AVELLANA Y EL MAR DE LOS SECRETOS
CAPÍTULO 13
En País de los Sueños, Vanity y su ejército, los reyes de Amarilis y la señorita Zarial detuvieron la excavación al llegar a una pequeña lámina de cristal que retiraron con cuidado.
Debajo del cristal se abría como abanico un claro recinto iluminado que contenía un lecho donde dormía el cuerpo del Hada Madrina.
Vestía un vestido muy blanco de azucenas, tan blanco como su pelo ondeado, que había crecido hasta rozar las rodillas, los zapatitos eran de nácar y las alas estaban muy abiertas y llenas de polvo. Descansaba sobre un lecho de rosas muy rojas y a sus costados corría el agua de un pequeño estanque lleno de peces de vívidos colores.
Los presentes le dedicaron las reverencias reales.
__ ¡Ese es el anillo!__ dijo la reina observando la mano de Avellana.
__ ¡Manchas, dame la varita!__ Exigió la Reina de las Hadas.
__ En el anillo, Vanity, en el anillo está el hechizo.__ Agregó la alcaldesa de Amarilis y trató de quitárselo.
__ No sé como desencantarlo.
__ No te preocupes, Vanity. Supongo que el único modo es hacerlo añicos.
__ ¿Cómo? ¿Destrozar el anillo que heredó de las primeras hadas madrinas? Si lo observas bien es un diamante que se ajusta al dedo y que contiene los secretos de todos los tiempos de nuestra gente.
__ ¿Se te ocurre otra idea? además, seguramente, Avellana, si despierta, sabrá como recuperarlo.
__ No lo creo, pero, ¿y si probamos con otra cosa?
__ ¿Qué, Vanity?
La Reina de las Hadas hizo silencio, y pronunció algunas oraciones mágicas, sin embargo, Avellana no movía un cabello.
Relámpagos de colores extraordinarios y hasta un arco iris tejió sobre la bella durmiente Vanity, pero todo era inútil. Miró a Zarial y bajó la cabeza aceptando la derrota.
__ Me toca el turno. –Dijo Zarial, arrancó con mal humor el anillo de la exangüe mano de Avellana y comenzó a golpearlo con una piedra.
El Hada Madrina se sacudió en fuertes convulsiones sin abrir los ojos. La señorita Zarial golpeó más y más hasta reducir la joya a un fino polvo brillante que esparcía lucecitas.
Entonces… ¡sucedió el milagro!
El hada Avellana abrió sus hermosos ojos azabaches, intensamente brillantes y espejados, volvieron a encenderse las blancas piedrecillas que tenía incrustadas en la frente, y comenzó a llorar lavando sus ojos que otra vez se vieron limpios y relucientes.
__ No llores…Por favor, Avellana. ¡Has despertado! Nuestros reinos no olvidarán este día. Te lo aseguro.
__ Es que… sé que debe haber pasado mucho tiempo, les dejé solos…
__ Todo por ese truhán de Azabache.
__ ¿No retornó Nunca Jamás?__ Vanity negó con la cabeza y Avellana suspiró tranquila.
__ ¿Y Pantapúas?
__ Bueno… Por él estamos aquí, pero en realidad deberíamos agradecérselo porque hemos dado contigo aunque Vanity debió romper el secreto que mantenía con Cuarzo el Blanco de no pronunciar donde estabas. Siempre pensamos que solo él podría despertarte.
__ Ah… siempre colocaba en secreto algún antídoto para su magia. Lo olvidaron. Pero dieron con él. Aún no responden... ¿Qué ha hecho ese maléfico ogro?__ La señorita Zarial y Vanity le contaron con lujo de detalles lo sucedido desde que Anaís abandonara la Gran Bahía de Amarilis.
__ Antes que nada debo hacer algo y es reponer un poco de magia a los De Oro, seguramente, tú al estar el reino sin princesa, Zarial, no has podido hacerlo.
__ Claro, lo intenté pero fue imposible.
__ Son las reglas del reino, aunque quisiéramos quebrantar algunas no podemos.__ Agregó Vanity.
__ Así es. Pero yo soy el Hada Madrina. ¡Sea!__ Avellana tomó la varita mágica y al formular el pedido se encendió la estrella del vértice superior y todo se iluminó con intensidad por unos segundos. Luego comenzó a caminar, miró con nostalgia las rosas, y con su varita las transformó en rosales enormes y poblados de flores nuevas.
__ Aquí, ellas dormían conmigo… ¡sigan creciendo y multiplíquense!
__ Creo que olvidas algo, Avellana… ¡no veo las llaves!
El hada rió delicadamente.
__ Nunca las he tenido conmigo. Debo ir por ellas.
Cuando llegaron a la superficie de la montaña donde yacía su cuerpo, la sargento Takis ordenó el ejército y la caravana nuevamente se lanzó al camino reanudando la marcha para retornar a Reino de Hadas. Avellana subió al carruaje que transportaba a Zarial y encabezaron el regreso.
__ ¿Qué haremos con ellos?__ preguntó Vanity al pasar por los duendes congelados.
__ ¡Déjalos así! Ya se encargarán quiénes los enviaron aquí. ¡Bien le hace a Cauchemar un poco de quietud!
Zarial rió al ver la cara del duende soberbio detrás de la delgada capa de hielo.
__ ¡La próxima vez usa una vestimenta menos ridícula!__ gritó mofándose de la helada escultura.
Al cabo de un rato Avellana hizo detener a la caravana. Descendió del carruaje…
__ Aquí se abren los Cuatro Caminos como pueden ver… __ señaló Avellana__ hacia atrás quedan Los-Que-Duermen, hacia delante nuestro reino, allá está Posada del Duende y exactamente hacia allá el destino me llevará al Mar de los Secretos.
__ Lo sabemos.
__ Entonces, Vanity, solicito la custodia de la sargento Takis para ir hacia el Mar. Este lugar es sobrecogedor y está demasiado frío… ¡Marchen! Aquí… Sólo a ellos puede gustarles.
Se refería a las águilas, alces, renos, lobos y osos que sintiendo a las hadas abandonaron los rincones oscuros para husmearlas.
__ ¿Por qué debes ir al Mar?
__ Las llaves. Allí las tengo. Bajo la protección segura de Tritón.
La Reina de las Hadas concedió el permiso a Takis para que acompañara en la excursión al hada madrina. Ambas tomaron el camino hacia el Mar de los Secretos bordeando las avenidas de robles y tilos, abedules y álamos cubiertas por una delgada capa de nieve.
Extensiones boscosas que olían a pino y colinas celestes se sucedieron armoniosamente hasta que el perlado confín abrigó las siluetas de los acantilados. Los dos unicornios que les transportaron detuvieron la marcha humedeciendo los cascos en las finísimas arenas de las orillas.
__ Deberemos internarnos por allá. No temas. Será seguro. ¡Sea!__ Avellana con la varita mágica llamó un buque transparente que podía descender sin riesgos hasta las profundidades.
__ Como usted ordene, Señora.
La sargento y el hada se sumergieron dentro de la embarcación que abrió en el agua un surco de burbujas multicolores y brillantes a su paso.
Cardúmenes de peces iluminaban el camino que Avellana conocía de memoria.
Los enormes bosques de algas gigantes se desplegaron como flamantes abanicos. Una avenida de plantas y peces centelleantes constituían el pórtico del palacio de Tritón.
En el interior de cavernas iluminadas sirenas peinaban sus largos y abundantes cabellos con peinetas de oro, vestidas de encajes azules y blancos… Otras pulían maravillosas perlas… Las había amamantando a sus pequeños hijos…
Todas saludaban al hada sonriendo en el bellísimo jardín acuático donde se alternaban estos hogares con sendos jardines.
Un inmenso portal flanqueado por gigantescas caracolas salpicadas de perlas blancas y negras cubría la puerta de la casa del hombre pez.
Tritón, de robusto torso desnudo en su mitad hombre y su cola escamada en su mitad pez, con los cabellos largos y muy azules les recibió a la entrada del palacio.
__ Les daré oxígeno para que no tengan problemas aquí. ¡Poseidón, cumple mi deseo!
Las hadas atentas a los gestos del hombre, aguardaron que este les indicara el momento de abandonar la transparente nave en forma de pompa de jabón.
Al recibir la renovada y abundante carga de oxígeno proveniente del fuerte soplido de Tritón, descendieron y llegaron hasta él.
Nadaron y hablaron sin dificultades hasta llegar al recinto preferido por el hombre pez, donde no era necesario oxígeno adicional pues allí vivía Tritón como hombre.
Se trataba de una sala semicircular de amplias dimensiones, totalmente de cristal, desde donde podían verse todas las criaturas de los alrededores.
Ballenas, tiburones blancos, mantas, medusas y cardúmenes de pequeños peces danzaban abrazados por un agua tornasolada de intenso azul.
La luz del interior iluminaba sutilmente el fondo oceánico llenando de chispas la infinidad de amarillentas montañitas que se ahuecaban y revolvían ante las ondulaciones del mar, los erizos rojos y morados, las estrellas y pepinos de mar yacían quietos al embrujo de la luz fragmentada en haces.
Las medusas diminutas y gigantes se pavoneaban como parasoles abiertos, rosas, violetas y azules. Los azules de las infladas vejigas transparentes cobraban irisados reflejos y desparramaban sus lluvias de serpentinas filamentosas. El espectáculo era fascinante.
Ventanas y puertas, enmarcadas en perlas, eran tan transparentes como la misma agua. Una de estas puertas conducía al resto del palacio. Sobre grandes alfombras de algas parduscas mesas de caracolas lucían esbeltísimos adornos criselefantinos.
Las bibliotecas estaban llenas de libros forrados en piel de roca y se alternaban con caracolas gigantes rellenas de blandas hierbas, a modo de mullidos asientos.
__ ¿Qué ha sucedido, hada hermosa, para que decidieras visitarme? Hace miles y miles de tempestades y soles que tu grácil figura no aparece por mis aguas.
__ Oh, Tritón, amigo mío… Es que estaba durmiendo.__ Dijo Avellana.
__ ¡Ja, ja! Has dormido mucho, hada… ¿Qué clase de somníferos están preparando ahí arriba?
Takis observó como se acercaba un grupo de leones marinos que arrastraban a su paso collares de burbujas brillantes como perlas. Sentían curiosidad por las visitantes y golpearon en una de las ventanas, entonces, Takis gritó ¡en guardia!, extrajo su espada y se dirigió a uno de ellos.
Tritón hizo un gesto al pez y este desapareció.
__ No hay cuidado. No tema, ¿sargento?… por las charreteras.
__ Necesito las llaves que te entregué… __ Dijo Avellana a Tritón.
__ Antes de irte a dormir.__ Tritón rió meciéndose en los asientos de coral. __ ¿Te gustan?
__ Oh, ¡es que no los veía hace tanto!__ Respondió Vanity ante la observación: un par de estilizados delfines jugaban con una pelota de arena.
__ Disculpe, pero deberíamos apresurarnos.__ Mencionó la sargento.
__ Es verdad.
__ Acompáñame. Vamos por las llaves.
Tritón se dirigió, seguido por las dos hadas, a un largo corredor cuyo piso estaba decorado con anémonas. Continuaron algunas habitaciones más y el hombre pez señaló un viejo casco de barco fuera del palacio, detenido en el fondo oceánico por Siempre Jamás.
Sus mástiles y proas colgaban como agujas dolientes. Anémonas y madréporas cicatrizaban las heridas abiertas para siempre bajo un manto de plantas marinas.
Semejaba una ciudad submarina perdida en la exuberante pradera cuya nostálgica herrumbre le confiaba un atemorizador aspecto.
Le recorrieron en silencio bajo el techo de frondas de algas de plumas de boa hasta que dieron con un viejo cofre de madera.
__ ¡Salgan de allí, bribones!__ Gritó Tritón y los pulpos que cubrían el baúl con sus tentáculos se retiraron.__ ¡Aquí guardo mis tesoros especiales!
El hombre tomó una pequeña llave de su escamada cintura y abrió el herrumbrado candado. La sargento y el hada madrina observaron las extrañas cosas que conservaba Tritón allí: trozos de cetros, algunas joyas muy antiguas, ramilletes de flores y hebras de ensortijados cabellos, tinteros vacíos, un gran cáliz de oro, pergaminos poblados de elegantes letras, pinturas de barcos, costas, seres extraños y criaturas acuáticas… Y una pequeña caja de cristal con las llaves que abrían las cárceles de la Isla de Rayos y Truenos.
__ Mis tesoros son los recuerdos de aquellos que me han ofrecido su amistad sin pertenecer a este mundo y sin pedir nada a cambio.
__ ¡Qué bello tesoro!__ dijo Avellana y tocó afectuosamente el envoltorio de cabellos mientras de su boca escapaban pequeñísimas y rutilantes burbujas.
__ Esos le pertenecieron a un buen hombre que tuvo la mala suerte de ser tomado como esclavo, cuando enfermó le arrojaron malherido y agonizante al mar, lo traje hasta aquí y las sirenas curaron sus heridas. No quería abandonarnos, pero este no era su mundo, así que le llevamos hasta costas seguras y esto es lo que ha quedado en Mar de los Secretos como prueba de su paso. ¡Toma las llaves!
Avellana tomó la caja y observó el paño de terciopelo azul y las llaves sobre él, tan relucientes como antaño, como si Cuarzo el Blanco hubiera tomado polvo de las mismas estrellas para confeccionarlas.
__ Brillan demasiado. Podrían encandilar a mis criaturas. Si un día conoces la fórmula de este material hazme una corona.
__ Así será, Tritón, es una promesa.
Avellana rió y chocó sus alas con la cola escamada sellando el trato.
__ Las acompañaré hasta la superficie.
__ No es necesario. Nuestro vehículo es seguro.
__ ¡Y extraño! Antes usabas cosas más naturales.
__ Es que…
__ Aún no acabas de despertar.
__ Tal vez tengas razón. Es lo que imaginé sin pensar demasiado.
__ ¡Ja, ja! Se nota.
__Algún día, Tritón, las hadas del agua del Reino vendrán a tus dominios.
__Sería tan hermoso… Las sirenas estarían encantadas.
__Algún día, algún día…
Avellana abrazó a Tritón y le despidió con nostalgia, de haber sido otras las circunstancias hubiese permanecido como huésped unos días porque era muy bello el reino del hombre pez, tan bello como las simples palabras no alcanzarían para describirlo Nunca Jamás.
La sargento y Avellana reanudaron el viaje hacia la superficie, abandonaron luego las altas rocas donde los pelícanos pardos anidaban hasta llegar donde los dos unicornios de relucientes cuernos las aguardaban.
El hada madrina apretó la caja de cristal y siguió a Takis, sumamente atenta a los ruidos que provenían de los espesos matorrales que circundaban el camino.
CAPÍTULO 13
En País de los Sueños, Vanity y su ejército, los reyes de Amarilis y la señorita Zarial detuvieron la excavación al llegar a una pequeña lámina de cristal que retiraron con cuidado.
Debajo del cristal se abría como abanico un claro recinto iluminado que contenía un lecho donde dormía el cuerpo del Hada Madrina.
Vestía un vestido muy blanco de azucenas, tan blanco como su pelo ondeado, que había crecido hasta rozar las rodillas, los zapatitos eran de nácar y las alas estaban muy abiertas y llenas de polvo. Descansaba sobre un lecho de rosas muy rojas y a sus costados corría el agua de un pequeño estanque lleno de peces de vívidos colores.
Los presentes le dedicaron las reverencias reales.
__ ¡Ese es el anillo!__ dijo la reina observando la mano de Avellana.
__ ¡Manchas, dame la varita!__ Exigió la Reina de las Hadas.
__ En el anillo, Vanity, en el anillo está el hechizo.__ Agregó la alcaldesa de Amarilis y trató de quitárselo.
__ No sé como desencantarlo.
__ No te preocupes, Vanity. Supongo que el único modo es hacerlo añicos.
__ ¿Cómo? ¿Destrozar el anillo que heredó de las primeras hadas madrinas? Si lo observas bien es un diamante que se ajusta al dedo y que contiene los secretos de todos los tiempos de nuestra gente.
__ ¿Se te ocurre otra idea? además, seguramente, Avellana, si despierta, sabrá como recuperarlo.
__ No lo creo, pero, ¿y si probamos con otra cosa?
__ ¿Qué, Vanity?
La Reina de las Hadas hizo silencio, y pronunció algunas oraciones mágicas, sin embargo, Avellana no movía un cabello.
Relámpagos de colores extraordinarios y hasta un arco iris tejió sobre la bella durmiente Vanity, pero todo era inútil. Miró a Zarial y bajó la cabeza aceptando la derrota.
__ Me toca el turno. –Dijo Zarial, arrancó con mal humor el anillo de la exangüe mano de Avellana y comenzó a golpearlo con una piedra.
El Hada Madrina se sacudió en fuertes convulsiones sin abrir los ojos. La señorita Zarial golpeó más y más hasta reducir la joya a un fino polvo brillante que esparcía lucecitas.
Entonces… ¡sucedió el milagro!
El hada Avellana abrió sus hermosos ojos azabaches, intensamente brillantes y espejados, volvieron a encenderse las blancas piedrecillas que tenía incrustadas en la frente, y comenzó a llorar lavando sus ojos que otra vez se vieron limpios y relucientes.
__ No llores…Por favor, Avellana. ¡Has despertado! Nuestros reinos no olvidarán este día. Te lo aseguro.
__ Es que… sé que debe haber pasado mucho tiempo, les dejé solos…
__ Todo por ese truhán de Azabache.
__ ¿No retornó Nunca Jamás?__ Vanity negó con la cabeza y Avellana suspiró tranquila.
__ ¿Y Pantapúas?
__ Bueno… Por él estamos aquí, pero en realidad deberíamos agradecérselo porque hemos dado contigo aunque Vanity debió romper el secreto que mantenía con Cuarzo el Blanco de no pronunciar donde estabas. Siempre pensamos que solo él podría despertarte.
__ Ah… siempre colocaba en secreto algún antídoto para su magia. Lo olvidaron. Pero dieron con él. Aún no responden... ¿Qué ha hecho ese maléfico ogro?__ La señorita Zarial y Vanity le contaron con lujo de detalles lo sucedido desde que Anaís abandonara la Gran Bahía de Amarilis.
__ Antes que nada debo hacer algo y es reponer un poco de magia a los De Oro, seguramente, tú al estar el reino sin princesa, Zarial, no has podido hacerlo.
__ Claro, lo intenté pero fue imposible.
__ Son las reglas del reino, aunque quisiéramos quebrantar algunas no podemos.__ Agregó Vanity.
__ Así es. Pero yo soy el Hada Madrina. ¡Sea!__ Avellana tomó la varita mágica y al formular el pedido se encendió la estrella del vértice superior y todo se iluminó con intensidad por unos segundos. Luego comenzó a caminar, miró con nostalgia las rosas, y con su varita las transformó en rosales enormes y poblados de flores nuevas.
__ Aquí, ellas dormían conmigo… ¡sigan creciendo y multiplíquense!
__ Creo que olvidas algo, Avellana… ¡no veo las llaves!
El hada rió delicadamente.
__ Nunca las he tenido conmigo. Debo ir por ellas.
Cuando llegaron a la superficie de la montaña donde yacía su cuerpo, la sargento Takis ordenó el ejército y la caravana nuevamente se lanzó al camino reanudando la marcha para retornar a Reino de Hadas. Avellana subió al carruaje que transportaba a Zarial y encabezaron el regreso.
__ ¿Qué haremos con ellos?__ preguntó Vanity al pasar por los duendes congelados.
__ ¡Déjalos así! Ya se encargarán quiénes los enviaron aquí. ¡Bien le hace a Cauchemar un poco de quietud!
Zarial rió al ver la cara del duende soberbio detrás de la delgada capa de hielo.
__ ¡La próxima vez usa una vestimenta menos ridícula!__ gritó mofándose de la helada escultura.
Al cabo de un rato Avellana hizo detener a la caravana. Descendió del carruaje…
__ Aquí se abren los Cuatro Caminos como pueden ver… __ señaló Avellana__ hacia atrás quedan Los-Que-Duermen, hacia delante nuestro reino, allá está Posada del Duende y exactamente hacia allá el destino me llevará al Mar de los Secretos.
__ Lo sabemos.
__ Entonces, Vanity, solicito la custodia de la sargento Takis para ir hacia el Mar. Este lugar es sobrecogedor y está demasiado frío… ¡Marchen! Aquí… Sólo a ellos puede gustarles.
Se refería a las águilas, alces, renos, lobos y osos que sintiendo a las hadas abandonaron los rincones oscuros para husmearlas.
__ ¿Por qué debes ir al Mar?
__ Las llaves. Allí las tengo. Bajo la protección segura de Tritón.
La Reina de las Hadas concedió el permiso a Takis para que acompañara en la excursión al hada madrina. Ambas tomaron el camino hacia el Mar de los Secretos bordeando las avenidas de robles y tilos, abedules y álamos cubiertas por una delgada capa de nieve.
Extensiones boscosas que olían a pino y colinas celestes se sucedieron armoniosamente hasta que el perlado confín abrigó las siluetas de los acantilados. Los dos unicornios que les transportaron detuvieron la marcha humedeciendo los cascos en las finísimas arenas de las orillas.
__ Deberemos internarnos por allá. No temas. Será seguro. ¡Sea!__ Avellana con la varita mágica llamó un buque transparente que podía descender sin riesgos hasta las profundidades.
__ Como usted ordene, Señora.
La sargento y el hada se sumergieron dentro de la embarcación que abrió en el agua un surco de burbujas multicolores y brillantes a su paso.
Cardúmenes de peces iluminaban el camino que Avellana conocía de memoria.
Los enormes bosques de algas gigantes se desplegaron como flamantes abanicos. Una avenida de plantas y peces centelleantes constituían el pórtico del palacio de Tritón.
En el interior de cavernas iluminadas sirenas peinaban sus largos y abundantes cabellos con peinetas de oro, vestidas de encajes azules y blancos… Otras pulían maravillosas perlas… Las había amamantando a sus pequeños hijos…
Todas saludaban al hada sonriendo en el bellísimo jardín acuático donde se alternaban estos hogares con sendos jardines.
Un inmenso portal flanqueado por gigantescas caracolas salpicadas de perlas blancas y negras cubría la puerta de la casa del hombre pez.
Tritón, de robusto torso desnudo en su mitad hombre y su cola escamada en su mitad pez, con los cabellos largos y muy azules les recibió a la entrada del palacio.
__ Les daré oxígeno para que no tengan problemas aquí. ¡Poseidón, cumple mi deseo!
Las hadas atentas a los gestos del hombre, aguardaron que este les indicara el momento de abandonar la transparente nave en forma de pompa de jabón.
Al recibir la renovada y abundante carga de oxígeno proveniente del fuerte soplido de Tritón, descendieron y llegaron hasta él.
Nadaron y hablaron sin dificultades hasta llegar al recinto preferido por el hombre pez, donde no era necesario oxígeno adicional pues allí vivía Tritón como hombre.
Se trataba de una sala semicircular de amplias dimensiones, totalmente de cristal, desde donde podían verse todas las criaturas de los alrededores.
Ballenas, tiburones blancos, mantas, medusas y cardúmenes de pequeños peces danzaban abrazados por un agua tornasolada de intenso azul.
La luz del interior iluminaba sutilmente el fondo oceánico llenando de chispas la infinidad de amarillentas montañitas que se ahuecaban y revolvían ante las ondulaciones del mar, los erizos rojos y morados, las estrellas y pepinos de mar yacían quietos al embrujo de la luz fragmentada en haces.
Las medusas diminutas y gigantes se pavoneaban como parasoles abiertos, rosas, violetas y azules. Los azules de las infladas vejigas transparentes cobraban irisados reflejos y desparramaban sus lluvias de serpentinas filamentosas. El espectáculo era fascinante.
Ventanas y puertas, enmarcadas en perlas, eran tan transparentes como la misma agua. Una de estas puertas conducía al resto del palacio. Sobre grandes alfombras de algas parduscas mesas de caracolas lucían esbeltísimos adornos criselefantinos.
Las bibliotecas estaban llenas de libros forrados en piel de roca y se alternaban con caracolas gigantes rellenas de blandas hierbas, a modo de mullidos asientos.
__ ¿Qué ha sucedido, hada hermosa, para que decidieras visitarme? Hace miles y miles de tempestades y soles que tu grácil figura no aparece por mis aguas.
__ Oh, Tritón, amigo mío… Es que estaba durmiendo.__ Dijo Avellana.
__ ¡Ja, ja! Has dormido mucho, hada… ¿Qué clase de somníferos están preparando ahí arriba?
Takis observó como se acercaba un grupo de leones marinos que arrastraban a su paso collares de burbujas brillantes como perlas. Sentían curiosidad por las visitantes y golpearon en una de las ventanas, entonces, Takis gritó ¡en guardia!, extrajo su espada y se dirigió a uno de ellos.
Tritón hizo un gesto al pez y este desapareció.
__ No hay cuidado. No tema, ¿sargento?… por las charreteras.
__ Necesito las llaves que te entregué… __ Dijo Avellana a Tritón.
__ Antes de irte a dormir.__ Tritón rió meciéndose en los asientos de coral. __ ¿Te gustan?
__ Oh, ¡es que no los veía hace tanto!__ Respondió Vanity ante la observación: un par de estilizados delfines jugaban con una pelota de arena.
__ Disculpe, pero deberíamos apresurarnos.__ Mencionó la sargento.
__ Es verdad.
__ Acompáñame. Vamos por las llaves.
Tritón se dirigió, seguido por las dos hadas, a un largo corredor cuyo piso estaba decorado con anémonas. Continuaron algunas habitaciones más y el hombre pez señaló un viejo casco de barco fuera del palacio, detenido en el fondo oceánico por Siempre Jamás.
Sus mástiles y proas colgaban como agujas dolientes. Anémonas y madréporas cicatrizaban las heridas abiertas para siempre bajo un manto de plantas marinas.
Semejaba una ciudad submarina perdida en la exuberante pradera cuya nostálgica herrumbre le confiaba un atemorizador aspecto.
Le recorrieron en silencio bajo el techo de frondas de algas de plumas de boa hasta que dieron con un viejo cofre de madera.
__ ¡Salgan de allí, bribones!__ Gritó Tritón y los pulpos que cubrían el baúl con sus tentáculos se retiraron.__ ¡Aquí guardo mis tesoros especiales!
El hombre tomó una pequeña llave de su escamada cintura y abrió el herrumbrado candado. La sargento y el hada madrina observaron las extrañas cosas que conservaba Tritón allí: trozos de cetros, algunas joyas muy antiguas, ramilletes de flores y hebras de ensortijados cabellos, tinteros vacíos, un gran cáliz de oro, pergaminos poblados de elegantes letras, pinturas de barcos, costas, seres extraños y criaturas acuáticas… Y una pequeña caja de cristal con las llaves que abrían las cárceles de la Isla de Rayos y Truenos.
__ Mis tesoros son los recuerdos de aquellos que me han ofrecido su amistad sin pertenecer a este mundo y sin pedir nada a cambio.
__ ¡Qué bello tesoro!__ dijo Avellana y tocó afectuosamente el envoltorio de cabellos mientras de su boca escapaban pequeñísimas y rutilantes burbujas.
__ Esos le pertenecieron a un buen hombre que tuvo la mala suerte de ser tomado como esclavo, cuando enfermó le arrojaron malherido y agonizante al mar, lo traje hasta aquí y las sirenas curaron sus heridas. No quería abandonarnos, pero este no era su mundo, así que le llevamos hasta costas seguras y esto es lo que ha quedado en Mar de los Secretos como prueba de su paso. ¡Toma las llaves!
Avellana tomó la caja y observó el paño de terciopelo azul y las llaves sobre él, tan relucientes como antaño, como si Cuarzo el Blanco hubiera tomado polvo de las mismas estrellas para confeccionarlas.
__ Brillan demasiado. Podrían encandilar a mis criaturas. Si un día conoces la fórmula de este material hazme una corona.
__ Así será, Tritón, es una promesa.
Avellana rió y chocó sus alas con la cola escamada sellando el trato.
__ Las acompañaré hasta la superficie.
__ No es necesario. Nuestro vehículo es seguro.
__ ¡Y extraño! Antes usabas cosas más naturales.
__ Es que…
__ Aún no acabas de despertar.
__ Tal vez tengas razón. Es lo que imaginé sin pensar demasiado.
__ ¡Ja, ja! Se nota.
__Algún día, Tritón, las hadas del agua del Reino vendrán a tus dominios.
__Sería tan hermoso… Las sirenas estarían encantadas.
__Algún día, algún día…
Avellana abrazó a Tritón y le despidió con nostalgia, de haber sido otras las circunstancias hubiese permanecido como huésped unos días porque era muy bello el reino del hombre pez, tan bello como las simples palabras no alcanzarían para describirlo Nunca Jamás.
La sargento y Avellana reanudaron el viaje hacia la superficie, abandonaron luego las altas rocas donde los pelícanos pardos anidaban hasta llegar donde los dos unicornios de relucientes cuernos las aguardaban.
El hada madrina apretó la caja de cristal y siguió a Takis, sumamente atenta a los ruidos que provenían de los espesos matorrales que circundaban el camino.