“Y vendrán humanos que querrán hurgar en las historias mágicas de los Archipiélagos del Enigma… ¡Anotad cuánto sucede! lo ordeno yo, Cuarzo el Blanco, para mayor orden y conocimiento de los Tiempos Pasados. Porque al Principio y al Fin de Todas las Horas, sólo la Historia hablará por nosotros…”
Había una vez un magnífico reino llamado Amarilis, cuya capital, también llamada Amarilis, estaba poblada por racimos de casas que tendían los multicolores techos al sol cada mañana. Custodiaban ambas márgenes de la Avenida Central enormes árboles cargados de flores y exquisitos frutos. El río Salem dividía a la ciudad en dos fértiles porciones en las que los habitantes del reino criaban aves de corral, cebras -transporte oficial del reino-, cabras cuya espumosa leche servía para preparar los nutritivos y sabrosos quesos de la comarca, y mascotas exóticas traídas de los mágicos sitios que el horizonte conocido dibujaba al crepúsculo.
Amarilis, ubicada al sur de la isla, enteramente rodeada por un fresco baño de aguas saladas, demostraba cuán generosa había sido la naturaleza con el reino, al que salpicó con plácidos valles, nevados picos, toques de desierto, ríos caudalosos y frondosos bosques.
Podía decirse bien que era un reino de niños pues los niños abundaban. Cuarzo, el Blanco, gran mago sabio, exigía que estos se educaran según lo indicaba el Consejo de Ancianos de Amarilis, reunido con la totalidad de sus miembros una vez al mes en la alcaldía para distribuir manuales, tomar exámenes y analizar las nuevas técnicas de enseñanza que aplicaban las escuelas.
Los niños de Amarilis eran especiales, los viejos les llamaban “los del Tercer Ojo” porque podían ver más allá de lo que veían los simples humanos. Muchos podían llamar la lluvia, los relámpagos, la luz…
Pero, no disponían de sus dones cuando lo deseaban, pues no se trataba de decidir cuando lamer una paleta o masticar un caramelo.
Fuera de las prácticas comunes a la enseñanza y preparación de sus artes, cuando desde la Tierra se emitían las primeras señales de emergencia, se presentaban aquellos a quienes sus calificaciones acreditaban, llenaban los formularios públicos dejando claramente establecido por qué entendían que serían los adecuados.
Luego, la señorita Zarial, alcaldesa de Amarilis, encargada de la Oficina de Poderes Mágicos, analizaba una por una las peticiones; citaba a entrevista a los postulantes, seleccionaba los escogidos y les otorgaba una licencia que ambas partes firmaban en un gran pétalo mediante una pluma embebida en tinta de rosas.
Por su parte, la alcaldía estaba obligada a publicar los puntos considerados en la elección de los niños.
Una vez al año, en la llamada Noche del Oro, Zarial liberaba algunos poderes y permitía a los Dorados-Niños De Oro-, que divirtieran a todos los pobladores y extranjeros llegados para la ocasión, con sus trucos.
Entonces, Amarilis se poblaba de luces, cantos y sonrisas que se mezclaban con el rumor del oleaje golpeando la mullida panza de los muelles de la Gran Bahía.
Quien más se divertía en tal ocasión era Anaís, princesa del reino, bellísima niña cuyo aventurero espíritu la llevaba a desobedecer la mayor parte de las órdenes que dictaba la señorita Zarial para que en el futuro se convirtiese en la reina que necesitaba la isla.
¡Escaparse y cometer travesuras era lo más emocionante del mundo para Anaís! Asunto que había causado unos cuantos dolores de cabeza a la alcaldesa, responsable por ella desde la desaparición de sus padres, los últimos reyes del reino, Máximo El Gordo y Victoria La Bella.
Anaís en la Noche Del Oro daba rienda suelta a su imaginación… Solicitaba sombrillas voladoras y se trepaba en una escalera que los chicos mágicamente le construían, de peldaños de sandías y girasoles.
Intentaba tocar los luceros que sonreían en los oscuros nubarrones, por ello, aquella noche era la más esperada, la que prometía cumplir los sueños que cada aurora sorprendía en sus verdes ojos.
Podía viajar en carruseles, pasear en caracolas meciéndose sobre el mar, flores gigantes la acunaban en las copas de los árboles más altos y los animalillos del bosque la acompañaban a dar saltos de resorte.
¡Cómo agradecía Zarial que la princesa por más corona y emblemas reales que representara no dispusiera de la magia para beneficio propio! De otro modo los habitantes del reino estarían en grave peligro…
Amarilis constituía la mayor isla del Archipiélago De Los Tres Reinos. Más allá de sus empapadas fronteras, exceptuando las dos pequeñas islas Coral y la Abandonada__ antes llamada La Del Primer Encuentro__ se encontraba el horrible reino de Líbor y el Antiguo Reino de Trakoménsulas.
Líbor estaba dominada por un ogro espantoso llamado Pantapúas que odiaba a Zarial y pedía a los Poderes Ocultos que le permitieran ser el intermediario con Tierra.
El Archipiélago De Los Tres Reinos junto al lejano de las Tierras Mágicas, el de Los Perfumes, el Aventura, y Mundos Desconocidos formaban el llamado Archipiélago del Enigma.