ANDANZAS DE AZABACHE- Capítulo 18




Franco no se daba por vencido y en una de las ocasiones en que Cuervo les sobrevoló, fue capaz de alcanzarlo. Pero el cuervo además de astuto y hábil era fuerte, por lo que retuvo a Franco en el aire con sus garras.
La señorita Zarial movía la cabeza como una marioneta sin poder creer cuanto se desarrollaba ante sus ojos. Franco ascendía pegado a las llaves y el cuervo parecía guiarlo hasta… ¡no podía ser! ¡Hasta la mismísima guarida de Azabache el Negro!
Franco quedó petrificado del susto cuando Cuervo lo desprendió justo enfrente de la entrada principal del castillo de Azabache.
__ ¡Ve por él!__ gritó alguien.
Franco miró hacia la puerta aguardando a quién vendría por él pues escuchó nítidamente la orden, para su sorpresa sintió el rechinar de la puerta y luego vio a la terrible serpiente que arrastrándose se acercaba a él asomando la bífida lengua y sus colmillos diabólicos.
El reptil lo rodeó con la parte trasera de su largo cuerpo y lo llevó hacia el interior que no era menos lúgubre que Azabache, a quien Franco veía por primera vez. Las antorchas proveían de escasa iluminación al ambiente como si estuviera acabándose el aceite en los encendidos algodones.
__ A ver… ¿Qué tenemos hoy? ¡Visita de cárcel! No he tenido una. Me hacía falta. ¿De qué quieres hablar? ¿Me has traído un presente? –. El mago hablaba yendo de aquí para allá, y cuando sus ropas oscuras se revolvían a causa de las idas y venidas, un apestoso olor se esparcía__ .Te ha recibido Pleura, amo las serpientes, ¿tú no? ¡Son tan bellas! ¡Mira cuánto misterio encierran sus ojos!
El robusto y alto mago acarició con los dedos de largas y pintadas uñas de negro la superficie lisa y brillante del ofidio que sacó la lengua y le lamió el rostro.
Franco se limitó a permanecer en silencio, aunque el rostro del mago a la débil luz de las antorchas estaba provocándole un escalofrío que quería ocultar y los movimientos de la serpiente estaban removiéndole el estómago, un leve mareo le aflojaba el cuerpo. Tragó saliva e intentó mantener la misma pose imperturbable.
__ Está bien. No hables. Y yo… ¿Para qué fingir? ¡Odio a los niños y más aún a los Dorados! Los ayudantes de magos, ¡ja, ja!... ¡Por la incapacidad del “Gran Cuarzo” para atender varias partes del mundo a la vez!... ¡Cómo si fuera una oficina de tributos! ¡Anciano ridículo! Por vuestra culpa heme aquí.
Azabache abandonó la ventana y se acercó al muchacho nuevamente.
__ No tenemos la culpa. Usted está aquí por ser malo e impío.
__ ¿Cómo te atreves? ¿Sabes con quién hablas?
__ Sí, con un traidor a los seres humanos.__ Al mago no le gustó nada la contestación y se le notó: las pupilas estuvieron a punto de abandonar el rostro.
__ ¡Rayos y truenos! ¡Maldición! ¿Eso te han dicho esas estúpidas damas a las que sigues? ¡No irás lejos si oyes consejos de mujeres! Yo soy un ser inteligente, sabio, ¿comprendes?
__ Sé lo que es ser sabio e inteligente, y si aquellas damas fueran tan estúpidas como dices nada sabría al respecto.
__ ¡Demonios! Es mejor que no sigas hablando.
__ Jamás tuve la intención de hacerlo.
__ ¿Sabes donde están los candados?
__ ¿No dijo que no le hable?
__ ¡No te hagas el listo! No es justo que un mago de mi calidad esté encerrado en esta aburrida e inhóspita isla sin poner en práctica mis conocimientos. He estudiado mucho en estos años. Mucho…__ el mago hablaba con voz grave recorriendo la estancia, provocando una y otra vez brisas y vapores asquerosos cada vez que revoleaba su ondulante capa negra que arrastraba en el suelo. Señaló un montón de retorcidos alambres y extrañas maquinarias para aclarar lo dicho como si Franco entendiese de qué se trataba toda aquella parafernalia.__ ¿O no es así, mi querida amiga Pleura?
La serpiente al oír la pregunta como respuesta se dirigió a él y trepó hasta anudarse en el cuello con las fauces abiertas muy cerca del rostro del mago tal cual la más dulce de las mascotas de un pequeño al sentir que la nombran alabándola.
__ Ah, tú me quieres, no como estos chiquillos del demonio… Verás, jovencito, ha habido un error, no soy una mala persona, soy un mago…
__ Dedica sus energías al mal.
__ ¿El mal? ¿Y qué es eso?
Franco bajó la cabeza, en realidad no tenía una definición de pocas palabras que abarcara la totalidad de cuanto significaba para él el mal, porque para Franco el mal trascendía de lastimar a otros, de dañar, de cometer delitos, de disfrutar las miserias y desgracias ajenas, era más aún, mucho más… Significaba tanto que las simples palabras jamás le bastarían.
__ ¡Bájate Pleura! Parece que el niño no sabe qué es… ¡Bah, tampoco yo sé qué es el mal, supongo que es lo que no les gusta a los demás!... ¡Mediocres, todos mediocres!... Te decía que soy un mago y necesito saber dónde están los candados. ¡Tengo las benditas llaves y no sé donde están los malditos candados!
__ Su sabiduría podría guiarlo…__ los delicados rasgos morenos del niño palidecieron observando como Pleura luego de abandonar el cuello del mago, se agitaba nerviosamente serpenteando en todas direcciones.
__ No me gustan los juegos de palabras, jovencito, pero si sabes algo hablarás. ¡Hablarás antes de que esas tontas y el marinerito Tractor lleguen aquí! Sinanclas debió habérselo dado a los tiburones como desayuno. Aunque parece que alguien ha sido muy listo al despertar a Avellana…
Los chicos, la señorita Zarial, Tractor, Vanity y Avellana continuaban abriéndose paso junto a los niños entre las malezas y los árboles gigantes. Charcos de lodo, alimañas y gruñidos acababan el paisaje envuelto en brumas. Los relámpagos atacaban al cielo y andanadas de truenos estremecían al viento.
Así como Amarilis era un lugar famoso por sus aromas a verduras y frutas, o Reino de Hadas por la exquisitez de los perfumes que embriagaban la atmósfera de la mañana a la noche, o la terrible Líbor por su olor a carroña y podredumbre, en Rayos y Truenos vahos pútridos y ácidos se renovaban y emborrachaban el aire todo el tiempo.
Nada podía divisarse en el camino más que lo que se tenía ante sí. Impenetrables marañas de matorrales se alternaban con escasos claros resecos del bosque y la cuesta se convertía así, en un laberinto, cuya salida adivinaban recordando la imagen recibida por el catalejo de Tractor.
__ Deberíamos cortar camino.__ Tractor estaba convencido que a pesar de los peligros sería lo conveniente para llegar arriba en el menor tiempo posible. Por ello tomó la filosa espada y comenzó a atacar la espesa vegetación abriendo sendas limpias de follaje.
__ ¿Por qué Franco no usa sus rayos y escapa del mago maldito?__ preguntó la princesa.
__ Porque sería peor. –Acotó la alcaldesa.__ Franco no es un mago. Los poderes de Azabache son de temer, y Franco podría terminar muy mal. No piensen más en ello. Ya le libraremos de ese psicópata.
El hechicero Negro soltó un extraño pájaro que conservaba dentro de una jaula de gruesos y brillantes barrotes.
__ Pájaro del Espejo, ¡ve y tráeme una imagen de los intrusos!
Pájaro del Espejo asintió y salió batiendo sus alas enérgicamente, sobrevoló las zonas contiguas al castillo y divisó al pequeño contingente en un claro de la ladera.
Avellana le reconoció en el acto.
__ ¡Oh, es Pájaro del Espejo, nos tomará una imagen!
El pájaro rió y les miró pestañeando un par de veces. Luego regresó al castillo y Hechicero Negro comprobó cuán cerca estaban de su territorio y quiénes eran exactamente las nuevas visitas de Rayos y Truenos.
Había bastado con soplar la mollera del pájaro y la imagen se desarrolló con nitidez en un pequeño estanque al centro de la habitación en penumbras.
__ ¡Ja, ja! ya verán.__ Dijo el mago estallando en carcajadas miserables yendo por unos frascos y hojas.
Desenroscó la tapa de los frascos y volcó unas gotas en el agua que reflejaba la instantánea que tomara Pájaro del Espejo; las gotas eran de llamativos colores y destellaban luces, luego tomó las hojas y pronunciando una extraña oración las trituró sobre el estanque.
Cada vez que convocaba poderes o enunciaba mágicos postulados los ojos verdes se le encendían con una intensidad tal que las células que los componían pasaban a transformarse en ígneas moléculas de hierro al rojo vivo.
Y aún no se apagaban en ellos las extrañas luces cuando las damas, Tractor y los niños sintieron una terrible picazón en la piel. Se tiraron al suelo y sentían que no les alcanzaban las manos para rascarse.
__ ¡Ese astuto! Ya ha comenzado a usar su magia contra nosotros. Hará todo lo posible para que no lleguemos hasta él.
__ O por demorar nuestra llegada a ver si Cuervo encuentra antes los candados.__ Insistió Vanity rascándose sin parar y rabiando porque hasta las alas le picaban.
__ ¡La ropa, deberán quitarse la ropa y quedar con las prendas interiores! ¡El mal está sobre nuestros cuerpos en la imagen! –Avellana conocía el truco que por otra parte siempre había sido de los preferidos por Azabache desde su época como alumno en las Tierras Mágicas. Los ancianos de Tierras Mágicas supusieron que el día que le dieran su título no ejercería la magia para bien y por ello le expulsaron, aunque la inteligencia de Azabache le llevó a sobrepasar todos los estudios y cursos, y sin necesidad de un título oficial ejerció por los siglos su nefasto poder. Pero esas historias pertenecen a otras leyendas y a otra edad de los Archipiélagos del Enigma.
Las hadas se quitaron los bellos ropajes de organzas, hojas y flores y quedaron con sus enaguas almidonadas y festoneadas al descubierto. Los chicos hicieron lo mismo, decoloradas remeras y unas cenicientas calzas fue cuanto les vistieron. Las niñas también quedaron en enaguas que acababan en un zócalo de puntillas transparentes.
A Renzo ya le quedaba poca ropa así que se retiró detrás de unos arbustos, arrancó los jergones que le colgaban y con un par de hojas y una liana se improvisó un taparrabos apto para la emergencia.
Franco le miró y tragó la risa que le provocaba verlo en aquel estado, además, la mirada que la señorita Zarial le dirigió hubiera bastado para atragantarle el mínimo esbozo sonriente. ¡Es que lo conocía como a la palma de su mano y por ello, ante la aparición de Renzo en taparrabos, al único que controló los gestos fue a Franco! Claro que de haber sucedido tal cosa en Amarilis, Franco se hubiera echado a reír panza arriba hasta quedar colorado como un tomate y pedir a gritos un vaso de agua.
Las molestas sensaciones desaparecieron y pudieron continuar, Renzo y Tractor permanecían a la cabeza de la marcha, seguidos por Lisandro.
Los sapos y ranas croaban furiosamente colgados de los bordes de los charcos que las esporádicas lluvias formaban, con los cuerpos sumergidos en el agua y las cabezas fuera, en un fortísimo contrapunto que en algunas zonas llegaba a eclipsar los conciertos provenientes de las fieras en asecho.
Hasta que por fin divisaron el castillo en toda su extensión. Azabache el Negro estaba esperándoles con ansiedad.

 

ANAIS- Jacqueline Dárdano © 2008. Design By: SkinCorner