LA GUARIDA DEL OGRO -Capítulo 3




La expedición de Amarilis se mecía en el mar a bordo del Alas de Plata.
Durante horas y horas, peligrosas serpientes marinas se sumergían y emergían de las turbulentas aguas pero ante los rayos de fuerza que disparaba Renzo, retrocedían nuevamente a las profundidades.
Cuando los chicos sentían que nunca llegarían y se preguntaban cómo había ido a parar allí Anaís, ante sus ojos se extendió el Muro de Huesos. ¡Por fin se abrían como abanico las escabrosas orillas de la isla!
Los niños temblaban a pesar de su valentía: se oían voces horribles, ruidos metálicos, quejidos de bestias que llamaban al silencio en espeluznantes fragmentos.
Pese a todo, avanzaban en la oscuridad, comandados por el antiguo pirata rescatado por Zarial en las costas de Amarilis.
Tractor conocía la isla y lo peligroso de transitar aquellas alfombras forestales siempre húmedas y resbaladizas, conocía las marañas de ramas retorcidas y enhebradas en espinoso tejido, conocía los helechos y las aterciopeladas almohadillas de musgos adheridos al suelo, troncos y grietas de las babosas rocas.
Así es… ¡Tractor lo conocía todo sobre Líbor!
Y… sabía que no podrían detener el paso ni por un instante ante el zumbido de las hordas aladas de insectos chupasangre y los depredadores hambrientos en busca de víctimas.
Otra vez la antigua repugnancia de los carroñeros en sus macabras danzas en torno a las carnes putrefactas.
Tractor y los niños continuaron mientras percibían las hábiles ginetas trepando silenciosamente a los árboles hasta abalanzarse, de improviso, sobre las desprevenidas presas.
Y, de golpe, comprendió el cercano peligro que avizoraban los chistidos de los búhos repetidos dolientemente. Es que no se equivocaban… Nunca Jamás se equivocaban…
No tardó mucho tiempo en surgir, sigilosamente –como era su costumbre-, una de las más famosas y tenebrosas criaturas de Líbor: ¡el cocodrilo de dos cabezas!
Estaba furioso. El capitán extrajo la reluciente espada de la vaina y le enfrentó dándole muchos golpes, la bestia columpiándose entró en un loco torbellino. Las leyendas contaban que no existía fuerza capaz de contenerlo en un solo hombre.
Sin embargo, el capitán Tractor demostró lo contrario al hundir su espada en medio de las dos cabezas hasta que una rodó por el suelo. Los agitados vaivenes del cocodrilo delataron la cercana agonía.
Abrió las fauces y se alejó del capitán, la espada y los niños, hasta que los gruñidos se dispersaron y acabó, inmóvil, resoplando por última vez.
¡Por supuesto que Tractor no tenía poderes mágicos! sino los que venían de su gran corazón y su afecto hacia los niños.
Si bien quedaba atrás la lucha entre Tractor y el cocodrilo de dos cabezas, los niños continuaban en la penumbra, perseguidos por la horrorosa visión del monstruo enardecido…
__ ¡El castillo! ¡Rayos!__ gritó el capitán.
Delante de ellos se irguió la silueta irregular del castillo de la Niebla, interrumpida por las diversas torres enrejadas por complejas marañas de raíces, telarañas y troncos secos que sobrevivían bajo las múltiples sombrillas de cenicientos hongos.
Durante la edad de las Guerras Primitivas, el castillo constituyó obligada escala de marineros y un refugio inexpugnable para combatientes y fugitivos, bajo diferentes consignas y al servicio de distintos señores.
Pero eso había quedado atrás… antes de que Cuarzo el Blanco se hiciera cargo de los Reinos y diera fin a una época cruenta de combates, piraterías e invasiones de la Gente Mala.
En tiempos de paz se celebraban allí competencias, torneos, justas y espectáculos para entretener a los antiguos habitantes de la zona.
Líbor, la isla infectada por inmensos matorrales claveteados de espinas, pasó a ser el estado de los malhechores hasta convertirse en una sombría monarquía a cuya cabeza se encontraba Azabache el Negro. Cuando éste fue confinado por el hada madrina Avellana y Cuarzo, Líbor comenzó a ser conocido simplemente por Reino de Líbor, desplazando sus antiguas denominaciones como isla de Pantapúas o Laboratorio de Azabache; aunque fuese un solitario feudo sin monarca.
Como consecuencia, algunas zonas del castillo ya no se usaban para los fines que fueron creadas.
Los viajeros venidos de Amarilis transitaron el viejo palenque y tocaron la gran campana que pendía de una cuerda en la que los insectos desfilaban dando sus paseos nocturnos.
Transcurrieron algunos minutos hasta que alguien asomó sobre las almenas, escrutando a los recién llegados tal cual hicieran los murciélagos que salieron despedidos por las ventanas abiertas entre las antiguas saeteras, troneras y canecillos.
Por la única puerta de acceso al castillo colgaba espesas telarañas cuyas tejedoras se lanzaron de inmediato sobre los chicos y el capitán. Tractor se deshizo de ellas apretándolas con sus manos y pisándolas.
A través de la pequeña abertura en la puerta recibieron la mirada proveniente de unos ojos desconocidos y penetrantes. De pronto, las trancas se alzaron y los quejumbrosos goznes rechinaron metálicamente.
Penumbra- así se llamaba la dama- separó al fin las dos hojas que componían la puerta que exhaló un par de agudas y resecas quejas. Les invitó a pasar sonriendo extrañamente.
Habiendo ingresado el pequeño escuadrón de Amarilis a la sala cerró la puerta y siguió riendo.
Los chicos observaron como la escalera se poblaba de búhos que no cesaban de chistar.
__Venimos por Anaís. ¡Sabemos que está aquí!__ Exclamó Tractor dando una mirada hostil a Penumbra mientras retenía el aliento y apretaba los puños. La dama rió más y más como si el tatuado hombre acabara de pronunciar un excelente chiste.
__ ¿Y quieren llevársela?__ preguntó mientras se dirigía hacia lo alto de la escalera ¡sin pisar el suelo!
__ Por supuesto.__ El marinero observó cuánto había cambiado el castillo desde la última vez que lo visitara… la sala principal que antes conformaba las fortificaciones de la torre para resguardar la familia real ante el ataque de los enemigos había sido trasladada abajo.
__Deberán hablar con él, ¡con mi señor!
Cuando la dama, envuelta en un ceniciento vestido que le cubría enteramente el cuerpo sobre el que ondulaba un delantal tan blanco como la cofia que lucía, llegó hacia la cima de la escalera, una horrorosa figura apareció directamente frente a las narices de los de Amarilis: ¡el siempre deleznable Pantapúas!
Bajó los peldaños, estremeciéndolos, los pasos resonaron en los cuatro rincones de la sala que devolvieron graves ecos. Apoyaba el gigantesco cuerpo sobre dos pies descomunales cuyos dedos doblados hacia abajo se cubrían con unas gruesas botas de piel.
Lucía sobre el cuerpo, cuyo torso era ancho en extremo, una corta túnica de piel oscura, en los brazos refulgían sendos brazaletes y remataban el grueso cuello collares de metal repletos de piedras, dientes y huesos.
Su piel combinaba fulgurantes escamas azules con púas y sus ojos, plateados, carecían de párpados. Apenas un poco de cabello, blanco como la nieve, le cubría el cráneo. La boca flanqueada por prominentes mandíbulas, era enorme, horrible y en ella asomaba un par de colmillos. Estos colmillos eran mortíferos, porque además de ser filosos como espadas, capaces de triturar hasta reducir a polvo a sus víctimas, podían inyectar abundantes dosis letales de veneno.
Aunque por lo general Pantapúas no usaba este método, sino que entregaba a las cocineras los frutos de las cacerías obtenidas con las armas que él mismo fabricaba. En Amarilis se decía que así manifestaba ciertas actitudes de humano que le recordaban al bellísimo Alamar que en algún tiempo, había convivido con su terrorífica mente.
__ ¡Oh, pequeños amigos! ¿Cómo estás, Tractor? Hace mucho que no recibo tan gratas… visitas… __Las escamas relumbraban al reflejar la luz proveniente de los candelabros. Los ojos oblicuos se detuvieron en cada niño por unos instantes.
__ ¡Déjate de tonterías, estúpido monstruo, y entréganos a Anaís!__ rugió el marino.
__ ¿Creen que se la llevarán sin pagar nada por su rescate? __ Sonrió y desplegó los brazos. __ Además, pobrecita… ¡La he encontrado temblando en la costa! ¡Ja, ja! Como brizna de hierba… ¡sacudida por tempestades! ¿Recuerdas las tempestades, viejo marinero? ¡Oh, perdón, la dama Zarial te ha elevado a la categoría de capitán!
__ ¡La princesa debe estar en su reino! Lo sabes mejor que yo. ¡Rayos y caracoles! ¡Devuélvela!
__ Antes deberemos hacer un pacto. Los niños se quedarán y tú regresarás a Amarilis y llevarás… ¡esta carta!__ Sopló y se encendieron llamas mientras se desenrollaba un pergamino __en el que escribió sin tocarlo dirigiendo sus ojos hacia el papel__. La dama que abrió y cerró la puerta del castillo se acercó a Tractor metiendo el rollo dentro de un frasco que contenía un líquido azul. Acto seguido, se lo entregó al capitán de Amarilis.
__ ¡Los niños van conmigo!
Renzo miró a los otros y de pronto armonizaron un ataque por sorpresa. Franco disparó rayos a los escamosos brazos del ogro, Pantapúas se quejó roncamente y Penumbra liberó a unas cuantas criaturas horribles de las jaulas que ornamentaban la amplia estancia.
Criseida saltó muy alto, luego se perdió en una serie de giros que desafiaban la gravedad, quitándose de encima a varios de los pequeños monstruos.
El capitán, empuñando la espada, se acercó a Pantapúas y este de un soberbio manotazo se la arrancó de las manos. El capitán y el ogro trenzados rodaron por el piso en funesto abrazo hasta que volvieron a incorporarse. Renzo sin moverse de su lugar arrojó al monstruo una verdadera lluvia de enseres, todos los que había depositados en mesas, aparadores y bibliotecas a la vista.
Volaban cornamentas, huesos, cráneos y colmillos que el monstruo atrapaba y devolvía con gran ímpetu. Los chicos los esquivaban mediante rápidos y eficaces movimientos. Franco continuaba avanzando hacia el monstruo dispuesto a flecharle con una buena dosis de rayos de tormenta los ojos oblicuos, cuando ya le tenía muy próximo se oyó una delicada voz, que le obligó a interrumpir la marcha, detener el paso y cerrar los puños…
__ Por favor, déjenlo, no resisto más…
¿Alguien podría dudar que aquella voz angelical no perteneciera a Anaís, princesa del reino de Amarilis?
Un enano, a las órdenes de Pantapúas, la rociaba con un horrible brebaje provocándole la misma sensación que agujas clavándose en la piel, de este modo la obligaba a rogar a sus amigos que no continuaran combatiendo con el ogro.
A través del Cuerno la plegaria llegaba nítida y clara, como si Anaís estuviese a unos pasos de la sala.
Los niños, fieles a la princesa, atendieron la súplica y depusieron rayos, golpes y saltos.
En cuanto a los enanos había muchos de ellos en las tierras de Líbor, en su mayoría actuaban según su conveniencia y la mayoría de los de aquellas tierras tenían sembrada en su corazón la semilla de la maldad. ¡Qué mejor lugar para abonarla que la amistad con Pantapúas! La Gente Buena enana __ porque había enanos muy buenos__, acabadas las Guerras Primitivas, se estableció en los Montes Kalí, en las cercanías de Lago del Oro, en el reino de Amarilis.
__ Está bien, capitán. __ Pronunció Renzo, sin disimular la postrera angustia, notando como desvanecía su rayo en la palma de la mano que metió con prisa en el bolsillo del trajecito verde.__ ¡Ve, Tractor! Te aguardaremos aquí. Nada nos ocurrirá.
Más… ¡cuánto querría creerlo él mismo! La verdad indicaba que quedaban a merced de las siniestras criaturas que convivían en el castillo, de su tenebroso amo y señor, y de todos los engendros que se arrastraban agazapados en las penumbras de Líbor.
El monstruo sonrió y la dama abrió y volvió a cerrar la puerta detrás de Tractor, que antes de irse anunció que pagarían muy caro los de Líbor si le hacían daño a uno solo de los De Oro o a la princesa de Amarilis.
El capitán abandonó el perímetro del castillo sin cesar de refunfuñar cual herida bestia ante el cazador. Pegando rápidas ojeadas al cielo tachonado de estrellas que se tendía de lado a lado sobre la isla como una manta roída.
Camino a su embarcación percibió un susurro entre los matorrales. Se volteó y contempló maravillado a Dama Verde.
__ ¡Centellas en altamar! ¿Qué haces aquí? ¡Este lugar es peligroso para ti!
__ ¡Soy yo quien cuida tus espaldas, orgulloso hombretón! __ Se quejó el hada, de la que se advertía únicamente el rostro enteramente rodeado por hojas de enredaderas y hiedras. Desde que Tractor le salvara de los agresivos cortes de las hoces de los Piratas Buscatesoros que quitaban la maleza para adentrarse en Isla Abandonada, se volvió su amiga y para él no se ocultaría Nunca Jamás…
__ Dama Verde, ¿qué haces en Líbor?
__ ¡Ay, mi capitán! ¡Qué despistado eres, Gente Buena! Estaba en la nave y de pronto, tumbos y más tumbos, sorprendida comprobé que estaba navegando. Asomé y ví horribles serpientes de mar así que me mantuve quieta… Un tiempo… Debería quejarme… No vine, ¡me trajiste tú, capitán!
__ Pero… deberías regresar a Reino de Hadas.
__ Sí, pero también debo estar cerca de ti.
Dama Verde pertenecía a la Comunidad de Damas Verdes ubicada en los frondosos Bosques del Viento Nuevo, en Reino de Hadas, donde poseía un suntuoso y bellísimo castillo de cristal, repujado en hielo y coral, donde el sol al reflejarse creaba cientos de luminosos arco iris.
Siempre había preferido la aventura, errar por los caminos y por ello estuvo a punto de morir cuando no pudiendo escapar de los piratas se convirtió en hiedra para ocultar su presencia, y casi muere si no fuera por la oportuna presencia del capitán.
__ Está bien, regresaremos a Amarilis.
__ ¿Y los niños?
__ ¡Los tiene el monstruo!
Dama Verde se estremeció y las enredaderas se agitaron, temblando. Una de las puntiagudas orejas se inclinó y los rasgados ojos se cubrieron de un opaco velo otoñal.
__ ¡Creo que debo regresar contigo! Esta vez seguiré tu consejo… ¡Ten cuidado! ¡Mira detrás de ti, grandote!
Tractor giró y aguardó: las arañas que había pisado antes de ingresar al Castillo de la Niebla, y que supuestamente había liquidado, resucitaron, infladas y encrespadas y estirando las patas, acometieron al capitán, chillando.
El capitán ciñó su espada y fue librándose de ellas una a una.
__ ¡Dichosos los mares que te han conocido Tractor! ¡Ves, Dama Verde, de nada les valen sus ocho ojos ni sus ocho patas! ¡Ja, Ja! __, se jactó el robusto marinero y se rascó convulsivamente el rostro, los brazos y las piernas, víctima de un ardiente escozor provocado por las patas peludas de las arañas.
Dama Verde no lo sentía, estaba sobre cubierta aguardando a Tractor, el hombre que no se amedrentaba fácilmente y al que pocas cosas le inquietaban al punto de sentir temor. Sólo había una cosa que no le gustaba de él al hada: aquel montón de tatuajes de criaturas fantásticas como aquellas serpientes asomando espantosos colmillos, dispuestas a atacar.
Quería mucho al viejo pirata y por nada del mundo le criticaría los asquerosos dibujos porque podía indisponerse con ella al punto de no hablarle más.
Y si un hombre se niega a ver un Espíritu de la Naturaleza este debe desaparecer por Siempre Jamás al instante. Es una Regla Mágica.
Conocido era el mal carácter de Tractor. Aunque debe reconocerse que desde que se trabó en amistad con Dama Verde del Viento Nuevo retornaron al capitán las risas y las fanfarronadas.

 

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