PAIS DE LOS SUEÑOS -Capítulo 7





Vanity, la bellísima Reina de las Hadas, pasó revista al ejército que viajaría al País de los Sueños y se mostró conforme al comprobar cuán previsora era Takis, la sargento. Las hadas soldado llevaban las armas necesarias para enfrentar los peligros que asechaban en las tierras donde dormían las hadas, duendes y magos. Desde disparadores de rayos de espinas a bombas de vegetales traídos de tierras lejanas en exclusividad para Reino de Hadas.
Los carros de provisiones estaban listos y rebosantes: panecillos de maíz y miel, jarrones de leche de oveja recién ordeñada, frutas cortadas y aderezadas, así como botellones de jugos de hortalizas y fresas.
En el carro de Primeros Auxilios se había reparado en todos los detalles, los botiquines estaban repletos de vendas cítricas, parches de geranios, hilos de sutura de rocío y tejidos curativos tejidos por arañas especializadas, lunares para reparación de alas y geles para protegerlas.
Completaba el arsenal una variedad de antialérgicos, analgésico de peras y sauces, antifebriles, inyecciones de banana para articulaciones doloridas, calzado especial de cortezas resistentes y un esmerado quirófano.
Las soldados ordenadas aguardaban la llegada de la señorita Zarial, que no había sido menos previsora, aunque su cargamento era diferente porque debía sacar de las emergencias mágicas a todo el escuadrón.
Sabido era que muchos hechiceros habían esparcido terribles conjuros en las afueras de País de los Sueños, para que nadie interrumpiera el sueño de los que habían enviado a parar allí.
La alcaldesa de Amarilis los conocía casi todos, sin embargo, algunos continuaban siendo un enigma, como el encantamiento que llevó al Hada Avellana a cerrar los ojos por Siempre Jamás. De todos modos, estaba dispuesta a intentarlo. Enfrentaría a los Guardianes de Conjuros con su arsenal de pócimas, hechizos y oraciones.
Si bien Zarial no era un hada fue autorizada y entrenada por Reino de Hadas para usar ciertos conocimientos y otorgarlos a los humanos especiales que cuentan con el Tercer Ojo de la Sabiduría y Buen Corazón.
Las hadas por su fragilidad no podían encargarse de todos los asuntos y siempre les habían causado problemas los Cazadores de Hadas, que solo buscaban estamparlas en pintura y probar su existencia con imágenes o capturándolas.
Cuando estuvieron listos todos los preparativos luego de que Zarial arribara en su transporte de cebras aladas que dejó en el Parque de Bienvenida, Vanity, engalanada como la Suprema Jefa de Estado, vistiendo uniforme verde oliva, kepi al tono, lustrosas botas militares y luciendo en hombros, pecho y antebrazos, brillantes condecoraciones y galones __ realizó una breve ceremonia protocolar.
Concedió el permiso para partir, deseó buena suerte y no regresó al palacio hasta que los escuadrones se perdieron a su vista mientras la banda del ejército continuaba ejecutando himnos y marchas alusivas a enfrentamientos pasados, cuando los días eran oscuros y la magia comenzaba a planificar una perenne aurora.
Las soldados abandonaron Ciudad de Fresa. Las de rango iban montadas sobre blancos unicornios vigilando el orden y normalidad de la marcha. Las demás soldados eran transportadas en carruajes transparentes tirados por unicornios celestes.

Zarial iba al final de la caravana en un sólido carro de roble que conducían cuatro unicornios ricamente ataviados con pedrerías. Al atravesar la Muralla de las Madreselvas que marcaba la frontera norte de Ciudad de Fresa los unicornios apuraron el galope. Cruzaron a gran velocidad la Floresta de las Alseides, Manantial Mineral, Paso de las Azucenas, el Gran Lago de las Ninfas donde las hadas peinaban sus largos cabellos y confeccionaban nuevas peinetas de coral y perlas.
Las hadas del Valle de los Áloes y Tulipanes reparaban sus hogares construidos en pétalos, cuando la caravana pasó, a su paso saludaron y continuaron almacenando néctar bajo raíces y bulbos. El Monte Dedos de Luz se abrió como un abanico, desde allí podían divisarse los contornos de la Comunidad de Gnomos y las Minas de Oro cercana al Desierto Llama del Mago…
Continuando al suroeste de Reino de Hadas la expedición escaló las montañas de cacao, descendiendo luego por laderas, pendientes, rápidos y cascadas. Cuando el horizonte delató un esplendoroso arco iris, el hada Arienne al advertir el ejército, realizó el clásico gesto de permitir el paso y ordenar el retiro de la comunidad aérea que comandaba: los ingrávidos silfos amasados en aire y luz.
Transitaban las últimas porciones pertenecientes a Reino de Hadas, donde vivían los silfos que abandonaban el vuelo sólo para nadar en las aguas que enjuagaban las faldas de las montañas.
Los Estatutos Reales prohibían volar excepto en casos de emergencia, el cielo debía estar despejado y límpido, ya que muchas hadas vaticinaban según el olor, el color y los síntomas climáticos del cielo. También debía cuidarse el tránsito de los extranjeros permitidos, generalmente, humanos que poseían el Tercer Ojo, venidos o recomendados por Amarilis. Un enjambre de alas revoloteando hubiera provocado accidentes fatales en varias oportunidades.
Sólo la familia real en ciertas ocasiones, los soldados de rango y las doctoras por urgencias podían sobrevolar Ciudad de Fresa, y siempre utilizando transporte, respetando la excepción del Expreso Aéreo, que cumplía sus horarios y recorría Ciudad de Fresa transportando niños y hadas adultas a sus trabajos y recreaciones.
Para aquellos que tenían dificultades para volar o los niños de la comunidad hada existía un Parque de Entrenamiento Aéreo dispuesto con todas las medidas de seguridad para evitar incidentes.
Únicamente a los silfos se les reservó un área de vuelo permanente, alejados del reino, porque prohibirles volar hubiera sido como matarles, les era imposible vivir caminando o nadando.
El cielo fue tiñéndose de intenso naranja y las vegetales siluetas se tornaron negras, en ese instante fue en el que todos los unicornios desplegaron las alas mientras las hadas las suyas plegaban y se hicieron a los cielos, devorándolo cual veloces cometas.
Grandes y cenicientos nubarrones se intercalaban dando paso a espacios oscuros iluminados por luceros a modo de pequeños faroles hasta que País de los Sueños estuvo cercano. Grandes nubes blancas y algodonosas filtraban apenas rayos de una aguada luna tendida sobre una morada frazada y una lluvia de polvo de estrellas se esparcía en el aire.
__ Pero… ¿qué es eso?__ preguntó Zarial.
__ Se trata del Cinturón de Puestos de Guardia de Hechizos, __ Respondió Takis. Se refería a las extensas arboledas blanquecinas entretejidas con densas marañas de espinosos brazos, que estiraban cuando los extranjeros intentaban adentrarse en el territorio. __ Es nueva, responde a los duendes.
__ ¿Y la Posada del Custodia?
__ Seguramente habrá que informar de la situación, luego de esa misión, el presente es difícil, no contamos con Cuarzo ni Avellana, ni siquiera, alcaldesa, disponemos de Oberón. Tratamos de evitar repetir las guerras, aunque, el Oráculo vaticina horas negras para el futuro del reino. Las fuerzas de la hechicería están recobrándose… Hace mucho que Reino de Hadas no inspecciona estos terrenos.
Cuando la sargento acababa de hablar los brazos de los matorrales se abrieron y una gran nube de insectos, amenazante, se abatió sobre el contingente, profiriendo terribles chillidos guerreros y envueltos en una ácida marejada de olores penetrantes.
Rápidamente, las primeras líneas de hadas de ropajes camuflados dispararon explosivos de ajos y gases de cebolla. El enemigo representaba un cuerpo de élite aéreo de los duendes dañinos que trabajaban para los hechiceros negros.
Uno de los escuadrones que respondían a la sargento Takis disparó metros de cordel y colocó bozal a un gran número de atacantes para inutilizarles las enormes tenazas. Luego, otras soldados embetunaron las patas de los más peligrosos con espesas jaleas reales.
Las hadas trepaban, gritaban, resbalaban y volaban desordenadamente sobre la multitud de insectos. Las que vestían chalecos de ortigas llenos de urticantes pelos lograban la huida de algunos monstruos. Takis arrojaba agujetas de pino y puntiagudas piñas que se clavaban, impecables, en los movedizos blancos. Famosa era su puntería en los Archipiélagos del Enigma.
La señorita Zarial hacía lo suyo valiéndose de pequeños sortilegios. Hasta que comprendió la inminente derrota al advertir los duendes que se acercaban montados en gigantes langostas que daban grandes saltos, formados en ejército.
Venían armados hasta los dientes con afiladas espadas de madera y contra sus bolas enciende-llamas nada pudo hacer el Escuadrón Salamandra de las hadas.
Las hadas se trenzaron y muchas cayeron enredadas y ovilladas con los duendes. Los unicornios se inquietaron y comenzaron a trotar sin rumbo.
Zarial se enojó mucho, quedó colorada y el cabello rosa echó chispas granates; entonces, revoleó la verde capa y arremangándose el largo vestido verde limón, trepó a uno de los unicornios y habiendo ubicado al jefe de los duendes, se dirigió a él.
Cuando le hubo alcanzado, le increpó duramente y le ordenó que retirara las “hediondas huestes”. Las hadas estaban perdiendo las alas y los carruajes de Primeros Auxilios agotaban sus provisiones.
__ ¿Te das por vencida?__ preguntó el Jefe de los Duendes que tenía las orejas muy largas y en punta, vestía un pantalón y chaleco naranjas y calzaba unas gigantes botas de piel y tigre, y medía poco más de la mitad que lo que medía Zarial.
__ ¡Jamás, Cauchemar! Te reto a que retires ese montón de indignos luchadores. Sabes que violas el Código de Honor de la Naturaleza. Hadas y duendes no deberían enfrentarse. Aunque los tuyos siempre han actuado a su conveniencia y quebrado todas las reglas.
__ ¡No deberían! ¡No deberían! Basta de esa basura, Zarial. Me pagan para ello los Poderes Oscuros que son más divertidos que tus amigos.
__ Los Poderes Oscuros son tétricos y mediocres.
__ Acaso ¿no fue vuestro mago quien separó las hadas de los duendes?
__ Bien sabes por qué. Estaban usándolas, embarcándolas en cualquier misión peligrosa y hasta procreando con ellas. Los últimos engendrados tenían la misma cantidad de bondad que de maldad. Puso las cosas en su lugar.
__ Entonces este ataque no tiene nada de anormal. ¡Nadie pasará el Umbral de Los-Que-Duermen! Esas son mis órdenes, Zarial.
__ ¡Está por verse si las respetaremos!__ exclamó una crispada alcaldesa que volvió a rogar que se retiraran en paz, ante lo que el duende rió ordenando a sus súbditos que remataran el ataque.
Zarial aguardó que los remolinos polvorientos se aplacaran y observó atónita como surgían de las entrañas del mismo suelo que pisaban enormes escarabajos longícorneos provistos de peligrosas mandíbulas dentadas y redondos ojos atrincherados detrás de brillantes rejillas.
Erguidos y armados, envueltos en caparazones de refulgentes tonos que iban del jade al esmeralda, unos, otros manchados, aunque manteniendo en común en los naturales uniformes las deslumbrantes iridiscencias que vestían como si se tratase de rutilantes filigranas.
Comenzaron a atacar con saña y no se amedrentaban con facilidad. El panorama era desolador para las hadas que en su mayoría malheridas, continuaban combatiendo con los duendes y recibían el ataque de los escarabajos. Estos, para moverse con mayor rapidez patinaban con ayuda de compuestos expelidos por sus propios abdómenes.
La señorita Zarial supo que debía detenerlos usando la magia. Estos recién llegados, verdaderas fortalezas ambulantes protegidas bajo compactos élitros estaban diezmando a las hadas. Siempre se había hablado de los ejércitos de escarabajos como preparados para luchar en todo terreno, dueños de muchas tretas para desembarazarse de sus adversarios.
¡Lo que jamás imaginó Zarial es que en País de los Sueños hubiera de ellos! Atacaban por sorpresa, y su presencia no se detectaba con anterioridad, se unía a sus exoesqueletos la flexibilidad y contribuían a hacer más temible su presencia aquellas matas de pelo sensoriales color bronce en las piernas.
Zarial sentía como el pánico la corroía y no estaba dispuesta a permitirle al miedo que la paralizara. En cuanto a Cauchemar siempre había sido un mercenario, que a cambio de unas monedas de oro se encargaba de ejecutar la tarea más vil, secundado por sus horribles duendes.
__ ¡Tú lo buscaste!__ exclamó Zarial y alzando las manos al cielo convocó a las Fuerzas del Universo y llamó al Poder del Hielo.
La nieve llegó y al cabo de unos instantes los enemigos de las fuerzas de Vanity quedaron helados e inmóviles.
Cauchemar quedó petrificado, y a pesar del visillo helado que traslucía sus ojos asomaba la cólera, los escarabajos se tornaron en extrañas esculturas de hielo; algunos se congelaron con las bocas inexorablemente abiertas en expresión de asombro.
La mayoría de los duendes conservó la expresión propia del verdugo ante la presa conquistada escapándose por arte de magia, con los ojos relucientes de euforia y sorpresa que delataban su habitual hambre de batallas y cuerpos caídos…
Zarial se sacudió el vestido, restregó sus manos y retornó a su puesto.
Era una mujer cuidadosa en el manejo de los poderes, como la fortuna, la vida, pesadillas y alegrías se terminan ¿por qué no habría de suceder lo mismo, de improviso, con la magia, de esencia desconocida y sumamente volátil?
La morena Takis se quejó de que las soldados que no estaban heridas estaban salpicadas de vómitos de insectos y ordenó que las que no se encontraban maltrechas se cambiaran de inmediato los uniformes, pues las hadas, aún cuando combaten, están heridas o lloran, deben verse bonitas.
Zarial ayudó a las enfermeras a colocar parches y curitas en las alas que habían quedado hechas retazos o se habían chamuscado con las llamas. Luego de curar piernas doloridas y colocar torniquetes en muchos brazos, la caravana nuevamente se ordenó y atravesó el Umbral de Los-Que-Duermen.
Pasaron el zaguán de rosas blancas enhebradas con jacintos en sutil malla, y habiendo distribuido la sargento las zonas de búsqueda, todos se dispusieron a explorar con entusiasmo.
País de los Sueños abarcaba extensas sucesiones de plataformas en desniveles, y a grandes trazos comprendía las Pequeñas Montañas de Algodón, el Río Despierto, Valle Azúcar y Posada del Mago.


Los que dormían se habían clasificado desde la antigüedad en diversos umbrales como el Umbral de las Princesas, Umbral de los Reyes, Umbral de los Grandes Magos, y muchos más.
Sin embargo, en el momento que Takis y sus fuerzas ingresaron a la tierra de los sueños, reinaba el desorden y no era extraño encontrar en el Umbral de las Hadas alguna bruja enviada a dormir durante toda la eternidad mediante los conjuros de algún mago blanco.
Las hadas observaron los rostros de princesas de los reinos de los libros de cuentos que dormían dentro de cajas de cristal en los peldaños de una colina alfombrada por violetas y prímulas.
Buscaron en el Umbral de las Hadas que soñaban en los más diversos lechos, los había tejidos de girasoles sobre húmedas bases de lechugas, caparazones de tortugas gigantes con tallos de flores, redes de panales y ventanillas de azucenas, alfombras de cantos rodados intercaladas con caracolas marinas.
Para acceder a algunos lechos debía treparse por enredaderas que se enroscaban en troncos que abrían sus ramales para conducir a diversos recintos en los que se advertían los rostros de los durmientes, recostados entre pétalos de dalias y helechos que se mecían en continuo abanicar.
Las hadas de Ciudad de Fresa se encontraban exhaustas pero no cesarían sus esfuerzos hasta dar con Avellana.



 

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