EL ENCANTADOR DE SERPIENTES. Capítulo 19



__Me he aburrido mucho. Pero hoy me divertiré por todos estos años de soledad, Pleura, enviaremos a tus amigas para darles una cálida bienvenida.__El mago sonreía diabólicamente mientras Pleura le seguía silenciosa.
Franco sintió el crujido de viejos baúles en la habitación continua.
__ ¡Estáis en libertad!__gritó el mago y abrió una de las pequeñas puertas secundarias del frente del castillo.
Una multitud de serpientes y viboreznos comenzaron a morder camino con sigilo adelantándose hacia donde venía el pequeño grupo, con los colmillos al descubierto y las bífidas lenguas por escudo.
__ ¡Oh, no! ¡No es posible! ¡Son demasiadas!__gritó Zarial al advertir las funestas presencias.__No podemos defendernos… ¡Oh, no! ¡Están en todas partes!
En efecto, la señorita Zarial tenía razón. A la expresión aterrada que desmayaba en sus ojos y al tono de pánico que enronquecía su garganta le sobraban motivos para delatarse. No valía ningún truco mágico de Zarial frente a la magia superior de Azabache.
El momento era caótico. Estaban a punto de ser descuartizados y devorados. Los ofidios trepaban a los árboles, se agazapaban en las matas de arbustos, hojas secas y enredados helechos que las ocultaban en un santiamén.


No distinguir claramente al enemigo disgustaba a Tractor, las serpientes eran venenosas, Azabache no las liberaba por buenas sino por colegas de su maldad.
Aquellos animales podían matar a un hombre en unos segundos. Azabache siempre había sido amigo de la ponzoña que anida en los seres por naturaleza y que él llevaba en el corazón por decisión propia.
__ ¡Lisandro! ¡Tú puedes!__gritó Renzo, presa de la euforia.
__ ¿Puede qué, jovencito?__preguntó Zarial sin entender las palabras del niño y sin pestañear desde que vio los asquerosos bichos retorciéndose.
__ ¡Puede detener las víboras!
__ ¿Cómo?
__Son demasiadas.__Argumentó el aludido.

__ ¡Puedes hacerlo!
__ ¿Hacer qué?__Zarial estaba agotando la paciencia.
__ ¡Encantar serpientes! ¡Es un encantador de serpientes!
__Casi no lo recuerdo. Me pones en un aprieto.__Contestó Lisandro.
__ ¡Puedes hacerlo! Nos contaste ¿recuerdas? ¡Es más, dijiste que siempre te acompañaba algo? ¡Vamos, vamos! Acabaremos mordidos por esas ponzoñosas víboras si no te apresuras. ¿Qué no ves? ¡No son culebritas de manantial!
Lisandro meditó y apagó por unos instantes las brasas negras que en sus ojos siempre estaban encendidas. ¡Hacía demasiado que no encantaba serpientes! Y ahora de buenas a primeras le pedían que encantara serpientes. ¡No una, miles y miles según apreció!
De pequeño se había dedicado a ello… pero… ¿no era esa vida la que le empujó a huir una soleada mañana como polizonte en un viejo buque de piratas de bandera extranjera?
¡Por fin! murmuraron todos al advertir en el muchacho una vivísima alegría que se manifestó en su semblante sin que él mismo pudiera percibirla. Era la luz de la esperanza que brilla en todos los seres cuando les alcanza una idea de salvación ante el peligro.
Extrajo de la ancha faja de oscuro algodón que le sujetaba el sencillo y largo languti el único objeto que conservaba de su tierra: la flauta para encantar serpientes. Estaba compuesta por un junco que incorporaba una calabaza, dos tubos de bambú y uno de latón.
Lisandro la tomó con veneración y la elevó hacia el rostro de aceitunados reflejos. Se encomendó a Siva y comenzó a tocar.
Una música de acordes bellísimos recorrió la isla negra y los ofidios comenzaron a salir de los escondrijos y elásticas cual varas sacudidas por enhiestos huracanas se ondularon. Comenzó una fatal danza. Las horrorosas cabezas se movían a todos lados como marionetas sujetas por un piolín.
Los cilíndricos cuerpos acompañaban las rítmicas cadencias. Las que se deslizaban por los árboles, silenciosas, ante el embrujo de la flauta retornaban al suelo.
Lisandro no pestañeaba, sus rígidos músculos y su cerebro estaban concentrados en los movimientos de la flauta, pues sus manos y el instrumento también danzaban.
Fue retirándose hacia atrás mientras una gruesa columna de reptiles le seguía, el joven músico llevaba en la mente la imagen de su tierra natal donde su padre ganaba monedas como encantador de serpientes.
Esa era la única fuente de ingresos familiar que conocían para comer todas las noches. A Lisandro no le resultaba comprensible la frase que usaba su papá “es lógico que aquello que nos da vida un día nos traiga muerte y debes aceptarlo, eso es sabiduría, ya lo experimentarás…”
Eso de muerte no quería ni oírlo, ¡era un niño!, ¡y menos imaginarse mordido por una de aquellas espantosas serpientes del cesto que su padre dejaba con veneración en uno de los rincones de la pieza! Ni él ni sus hermanos dormían oyéndolas… también llegó a encantarlas pero no quiso aguardar el momento en que un día las serpientes le encantaran a él sin flautas.
Vanity y Avellana al ver como los ofidios y Lisandro dejaban el camino libre se animaron a descender hasta Zarial.
Lo habían visto todo desde la copa de los árboles. Temían a las serpientes que además, constituían una de las armas predilectas de brujas y hechiceros como si entre ellos persistiera a través de los siglos un auténtico romance.
Lisandro no le había jurado amor eterno a ningún reptil, había huido de ellos asomando en los cestos al compás de las flautas encantadoras, y si bien a partir del naufragio en Líbor se había vuelto indiferente en numerosas cuestiones llegando a creer que la nacionalidad no era en los seres más que una circunstancia casual, en su mirada de perla negra sobrevivían la astucia de los viejos tigres de Mompracem, el silbido de los bambúes y la sacralidad del Ganjes.
A medida que se confundía con el follaje el mancebo iba levantando los brazos con graciosos movimientos. Cada soplo que estremecía los tubos recorriéndolos, inclinaba y mecía a Lisandro y los ofidios como si formasen parte de un ensayado espectáculo.
Podía oír latir su corazón y la respiración de cada una de las bestezuelas. Podía palpar el peligro de cientos de colmillos que le seguían aunque no se hallaba en modo alguno tembloroso. La misma flauta se desdoblaba cual una cobra al asecho.
__ ¿Cómo se librará al fin de ellas?
__No lo sé.__Respondió brevemente Zarial al hada.__Pero él sabe lo que hace.
Lisandro detuvo los acordes un instante y silbó extrañamente, luego tomó la flauta encantadora y giró en suaves remolinos como si ella jalara de él, las serpientes imitaron el movimiento. Daban vueltas y vueltas.
Lisandro fue aumentando el ritmo de los giros. También los reptiles. Hasta que la velocidad lo hacía casi invisible a los ojos. Flauta y muchacho se homogeneizaron en un solo elemento fusionado y moldeado que, cual concebidos en idéntica naturaleza, no dejaban de girar. Tampoco las serpientes. Hasta que el frenético baile se detuvo y los ofidios cayeron al piso y nadie advirtió en ellas la mínima señal de movimiento.
Lisandro, en puntas de pies, bordeó la peligrosa alfombra multicolor.
__Tardarán unas horas en despertar.
__ ¡Eres un genio!__murmuraron a coro las hadas.
__Así es, es un joven normal sin embargo goza de privilegios paranormales. ¿Me enseñarás algún día? ¡Quisiera aprenderlo!
Lisandro asintió y la señorita Zarial le agradeció con una pequeña sonrisa y el hindú lo tomó como un premio viniendo de la alcaldesa.
¡Azabache estaba perplejo! No sabía de la existencia de un solo humano capaz de semejante proeza.
La prisa que tenía en desembarazarse de las hadas, los niños y Zarial le llevaron a no pensar más en Lisandro y su extraño don, y reanudar con esmero sus artes maliciosas.
Luego de revolver en el caldero la hirviente mezcla espesa, que crepitaba rompiendo a borbotones la superficie, volcó parte de ella en dos fuentecillas. Con ellas rebosantes se dirigió a una caja de vidrio apostada sobre una de las viejas mesas que abundaban en la amplia estancia. Dejó las dos fuentes en el interior de la misma. Prácticamente en un santiamén las hormigas que vivían en el interior del hormiguero artificial se prendieron al borde de los recipientes y devoraron ávidamente la mezcla. Al cabo de unos instantes varias comenzaron a hincharse hasta alcanzar el tamaño de un ser humano.
El Negro rió extasiadamente, las envió afuera y observó desde una de las ventanas del frente.
Tractor desenvainó… hormigas enormes, rojas y negras, como locas avanzaron directamente hacia Tractor y Renzo que abrían la caravana. Las hormigas, en las que obró el hechizo, atacaron a los de Amarilis y Reino de Hadas con ferocidad. Tractor, Renzo y Lisandro se trabaron en combate con ellas.
La señorita Zarial ordenó a Vanity y Avellana que subieran a la copa de los árboles y tomando unas piedras no cesó de golpearles el redondeado abdomen, luego pidió que las piedras pudieran encenderse, ¡Sea!, gritó y sucedió, las piedras se convirtieron en fuego y varias hormigas huyeron excepto la hormiga jefe que probó con perseguir a Renzo.
El chico corría ciego, sin detenerse siquiera a mirar por donde saltaba, con el pensamiento fijo en la hormiga gigante que le seguía a corta distancia.
__ ¡Renzo, no huyas, te ayudaré! ¡Déme eso, ya no le hace falta!__ gritó Zarial y arrancó de las manos de Tractor la espada. El capitán ni cuenta se había dado de qué sucedía pues acababa de derribar la última hormiga… a la vista. Pues aún la escalofriante hormiga roja gigante perseguía a Renzo.
Renzo no la oía. Corría y corría. La hormiga también, ¡corría y corría erguida!
Hasta que el niño tropezó con una despareja roca y cuando la hormiga fue a abalanzarse sobre él Zarial se arremangó la enagua, saltó sobre la despareja piedra en digna actitud del más entrenado gimnasta ¡y de un solo golpe atravesó a la bestezuela en dos!. La cabeza quedó moviendo sus antenas negras sin control y las patas se contrajeron en múltiples convulsiones.
__ ¡No sabía que era tan buena usando esto!__ Dijo Renzo. Zarial le tendió la mano. Ambos sonrieron y se unieron a los otros.
Vanity y Avellana bajaron de las ramas altas, rezongaron con Zarial por sus consejos aunque sabían que tenía razón, Vanity no podía usar poderes en ninguna parte pues ello se consideraba en el reino de hadas un acto de corrupción al tratarse de una autoridad pública de máximo rango; y Avellana sabía bien que si usaba la única oportunidad en la Isla de Rayos y Truenos podría desperdiciarla y ya no habría vuelta atrás. Tractor no abrió la boca. Estaba pasmado.
__ Azabache es muy capaz, conoce fórmulas y fue en algún momento el que más conocía de todas las ciencias, usaba sus conocimientos para crear criaturas asesinas, y se enfrentó a los buenos Espíritus de la Naturaleza sin respeto alguno...__ Avellana estaba muy triste.
__ Aquí, solo y con todo el tiempo del mundo debe haberse dedicado a perfeccionar sus horribles creaciones.
__ Así es, Vanity. ¡Debemos liberar a Franco cuanto antes!
Adelantaron el corto camino que les separaba del tétrico castillo, el mago oscuro preparaba la próxima sorpresa cuando oyó la voz de Avellana.
__ ¿Qué quieres?__ gritó.
__ ¡Asómate! ¿No temerás a un hada?
El mago rió, jamás les había temido a las hadas, al contrario, siempre las había considerado unas tontas que vivían preparando jarabes de flores y elíxires de frutas, pero desde que el Hada Madrina lo debilitó al punto que Cuarzo el Blanco lo encontró sumamente decaído y le envió a la prisión les temía, aunque no lo reconociera. Escuchó lo que el hada decía.
__ Deja salir al niño. No tiene nada que ver con nuestros asuntos. Luego te diremos donde están los candados para que puedas irte de aquí. ¿No es eso lo que quieres?__ Avellana hablaba en medio de la niebla espesa que otra vez volvía a condensarse en los alrededores; los otros permanecían en silencio y apostados detrás de los arbustos.
__ Ve por esa idiota, Pleura…__ susurró Azabache.
Pleura salió arrastrándose por una de las ventanas laterales y cuando se dispuso a saltar sobre Avellana, pues poseía la facultad de incorporarse con facilidad, Zarial y Tractor gritaron, saliendo de los arbustos y se trabaron en enroscada lucha con el reptil. La espada de Tractor resplandeció con aquel brillo de triunfo y Pleura soltó unos ruidos graves y espantosos retorciéndose ante los cortes que le efectuó el marinero.
El mago estaba furioso, iba y venía dentro de la habitación, su larguísima barba negra Azabache se mecía y los negros ojos despedían furibundas chispas. Franco contemplaba la escena en silencio, incapaz de contener el porfiado temblor que lo aquejaba, temblaba de pies a cabeza, víctima de un consistente pavor.
__ ¡Está bien! –Gritó.__ Te devolveré al niño, lo he retenido para hacerlo confesar donde están los candados y parece que no lo sabe, si te lo devuelvo ¡me lo dirás!__Observó el gesto del hada asintiendo__ Supongo que tendrás palabra. ¿Para qué quiero un niño? ¡Son horribles! Y deberías tener en cuenta que no he usado en él, digamos… ninguna ayuda para que soltara la lengua.
__ ¡Déjalo salir entonces!
Afuera, la tripulación que el Alas de Plata trajera a la isla, aguardaba con impaciencia que el muchacho se asomara de una vez por todas.
Pasaban los minutos y nada, entonces, víctimas de la espera infructuosa, fueron arrimándose a la enorme puerta en la que relumbraba un par de manijas redondas y lustradas.
Dentro, el mago, mirando a Franco, pronunciaba una serie de palabras en el idioma que sólo los magos pueden comprender. Cuando terminó la frase hizo una seña al niño.
Franco comenzó a caminar torpemente. El primer impulso fue correr, pero sin saber por qué, sus piernas le pesaban muchísimo. Continuó hacia la puerta. A la pesadez de las piernas se le sumó un calambre en los brazos que se descargó con furia hacia el estómago, la espalda, la cabeza… Todo parecía girar y ya no sabía quién era.
Cuando atravesó el umbral y todos fueron a recibirle, Avellana se adelantó para tratar directamente con Azabache el Negro, aunque no tenía ni idea sobre dónde estaban los candados, algo se le ocurriría con el poder que podía usar.
Los otros retrocedieron aterrados ante el panorama: el vivaz Franco estaba convirtiéndose en una cosa horrible.
Apreciaron, trémulos de pies a cabeza, la pequeña voz que se ahogaba lentamente suplicando auxilio… Una asquerosa rata enorme fue completando su anatomía. ¡Franco acababa de transformarse en una rata merced a las malas artes del mago desterrado de Tierras Mágicas!
__ ¡Tienes cena, Pleura, levántate!__. El mago acompañó la exclamación riendo estrepitosamente.
Anaís, muy pálida, temblaba como brizna de hierba ante el huracán, al observar como los trozos de la serpiente se unían y volvían a arrastrarse y se dirigían a Franco, o… mejor dicho, a la rata.
Pleura era capaz de moler los huesos de un humano como si se tratarse de crujientes papas fritas entre sus anillos constrictores. Abrió muy grande su boca y fue cuando Avellana, que ya no resistía la imagen ni los gritos de consternación del grupo, y merced a su gran corazón en el que los niños disponían de primacía, usó su poder.
Tomó la varita mágica y dirigiéndola a ellos convirtió por Siempre Jamás a Pleura en una tímida lombriz de tierra y al espantoso roedor en Franco.
Todos se alegraron por el retorno del niño, aunque la tristeza se coló implacable en las miradas. Ahora estaban tal cual el cervatillo extenuado ante el hambriento felino: a merced del mago siniestro, ya que el Hada Madrina, la única que gozaba de poderes como para enfrentar el mal, acababa agotar la única oportunidad de la que disponía.
Hechicero Negro lo sabía y por ello decidió salir al encuentro de los niños, las damas y Tractor.
__ He decidido salir, como ves.__ Dijo y rió profiriendo atronadoras carcajadas. __ ¡Sean bienvenidos! ¿Dónde están los candados? ¡Ya tienes al niño!
__ ¡Cínico! Has sido muy hábil, Azabache, has obligado a Avellana a usar su poder, pero no te saldrás con la tuya. ¡No vencerás ni escaparás!__ En realidad la señorita Zarial decía estas cosas sin sentir un mínimo de seguridad pues no se le ocurría nada para salir de allí. Su cerebro estaba embotado por una niebla de inexpugnables murallas.
Avellana se veía bien, lo que no contradecía la conciencia de la gravedad de usar por segunda vez sus poderes en la isla negra.
Se repetiría la historia, o sería peor, Azabache el Negro había comprobado que enviarla al País de los Sueños no era suficiente para quitársela de encima por Siempre Jamás.
 

ANAIS- Jacqueline Dárdano © 2008. Design By: SkinCorner