En Líbor, Pantapúas, buscaba a los de Oro por todos lados. Debajo de las rocas, en los huecos de los árboles, bajo los densos mantos de vegetación…
Había enviado enanos que husmeaban, hurgaban y revolvían cada agujero, madriguera o cueva… ¡Nada!
__Si me das algo tal vez pueda decirte dónde están…
__ ¿Qué sabrás tú, falso enano?__ el ogro respondía así a un gnomo del bosque que podía tomar diversas formas como esferas brillantes, bolas de fuego, o como en este caso, que gustaba de verse la mayoría del tiempo como un enano.
__ Pues… te lo pierdes tú… Bien sabes, viejo ogro, que puedo ver muchas cosas sin que mi presencia sea descubierta.
Pantapúas dio un fuerte golpe en la mesa que se hizo trizas y tomó al enano del cuello hasta alzarlo a la altura de sus fatales colmillos.
__ ¡Aquí mando yo! Y si lo deseo te daré algo. Tienes la obligación de dar la información al amo a cambio de… ¡de nada! Me bastaría un soplido para acabar contigo y los que andan como tú arrastrándose en los agujeros.
__ Está bien. ¡Qué carácter! ¿No somos amigos?
Pantapúas rugió.
__ ¡Yo no tengo amigos! Nunca los tuve. Tengo súbditos. ¿Dónde están?
__ ¡Las brujas los tienen!
__ ¿Cómo lo sabes?
__ Pues, como bien has dicho, puedo arrastrarme por cualquier agujero.
__ ¡No pueden desafiarme así! ¡Taimados esperpentos! ¡Otra copa de licor, enana! Ah… toma esto.__ El ogro le dio al enano uno de los colmillos que colgaban de su collar.__ Así creen que eres capaz de cazar bestias gigantescas. ¿Quieres mejor obsequio? ¡Esto significa respeto! Obtendrás respeto de tus pares.
El gnomo vuelto enano lo miró, no le parecía adecuado el pago por su favor, pero prefirió cerrar el pico.
La enana, con la boca muy colorada, los ojos espesamente delineados y la falda muy corta, sirvió licor a Pantapúas que no quitaba de su mente a las brujas. Pensaba que siempre habían sido atrevidas pero robar sus prisioneros excedía los límites.
De todos modos siguió el consejo que le dieron los compañeros de juerga, apostados en el mostrador y atentos a la historia, no era conveniente bajar a las cavernas subterráneas y hacer mucho escándalo. Las brujas podían matar a los niños ¡bien sabía él como les gustaban ciertos platos!
Volvió a su castillo dando tumbos y nuevamente Penumbra al abrir la puerta, rezongó por la embriaguez del amo y porque no dormía nunca al fin de cuentas. Tenía el gorro de dormir en una mano, los cabellos todos parados y su largo camisón almidonado se arrastraba por el piso.
El monstruo como respuesta a tanta rezongadora se llevó por delante los candelabros y desparramó las velas encendidas, un pequeño charco de cera dejó elevar delgadas llamas. Penumbra, con paciencia, sopló y apagó el fuego, luego, fue por una rejilla y limpió el suelo.
__ ¡Las brujas tienen a la princesa! ¿Quién más podía tenerla? No están en el bosque ni han salido embarcaciones a la mar… El gnomo tiene razón.
__ ¿Y cómo fueron a parar con ellas?__ preguntó el ama de llaves del ogro mientras colocaba los candelabros en su sitio.
__ Ah, son muy hábiles. Buenos trucos. Viven para mejorarlos…__ Pantapúas dio un enorme bostezo que invadió a la dama que se retiró con un gesto de asco y se durmió en el viejo sillón forrado en pieles.
__ ¿Qué harás?__ preguntó Penumbras dos veces hasta que el ogro se revolvió en su sillón y abrió un ojo.
__ ¡Tú me ayudarás! Irás con ellas y dirás que les aconsejo me devuelvan las criaturas. Pensándolo bien… a los otros pueden picarlos y aderezarlos con salsa de huevos de tarántulas… __ Soltó estridentes carcajadas y los búhos que asomaron a ver qué sucedía en la sala también rieron. __ Les dirás que exijo que me devuelvan a la princesa. Los otros son reemplazables.
Al otro día el primer pensamiento del ogro fue para lo que hablara con su dama de compañía, por tanto, con los primeros rayos del sol, Penumbra se fue al bosque.
Los búhos eran sus amigos y fueron guiándola hasta la entrada a las cavernas de las brujas, que si bien estaban debajo del castillo era imposible acceder a ellas desde él, porque el mismo ogro había sellado todas las pasadas y túneles.
Penumbra fue internándose dentro de laberintos de agua y tierra putrefactas, pateó los animalillos que proliferaban por allí concluyó que las brujas comían peor que su amo a juzgar por el nauseabundo olor reinante. Recordó que distinto sería si Azabache estuviese en la isla, podría recorrerla sin tocar el suelo, habilidad que sólo mantenía en Castillo de la Niebla.
Las brujas, paseándose en la sala, probaban un nuevo truco de mimetismo, en un primer momento hablaron de obtener una propiedad similar a los anfibios que, mediante movimientos de contracción y extensión, cambiaban el color de su cuerpo para confundirse con el ambiente.
Berta, Bruta y Bona no lograban los colores adecuados. Se impregnaban con fortísimas tonalidades que resultarían indiscretas en cualquier situación, aún en la oscuridad.
El colmo fue cuando desearon ir por más e intentar cambiar totalmente el cuerpo para franquear el mar, convertidas en gaviotas.
Las brujas realizando supremos esfuerzos de voluntad, bebieron pócimas, pronunciaron un par de sonoras oraciones murmuradas gravemente y se transformaron en unos pesados buitres gigantescos y torpes; furiosas, regresaron a su forma, probaron otra vez… y… ¡se volvieron urracas que no cesaban de parlotear alrededor del negro caldero!
Tropezaban, se enganchaban las alas, caían, daban vueltas cual remolinos azotados por vendavales y en sus locas carreras volaban enseres por doquier…
¡Fallaban una y otra vez!, los chicos, a pesar de lo desagradable y penoso de la situación sonreían al ver a las brujas cambiar de cuerpo como ellos cambiarían de casacas.
__ ¡Ah, las contradicciones de la magia! Nunca las entenderé…
__ ¿Por qué lo dices, Bona?
__ Porque hasta los duendes, los gnomos… ¡mira lo que son!, míralos nada más… pedazos de masa moldeada a dedazos siniestros, cambian de apariencia cuando quieren…
__ ¿Y nosotras no podemos convertir los animales en otras cosas?
__ ¡Mira que eres bestia, Bruta! Ya lo sé. ¡Hablo de convertirnos nosotras en un animal! Pero… ¿para qué hablo contigo?__ Dijo Bona y reanudó los ejercicios moviendo brazos y piernas, imitando alas, picos y garras, aunque todos los esfuerzos eran vanos pues no lograban la forma deseada.
__ No son muy buenas.__ Dijo Criseida.
__ ¡Son malísimas! Apuesto que yo lo haría mejor.__ Acotó Franco.
__ ¡Mejor cierra la boca! Tú no lo harías mejor y jamás Zarial nos daría poder para hacer esas… tonterías.
__ Y no somos ni seremos Nunca Jamás brujos.__ Respondió Renzo.
__ En todo caso, me gustaría llegar a ser un mago.
__ ¡Por favor, no peleen!__ rogó la princesa.
__ ¡Qué pena que los magos puedan convertirse en brujos! __ Criseida temía a los hechiceros desde muy pequeña, bastaba nombrarlos para que sus ojos aclararan la tonalidad azul.
Le costaba entender que existiesen magos para usar la magia en nombre del mal.
La bolsa que contenía a los chicos se balanceó, estos trataron de cambiar de posición aunque los calambres no disminuyeron un ápice en su intensidad. Todos los huesos les dolían y estaban hartos del olor apestoso de la caverna.
__ ¿Y si probamos con ella? __ Berta señaló a la princesa Anaís.
__ ¡Qué buena idea! ¡Sí! __ gritó Bruta saltando y quedando a centímetros de la bella niña y con una uña muy larga le recorrió el rostro.
Anaís la contempló con temor y allanó la mirada de sus amigos buscando en ella un escudo salvador.
__ Puedo intentarlo ahora mismo.
__ ¡Basta! __ clamó Bona __ ¡Cállate! Además si tú la encantaras nadie podría desencantarla pues tus sortilegios no existen en ningún libro porque eres alérgica a la lectura. ¡Y tú, Berta, deja de darle alas a esta bruja analfabeta!
Berta se le abalanzó y trenzada con Bona, volaban hilachas de los calzones de felpa. Berta quiso intervenir y Anaís sacó un pie por uno de los agujeros de la bolsa y la bruja cayó boca abajo con el vestido por sombrero.
__ ¡Oh, no!__ gritó Renzo.
__ ¡Estúpida bruja!__ se mofaba la princesa.
Berta comenzó a girar agarrándose la nariz, luego fue por el pedazo que había rodado al vislumbrarlo en el otro extremo de la cueva.
Bona y Bruta no cesaban de arañarse y arrancarse los cabellos insultándose mutuamente.
Cuando Berta, con su nariz recién pegada iba con sus manos dispuesta a acometer a Anaís, Cuervo entonó desafinados graznidos que alertaban sobre la presencia de una extraña en las cavernas.
Dos de las brujas se escabulleron por una salida y cuando Penumbra caminaba casi en puntas de pies a causa de los ruidos fue sorprendida.
__ Pero… si es la noble empleada de Pantapúas. ¡Qué destino más aburrido! Aunque tu amo te ha iniciado en algunas artes. Según dicen por ahí en el castillo no necesitas pisar el suelo… Bien, ya nos contarás… ¿Has perdido algo por aquí, querida?__ La tomaron del brazo y la llevaron a la misma estancia donde mantenían a los pequeños prisioneros. Penumbra los miró y sonrió, ¡la princesa estaba allí, el amo tenía razón!
__ Pantapúas quiere a la niña. Les pide que sea entregada a la brevedad.
__ ¿Y quién es ese para ordenarnos a nosotras? Has visto que a pesar de que intentó sepultarnos en vida bajo su castillo logramos acceder a la isla… ¿Quién duda de la inteligencia de las brujas? Bueno… es que hay especimenes… en fin… que una comprende que la chusma haga ciertos comentarios…__ miró a Bruta con sarcasmo.
__ Nos costó…__ Bruta no se dio por aludida y continuaba pensando en voz alta como siempre y como siempre recibió los rezongos de Bona.
__ ¡Cállate, con tu vejez tu sombrero aún no tiene hebillas! Hablaba contigo, Penumbra, te repito, él no es nadie para ordenarnos. La princesa es nuestra prisionera y si Pantapúas la quiere somos nosotras quienes estamos en condiciones de exigir. Iremos a hablar con ese mequetrefe. ¡En persona!
Las tres brujas tomaron sus escobas.
__ ¡Bruta, lleva a la dama en tu escoba! La mía está muy vieja, tu escoba está casi cero kilómetro. ¡Oh, esta escoba mía ha cruzado mares, surcado cielos, desafiado tempestades! Es de las mejores que se han construido. Claro está, éstas se fabricaban bajo la supervisión de Azabache. Además, perteneció a mi tatarabuela, y siempre estuvo en actividad, según contaba mi madre, ¡la mejor bruja que he conocido!, mi bisabuela y la abuela no la dejaban jamás, ¡qué tiempos aquellos! Si volvieran… Cuarzo el Blanco se llevó nuestros entretenimientos. ¡Maldito!
Partieron con prisa rumbo al Castillo de la Niebla. Penumbra no estaba muy acostumbrada a viajar en escoba así que no inclinó la cabeza a la entrada de la caverna y se golpeó muy fuerte. Bruta soltó una risotada.
Berta, Bruta y Bona sobrevolaron la torre del homenaje, atalaya, las torres almenadas y descendieron para mayor comodidad en el patio, cerca del aljibe de ancho brocal donde Pantapúas criaba ranas para cazarlas por deporte.
Penumbra se agarraba la cabeza por el dolor y lo primero que hizo fue dirigirse a sus aposentos, al mirarse en el espejo se dio cuenta que el golpe le había provocado una formación carnosa en forma de cono sobre la cabeza, demasiado grande. Pegó un grito y se colocó unas vendas enroscadas.
En la sala del Castillo de la Niebla, el ogro recibió a sus visitas, animoso y charlatán. Ordenó que a tan dignas damas se les obsequiara con un plato fantástico. Las cocineras obedecieron y trajeron fuentes repletas de escuerzos salpimentados y dorados a la plancha, culebritas sepultadas en una espesa escabeche, y para postre vejigas de vaca rellenas con morcillas crudas de cerdo, decoradas con lombrices merengadas, previamente maceradas en almíbar.
__ Tu cocina ha mejorado.__ Aseguró Berta mientras paladeaba y se contentaba con el festín.
__ Pues a mí no me atraen estas lombrices que se me atracan en los dientes que me quedan.__ Se quejó Bruta mientras fue hasta su escoba, escogió una pajilla larga y con ella escarbó entre los dientes y se quitó algunas lombrices que colgaban de su boca.
__ Bien, vayamos al asunto que las ha traído aquí.
__ Ah, sí, los niños… No te los devolveremos.
__ ¡Quédatelos!__ Exclamó Pantapúas.__ Quiero a la princesa.
__ ¡La gallinita de los huevos de oro! ¿Quién no?
__ ¡Entrégamela! La hurtaste.
__ No, estás equivocado, todos vinieron solitos a nuestra casa.
__ Dice la verdad, Pantapúas.__ Ratificó Bruta que no dejaba de escarbarse los dientes.
__ Bueno, eso no me importa. La quiero.
__ Te la entregaré. Hemos venido a…
__ Negociar.__ Interrumpió Bona, que se había mantenido en silencio hasta el momento.
__ ¿Quieren negociar conmigo? Pues no hay trato, no están a mi altura.
Las tres brujas rieron mucho.
__ ¡Claro que no! Tú no vuelas. Estamos…
__ Más arriba.__ Carraspeó Bona.
__ Si la quieres tendrás que acceder.
__ ¿A qué?
__ A permitirnos ir hacia el Reino de las Hadas.
__ ¿Qué puede haber allá que les interese si allí viven las tontitas y buenas hadas? Ni siquiera quedan ya pícaros duendes, con esa estupidez del orden…
__ Pues allá hay higueras…
__ ¿Y?
__ Ah, lo olvidaba, ¡eres una bestia! Las higueras tienen una leche blanca que aplicada sobre una verruga la quita en un santiamén.
__ ¿Y?
__ Míranos tesorito. –Berta y Bruta se acercaron al rostro de Pantapúas y señalaron al unísono sus verrugas.__ ¿Te gustaría tenerlas?
Bona las interrumpió de nuevo.
__ ¡Tiene cosas peores!
__ Como te explicaba…__ prosiguió Berta__ allá hay campos llenos de higueras que en temporada chorrean tanta leche que corre por las laderas que bordean Ciudad de Fresa. ¡Queremos hacer una plantación aquí! Queremos que nos acompañen algunos de tus fuertes amigos y nos ayuden a desenterrar y acarrear varios árboles.
El ogro las miró, no entendía mucho.
__ Es que pesan mucho.__ Concluyó Bona.__ ¡Déjate eso! Estamos de visitas.__ Ordenó a Bruta.
__ Es que me molestan…
Entonces Bona le dio un fuerte cachetazo y todas las lombrices saltaron.
__ Así no te molestarán más.__ Dijo Bona.__ ¿A qué ya no te quedan?
Bruta la miró y se agarró la boca, se quejó de dolor y respondió “tampoco me quedan dientes”, soltó la mano y unos asquerosos dientes amarillos saltaron al suelo.
__ Bueno, tal vez acepte, pero hay algo más… Están pidiendo mucho. Quieren que yo arriesgue mis amigos en esa tierra extraña… En ese caso ustedes podrían arriesgarse un poco por mí…
__ ¿Cómo?
__ ¡Atacando Amarilis!__ el monstruo se incorporó de su asiento y se acercaba al rostro de las brujas mientras hablaba embarcado en su propio delirio__. Sitiándola, los pocos que quedan con poderes por allá están debilitándose cada noche, le pedí a la esbelta Zarial que me enviara las llaves de los candados de la prisión de nuestro señor y no contesta, y eso pasó hace muchos días. Así que… ¡atacaremos!
__ Sabes que si la niña no está en su reino, Amarilis puede desaparecer del mapa…
__ ¿Y?
__ ¡También nosotros!, somos parte de la misma leyenda. En esta edad, la Leyenda de los Niños Dorados de Amarilis, así la llamó el tonto de Cuarzo el Blanco.
Al nombrar al mago Pantapúas advirtió como se le revolvían una a una las vísceras y su estómago ascendía involuntariamente.
__ ¡Pamplinas! Además… ¿Esto es vivir? Con límites, sin entretenimientos de ninguna clase, ¡respóndanme! ¿Esta insignificancia es vida? Necesitamos a nuestro señor, así que si por Anaís nadie se preocupa rápidamente, tal vez si atacamos a su gente reaccionen en forma inmediata…
__ ¿Y si lo que sucede es que consiguieron reemplazo?
__ Jamás reemplazarían una princesa, siguen las reglas. ¡Necesitamos esas llaves!
__ Bien, lo haremos. ¿Por qué no has enviado a tu gente?
__ ¡Qué tonterías! Casi no piensan… pero no son tan estúpidos como para hacerse a la mar con las maldiciones que nos amenazan si pasamos las aguas prohibidas, ninguno de ellos lo haría… En cambio, como dijeron… ¡ustedes trabajan a otras alturas!
Berta, Bruta y Bona contemplaron el trato, deliberaron y acabaron aceptando. Atacarían y sitiarían Amarilis para que Zarial de una buena vez entregara las llaves que necesitaban.
Se alejaron del castillo, montadas en sus veloces escobas, felices y dispuestas a emprender combate para lograr los ríos blancos de leche de higos, soñando con los nuevos rostros desprovistos de las antiestéticas verrugas.
__ Es muy posible que me consiga un apuesto galán cuando me vea bella…
__ ¡Cállate, Bruta! Así lucieras diez hebillas en tu sombrero ni un escuerzo repararía en ti.__ Dijo Bona y Bruta le contestó una sarta de disparates y así continuaron hasta apostar las escobas en el Estacionamiento de Vehículos de la caverna.
Por supuesto que Pantapúas festejó y para conmemorar el trato ese día se dedicó a cazar en el bosque, nunca sintieron los ganchos de las despensas tanta carne colgando en sus fríos esqueletos ni el patio se vio tapiado de tantas vísceras y huesos.
La única cosa que preocupaba a Pantapúas de la leche de higos era que así como quitaban verrugas en un santiamén también borrasen las púas que él ostentaba, que le protegían, enorgullecían y le permitían sentirse superior y más fuerte que el resto de los ogros de larga duración.
__ Ya me encargaré de secarle las raíces a esas porquerías. Ellas se verán más jóvenes y quemarán mis defensas con esa cosa como si fuera ácido. No lo permitiré. Además ¿acaso no soy un monstruo bonito? Yo creo que luzco muy bien. ¡Ja, ja! Creo que así es… ¡Ja, ja! Eso dice la enana de la taberna… ¡Tiene buen gusto esa chica!
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