos edilicios de Bosque de los Abetos. Las cirujanas no podían reemplazarle las alas.
Los injertos no estaban dando resultados pues las últimas generaciones de hadas eran sumamente alérgicas a los gases que los hombres volcaban en el aire en sus rudimentarios experimentos industriales.
Respiró, aliviada, al divisar el sitio donde estaba Vanity, las enfermeras estaban pasándole un suero de caléndulas y parecía dormida. Sin embargo, la reina, advirtió la llegada de Zarial y abrió los ojos, que tenían el color de la miel, el pelo colgaba a ambos lados de la cama y estaba impregnado de un verde esmeralda que se despeñaba en ondulantes cascadas hasta la cintura.
Le habían quitado su traje real de orquídeas y rosas, y le habían puesto un sencillo camisón de pétalos de dalias, las alas estaban extendidas a cada lado de la cama, cubiertas con gel de nardos para que el polvo y los microbios no las estropearan. Las enfermeras se retiraron en puntas de pies __ aunque las zapatillas de fibras de esponja poco ruido podían hacer__.
__ Ha sucedido algo terrible… El Gran Oráculo me lo confirmó…
__ Así es… __ respondió Zarial.__ Tienen a…
__ Anaís.__ Repuso Vanity, para quien nada era oculto ya que disponía del mejor consultorio de vaticinios de Reino de Hadas.__ Es muy peligroso para nuestro mundo. Lo sabes mejor que yo.
¡Claro que Zarial lo sabía! ¡Y lo temía! En cualquier momento los chicos Dorados comenzarían a sentirse mal y se debilitarían, luna a luna.
__ Ella ha ido directamente a la trampa. No hay penitencia que valga. Es caprichosa y porfiada. Tiene un imán para los peligros.
__ Igual a su madre. Que bastante nos costó su pérdida. Debimos armar el reino de cero, prácticamente con legiones de niños y hadas enfermas en aquellos días de locura que vivieron nuestros reinos. De no haber sido por Cuarzo y Avellana, no sé si conservaríamos nuestro hogar.
__ Avellana… por ella he venido hasta aquí. Tú eres la única que sabe donde está. Pantapúas exige para la liberación de Anaís los niños que sea puesto en libertad… ¡Azabache!
__ ¿Qué¿ ¡Eso Nunca Jamás! Dime… ¿de qué hablas?__ Los ojos de miel se oscurecieron y empañaron bajo torneados capullos transparentes, que deshaciéndose le humedecieron el rostro.__ ¿Qué niños?
__ De Oro, tres. Fueron por ella junto a Tractor, peor quedaron atrapados en Castillo de la Niebla.
__ ¡Qué horror! Ubicar a Avellana no será tan fácil. Zarial… no es ubicarla… sino despertarla.
__ ¿Despertarla?
__ ¿Y qué crees, Zarial? ¡Debíamos protegerla cuando los remedios se acabaron y todos los conjuros resultaron inútiles! Porque la magia dejó de ser posible en ella… ¡Recuerda! Recuerda, alcaldesa, lo que ocurrió. Está en la Tierra de los Sueños, duerme desde que ayudó a Cuarzo el Blanco a enviar a prisión al por Siempre Jamás mencionado terriblemente Hechicero Negro. Antes de ingresar al calabozo le profirió un hechizo por Siempre Jamás.
__ ¿Y Cuarzo?
__ Cuarzo es el dueño del secreto que podrá desencantarla.
Zarial comprendió la gravedad del asunto. Cuarzo se había retirado a tierras muy lejanas, no sin antes incluir en las leyendas y los documentos oficiales el envío del hechicero a la Isla de Rayos y Truenos como su último trabajo profesional.
Los heraldos distribuyeron en su momento copias del documento en todos los reinos del Enigma. En aquel entonces estaba muy viejito, y de eso habían pasado muchos luceros por las noches de Reino de Hadas.
¿Significaba que Avellana dormiría por Siempre Jamás y que el siniestro Pantapúas se saldría con la suya y acabaría con el reino de Amarilis?
La señorita Zarial y la reina Vanity compartieron un largo silencio. Por la cortina de puntillas de calas corría una dulce brisa que olía a magnolias, podía oírse el canto de la Coral de Hadas ensayando una presentación en el colegio de las Hermanas Aladas del Perpetuo Perfume.
__ Sí… debemos ubicar eso en otro lugar. No me parece buena terapia oír como desafinan las alumnas. Zarial… también las llaves, en el caso de ceder, las tiene Avellana. El Blanco se las dio en custodia, incluso antes de recluir a Azabache en los dominios más pestilentes del Enigma. Bastaba con cerrar los candados. ¿Para qué andar con las llaves a cuestas?
La alcaldesa guardó silencio, la expresión de su cara era grave.
__ Irás a tu isla. __ Continuó la reina__ Nos comunicaremos. Prepararé un destacamento para que te acompañe a País de los Sueños, en el reino hay buenas guías exploradoras. Conocen todos los rincones.
Después, la reina de verdes cabellos, tiró del circuito y se arrancó el delgado tallo, las enfermeras hadas con sus cofias de siemprevivas acudieron al instante y las dos guardias que estaban apostadas en la puerta le rezongaron.
Pero la reina y la alcaldesa sólo pensaban en lo imprescindible: interrumpir el sueño de Avellana, porque era la única Hada Madrina del reino que necesitaba su protección, además, contaba con su potente varita mágica, con la que ninguna vara podía compararse.
__ ¡Soy la reina! ¿Quién manda aquí? __ preguntó inclinándose hasta las mismas narices de las guardias.
__ Está bien, Majestad, pero…
__ ¡Pero nada! Te acompañaré, Zarial, hasta el palacio. ¿Qué le han puesto a mis alas? ¡Por toda la magia! ¡Qué asquerosidad! Una reina engomada…
Zarial rió y una de las guardias carraspeó, haciendo un gesto a la alcaldesa que no pasó desapercibido a la reina.
__ ¿Cuál es el problema? ¡Qué protocolos ni ocho cuartos! ¿No puede salir una reina en camisón y pantuflas? ¡Vamos!
__ ¡Majestad!
__ ¿Y ahora qué sucede? __ Una de las enfermeras le alcanzó la delicada corona de diamantes y fresas incrustadas en la delicada armazón de oro y platino.
__ Bien, bien… Gracias __ Vanity subió al carruaje real acompañada por Zarial, tomó la corona, no se la colocó en la cabeza sino que la conservó en las manos y se apareció en el palacio, sin corona, despeinada, de pantuflas y en camisón.
Luego de mantener una breve charla con Zarial en el Parque de Bienvenida continuó hacia su palacio. Zarial partió hacia Amarilis y Vanity, en la sala del palacio comenzó a discutir con Raquel, encargada de la salud de la reina y su corte.
Estaba enojada por el escape del hospital, del que había sido informada y por lo que había llegado, aún, antes que la propia reina.
__ Bien sabes que preocuparte y tomar los asuntos con tanta ansiedad acaba deprimiéndote.
__ ¡Basta! Actualmente todo es depresión. ¡Basta! Simplemente tuve un mareo.
__ A causa de una impresión. Estás muy vulnerable. Deberías reconocerlo. Tal vez…
__ Tal vez deberíamos tener por aquí a Oberón.
¡Ah, era el colmo, nombrarle al engreído Rey de las Hadas! Aquel tipejo, buen mozo para nada, que bebía litros y litros de néctar y pegaba horrendos eructos en medio de cualquier banquete.
__ No hace falta en absoluto. ¿Ha cambiado algo desde que iniciamos los experimentos? ¿No estamos bien así, con ellos lejos, hasta ordenar nuestros territorios como es debido? Además, debe cumplir su misión, ¡y ojalá se tarde mucho tiempo en llevarla a cabo!
Oberón, acompañado por el resto de los hombres hadas del reino había partido rumbo a las Tierras Desconocidas del Enigma cuya existencia aseguraban las cartas de los magos. Necesitaba hurgar las riquezas que escondían esas islas lejanas para fomentar todos sus proyectos comerciales.
Es que Oberón vivía pensando en números y monedas de oro, y esto enfadaba mucho a Vanity, por ello se alegró tanto cuando el rey partió sin rumbo ni regreso predestinado.
Estaba harta de las tediosas pláticas que entablaba el hombrecillo con corona sobre exportaciones, importaciones, balanza comercial, ahorros, intereses y fórmulas para enriquecer al reino.
Para Vanity las riquezas de Reino de Hadas no consistían en las montañas de oro que permanecían escondidas en las entrañas de la tierra y que Oberón insistía en multiplicar. ¡Si los Leprachaun se habían vuelto locos con su obsesión de cuidar noventa y nueve ollas de oro ni imaginar lo que sucedería con el rey!
La riqueza del reino estaba en aquellos seres que buscaban implantar la bondad en el mundo ¡Nunca Jamás oculta en las mil caras de un puñado de diamantes! Desde la partida de Oberón, habían transcurrido ya, tres eclipses de luna.
__ Acaso ¿no la ves?
__ ¿A quién?__ preguntó Raquel.
Vanity tomó la Bola de Cristal, la giró varias veces y la acercó al rostro de la doctora.
__ ¡Isabel! Mírala gobernar sola. ¡Mírala nada más! Aunque la parte que más me gusta de su vida es cuando la visita Shakeaspeare. ¡Eso es lo que necesito! ¡Hombres poetas en mi corte! ¡Tanta magia y en casa de herrero cuchillo de palo!__ la reina suspiró hondamente y comenzó a recitar trozos de Romeo y Julieta.
__ A mí no me atrae nada esa mujer de cara enharinada. Has cambiado de tema como siempre lo haces… insisto en tu estás deprimida y nos falta Oberón. ¿Y tu corona?
__ ¿Cuál mujer necesita una corona para ser reina cuando le corresponde por actitudes? ¡No yo, Raquel! Y… dejemos este tema aquí… Si continúas achacándome esa ridícula depresión cambiaré de médico.
Raquel bajó la mirada, entristecida.
__ No tienes motivos.
__ ¡Sí los tengo! Mencionaste un tunante y sabelotodo… Y… __ dijo Vanity pasando el brazo afectuosamente por los hombros de la doctora__ ¡odio esos lentes!
Raquel se quitó los enormes lentes enmarcados en dos aros de madera de abedul. La miopía hacía que sin ellos no distinguiera un árbol de una hierba.
__ Me los trajo Santa Claus, Nunca Jamás los cambiaré por otros. Ah, acerca del tema de los hombres poetas diré que los hombres poetas nacen, no se hacen… Las mujeres no podemos ponerles palabras bonitas en sus bocas si no nace del propio corazón del hombre. No resulta. Aún ni la magia los hace a medida.


 

ANAIS- Jacqueline Dárdano © 2008. Design By: SkinCorner