En la siniestra y oscura isla de Líbor Triquilín estaba por dar comienzo a su plan.
__ Nos habías prometido una sorpresa.__ Dijo Franco.
__ Así es. ¡Síganme!
Franco, Renzo, Criseida y Anaís se dispusieron a seguir al duendecillo, transitaron la parte posterior de la huerta, luego descendieron por unos escalones de tierra y observaron un manso lago de aguas azules.
__ Deberemos cruzarlo.
Los niños asintieron y le acompañaron a nadar. El agua estaba un tanto fría pero la curiosidad podía más que la molestia.
__ Detrás de esos pequeños troncos está la sorpresa.
Anaís percibió el familiar olor de los guisados de Amarilis…
Los ojos de los cuatro chicos no daban crédito a cuánto veían… luego de pasar los troncos y retirar unas grandes esterillas de junco que colgaban entre los árboles… ¡niños, había niños!
Los pequeños jugaban alborozados mientras los más grandes horneaban panes. Las niñas grandes cocinaban y explicaban a las más pequeñas los trucos de la comida.
__ ¿Qué? –balbuceó Renzo.
__ ¿Quiénes son?__ la princesa continuaba incrédula y preguntó instintivamente.
__ Niños como vosotros, que rescaté. Con la diferencia que no tienen dónde ir. Si estuvieran afuera ya no vivirían. Es un secreto.
Anaís pensó cuan triste era la vida de aquellos niños, por más que estuviesen a salvo, obligados a permanecer en una estancia subterránea para siempre; así que le propuso a los otros llevarlos con ellos al reino de Amarilis.
La aprobación fue unánime, les llevarían con ellos si lograban escapar con vida. Triquilín habló al mayor de los niños, Lisandro, y este pidió la opinión al resto. Una fuerte algarabía se apoderó de todos.
Comenzaron a festejar y cuando ya iban por sus cosas la princesa pidió que aguardaran que la comida estuviese lista. Hacía tanto que no saboreaba un guisado de patatas que no podría contenerse. Lisandro, el niño de largos bucles castaños y mirada negrísima, asintió y los Dorados permanecieron a orillas del lago hasta que las niñas que cocinaban llamaron a la mesa.
Acabado el festín los niños tomaron las pertenencias que consideraron de mayor utilidad para el viaje y subieron con los de Amarilis hasta la vivienda de Triquilín. El duende, ansioso por comenzar su parte del plan, sujetó un par de cosas a la cintura y se despidió de los niños.
__ ¡No salgan de aquí!__Les encargó.__ Puede ser muy peligroso.
__ Lo sabemos.__ Y no mentían.
__ Hay muchas fieras hambrientas ahí afuera y Pantapúas está buscándolos por todas partes. Sin olvidar a los gnomos que abandonan las cuevas cada vez más temprano... Por la penumbra, hay zonas en esta isla en las que da igual si es noche o día…
__ También lo sabemos.__ Dijo Criseida.
__ ¡Que tengas mucha suerte, amigo!
__ Así será… ¿qué hay imposible para un duende?__ preguntó Triquilín.
__ No lo sabemos.
__ Se los diré, ¡atrapar brujas!
Los niños quedaron serios, muy serios…
__ ¡Era un chiste! Deben aprender a buscar en los momentos terribles una chispa de humor, ¿o arreglan algo con esas caritas tristes? ¡Oh, princesa, tengo algo para ti!__ Giró, rió y apareció una hermosa orquídea cubierta de gotas de rocío.
__ ¡Ah!__ continuó__ hay algo que me da suerte antes de salir en una misión.
__ ¿Qué es?__ preguntaron los niños a la vez.
__ ¡Música, maestro!__ gritó Triquilín y todos los animales que estaban dentro de la gruta, comenzaron a bailar y cantar una alegre marcha infantil, el duende tomó la guitarra y se encargó del solo. __ ¡Alegría, alegría! ¡Vamos, princesa, a bailar! ¿O no soy apuesto?
Anaís sonrió y salió a bailar con el duende que sacudía las alambradas piernas como resortes, los enmarañados cabellos se agitaban y los largos brazos se ondulaban cual banderas flameando.
__ Ah, no… No, no, no…__ repetía Triquilín con expresión de desconsuelo__. ¿Y ellos, los más pequeños? ¿Quieren que eche a las horribles brujas de Líbor de Amarilis para que puedan vivir allá por Siempre Jamás? ¿Acaso no he dicho que esto es mi cábala de buena suerte? Bueno, y algunas raíces de alerce, pero a falta de pan ¡buenas son las tortas! Han perdido hasta el habla, sólo se quejan, está bien, ¡cambiemos el ritmo, maestro!
La música se hizo más movida aún y todos bailaron.
Luego de culminados los zapateos y brincos compartieron racimos de deliciosas frutas por postre. Lisandro, el hindú, agradeció en nombre de todos, el hospedaje y el rescate de Triquilín.
__ Nunca Jamás, como dicen ustedes… ¡Nunca Jamás olvidaremos!
__ ¡Ey, ey!... Si piensan que no nos veremos están locos eh. Y no teman, en especial tú Lisandro, has sido muy valiente. ¡Piqui, Tiqui, Riqui!
Al oír sus nombres los tres pájaros vinieron junto al duende, este les encargó que por ningún motivo trataran de seguirle, sobrevolar el mar podría resultarles muy peligroso. Piqui, Tiqui y Riqui, repitieron un sí tantas veces hasta que Triquilín les hizo callar.
El duende miró con infinita ternura uno por uno a niños y pájaros, se despidió y se fue hacia la isla de los Dorados. Los chicos quedaron compartiendo historias y Lisandro tenía muchas en su haber.
Triquilín, se internó sigilosamente en los bosques y espesuras de Líbor, con sus saltos evitó criaturas espeluznantes que se agitaban en la oscuridad.
Aquella noche en que perdió a su mamá, las alas de Triquilín se engancharon y destrozaron, sólo conservaba de ellas unos restos que colgaban a su espalda cual estropajos.
Contempló las huellas que sus botas dejaban en la playa y llamó a Úrsulo, encargado de transportarlo hasta las costas de Amarilis.
La demora le ponía nervioso, a cada nuevo ruido el duende optaba por esconderse en la vegetación y cuando el silencio retornaba regresaba a la orilla a llamar a Úrsulo.
En ese juego se mantuvo hasta que Caballito de Mar asomó su cabeza entre las blancas espumas de las rugientes olas.
Triquilín lo sopló y el caballito creció, subió sobre él y se internó en el océano mientras una herradura de luna deslumbraba la superficie y tornasolaba las aguas. Desde las oscuras profundidades acudieron varios peces que brillaban y dispuestos al frente y costados de Úrsulo y Triquilín alumbraron el camino.
Cuando el duende estaba más asombrado de que nada ni nadie se interpusiera en el camino __ pues no era la primera vez que intentaba llegar a Amarilis de esta forma__ apareció un temible tiburón.
__ ¡Esta vez nadie impedirá que llegue! ¡Ni siquiera tú!__ tomó uno de los cuchillitos de espinas y comenzó a golpear en los tentáculos. El tiburón se rió mostrando las peligrosas hileras dentadas y Triquilín se sintió desilusionado. Pero Úrsulo comenzó a tomar cucharas filosas del fondo del mar y le ayudó, las cucharas no cortaban la superficie del tiburón pero le hicieron tantas y tantas cosquillas que el escualo no pudo continuar en su ataque.
Úrsulo llamó a otros caballitos y a muchas estrellas de mar para que continuaran con la tarea. Mientras Úrsulo y Triquilín continuaron su marcha hacia Amarilis, el tiburón rogaba a los animales acuáticos que lo dejaran en paz, prometiendo que no molestaría nunca más a duende alguno y se alejó hacia las profundidades del océano.
Hasta que por fin, luego de la larga cabalgata marítima, Triquilín llegó a las costas de Amarilis. Las leves ondulaciones de las olas somnolientas lamían los bancos de arena en la Gran Bahía.
__ ¡Ufa, qué bien! Esta vez lo logré. ¡Nos veremos!__ dijo y se despidió de Úrsulo que asintió y se internó nuevamente en el mar.
Las olas aún siguieron un trecho a Triquilín salpicándole con espuma, al deshacerse de ellas sacudió sus enormes botas y caminó por la arena húmeda hasta los muros de la Fortaleza que antecedían a Amarilis, cuyas altas torres se recortaban, erguidas y solitarias.
En puntos estratégicos de la muralla se ubicaban brujas, por lo que el duendecillo buscó un lugar conveniente para acceder por medio de sus enormes saltos a la capital del reino de Anaís.
Luego de ingresar, observó que en efecto, las brujas habían sitiado la ciudad, estaban apostadas sobre los tejados con sus gatos negros, lechuzas y cuervos.
Respiró el olor inconfundible y se asomó por algunas ventanas donde las brujas hacían de las suyas a los pobladores de Amarilis.
__ ¡Uy, qué malas son!__se repetía mientras hurgaba los sitios.
Tantos vericuetos, vueltas y tropiezos le hicieron dar con el viejo desván donde una dama amarrada con gruesas cuerdas a una silla sollozaba con honda pena.
Se trataba de la señora Marimoña quien agradeció mucho al duende, que la puso en libertad. Marimoña le contó cual era el estado de la ciudad. Lo hizo sumida en plena crisis de nervios, el característico prolijo moño sobre el que llevaba un pequeño casquito adornado con flores y un tul, lucía desaliñado y sin forma.
__ Dejaré algunas cosas aquí.__ Triquilín soltó en el suelo unas bolsas y utensilios y regresó al exterior.
Sonrió y buscó en las alforjas un poco de sal gruesa, cargó su disparador y acometió contra las brujas que se quejaron de dolor al recibir los primeros granos en sus carnes.
_ ¡Amarilis, ha llegado tu salvación!__gritaba el elfo quien tomó el asunto como un juego.
Triquilín no pensaba detenerse a mirar cómo chillaban y blasfemaban así que escogió de entre las armas que traía anudadas a la cintura un gran cañón que cargó con huevos de galápago. Hizo puntería y ¡páfate!, caían las brujas, una detrás de la otra, embadurnadas y pegoteadas, escapando a duras penas de los coloidales charcos.
Triquilín, diestro en dar enormes brincos, con una hoja de cactus llena de espinas saltó y saltó y combatió a las brujas en el aire, sobre las mismas escobas mágicas, se colocaba detrás de ellas y las hacía caer, luego intentaba continuar en las escobas pero…
__ ¡No hay caso! No sé manejar estas cosas.__Rezongaba con gracia y volvía a bajar otro esperpento del mismo modo.
Berta, Bruta y Bona le reconocieron y dijeron un montón de cosas horribles acerca de lo poco precavidos que fueron Pantapúas y el jefe Cauchemar cuando atacaron la isla; trataron de usar magia con él pero el duende no se daba por enterado ni menguaba su ataque hasta que el cielo se limpió de brujas.
Triquilín se dijo a sí mismo que faltaban muchas más, seguramente estaban agazapadas listas para volver a la carga.
El duende recorrió con cautela todas las calles y casas, hasta dar con un albergue de brujas muy confiadas en su éxito. Estaban listas para dormir, bebían demasiado licor de mandrágoras y tenían las panzas hinchadas de tanto comer escuerzos. Reían y hablaban de lo jóvenes y bellas que se verían cuando hurtaran todas las higueras de Reino de Hadas.
__ Dormiremos un rato.__ Dijo una de ellas.__ O no nos despertaremos para el cambio de turno.
Triquilín se escondió y aguardó que todas durmieran.
El duende estaba tan aburrido de esperar que casi dormitaba cuando sintió el roce de las patas de los escuerzos huyendo del caldero que se enfriaba sobre el fuego consumido, las brujas ebrias los habían volcado sobre el agua fría y aprovechaban la ocasión para escapar. Otra oportunidad no tendrían.
Entonces, Triquilín, sin hacer un ruido se descolgó una bolsa, se quitó el sombrerito como si fuera a molestarle, se rascó una de sus largas orejas en punta y rió para sus adentros.
Extrajo una gran tijera filosa y comenzó a cortar la paja de todas las escobas que estaban abandonadas cerca de las brujas que roncaban peor que los ogros del bosque.
Escoba tras escoba las desmechó, luego__ por las dudas__ atizó el fuego y sepultó en las brasas los tusados vehículos, al sentir crujir las maderas las brujas volvieron en sí y Triquilín salió corriendo, las brujas estaban muy viejas y corrían poco, así que el duende llegó primero y trabó la aldaba de la entrada.
¡Acababa de liberar a Amarilis de las horrorosas brujas! pues el otro campamento de brujas estaba en el granero y esas estaban malheridas.
Y esperaba que nunca más alguien asustara a los chicos que no querían dormir la siesta con las brujas.
Fue por la señora Marimoña. La mujer, desesperada, narró la terrible circunstancia que padecía el capitán Tractor dentro de un frasco convertido en caracol, pero Triquilín aseguró que no tenía poderes para quebrar un hechizo de semejante naturaleza.
__ ¡Este es, aquí está! ¡Llévalo tú!
El duende habló a Tractor explicando que lo guardaría en un lugar más seguro, que no tuviera miedo.
__Aunque, antes debería darte comida…__abrió la tapa e introdujo unas hojas muy verdes y frescas.
__Lo único que me faltaba. ¡Un gracioso duende!__ rumió el caracol.__ ¿De dónde apareció este?¡Rayos! ¿Quién dijo que tengo hambre? ¡Odio la acelga! ¡Quítame esta hoja, no me deja ver! ¡Tonto duende!
El duende enroscó la tapa del frasco y le metió dentro de una de sus bolsas. Tractor escuchó el impacto del golpe entre el arsenal de semillas, cuchillos de madera, guijarros y granos de sal, en parte se sintió protegido y se alegró.
Las brujas fueron conducidas a unos viejos galpones, cerca de los muelles donde los marineros almacenaban objetos en desuso. Allí se reunieron las brujas del granero, las que Triquilín encerró, las que derribó en vuelo y en la calle, y aquellas que aún mantenían familias de rehenes ya que e entregaron al comprobar que la mayoría había sido reducida.
A medida que iban despertando de las contusiones y el mareo, chillaban y pataleaban.
No podían huir pues las escobas fueron quemadas en la plaza del pueblo
Triquilín no pensaba detenerse a mirar cómo chillaban y blasfemaban así que escogió de entre las armas que traía anudadas a la cintura un gran cañón que cargó con huevos de galápago. Hizo puntería y ¡páfate!, caían las brujas, una detrás de la otra, embadurnadas y pegoteadas, escapando a duras penas de los coloidales charcos.
Triquilín, diestro en dar enormes brincos, con una hoja de cactus llena de espinas saltó y saltó y combatió a las brujas en el aire, sobre las mismas escobas mágicas, se colocaba detrás de ellas y las hacía caer, luego intentaba continuar en las escobas pero…
__ ¡No hay caso! No sé manejar estas cosas.__Rezongaba con gracia y volvía a bajar otro esperpento del mismo modo.
Berta, Bruta y Bona le reconocieron y dijeron un montón de cosas horribles acerca de lo poco precavidos que fueron Pantapúas y el jefe Cauchemar cuando atacaron la isla; trataron de usar magia con él pero el duende no se daba por enterado ni menguaba su ataque hasta que el cielo se limpió de brujas.
Triquilín se dijo a sí mismo que faltaban muchas más, seguramente estaban agazapadas listas para volver a la carga.
El duende recorrió con cautela todas las calles y casas, hasta dar con un albergue de brujas muy confiadas en su éxito. Estaban listas para dormir, bebían demasiado licor de mandrágoras y tenían las panzas hinchadas de tanto comer escuerzos. Reían y hablaban de lo jóvenes y bellas que se verían cuando hurtaran todas las higueras de Reino de Hadas.
__ Dormiremos un rato.__ Dijo una de ellas.__ O no nos despertaremos para el cambio de turno.
Triquilín se escondió y aguardó que todas durmieran.
El duende estaba tan aburrido de esperar que casi dormitaba cuando sintió el roce de las patas de los escuerzos huyendo del caldero que se enfriaba sobre el fuego consumido, las brujas ebrias los habían volcado sobre el agua fría y aprovechaban la ocasión para escapar. Otra oportunidad no tendrían.
Entonces, Triquilín, sin hacer un ruido se descolgó una bolsa, se quitó el sombrerito como si fuera a molestarle, se rascó una de sus largas orejas en punta y rió para sus adentros.
Extrajo una gran tijera filosa y comenzó a cortar la paja de todas las escobas que estaban abandonadas cerca de las brujas que roncaban peor que los ogros del bosque.
Escoba tras escoba las desmechó, luego__ por las dudas__ atizó el fuego y sepultó en las brasas los tusados vehículos, al sentir crujir las maderas las brujas volvieron en sí y Triquilín salió corriendo, las brujas estaban muy viejas y corrían poco, así que el duende llegó primero y trabó la aldaba de la entrada.
¡Acababa de liberar a Amarilis de las horrorosas brujas! pues el otro campamento de brujas estaba en el granero y esas estaban malheridas.
Y esperaba que nunca más alguien asustara a los chicos que no querían dormir la siesta con las brujas.
Fue por la señora Marimoña. La mujer, desesperada, narró la terrible circunstancia que padecía el capitán Tractor dentro de un frasco convertido en caracol, pero Triquilín aseguró que no tenía poderes para quebrar un hechizo de semejante naturaleza.
__ ¡Este es, aquí está! ¡Llévalo tú!
El duende habló a Tractor explicando que lo guardaría en un lugar más seguro, que no tuviera miedo.
__Aunque, antes debería darte comida…__abrió la tapa e introdujo unas hojas muy verdes y frescas.
__Lo único que me faltaba. ¡Un gracioso duende!__ rumió el caracol.__ ¿De dónde apareció este?¡Rayos! ¿Quién dijo que tengo hambre? ¡Odio la acelga! ¡Quítame esta hoja, no me deja ver! ¡Tonto duende!
El duende enroscó la tapa del frasco y le metió dentro de una de sus bolsas. Tractor escuchó el impacto del golpe entre el arsenal de semillas, cuchillos de madera, guijarros y granos de sal, en parte se sintió protegido y se alegró.
Las brujas fueron conducidas a unos viejos galpones, cerca de los muelles donde los marineros almacenaban objetos en desuso. Allí se reunieron las brujas del granero, las que Triquilín encerró, las que derribó en vuelo y en la calle, y aquellas que aún mantenían familias de rehenes ya que e entregaron al comprobar que la mayoría había sido reducida.
A medida que iban despertando de las contusiones y el mareo, chillaban y pataleaban.
No podían huir pues las escobas fueron quemadas en la plaza del pueblo