EL ENIGMA -Capítulo 1

“Y vendrán humanos que querrán hurgar en las historias mágicas de los Archipiélagos del Enigma… ¡Anotad cuánto sucede! lo ordeno yo, Cuarzo el Blanco, para mayor orden y conocimiento de los Tiempos Pasados. Porque al Principio y al Fin de Todas las Horas, sólo la Historia hablará por nosotros…”


Había una vez un magnífico reino llamado Amarilis, cuya capital, también llamada Amarilis, estaba poblada por racimos de casas que tendían los multicolores techos al sol cada mañana. Custodiaban ambas márgenes de la Avenida Central enormes árboles cargados de flores y exquisitos frutos. El río Salem dividía a la ciudad en dos fértiles porciones en las que los habitantes del reino criaban aves de corral, cebras -transporte oficial del reino-, cabras cuya espumosa leche servía para preparar los nutritivos y sabrosos quesos de la comarca, y mascotas exóticas traídas de los mágicos sitios que el horizonte conocido dibujaba al crepúsculo.
Amarilis, ubicada al sur de la isla, enteramente rodeada por un fresco baño de aguas saladas, demostraba cuán generosa había sido la naturaleza con el reino, al que salpicó con plácidos valles, nevados picos, toques de desierto, ríos caudalosos y frondosos bosques.
Podía decirse bien que era un reino de niños pues los niños abundaban. Cuarzo, el Blanco, gran mago sabio, exigía que estos se educaran según lo indicaba el Consejo de Ancianos de Amarilis, reunido con la totalidad de sus miembros una vez al mes en la alcaldía para distribuir manuales, tomar exámenes y analizar las nuevas técnicas de enseñanza que aplicaban las escuelas.
Los niños de Amarilis eran especiales, los viejos les llamaban “los del Tercer Ojo” porque podían ver más allá de lo que veían los simples humanos. Muchos podían llamar la lluvia, los relámpagos, la luz…
Pero, no disponían de sus dones cuando lo deseaban, pues no se trataba de decidir cuando lamer una paleta o masticar un caramelo.
Fuera de las prácticas comunes a la enseñanza y preparación de sus artes, cuando desde la Tierra se emitían las primeras señales de emergencia, se presentaban aquellos a quienes sus calificaciones acreditaban, llenaban los formularios públicos dejando claramente establecido por qué entendían que serían los adecuados.
Luego, la señorita Zarial, alcaldesa de Amarilis, encargada de la Oficina de Poderes Mágicos, analizaba una por una las peticiones; citaba a entrevista a los postulantes, seleccionaba los escogidos y les otorgaba una licencia que ambas partes firmaban en un gran pétalo mediante una pluma embebida en tinta de rosas.
Por su parte, la alcaldía estaba obligada a publicar los puntos considerados en la elección de los niños.
Una vez al año, en la llamada Noche del Oro, Zarial liberaba algunos poderes y permitía a los Dorados-Niños De Oro-, que divirtieran a todos los pobladores y extranjeros llegados para la ocasión, con sus trucos.
Entonces, Amarilis se poblaba de luces, cantos y sonrisas que se mezclaban con el rumor del oleaje golpeando la mullida panza de los muelles de la Gran Bahía.
Quien más se divertía en tal ocasión era Anaís, princesa del reino, bellísima niña cuyo aventurero espíritu la llevaba a desobedecer la mayor parte de las órdenes que dictaba la señorita Zarial para que en el futuro se convirtiese en la reina que necesitaba la isla.
¡Escaparse y cometer travesuras era lo más emocionante del mundo para Anaís! Asunto que había causado unos cuantos dolores de cabeza a la alcaldesa, responsable por ella desde la desaparición de sus padres, los últimos reyes del reino, Máximo El Gordo y Victoria La Bella.
Anaís en la Noche Del Oro daba rienda suelta a su imaginación… Solicitaba sombrillas voladoras y se trepaba en una escalera que los chicos mágicamente le construían, de peldaños de sandías y girasoles.
Intentaba tocar los luceros que sonreían en los oscuros nubarrones, por ello, aquella noche era la más esperada, la que prometía cumplir los sueños que cada aurora sorprendía en sus verdes ojos.
Podía viajar en carruseles, pasear en caracolas meciéndose sobre el mar, flores gigantes la acunaban en las copas de los árboles más altos y los animalillos del bosque la acompañaban a dar saltos de resorte.
¡Cómo agradecía Zarial que la princesa por más corona y emblemas reales que representara no dispusiera de la magia para beneficio propio! De otro modo los habitantes del reino estarían en grave peligro…
Amarilis constituía la mayor isla del Archipiélago De Los Tres Reinos. Más allá de sus empapadas fronteras, exceptuando las dos pequeñas islas Coral y la Abandonada__ antes llamada La Del Primer Encuentro__ se encontraba el horrible reino de Líbor y el Antiguo Reino de Trakoménsulas.
Líbor estaba dominada por un ogro espantoso llamado Pantapúas que odiaba a Zarial y pedía a los Poderes Ocultos que le permitieran ser el intermediario con Tierra.
El Archipiélago De Los Tres Reinos junto al lejano de las Tierras Mágicas, el de Los Perfumes, el Aventura, y Mundos Desconocidos formaban el llamado Archipiélago del Enigma.



NAUFRAGIO DE LA PRINCESA -Capítulo 2




Una noche de tormenta la embarcación en la que había permanecido Anaís demasiado tiempo, se atascó en una gran roca y no pudo regresar a su tierra.
No recordaba desde cuándo navegaba en las azules aguas oliendo la atmósfera cargada de salados perfumes y riendo de los personajes fantásticos que le dibujaban las nubes.
Y si Anaís tenía una curiosidad era dejarse llevar por el viento hasta donde este deseara dar término a su travesía; por ello se había sometido a que el mar de Amarilis la hamacara en aquel dulce y sonoro vaivén.
Un sol amarillo como fruta madura bruñía las crestas de las olas y las parvadas de gaviotas se arremolinaban para robar los peces que escapaban a las enormes mandíbulas de las ballenas.
El deleite duró hasta que la diáfana belleza de aquel día huyera llevándose al sol y la noche perfilara una negra silueta de borrosa consistencia sobre el mar y Anaís.
¡Grande fue su sorpresa cuando comprendió que estaba a la deriva en las costas de Líbor!
Bastaba para reconocer el lugar las costas rodeadas de vegetación inescrutable y los espantosos alaridos de las bestias desparramándose en la oscuridad, y… ¡el Muro de Huesos! Una telaraña de considerable longitud atestada de restos óseos de animales, seres humanos y criaturas desconocidas prevenía al viajero sobre las consecuencias de ser intruso en la isla. Sin dudas, se trataba de Líbor.
La isla estaba siempre en penumbras, y rondaban en sus húmedos suelos, aguas y aires muchos peligros. Siglos atrás, Cuarzo el Blanco, ante el desborde de crímenes impunes clasificó los sitios por la conducta de sus habitantes.
Al principio no fue fácil, las Guerras Primitivas parecían no tener fin, hasta que Cuarzo recurrió a la magia, repartiendo dones, actitud que significó el principio del orden de los Dones Mágicos. Ayudado por huestes de servidores fieles, que provisoriamente aceptaron disponer de poderes especiales y servir al reino con honradez, Cuarzo ganó la guerra.
Pero el gran mago tenía un plan y rápidamente lo puso en ejercicio. Administró pronta y severa justicia en Amarilis obligando a comparecer a todas las personas a una gran audiencia pública. Tanto vencedores como vencidos.
Uno por uno, incluyendo a los propios reyes, fue haciéndoles pasar sobre un aparato que él llamó Colador Mágico. Se trataba de un gran colador lleno de agujeros sostenidos por dos gigantescos pies de madera. Estando el cuestionado dentro del brillante recipiente, el mago decía unas palabras conforme a su sabiduría, y la persona pasaba a través de los agujeros como fina arena, luego volvía a modelarse, retornando a su forma original…¡o convertido en otra criatura! Porque justamente, en esto radicaba el secreto: el Colador Mágico afloraba a la superficie la fealdad que el ser humano poseía en el alma. Y esa era la sentencia.
Así fue que nació la mayoría de los monstruos de Líbor.
Nadie olvidará por Nunca Jamás cuando al más bello y valiente joven de Amarilis, llamado Alamar, el de los Rizos de Lirio, el colador lo devolvió como al más asqueroso y deleznable monstruo que bautizaron a partir de allí como ¡Pantapúas! La conmoción y la sorpresa de aquellos días aún vive en Amarilis y quienes conocen las Leyendas Doradas de los Archipiélagos del Enigma.
La sabia magia de Cuarzo borró de la faz de Amarilis a los perversos lobos que se escondían bajo pieles de corderos.
Desde Líbor el mago trajo un pequeño contingente humano que sobrevivió a revueltas, combates y ataques de bestias más aquellos que habían combatido en las Guerras Primitivas, les pasó por el colador y a la Gente Buena la alcaldía le otorgó parcelas de tierra, instrumentos para trabajarla, animales de tiro y materiales para construir viviendas. A cambio, se les pidió que aquellos hijos que trajeran al mundo y dispusiesen del Tercer Ojo fuesen educados según aconsejara el Consejo de Ancianos. Cuarzo cambió algunos artículos en la Leyenda Sagrada de la Formación y quedó escrito que si un día uno de los reinos desaparecía los otros también.
A partir de esos viejos acontecimientos se prohibió acercarse a las costas de Líbor, la isla de la niebla, y los jueces de Amarilis disponían de una lista de penas para quienes infringieran la medida que sólo buscaba preservar la bondad de los seres.
Pero Anaís era tan traviesa… y la vida no representaba en ella más que un interminable proceso de juegos y diversiones…
Amaba meterse a su embarcación haciéndose a la mar sin astrolabios ni destinos que jamás puso atención en los límites de las cartas que colgaban de las carteleras en las oficinas públicas de Amarilis.
Zarial, en Amarilis, estaba muy enojada al descubrir que la travesura de Anaís había sobrepasado los límites, si bien ya tenía un extenso prontuario de desobediencias. Se quejó con la Guardia Real, ¿cuántas veces había encargado que no la dejaran sola ni por un instante?
¡Ah, y cómo había rezongado con los carpinteros ante la locura de construirle una nave sólo para ella! ¡Cómo si alguien hubiese creído que no trataría de husmear fuera de las costas del reino! ¿En qué cabeza cabía semejante disparate?
Conocía al detalle la naturaleza de la niña, que además, venía por herencia. Zarial recordaba con tristeza la tragedia de los padres de Anaís, también perdidos misteriosamente en un naufragio del que nunca se tuvo noticia. ¿Cuánto había insistido en que nadie zarpara sin personal capacitado a bordo?
De todos modos… ¡no era momento de perder el tiempo recordando!, así que se distribuyó rápidamente la búsqueda a los Dorados más valientes, dejó constancia de los motivos de los seleccionados y estampó su firma en tres perfumados pétalos.
Así fue que Renzo, capaz de racionar sus poderes con inteligencia por poseer experiencia en rescates, Franco, el niño al que se le ocurrían cosas geniales y Criseida, la niña de Amarilis con más altas calificaciones en simulacros de combate, se hicieron a la mar.
Con ellos iba el robusto y rezongón capitán Tractor, un hombre tostado, con la piel llena de extraños tatuajes.
Tractor, de calzas y casaca azul, dio un par de órdenes, ubicó a los chicos en sus puestos y desafiando los relámpagos se hizo a las velas con Líbor como destino, ya que la Bola de Cristal de Zarial mostraba a la princesa en aquel sitio.

LA GUARIDA DEL OGRO -Capítulo 3




La expedición de Amarilis se mecía en el mar a bordo del Alas de Plata.
Durante horas y horas, peligrosas serpientes marinas se sumergían y emergían de las turbulentas aguas pero ante los rayos de fuerza que disparaba Renzo, retrocedían nuevamente a las profundidades.
Cuando los chicos sentían que nunca llegarían y se preguntaban cómo había ido a parar allí Anaís, ante sus ojos se extendió el Muro de Huesos. ¡Por fin se abrían como abanico las escabrosas orillas de la isla!
Los niños temblaban a pesar de su valentía: se oían voces horribles, ruidos metálicos, quejidos de bestias que llamaban al silencio en espeluznantes fragmentos.
Pese a todo, avanzaban en la oscuridad, comandados por el antiguo pirata rescatado por Zarial en las costas de Amarilis.
Tractor conocía la isla y lo peligroso de transitar aquellas alfombras forestales siempre húmedas y resbaladizas, conocía las marañas de ramas retorcidas y enhebradas en espinoso tejido, conocía los helechos y las aterciopeladas almohadillas de musgos adheridos al suelo, troncos y grietas de las babosas rocas.
Así es… ¡Tractor lo conocía todo sobre Líbor!
Y… sabía que no podrían detener el paso ni por un instante ante el zumbido de las hordas aladas de insectos chupasangre y los depredadores hambrientos en busca de víctimas.
Otra vez la antigua repugnancia de los carroñeros en sus macabras danzas en torno a las carnes putrefactas.
Tractor y los niños continuaron mientras percibían las hábiles ginetas trepando silenciosamente a los árboles hasta abalanzarse, de improviso, sobre las desprevenidas presas.
Y, de golpe, comprendió el cercano peligro que avizoraban los chistidos de los búhos repetidos dolientemente. Es que no se equivocaban… Nunca Jamás se equivocaban…
No tardó mucho tiempo en surgir, sigilosamente –como era su costumbre-, una de las más famosas y tenebrosas criaturas de Líbor: ¡el cocodrilo de dos cabezas!
Estaba furioso. El capitán extrajo la reluciente espada de la vaina y le enfrentó dándole muchos golpes, la bestia columpiándose entró en un loco torbellino. Las leyendas contaban que no existía fuerza capaz de contenerlo en un solo hombre.
Sin embargo, el capitán Tractor demostró lo contrario al hundir su espada en medio de las dos cabezas hasta que una rodó por el suelo. Los agitados vaivenes del cocodrilo delataron la cercana agonía.
Abrió las fauces y se alejó del capitán, la espada y los niños, hasta que los gruñidos se dispersaron y acabó, inmóvil, resoplando por última vez.
¡Por supuesto que Tractor no tenía poderes mágicos! sino los que venían de su gran corazón y su afecto hacia los niños.
Si bien quedaba atrás la lucha entre Tractor y el cocodrilo de dos cabezas, los niños continuaban en la penumbra, perseguidos por la horrorosa visión del monstruo enardecido…
__ ¡El castillo! ¡Rayos!__ gritó el capitán.
Delante de ellos se irguió la silueta irregular del castillo de la Niebla, interrumpida por las diversas torres enrejadas por complejas marañas de raíces, telarañas y troncos secos que sobrevivían bajo las múltiples sombrillas de cenicientos hongos.
Durante la edad de las Guerras Primitivas, el castillo constituyó obligada escala de marineros y un refugio inexpugnable para combatientes y fugitivos, bajo diferentes consignas y al servicio de distintos señores.
Pero eso había quedado atrás… antes de que Cuarzo el Blanco se hiciera cargo de los Reinos y diera fin a una época cruenta de combates, piraterías e invasiones de la Gente Mala.
En tiempos de paz se celebraban allí competencias, torneos, justas y espectáculos para entretener a los antiguos habitantes de la zona.
Líbor, la isla infectada por inmensos matorrales claveteados de espinas, pasó a ser el estado de los malhechores hasta convertirse en una sombría monarquía a cuya cabeza se encontraba Azabache el Negro. Cuando éste fue confinado por el hada madrina Avellana y Cuarzo, Líbor comenzó a ser conocido simplemente por Reino de Líbor, desplazando sus antiguas denominaciones como isla de Pantapúas o Laboratorio de Azabache; aunque fuese un solitario feudo sin monarca.
Como consecuencia, algunas zonas del castillo ya no se usaban para los fines que fueron creadas.
Los viajeros venidos de Amarilis transitaron el viejo palenque y tocaron la gran campana que pendía de una cuerda en la que los insectos desfilaban dando sus paseos nocturnos.
Transcurrieron algunos minutos hasta que alguien asomó sobre las almenas, escrutando a los recién llegados tal cual hicieran los murciélagos que salieron despedidos por las ventanas abiertas entre las antiguas saeteras, troneras y canecillos.
Por la única puerta de acceso al castillo colgaba espesas telarañas cuyas tejedoras se lanzaron de inmediato sobre los chicos y el capitán. Tractor se deshizo de ellas apretándolas con sus manos y pisándolas.
A través de la pequeña abertura en la puerta recibieron la mirada proveniente de unos ojos desconocidos y penetrantes. De pronto, las trancas se alzaron y los quejumbrosos goznes rechinaron metálicamente.
Penumbra- así se llamaba la dama- separó al fin las dos hojas que componían la puerta que exhaló un par de agudas y resecas quejas. Les invitó a pasar sonriendo extrañamente.
Habiendo ingresado el pequeño escuadrón de Amarilis a la sala cerró la puerta y siguió riendo.
Los chicos observaron como la escalera se poblaba de búhos que no cesaban de chistar.
__Venimos por Anaís. ¡Sabemos que está aquí!__ Exclamó Tractor dando una mirada hostil a Penumbra mientras retenía el aliento y apretaba los puños. La dama rió más y más como si el tatuado hombre acabara de pronunciar un excelente chiste.
__ ¿Y quieren llevársela?__ preguntó mientras se dirigía hacia lo alto de la escalera ¡sin pisar el suelo!
__ Por supuesto.__ El marinero observó cuánto había cambiado el castillo desde la última vez que lo visitara… la sala principal que antes conformaba las fortificaciones de la torre para resguardar la familia real ante el ataque de los enemigos había sido trasladada abajo.
__Deberán hablar con él, ¡con mi señor!
Cuando la dama, envuelta en un ceniciento vestido que le cubría enteramente el cuerpo sobre el que ondulaba un delantal tan blanco como la cofia que lucía, llegó hacia la cima de la escalera, una horrorosa figura apareció directamente frente a las narices de los de Amarilis: ¡el siempre deleznable Pantapúas!
Bajó los peldaños, estremeciéndolos, los pasos resonaron en los cuatro rincones de la sala que devolvieron graves ecos. Apoyaba el gigantesco cuerpo sobre dos pies descomunales cuyos dedos doblados hacia abajo se cubrían con unas gruesas botas de piel.
Lucía sobre el cuerpo, cuyo torso era ancho en extremo, una corta túnica de piel oscura, en los brazos refulgían sendos brazaletes y remataban el grueso cuello collares de metal repletos de piedras, dientes y huesos.
Su piel combinaba fulgurantes escamas azules con púas y sus ojos, plateados, carecían de párpados. Apenas un poco de cabello, blanco como la nieve, le cubría el cráneo. La boca flanqueada por prominentes mandíbulas, era enorme, horrible y en ella asomaba un par de colmillos. Estos colmillos eran mortíferos, porque además de ser filosos como espadas, capaces de triturar hasta reducir a polvo a sus víctimas, podían inyectar abundantes dosis letales de veneno.
Aunque por lo general Pantapúas no usaba este método, sino que entregaba a las cocineras los frutos de las cacerías obtenidas con las armas que él mismo fabricaba. En Amarilis se decía que así manifestaba ciertas actitudes de humano que le recordaban al bellísimo Alamar que en algún tiempo, había convivido con su terrorífica mente.
__ ¡Oh, pequeños amigos! ¿Cómo estás, Tractor? Hace mucho que no recibo tan gratas… visitas… __Las escamas relumbraban al reflejar la luz proveniente de los candelabros. Los ojos oblicuos se detuvieron en cada niño por unos instantes.
__ ¡Déjate de tonterías, estúpido monstruo, y entréganos a Anaís!__ rugió el marino.
__ ¿Creen que se la llevarán sin pagar nada por su rescate? __ Sonrió y desplegó los brazos. __ Además, pobrecita… ¡La he encontrado temblando en la costa! ¡Ja, ja! Como brizna de hierba… ¡sacudida por tempestades! ¿Recuerdas las tempestades, viejo marinero? ¡Oh, perdón, la dama Zarial te ha elevado a la categoría de capitán!
__ ¡La princesa debe estar en su reino! Lo sabes mejor que yo. ¡Rayos y caracoles! ¡Devuélvela!
__ Antes deberemos hacer un pacto. Los niños se quedarán y tú regresarás a Amarilis y llevarás… ¡esta carta!__ Sopló y se encendieron llamas mientras se desenrollaba un pergamino __en el que escribió sin tocarlo dirigiendo sus ojos hacia el papel__. La dama que abrió y cerró la puerta del castillo se acercó a Tractor metiendo el rollo dentro de un frasco que contenía un líquido azul. Acto seguido, se lo entregó al capitán de Amarilis.
__ ¡Los niños van conmigo!
Renzo miró a los otros y de pronto armonizaron un ataque por sorpresa. Franco disparó rayos a los escamosos brazos del ogro, Pantapúas se quejó roncamente y Penumbra liberó a unas cuantas criaturas horribles de las jaulas que ornamentaban la amplia estancia.
Criseida saltó muy alto, luego se perdió en una serie de giros que desafiaban la gravedad, quitándose de encima a varios de los pequeños monstruos.
El capitán, empuñando la espada, se acercó a Pantapúas y este de un soberbio manotazo se la arrancó de las manos. El capitán y el ogro trenzados rodaron por el piso en funesto abrazo hasta que volvieron a incorporarse. Renzo sin moverse de su lugar arrojó al monstruo una verdadera lluvia de enseres, todos los que había depositados en mesas, aparadores y bibliotecas a la vista.
Volaban cornamentas, huesos, cráneos y colmillos que el monstruo atrapaba y devolvía con gran ímpetu. Los chicos los esquivaban mediante rápidos y eficaces movimientos. Franco continuaba avanzando hacia el monstruo dispuesto a flecharle con una buena dosis de rayos de tormenta los ojos oblicuos, cuando ya le tenía muy próximo se oyó una delicada voz, que le obligó a interrumpir la marcha, detener el paso y cerrar los puños…
__ Por favor, déjenlo, no resisto más…
¿Alguien podría dudar que aquella voz angelical no perteneciera a Anaís, princesa del reino de Amarilis?
Un enano, a las órdenes de Pantapúas, la rociaba con un horrible brebaje provocándole la misma sensación que agujas clavándose en la piel, de este modo la obligaba a rogar a sus amigos que no continuaran combatiendo con el ogro.
A través del Cuerno la plegaria llegaba nítida y clara, como si Anaís estuviese a unos pasos de la sala.
Los niños, fieles a la princesa, atendieron la súplica y depusieron rayos, golpes y saltos.
En cuanto a los enanos había muchos de ellos en las tierras de Líbor, en su mayoría actuaban según su conveniencia y la mayoría de los de aquellas tierras tenían sembrada en su corazón la semilla de la maldad. ¡Qué mejor lugar para abonarla que la amistad con Pantapúas! La Gente Buena enana __ porque había enanos muy buenos__, acabadas las Guerras Primitivas, se estableció en los Montes Kalí, en las cercanías de Lago del Oro, en el reino de Amarilis.
__ Está bien, capitán. __ Pronunció Renzo, sin disimular la postrera angustia, notando como desvanecía su rayo en la palma de la mano que metió con prisa en el bolsillo del trajecito verde.__ ¡Ve, Tractor! Te aguardaremos aquí. Nada nos ocurrirá.
Más… ¡cuánto querría creerlo él mismo! La verdad indicaba que quedaban a merced de las siniestras criaturas que convivían en el castillo, de su tenebroso amo y señor, y de todos los engendros que se arrastraban agazapados en las penumbras de Líbor.
El monstruo sonrió y la dama abrió y volvió a cerrar la puerta detrás de Tractor, que antes de irse anunció que pagarían muy caro los de Líbor si le hacían daño a uno solo de los De Oro o a la princesa de Amarilis.
El capitán abandonó el perímetro del castillo sin cesar de refunfuñar cual herida bestia ante el cazador. Pegando rápidas ojeadas al cielo tachonado de estrellas que se tendía de lado a lado sobre la isla como una manta roída.
Camino a su embarcación percibió un susurro entre los matorrales. Se volteó y contempló maravillado a Dama Verde.
__ ¡Centellas en altamar! ¿Qué haces aquí? ¡Este lugar es peligroso para ti!
__ ¡Soy yo quien cuida tus espaldas, orgulloso hombretón! __ Se quejó el hada, de la que se advertía únicamente el rostro enteramente rodeado por hojas de enredaderas y hiedras. Desde que Tractor le salvara de los agresivos cortes de las hoces de los Piratas Buscatesoros que quitaban la maleza para adentrarse en Isla Abandonada, se volvió su amiga y para él no se ocultaría Nunca Jamás…
__ Dama Verde, ¿qué haces en Líbor?
__ ¡Ay, mi capitán! ¡Qué despistado eres, Gente Buena! Estaba en la nave y de pronto, tumbos y más tumbos, sorprendida comprobé que estaba navegando. Asomé y ví horribles serpientes de mar así que me mantuve quieta… Un tiempo… Debería quejarme… No vine, ¡me trajiste tú, capitán!
__ Pero… deberías regresar a Reino de Hadas.
__ Sí, pero también debo estar cerca de ti.
Dama Verde pertenecía a la Comunidad de Damas Verdes ubicada en los frondosos Bosques del Viento Nuevo, en Reino de Hadas, donde poseía un suntuoso y bellísimo castillo de cristal, repujado en hielo y coral, donde el sol al reflejarse creaba cientos de luminosos arco iris.
Siempre había preferido la aventura, errar por los caminos y por ello estuvo a punto de morir cuando no pudiendo escapar de los piratas se convirtió en hiedra para ocultar su presencia, y casi muere si no fuera por la oportuna presencia del capitán.
__ Está bien, regresaremos a Amarilis.
__ ¿Y los niños?
__ ¡Los tiene el monstruo!
Dama Verde se estremeció y las enredaderas se agitaron, temblando. Una de las puntiagudas orejas se inclinó y los rasgados ojos se cubrieron de un opaco velo otoñal.
__ ¡Creo que debo regresar contigo! Esta vez seguiré tu consejo… ¡Ten cuidado! ¡Mira detrás de ti, grandote!
Tractor giró y aguardó: las arañas que había pisado antes de ingresar al Castillo de la Niebla, y que supuestamente había liquidado, resucitaron, infladas y encrespadas y estirando las patas, acometieron al capitán, chillando.
El capitán ciñó su espada y fue librándose de ellas una a una.
__ ¡Dichosos los mares que te han conocido Tractor! ¡Ves, Dama Verde, de nada les valen sus ocho ojos ni sus ocho patas! ¡Ja, Ja! __, se jactó el robusto marinero y se rascó convulsivamente el rostro, los brazos y las piernas, víctima de un ardiente escozor provocado por las patas peludas de las arañas.
Dama Verde no lo sentía, estaba sobre cubierta aguardando a Tractor, el hombre que no se amedrentaba fácilmente y al que pocas cosas le inquietaban al punto de sentir temor. Sólo había una cosa que no le gustaba de él al hada: aquel montón de tatuajes de criaturas fantásticas como aquellas serpientes asomando espantosos colmillos, dispuestas a atacar.
Quería mucho al viejo pirata y por nada del mundo le criticaría los asquerosos dibujos porque podía indisponerse con ella al punto de no hablarle más.
Y si un hombre se niega a ver un Espíritu de la Naturaleza este debe desaparecer por Siempre Jamás al instante. Es una Regla Mágica.
Conocido era el mal carácter de Tractor. Aunque debe reconocerse que desde que se trabó en amistad con Dama Verde del Viento Nuevo retornaron al capitán las risas y las fanfarronadas.

ZARIAL EN REINO DE HADAS -Capítulo 4




Zarial iba y venía con impaciencia aquella nublada mañana en Amarilis. No sería fácil arrancar de las garras de Pantapúas a la princesa del reino. Llevaba, en maníacos ademanes, las manos al cabello y cuando iba por el vigésimo té de jazmines, Tractor arribaba a la Gran Bahía.
Dama Verde rogó al robusto capitán que no interrumpiese su sueño, demasiado tenía con aquellas brisas que le mecían el cuerpo y los cabellos de hierbas, haciéndole cosquillas en los oídos y despertándola justo cuando tenía los más bonitos sueños.
Cuando despertase por su cuenta__ lo repitió__ pasearía por la isla hasta encontrar algún buen sitio donde instalarse por una temporada.
Tractor atravesó los jardines del Caracol Real, en cuyo centro se ubicaba el Palacio Real, llamado de Máximo y Victoria desde que desaparecieron, y frente al que se encontraba el palacio de Zarial.
Cuando Tractor hubo llegado hasta las habitaciones de la alcaldesa le entregó el brillante frasco de líquido azul.
Zarial soltó la taza del té que se hizo añicos en el suelo, tomó el frasco, lo abrió y del interior del recipiente escaparon ácidos vapores dueños de un olor insoportable.
De por sí Zarial sentía aversión por los hedores. Percibidas las primeras notas amargas comenzó a picarle la nariz, estornudó varias veces y cayó desmayada. Rápidamente el ama de llaves, Cantabria __ que siempre estaba cerca y a pesar de que Zarial lo considerara una manía, había provisto cada habitación de un botiquín de emergencias__ le lavó la cara con néctar de flores frescas y menta, luego la refrescó con un algodón embebido en agua de rosas.
Zarial volvió en sí y arrojó lejos el frasco que se rompió en miles de chispas, yendo por el manuscrito. Entonces, sintió la voz de Pantapúas diciendo las cosas que estaban escritas, con aquella fantasmagórica voz. Todos los personajes pintados en los cuadros que colgaban de las paredes de la habitación se taparon los oídos.
Las condiciones que exigía para devolver a Anaís a su reino eran terribles. El monstruo pretendía que Zarial no cediera más permisos a los de Oro para que metieran las narices en los asuntos de la Tierra.
Pero aún no oía lo terrible… ¡Las llaves del candado de la prisión de Azabache el Negro en la tierra de los desterrados! ¡Las llaves de Rayos y Truenos!
Esto era inadmisible. Zarial se dejó caer, atónita, en el sillón de cedro recamado en oro. Nuevamente se desmayó y allá vino Cantabria, botiquín a cuestas. Cuando recobró la conciencia y el ánimo golpeó con rabia la mesa y gritó maldiciendo la soberbia de los grotescos.
También dirigió su furia al capitán protestando por el olor de aquel tabaco que insistía en fumar en pipa, sintiendo una repugnancia que no le permitía tragar su propia saliva y le revolvía el estómago, que sentía que ya le echaría por la boca.
__ ¡Engendro horrible! Siempre nos ha molestado, pero esto ¡es el colmo del desparpajo! Viajaré a Reino de Hadas y hablaré con Vanity. ¡Anaís debe regresar! Bien sabemos qué puede suceder en un reino sin princesa. ¡Ah, la desobediencia de Anaís! No hay cosa peor que un monarca irresponsable. Hacerse a la mar… ¡Niña estúpida! ¡En aguas prohibidas! Ella no es dueña de su destino sino del de todos los habitantes de Amarilis, que ya no es una ciudad de reyes sino un reino…__ la alcaldesa meditó unos instantes__ ¡Amarilis, capital de Amarilis! Ya le cambiaremos el nombre a una de las dos cosas…
Zarial se encaminó a la ventana, pegó un vistazo a las cebras que pacían tranquilamente en los jardines.
__ ¡Cantabria, ordena que preparen mi transporte! ¡Y tú, Tractor, cuida a Amarilis! Y si no lo tomas como un asunto personal ¡deja de fumar esa porquería asquerosa! ¡No quiero ni pensar como tendrás el estómago! ¿Qué no sabes que el tabaco es malo?
Tractor sonrió groseramente y ante la mirada de la alcaldesa se reprimió de golpe; no pensaba en su estómago más que cuando este silbaba de hambre __ cosa que ya no le sucedía__ o cuando soltaba aquellos hedientos gases que obligaban a huir a los que estuvieran cerca, ¡y con las narices tapadas!
El capitán abandonó la habitación mientras Cantabria recorría a prisa las estancias de la mansión para dar cumplimiento a las órdenes de la alcaldesa. Era un mal síntoma la ira en Zarial, más cuando le pintaba las mejillas del rojo que presentan los tomates al madurar.
Zarial era alta y estilizada como el tallo de una palmera, su cabello corto de tono rosa contrastaba con la gran pendiente geométrica que colgaba de una de sus orejas. Aquel día llevaba un largo vestido violeta abierto en varios drapeados, antes de salir se echó sobre los hombros una magnífica capa de terciopelo rosa y subió a su carro, guiado por cebras __ que podían volar__ al grito de ¡arre, arre!, mientras las enguantadas manos cargadas de brillantes sortijas sujetaron las riendas con inusitado ímpetu.
Sobre las cebras, rayadas de intensos blancos y azules intercalados armoniosamente, iban las luciérnagas capaces de iluminar el cielo en medio de la más absoluta tiniebla.
La mujer ordenó a las aves que no cantaran en el interior del carruaje __ alegando que ahorraran los trinos para tiempos mejores__ y obligó a las flores a esconder sus perfumes cerrando las encendidas corolas. Cuando estaba de mal humor era mejor que ni las moscas volasen cerca de ella.
No sabía disimularlo así que de no haber ordenado vociferando a gritos, pájaros y flores hubiesen ocultado sus encantos, manteniendo el más estricto silencio desprovisto de aromas.
Rápidamente alzaron vuelo las cebras y sobrevolaron Reino De Amarilis. Valles, montes y lagos, montañas, ríos y cascadas, desiertos, montes y mares fueron convirtiéndose en un desdibujado bosquejo. Luego, el cielo fue tornándose más claro y los nubarrones comenzaron a desenredar grises hebras preparando densas pinceladas rosas y celestes que tapizaron el mágico cielo de Reino de Hadas.
Las distintas comunidades de los Espíritus de la Naturaleza se acercaban hasta que el destino del viaje se tornó nítido. Debajo de Zarial se abría el bellísimo abanico de Ciudad de Fresa, capital del reino.
El cartel indicador olía a los jazmines con los que estaban erguidas las columnas vegetales, en eterna primavera.
El viaje había sido largo y extenuante. El carruaje al fin se detuvo y Zarial descendió. Desempolvó su traje y con ágiles movimientos batió el corto cabello hasta recuperar su forma de cono sobre la frente.
A la guardia de las hadas no le pasó por alto que la visita llegaba huérfana de trinos y perfumes.
Las soldados que llevaban en las alas los símbolos del Ejército Real, vestidas con sus uniformes de cortas y holgadas bermudas que hacían juego con las casacas y espadas de tunas dotadas de afiladas espinas, dieron paso a Zarial, que apenas esbozó una sonrisa de cortesía.
__ ¡Vengo por Vanity!__ dijo a la sargento que se diferenciaba de las otras por su gran casco de coco y el uniforme color caqui, mientras que las restantes allí apostadas, lo usaban verde oliva.
__ Siento informarle que no podrá ser.
__ ¡Vamos sargento! Es urgente.
__ Mis órdenes son que nadie puede visitar a Su Majestad. No está en condiciones aptas de salud.
__ ¿Y de quién recibe órdenes, sargento, si Vanity no está en condiciones, digamos, óptimas?
__ He sido preparada para atender… __ carraspeó__ estas situaciones.
__ Si me impide verla ¡será responsable ante ella cuando se recupere!
La sargento, de cabeza invadida por cortas y elásticas motas renegridas y piel de tinte oscuro, abandonó la mirada desafiante y el soberbio porte. No sería nada saludable a su rango que la Reina de las Hadas le hiciera un escándalo. La degradaría al instante y colgaría sus medallas en el cuello de Gregory.
__ Está bien, pero deberá ir al Hospital, Box Real.
__ ¿Qué sucede?
__ Su Majestad anoche se sintió mal y fue internada de urgencia. No tengo informes actuales sobre su estado actual ni las causas de su malestar. Sólo esto comprende el Parte Oficial que me han entregado las heraldos. Y cumplo con hablar de ello delante de mis… __ carraspeó otra vez y miró a las guardias__ subalternas…
Zarial agradeció al Hada Sargento y continuó.
Conocía lo escueto de los partes militares y la hosquedad de Takis no le era desconocida. ¿Cuántas veces Vanity la imitaba burlonamente? Incontables…
La guardia proporcionó a Zarial como vehículo una hoja curva muy verde, guiada por dos hadas chofer, con indumentaria en tono azul y graciosos sombreros también azules.
Ambas saludaron cortésmente a Zarial y no hablaron hasta que llegaron al hospital, preguntaron a la alcaldesa si la aguardaban a lo que ésta respondió que no era necesario.
La señorita Zarial pasó por recepción y aunque estaba fuera de hora ni estaban permitidas las visitas en este caso por la importancia del paciente, la hada recepcionista, de alas muy blancas y brillantes, que se encontraba ordenando las historias médicas, pergamino sobre pergamino de papiro, interrumpió su labor.
Intercambió unas palabras con Zarial y le permitió el ingreso pues se trataba de una visita especial.
Zarial dejó atrás la puerta en la que colgaba un pequeño mural donde un hada de cofia muy blanca pedía silencio pegando un suave chistido.
Mientras adelantaba camino por las escaleras de cristal que rodeaban al ancestral y gigantesco nogal donde estaban apostadas las unidades de emergencia, camino al Box Real, ubicado en la parte más alta, Zarial observó las salas.
Algunas haditas habían estropeado las alas con el temporal y las doctoras de hadas de inmaculadas túnicas de tela de azucenas las cosían delicadamente con hilos de rocío hilados por las xanas, pequeñas damas de las fuentes. Otras se habían empachado con corteza de avellanas.
Una pequeña melíade habitante de los fresnos, se quejaba de dolor de cabeza porque había probado un licor de las grandes y otra viejita rezongaba porque no decretaban de una buena vez la prohibición de la circulación de las arañas grandes en Reino de Hadas, ya que sus alas se habían enredado en una tela.
El peor caso que presenció Zarial, por curiosear las habitaciones laterales en las dependencias de emergencias, fue el de dos hadas albañiles que se habían quebrado las alas hasta perderlas totalmente al caer arrastradas por un tanque de cemento de baba de sapos que cayó desde las estructuras más altas de una obra. Trabajaban en la construcción, al momento del accidente en los nuevos complejos edilicios de Bosque de los Abetos. Las cirujanas no podían reemplazarle las alas.
Los injertos no estaban dando resultados pues las últimas generaciones de hadas eran sumamente alérgicas a los gases que los hombres volcaban en el aire en sus rudimentarios experimentos industriales.
Respiró, aliviada, al divisar el sitio donde estaba Vanity, las enfermeras estaban pasándole un suero de caléndulas y parecía dormida. Sin embargo, la reina, advirtió la llegada de Zarial y abrió los ojos, que tenían el color de la miel, el pelo colgaba a ambos lados de la cama y estaba impregnado de un verde esmeralda que se despeñaba en ondulantes cascadas hasta la cintura.
Le habían quitado su traje real de orquídeas y rosas, y le habían puesto un sencillo camisón de pétalos de dalias, las alas estaban extendidas a cada lado de la cama, cubiertas con gel de nardos para que el polvo y los microbios no las estropearan. Las enfermeras se retiraron en puntas de pies __ aunque las zapatillas de fibras de esponja poco ruido podían hacer__.
__ Ha sucedido algo terrible… El Gran Oráculo me lo confirmó…
__ Así es… __ respondió Zarial.__ Tienen a…
__ Anaís.__ Repuso Vanity, para quien nada era oculto ya que disponía del mejor consultorio de vaticinios de Reino de Hadas.__ Es muy peligroso para nuestro mundo. Lo sabes mejor que yo.
¡Claro que Zarial lo sabía! ¡Y lo temía! En cualquier momento los chicos Dorados comenzarían a sentirse mal y se debilitarían, luna a luna.
__ Ella ha ido directamente a la trampa. No hay penitencia que valga. Es caprichosa y porfiada. Tiene un imán para los peligros.
__ Igual a su madre. Que bastante nos costó su pérdida. Debimos armar el reino de cero, prácticamente con legiones de niños y hadas enfermas en aquellos días de locura que vivieron nuestros reinos. De no haber sido por Cuarzo y Avellana, no sé si conservaríamos nuestro hogar.
__ Avellana… por ella he venido hasta aquí. Tú eres la única que sabe donde está. Pantapúas exige para la liberación de Anaís los niños que sea puesto en libertad… ¡Azabache!
__ ¿Qué¿ ¡Eso Nunca Jamás! Dime… ¿de qué hablas?__ Los ojos de miel se oscurecieron y empañaron bajo torneados capullos transparentes, que deshaciéndose le humedecieron el rostro.__ ¿Qué niños?
__ De Oro, tres. Fueron por ella junto a Tractor, peor quedaron atrapados en Castillo de la Niebla.
__ ¡Qué horror! Ubicar a Avellana no será tan fácil. Zarial… no es ubicarla… sino despertarla.
__ ¿Despertarla?
__ ¿Y qué crees, Zarial? ¡Debíamos protegerla cuando los remedios se acabaron y todos los conjuros resultaron inútiles! Porque la magia dejó de ser posible en ella… ¡Recuerda! Recuerda, alcaldesa, lo que ocurrió. Está en la Tierra de los Sueños, duerme desde que ayudó a Cuarzo el Blanco a enviar a prisión al por Siempre Jamás mencionado terriblemente Hechicero Negro. Antes de ingresar al calabozo le profirió un hechizo por Siempre Jamás.
__ ¿Y Cuarzo?
__ Cuarzo es el dueño del secreto que podrá desencantarla.
Zarial comprendió la gravedad del asunto. Cuarzo se había retirado a tierras muy lejanas, no sin antes incluir en las leyendas y los documentos oficiales el envío del hechicero a la Isla de Rayos y Truenos como su último trabajo profesional.
Los heraldos distribuyeron en su momento copias del documento en todos los reinos del Enigma. En aquel entonces estaba muy viejito, y de eso habían pasado muchos luceros por las noches de Reino de Hadas.
¿Significaba que Avellana dormiría por Siempre Jamás y que el siniestro Pantapúas se saldría con la suya y acabaría con el reino de Amarilis?
La señorita Zarial y la reina Vanity compartieron un largo silencio. Por la cortina de puntillas de calas corría una dulce brisa que olía a magnolias, podía oírse el canto de la Coral de Hadas ensayando una presentación en el colegio de las Hermanas Aladas del Perpetuo Perfume.
__ Sí… debemos ubicar eso en otro lugar. No me parece buena terapia oír como desafinan las alumnas. Zarial… también las llaves, en el caso de ceder, las tiene Avellana. El Blanco se las dio en custodia, incluso antes de recluir a Azabache en los dominios más pestilentes del Enigma. Bastaba con cerrar los candados. ¿Para qué andar con las llaves a cuestas?
La alcaldesa guardó silencio, la expresión de su cara era grave.
__ Irás a tu isla. __ Continuó la reina__ Nos comunicaremos. Prepararé un destacamento para que te acompañe a País de los Sueños, en el reino hay buenas guías exploradoras. Conocen todos los rincones.
Después, la reina de verdes cabellos, tiró del circuito y se arrancó el delgado tallo, las enfermeras hadas con sus cofias de siemprevivas acudieron al instante y las dos guardias que estaban apostadas en la puerta le rezongaron.
Pero la reina y la alcaldesa sólo pensaban en lo imprescindible: interrumpir el sueño de Avellana, porque era la única Hada Madrina del reino que necesitaba su protección, además, contaba con su potente varita mágica, con la que ninguna vara podía compararse.
__ ¡Soy la reina! ¿Quién manda aquí? __ preguntó inclinándose hasta las mismas narices de las guardias.
__ Está bien, Majestad, pero…
__ ¡Pero nada! Te acompañaré, Zarial, hasta el palacio. ¿Qué le han puesto a mis alas? ¡Por toda la magia! ¡Qué asquerosidad! Una reina engomada…
Zarial rió y una de las guardias carraspeó, haciendo un gesto a la alcaldesa que no pasó desapercibido a la reina.
__ ¿Cuál es el problema? ¡Qué protocolos ni ocho cuartos! ¿No puede salir una reina en camisón y pantuflas? ¡Vamos!
__ ¡Majestad!
__ ¿Y ahora qué sucede? __ Una de las enfermeras le alcanzó la delicada corona de diamantes y fresas incrustadas en la delicada armazón de oro y platino.
__ Bien, bien… Gracias __ Vanity subió al carruaje real acompañada por Zarial, tomó la corona, no se la colocó en la cabeza sino que la conservó en las manos y se apareció en el palacio, sin corona, despeinada, de pantuflas y en camisón.
Luego de mantener una breve charla con Zarial en el Parque de Bienvenida continuó hacia su palacio. Zarial partió hacia Amarilis y Vanity, en la sala del palacio comenzó a discutir con Raquel, encargada de la salud de la reina y su corte.
Estaba enojada por el escape del hospital, del que había sido informada y por lo que había llegado, aún, antes que la propia reina.
__ Bien sabes que preocuparte y tomar los asuntos con tanta ansiedad acaba deprimiéndote.
__ ¡Basta! Actualmente todo es depresión. ¡Basta! Simplemente tuve un mareo.
__ A causa de una impresión. Estás muy vulnerable. Deberías reconocerlo. Tal vez…
__ Tal vez deberíamos tener por aquí a Oberón.
¡Ah, era el colmo, nombrarle al engreído Rey de las Hadas! Aquel tipejo, buen mozo para nada, que bebía litros y litros de néctar y pegaba horrendos eructos en medio de cualquier banquete.
__ No hace falta en absoluto. ¿Ha cambiado algo desde que iniciamos los experimentos? ¿No estamos bien así, con ellos lejos, hasta ordenar nuestros territorios como es debido? Además, debe cumplir su misión, ¡y ojalá se tarde mucho tiempo en llevarla a cabo!
Oberón, acompañado por el resto de los hombres hadas del reino había partido rumbo a las Tierras Desconocidas del Enigma cuya existencia aseguraban las cartas de los magos. Necesitaba hurgar las riquezas que escondían esas islas lejanas para fomentar todos sus proyectos comerciales.
Es que Oberón vivía pensando en números y monedas de oro, y esto enfadaba mucho a Vanity, por ello se alegró tanto cuando el rey partió sin rumbo ni regreso predestinado.
Estaba harta de las tediosas pláticas que entablaba el hombrecillo con corona sobre exportaciones, importaciones, balanza comercial, ahorros, intereses y fórmulas para enriquecer al reino.
Para Vanity las riquezas de Reino de Hadas no consistían en las montañas de oro que permanecían escondidas en las entrañas de la tierra y que Oberón insistía en multiplicar. ¡Si los Leprachaun se habían vuelto locos con su obsesión de cuidar noventa y nueve ollas de oro ni imaginar lo que sucedería con el rey!
La riqueza del reino estaba en aquellos seres que buscaban implantar la bondad en el mundo ¡Nunca Jamás oculta en las mil caras de un puñado de diamantes! Desde la partida de Oberón, habían transcurrido ya, tres eclipses de luna.
__ Acaso ¿no la ves?
__ ¿A quién?__ preguntó Raquel.
Vanity tomó la Bola de Cristal, la giró varias veces y la acercó al rostro de la doctora.
__ ¡Isabel! Mírala gobernar sola. ¡Mírala nada más! Aunque la parte que más me gusta de su vida es cuando la visita Shakeaspeare. ¡Eso es lo que necesito! ¡Hombres poetas en mi corte! ¡Tanta magia y en casa de herrero cuchillo de palo!__ la reina suspiró hondamente y comenzó a recitar trozos de Romeo y Julieta.
__ A mí no me atrae nada esa mujer de cara enharinada. Has cambiado de tema como siempre lo haces… insisto en tu estás deprimida y nos falta Oberón. ¿Y tu corona?
__ ¿Cuál mujer necesita una corona para ser reina cuando le corresponde por actitudes? ¡No yo, Raquel! Y… dejemos este tema aquí… Si continúas achacándome esa ridícula depresión cambiaré de médico.
Raquel bajó la mirada, entristecida.
__ No tienes motivos.
__ ¡Sí los tengo! Mencionaste un tunante y sabelotodo… Y… __ dijo Vanity pasando el brazo afectuosamente por los hombros de la doctora__ ¡odio esos lentes!
Raquel se quitó los enormes lentes enmarcados en dos aros de madera de abedul. La miopía hacía que sin ellos no distinguiera un árbol de una hierba.
__ Me los trajo Santa Claus, Nunca Jamás los cambiaré por otros. Ah, acerca del tema de los hombres poetas diré que los hombres poetas nacen, no se hacen… Las mujeres no podemos ponerles palabras bonitas en sus bocas si no nace del propio corazón del hombre. No resulta. Aún ni la magia los hace a medida.


EN UNA TENEBROSA ISLA... -Capítulo 5



Imágenes para hi5


Los niños Dorados habían sido transportados por Penumbras y dos enanos a las celdas subterráneas del castillo. Se trataba de sitios húmedos y fríos, en los que las alimañas patinaban, jugaban, corrían y buscaban presas para engordar sus capas de grasa. Renzo se sentía tan disgustado… Sabía que siempre se había hablado de su pasta de líder, lo que le creaba responsabilidades con el grupo. Ni hablar de Anaís. La culpa le rascaba los oídos y le llenaba de bruma la mirada, pues, sin que nadie le hubiese designado para ello, generalmente estaba detrás de cada paso de la traviesa princesa.
Se habían enfriado dos veranos desde que detuvo el tiempo en una promesa que se convertiría en el motivo de su vida: protegerla de cuanto peligro la asechase.
Desde aquella vez en que la niña, desobedeciendo todas las órdenes, se apostara en la orilla del mar a jugar. La señorita Zarial había ordenado que ningún niño jugara en la orilla hasta no descifrar el Misterio de las Desapariciones que por aquellos tiempos tenían al reino en jaque.
Todo lo que se dejaba en la orilla desaparecía y no precisamente a causa de las saladas manos de las olas. Aquello hizo picar la curiosidad de Anaís y en lugar de hacer caso ¡se instalaba cada vez más cerca de las aguas! Internaba sus pies en la orilla y dejaba que las blancas espumas le empaparan las enaguas. La nana Cantabria le acompañaba trayendo todos los elementos para el día de mar: un gran canasto repleto de golosinas y frutas, juegos de playa, pelota, mantel y servilletas.
La diversión para Anaís venía de dejar las cosas donde el agua las alcanzaba hasta desaparecerlas y luego rezongar a Cantabria diciéndole que no se las había traído. Cantabria creía volverse loca.
__ Bien sabe, niña, que traje sus cosas.__ Decía la mujer, enojada, ponía las manos en la cintura, zapateaba, miraba al mar con desespero y no se explicaba qué sucedía.
__ ¿Y dónde están si tú tienes razón?__ preguntaba Anaís con ojillos de pícara.
Pero… ¡Cantabria bien sabía que una y otra vez había bajado canastos y acarreado manteles y servilletas! Anaís la observaba y se descostillaba riendo y haciéndole burlas.
Hasta que una tarde de ardiente sol la nana se aburrió de aquel juego, al que no le veía la gracia, y no se quedó vigilándola detrás de los árboles de la costa. Regresó dando ligeros pasos y hablando sola al palacio. Renzo estaba cerca y trepó a una roca y desde allí observó la encrespada espalda del mar turquesa y a la niña en la orilla…
Anaís reía y reía dando vueltas y saltando, entonaba alegres estrofas y esparcía arena a manos llenas. En tanto, el peligro asechaba en el clamoroso rugido de las olas… Desde el mar una mano invisible tomaba las cosas apenas el agua las mojaba. El canasto, la pelota de playa, los alimentos… Y lo terrible sobrevino…
Anaís, al verse sola, comenzó a internarse en las primeras olas que rompían sus trajes de espuma en la costa… La vocecita de cristal debió reemplazar risas y cantos por gritos de auxilio. Renzo abandonó la roca en un santiamén y fue por ella. Algo tiraba del festoneado vestido y los piececitos de Anaís. Algo espantoso… ¡y muy, muy fuerte!
Renzo se zambulló y tocó el extraño brazo, entonces tiró y tiró de Anaís hasta soltarla. Luego comenzó a tocar el agudo silbato y de inmediato, acompañada por Tractor, apareció Cantabria. Tractor se tiró al agua y pudo reconocer al responsable del Misterio de las Desapariciones: ¡un pulpo! de largos tentáculos con los que practicaba sus hurtos, cuyo cuerpo se hallaba suspendido bastante lejos de la orilla.
La bestia alegó que su vida era muy aburrida allá abajo, en las oscuras profundidades, pero el capitán consideró que el asunto había pasado a mayores pues acababa de intentar llevarse a la princesa. El animal pidió disculpas, aseguró no saber que los humanos se ahogaban. Consultada la alcaldesa, sin dudarlo y señalando hacia el agua, ordenó que fuera llevado de inmediato a las Prisiones Marítimas de Amarilis.
El capitán encadenó y sujetó al pulpo por sus tentáculos y le condujo hacia el fondo del abismo donde le dejó en compañía de varias criaturas acuáticas peligrosas para el hombre.
Cantabria recibió una sanción por ocultar los paseos de Anaís y la princesa fue sentenciada a la penitencia de ayudar en las tareas de la cocina, ¡un verdadero castigo para la niña!
Aunque, para no faltar a la verdad, debe decirse que se las ingenió para divertirse, tomaba sal gruesa a manos llenas que desparramaba cantando sobre hojaldres, guisados y sopas. Agujereaba verduras y frutas inyectándoles pimientas y ortiga molida, hasta que a pesar de la complicidad de las cocineras para no despertar la ira de Zarial, un mediodía, la alcaldesa estalló en múltiples estornudos.
Furiosa, ante la manzana picante y sintiendo como se le hinchaba la boca se dirigió a la cocina dispuesta a poner de patitas en las empedradas calles de Amarilis, al mayordomo responsable de los platos que se llevaban a la mesa.
La princesa se hizo cargo y Zarial, en medio de los grandes sorbos de agua helada que tragaba para apagar el incendio en su garganta, vociferó y vociferó, y acabó enviándola a su cuarto por treinta lunas.
Renzo se juró a sí mismo que siempre cuidaría los pasos de Anaís. No se debía únicamente por tratarse de la princesa sino porque Anaís tenía los ojos más verdes que los valles de Amarilis en primavera… Y los rebeldes cabellos tan amarillos como las espigas de trigo que las esposas de los labriegos escondían bajo las almohadas para la suerte…
Anaís era muy hermosa y a Renzo le gustaba estar cerca de ella, protegerla como el caballero a su dama, respetando las distancias que marcaban que Anaís, futura reina, debía ser desposada por un príncipe.
Un príncipe… algo que Renzo no sería Nunca Jamás de acuerdo a los Estatutos Reales.
De haberla sorprendido a punto de zarpar el funesto día en que acabó la aventura en las garras de Líbor, todo hubiera sido distinto. Eso creía Renzo que fue sacado de sus conclusiones y recuerdos por estrepitosos golpes.
Los niños se miraron entre sí, expectantes y asustados. Un denso olor a carne quemada se esparcía llegando hasta las estancias subterráneas. Penumbra hervía patas de tigre en la gran olla de barro cocido, pensaba acompañarlas con salsa de ortigas y un blanco puré de pulpa de ranas. Pero los mismos golpes hicieron que abandonara la olla, consumiéndose el agua y quemándose la carne y las salsas que se pegaron al fondo de los cacharros…
Esos ruidos venían desde el patio del castillo, exactamente desde el interior de la vieja capilla, transformada por Pantapúas en un depósito de huesos para sus artesanías.
Fue hasta ella y al ingresar una asquerosa garra sangrienta escribió en el aire ¿CUÁNDO ME LIBERARÁS? Penumbra tembló al tomarla en su mano y salió corriendo con ella al encuentro del ogro que estaba probando los animales cazados en el semiderribado galpón.
No era la primera vez que sucedía, muchas garras que escribían, colmillos que hablaban, armas que surcaban el aire, visitaban Castillo de la Niebla, sin embargo, la cenicienta dama siempre era tomada por sorpresa.
Azabache estaba ansioso, y por medio de sus maliciosas artes y sortilegios se ponía en contacto con su más fiel acólito: Pantapúas.
__ Alguien viene.__ Dijo Criseida, y al elevar la cabeza para observar la lúgubre entrada sus dos altas colas, rojas y ensortijadas, se sacudieron graciosamente.
Los niños guardaron silencio abriendo los ojos tan grandes como les era posibles, abarcaron a Pantapúas asomando por la escalera de la mazmorra mientras rasgaba la pared con sus filosas uñas.
__ Espero que vuestra alcaldesa, la soberbia Zarial, se dé la prisa que conviene a este pequeño asunto. O vuestro fin estará cerca… ¡muy cerca!... muchachuelos. ¿Tienen hambre? Penumbra ¿qué menú tenemos hoy? ¡Los niños están impacientes por conocerlo!
Acto seguido, Penumbra preguntó a su amo qué día era.
__ ¡Oh, miércoles! ¡Qué bien!__ exclamó sobre uno de los escalones, al que la planta de sus pies no rozaban siquiera, y mientras leía el largísimo papel amarillento que se mecía apenas, recorría la húmeda estancia y bajaba los pies únicamente para patear a las ratas que se le acercaban. De pronto, adquirió una pose ceremonial como si fuese a leer una gran obra. __ Hoy toca sanguijuelas cocidas con seso de alacranes como entrada, el plato principal es milanesas de serpiente con sopa de renacuajos y el postre… ¡Oh, mi preferido! ¡Tarta de excremento de lagartos con merengue de huevos de tortuga! Es tan… ¡suave y blando al paladar!
Los niños no ocultaron gestos de repugnancia, Criseida se apretó el estómago con ambas manos y creyó estar a punto de vomitar.
__ ¿Cuántos menús ordenan? __ Penumbra escuchó el silencio de los cautivos y se fue __ sin tocar los escalones __ profiriendo risotadas, cerró la puerta tras de sí con gran estruendo y sin voltear a la derecha o izquierda, cruzó las estancias del castillo en un santiamén y continuó cocinando para el ogro. Las otras mujeres de la cocina se ocupaban del resto de personal del castillo.
__ Puajj… ¡qué cosas horribles! Pensar que aborrecía la sopa de coles…
__ También yo preferiría morir de hambre.__ Respondió Franco a Criseida y alzó los ojos hacia el techo de roca que no dejaba de escurrir agua sucia.
El ogro azul ordenó que se tomaran todos los recaudos para que la princesa comiera como convenía a su estatus social y para ella ordenó a las cocineras que prepararan un budín de calabazas dulces, bajo capa de frutillas con limón.
Anaís se negó a comer y Pantapúas agregó que sería peor para ella, pero que no osara decir que no había sido bien atendida en la prisión del Castillo de la Niebla. Anaís asintió ¿qué otro remedio le quedaba?, __ aunque deseaba haberle dado con el plato por los ojos plateados y llenárselos de calabazas y frutillas__.
Cuando se hubo retirado Pantapúas, comenzó a sollozar. El enano encargado de su vigilancia reía sin parar.
__ ¡Inútil y estúpida princesa llorona! ¡Buáaa! ¡Buáaaa!
Lloraba por sus amigos, por todo lo que había puesto en peligro y por el terror que sembraba en su corazón aquel lugar lleno de cosas espeluznantes y que hedían a osamentas, siempre húmedo y cubierto de neblina.
Pantapúas cenó sus patas de tigre con salsa de ortigas, dejó un poco del blanco puré de ranas y bebió unos sorbos de su jugo de orín de borrico. Luego pegó un gran eructo y se dirigió a la taberna de Líbor donde le aguardaban sus compañeros de juergas habituales.
En la taberna los clientes bebían licores alcohólicos y fumaban cigarros de negro carbón con tabaco.
En su mayoría se trataba de Gente Mala enana, pero también había extrañas criaturas, sin clasificar, que conformaban la “fauna” de Líbor, aquellos seres a los que el Colador Mágico de Cuarzo el Blanco devolvió monstruosos.
Algunos vestían de modo extravagante y se ornaban con collares de los más diversos materiales que brillaban, otros vestían ridículas prendas de fibras naturales.
Hablaban sordamente y discursaban groseramente sobre las últimas cacerías mientras una enana, de insinuante corpiño y taparrabos hilado con sogas escarlata se contorneaba al ritmo de la música, alrededor de un par de colmillos de elefante, sobre una mesa construida con grises vértebras.
Pantapúas reía alegremente… Bebió hasta embriagarse augurando la próxima liberación de su amo, el todopoderoso Azabache el Negro.
Los presentes se sintieron halagados ante tal noticia, y parlotearon, largo y tendido, sobre el futuro de la isla si el rey fuese repuesto.
__ Está escrito en los Libros Negros. Él regresará.
Los seres de dos cabezas, los de tres brazos, y los otros seres deformes soñaban con el regreso del hechicero para ser devueltos a su antigua forma humana, para regresar a la tierra y sembrar los caminos con sus maldades.
Pantapúas tomó el tambor __ una desecada barriga de búfalo__ y golpeó con el hueso de una mula hasta obtener un escalofriante ritmo que sumado a su repulsiva voz que sonaba deliciosa a sus espectadores, chirrió canciones horribles y feroces.
La enana bailaba sugestivamente al compás del músico, induciendo a un constante vaivén las anchas caderas, sacudiendo las pulseras de hueso que le cubrían ambos brazos en su totalidad.
Embriagado y tambaleándose llegó el ogro azul al Castillo de Niebla. Penumbra abrió la puerta y le rezongó por regresar a aquellas horas “está por despuntar el soy y ya no recuerdo cuando fue la última vez que concilié el sueño con normalidad, últimamente todas las noches, te vas de parranda”.
Pantapúas se defendió diciendo que le sobraban razones para beber, ¡libertad para el amo! ¿No era eso tocar las brasas del infierno con los pies?
Mientras esto sucedía en la sala principal del Castillo del ogro, los niños observaban como el enano guardián roncaba y roncaba, alternando fuertes resoplidos con finos silbidos. No se despertaría fácilmente pues había agotado dos botellones de un oscuro licor.
Renzo, luego de varias tentativas, logró abrir un boquete en su celda pero lo único que consiguió fue que chorros y más chorros de agua sucia saltaran cual presos ante la inminente libertad de la roca. Para colaborar con la empresa Criseida pretendió cortar barrotes frotando contra los metales inertes trozos de piedra. Apenas si quitó un poco de costra con tanto limar…
Todos los esfuerzos acababan resultando estériles. Y pensando en esto terribles pesadillas agitaron a los de Oro durante toda la noche, el sol les encontró dormidos, polvorientos, húmedos y exhaustos.
__ Querría usar mis poderes…__ fue la primer frase que pronunció Franco al abrir los ojos.
__ Sabes bien que no puedes hacerlo, se nos permite para una misión, y esta la perdimos…
__ ¿Y si logramos rescatar a la princesa con ellos?
__ Es imposible, estamos debilitados, podrían resultar muy mal, no sería la primera vez…__ Renzo sabía de que hablaba.__ Sabes que la señorita Zarial nos da un tiempo para usarlos, después corremos riesgo de que se inviertan nuestros pedidos.
__ Oh, lo había olvidado…
Franco no estaba dispuesto a seguirle la corriente a Renzo, él no acostumbraba fijarse a las reglas ni obedecerlas ciegamente. Se rascó las oscuras motas, dudó unos instantes de sí abrir la boca o no, para finalmente gritar con gran júbilo “¡Llévanos arriba Luz Matinal!”
__ ¡No, aguarda!__ Chilló Renzo. Demasiado tarde…
Lo que aconteció fue que los niños ¡incluyendo a la princesa que fue arrancada de los aposentos que se le habían destinado! en lugar de ir hacia arriba fueron directamente hacia abajo en medio de una gritería. Sentían como iban hundiéndose, atravesando la materia sólida.
Se alegraron de ver a la princesa junto a ellos, en especial Renzo… Pero… ¿dónde estaban?
¿Era aquello el preámbulo de horas buenas o de las horas más nefastas?

LA CAVERNA DE LAS BRUJAS- Capítulo 6




Los chicos de Amarilis guardaron silencio y caminaron en equipo atraídos por la pequeña iluminación difusa que se colaba a unos pasos.
Se paralizaron unos instantes… ¿Qué era aquel lugar?
Acaso… ¡la caverna de las brujas de Líbor! ¡Sí! ¡La asquerosa caverna infernal! ¡Pero qué mala suerte!
No podían escapar de allí, habían caído exactamente en la antesala de la caverna, no había salida sin atravesarla de extremo a extremo.
Las brujas vivían en las profundidades de las rocas debajo del castillo, en las mismas entrañas del predio que le daba morada y sustento a la edificación de Pantapúas. Aunque en Líbor había muchas brujas…
Se contaba que desde sus agujeros podían llegar a los abismos oceánicos donde tenían tratos con las criaturas más horribles que Nunca Jamás verían la luz del sol y que se nutrían, reproducían y expiraban en las heladas aguas desde las primeras edades de la tierra.
En la sala, una bruja de holgado vestido negro revolvía un enorme caldero humeante, otra le alcanzaba montañas de ranas y la tercera, en cuyo sombrero puntiagudo resplandecían tres hebillas, introducía en el caldo un cucharón y probaba.
Esta era la más entendida en el punto de cocción, insistía en que a la mezcla le faltaban “picantes sabores para que escupa las llamas del averno”.
Los Dorados y la princesa observaron los rollos envueltos en telarañas en las bibliotecas, una bolsa que colgaba en la pared conteniendo cráneos humanos, y muchísimos frascos que rezaban a grandes letras Elíxir de Verrugas Frescas, Extracto de Mandrágoras, Fórmula para Acelerar Escobas, Cremas para Envejecer con Decencia, Arañas maceradas en Orín de Perro Salvaje, Infusión Temprana de Cuernos de Caracol…
Los niños habían crecido oyendo los palpitantes cuentos sobe qué escondían las brujas y ahora estaban viéndolo con sus propios ojos.
Todas miraron hacia un mismo punto, también los niños, otra bruja ingresó al lugar montada en una escoba, la sacudió un poco y la colocó en un rincón denominado Estacionamiento de Vehículos.
La recién llegada rió a carcajadas con una de ellas, a la que saludó llamándola Berta, que contó que Bruta __ este era el nombre de la que alcanzaba las ranas__ nunca daba con las proporciones adecuadas para que la sopa llegara a punto fuego.
Berta disponía de un olfato especial y no cesaba de mover sus narinas en todas direcciones, dijo que le picaban mucho y no creía ser alérgica a la cueva porque entonces “hace tiempo hubiera explotado como un caracol bajo un puñado de sal”.
Comenzó a remolinear y quejarse maniáticamente del extraño olor, por lo que las otras abandonaron sus tareas ante tanta majadería y comenzaron a llegar otras convocadas por un raro silbido que profirió Berta, y dando altas voces recorrieron todos los rincones.
Los búhos aletearon y varios gatos negros, con pereza visible, salieron al exterior dejando atrás el revoltijo. Los desorientados niños, víctimas del pánico, el alboroto y las corridas de las brujas miraban hacia todos los rincones implorando un mísero agujero donde esconderse.
__ ¡Aquí están! ¡Intrusos! ¡Niños! __ gritó un enorme sapo y dio un salto sobre Criseida que comenzó a gritar aterrorizada mientras una súbita palidez se adueñaba de su rostro. Renzo se lo quitó de un manotazo.
__ ¡No seas exagerada! Van a pasarnos cosas peores.__ Dijo.
__ Sin dudas. __ Repuso Franco.
__ ¡Aquí, aquí!__ gritaba el sapo usando grave tono.
__ ¡Dorados! ¡Son de Amarilis! ¡Qué buena cosecha!__ las brujas tomaron a los debilitados niños de los brazos y los cabellos arrastrándolos hasta meterlos en unas bolsas de red con ayuda de un grandote que apodaban Marcucho, que dejó en evidencia ciertas dificultades para caminar pero poseedor de unos músculos que el mismísimo capitán Tractor hubiese envidiado.
__ ¡Servicio prestado, servicio acabado!__ alardeó una de ellas y pisoteó al batracio delator hasta reducirlo a un asqueroso charco de babas coronado por dos ojos, miserablemente reventados.
__ ¡Déjennos ir!__ gritaban los chicos y pataleaban dentro de la bolsa.
__ ¡Un momento! ¡Bájenla a ella! Es Anaís, la princesa de Anaís, hija de Máximo y Victoria, la bola, ¡la bola!__ gritó y fue hasta la bola__ ¡la engreída de Zarial la busca!
__ ¡Deja la bola Berta, sabes que ella puede interferirnos!
La bruja asintió y la metió dentro de una olla herrumbrada con dos asas negras sobre las que se posaba un enorme cuervo al que los esperpentos mimaban cada vez que pasaban cerca.

__ Seguramente han escapado de… __ la bruja imitó al ogro__ ¡las garras de Pantapúas! Y no se los entregaremos ya que él nos ha cerrado la puerta superior porque quiere ser el único amo de la isla.
__ ¡Sí! Pagará caro su error. ¡Venganza, mis queridas! ¡Exijo venganza!
__ Mataremos dos pájaros de un tiro. Nos vengaremos de los de Amarilis por haber encerrado a nuestro Hechicero y de Pantapúas.
__ No olvides que podíamos haber salido a combatir.
__ ¡Y podíamos, mi estimada Berta, haber corrido peor suerte! Aquí vivimos en nuestro exquisito infierno, mal o bien.__ Afirmó Bona, metiéndose los dedos en la nariz hasta que sacó de ella algunas moscas.
__ No podremos conservarlos siempre aquí.
__ Por supuesto, ¡a mí me gustaría conservarlos aquí!__ y se tocó el estómago__En unos días buscaremos antiguas recetas de abuela… __ Berta se relamía la boca. __ ¡Me muero por tomar sopa de niños a las brasas!
Las brujas rieron dando saltos y haciendo piruetas alrededor del caldero de hierro, dejando al descubierto gruesas hilachas que colgaban de sus viejos y rotosos calzones de felpa.

__ Ves, no puedes usar tus poderes cuando se te antoja.__ Se quejó Renzo.
__ Tú no eres el Jefe.
__ Aquí no hay jefes, Franco… ¿y cómo salimos de esta?
__ Bueno, __ dijo Criseida, la niña del cabello rojo__ de algo estoy segura: ¡no será usando los poderes de Franco!

PAIS DE LOS SUEÑOS -Capítulo 7





Vanity, la bellísima Reina de las Hadas, pasó revista al ejército que viajaría al País de los Sueños y se mostró conforme al comprobar cuán previsora era Takis, la sargento. Las hadas soldado llevaban las armas necesarias para enfrentar los peligros que asechaban en las tierras donde dormían las hadas, duendes y magos. Desde disparadores de rayos de espinas a bombas de vegetales traídos de tierras lejanas en exclusividad para Reino de Hadas.
Los carros de provisiones estaban listos y rebosantes: panecillos de maíz y miel, jarrones de leche de oveja recién ordeñada, frutas cortadas y aderezadas, así como botellones de jugos de hortalizas y fresas.
En el carro de Primeros Auxilios se había reparado en todos los detalles, los botiquines estaban repletos de vendas cítricas, parches de geranios, hilos de sutura de rocío y tejidos curativos tejidos por arañas especializadas, lunares para reparación de alas y geles para protegerlas.
Completaba el arsenal una variedad de antialérgicos, analgésico de peras y sauces, antifebriles, inyecciones de banana para articulaciones doloridas, calzado especial de cortezas resistentes y un esmerado quirófano.
Las soldados ordenadas aguardaban la llegada de la señorita Zarial, que no había sido menos previsora, aunque su cargamento era diferente porque debía sacar de las emergencias mágicas a todo el escuadrón.
Sabido era que muchos hechiceros habían esparcido terribles conjuros en las afueras de País de los Sueños, para que nadie interrumpiera el sueño de los que habían enviado a parar allí.
La alcaldesa de Amarilis los conocía casi todos, sin embargo, algunos continuaban siendo un enigma, como el encantamiento que llevó al Hada Avellana a cerrar los ojos por Siempre Jamás. De todos modos, estaba dispuesta a intentarlo. Enfrentaría a los Guardianes de Conjuros con su arsenal de pócimas, hechizos y oraciones.
Si bien Zarial no era un hada fue autorizada y entrenada por Reino de Hadas para usar ciertos conocimientos y otorgarlos a los humanos especiales que cuentan con el Tercer Ojo de la Sabiduría y Buen Corazón.
Las hadas por su fragilidad no podían encargarse de todos los asuntos y siempre les habían causado problemas los Cazadores de Hadas, que solo buscaban estamparlas en pintura y probar su existencia con imágenes o capturándolas.
Cuando estuvieron listos todos los preparativos luego de que Zarial arribara en su transporte de cebras aladas que dejó en el Parque de Bienvenida, Vanity, engalanada como la Suprema Jefa de Estado, vistiendo uniforme verde oliva, kepi al tono, lustrosas botas militares y luciendo en hombros, pecho y antebrazos, brillantes condecoraciones y galones __ realizó una breve ceremonia protocolar.
Concedió el permiso para partir, deseó buena suerte y no regresó al palacio hasta que los escuadrones se perdieron a su vista mientras la banda del ejército continuaba ejecutando himnos y marchas alusivas a enfrentamientos pasados, cuando los días eran oscuros y la magia comenzaba a planificar una perenne aurora.
Las soldados abandonaron Ciudad de Fresa. Las de rango iban montadas sobre blancos unicornios vigilando el orden y normalidad de la marcha. Las demás soldados eran transportadas en carruajes transparentes tirados por unicornios celestes.

Zarial iba al final de la caravana en un sólido carro de roble que conducían cuatro unicornios ricamente ataviados con pedrerías. Al atravesar la Muralla de las Madreselvas que marcaba la frontera norte de Ciudad de Fresa los unicornios apuraron el galope. Cruzaron a gran velocidad la Floresta de las Alseides, Manantial Mineral, Paso de las Azucenas, el Gran Lago de las Ninfas donde las hadas peinaban sus largos cabellos y confeccionaban nuevas peinetas de coral y perlas.
Las hadas del Valle de los Áloes y Tulipanes reparaban sus hogares construidos en pétalos, cuando la caravana pasó, a su paso saludaron y continuaron almacenando néctar bajo raíces y bulbos. El Monte Dedos de Luz se abrió como un abanico, desde allí podían divisarse los contornos de la Comunidad de Gnomos y las Minas de Oro cercana al Desierto Llama del Mago…
Continuando al suroeste de Reino de Hadas la expedición escaló las montañas de cacao, descendiendo luego por laderas, pendientes, rápidos y cascadas. Cuando el horizonte delató un esplendoroso arco iris, el hada Arienne al advertir el ejército, realizó el clásico gesto de permitir el paso y ordenar el retiro de la comunidad aérea que comandaba: los ingrávidos silfos amasados en aire y luz.
Transitaban las últimas porciones pertenecientes a Reino de Hadas, donde vivían los silfos que abandonaban el vuelo sólo para nadar en las aguas que enjuagaban las faldas de las montañas.
Los Estatutos Reales prohibían volar excepto en casos de emergencia, el cielo debía estar despejado y límpido, ya que muchas hadas vaticinaban según el olor, el color y los síntomas climáticos del cielo. También debía cuidarse el tránsito de los extranjeros permitidos, generalmente, humanos que poseían el Tercer Ojo, venidos o recomendados por Amarilis. Un enjambre de alas revoloteando hubiera provocado accidentes fatales en varias oportunidades.
Sólo la familia real en ciertas ocasiones, los soldados de rango y las doctoras por urgencias podían sobrevolar Ciudad de Fresa, y siempre utilizando transporte, respetando la excepción del Expreso Aéreo, que cumplía sus horarios y recorría Ciudad de Fresa transportando niños y hadas adultas a sus trabajos y recreaciones.
Para aquellos que tenían dificultades para volar o los niños de la comunidad hada existía un Parque de Entrenamiento Aéreo dispuesto con todas las medidas de seguridad para evitar incidentes.
Únicamente a los silfos se les reservó un área de vuelo permanente, alejados del reino, porque prohibirles volar hubiera sido como matarles, les era imposible vivir caminando o nadando.
El cielo fue tiñéndose de intenso naranja y las vegetales siluetas se tornaron negras, en ese instante fue en el que todos los unicornios desplegaron las alas mientras las hadas las suyas plegaban y se hicieron a los cielos, devorándolo cual veloces cometas.
Grandes y cenicientos nubarrones se intercalaban dando paso a espacios oscuros iluminados por luceros a modo de pequeños faroles hasta que País de los Sueños estuvo cercano. Grandes nubes blancas y algodonosas filtraban apenas rayos de una aguada luna tendida sobre una morada frazada y una lluvia de polvo de estrellas se esparcía en el aire.
__ Pero… ¿qué es eso?__ preguntó Zarial.
__ Se trata del Cinturón de Puestos de Guardia de Hechizos, __ Respondió Takis. Se refería a las extensas arboledas blanquecinas entretejidas con densas marañas de espinosos brazos, que estiraban cuando los extranjeros intentaban adentrarse en el territorio. __ Es nueva, responde a los duendes.
__ ¿Y la Posada del Custodia?
__ Seguramente habrá que informar de la situación, luego de esa misión, el presente es difícil, no contamos con Cuarzo ni Avellana, ni siquiera, alcaldesa, disponemos de Oberón. Tratamos de evitar repetir las guerras, aunque, el Oráculo vaticina horas negras para el futuro del reino. Las fuerzas de la hechicería están recobrándose… Hace mucho que Reino de Hadas no inspecciona estos terrenos.
Cuando la sargento acababa de hablar los brazos de los matorrales se abrieron y una gran nube de insectos, amenazante, se abatió sobre el contingente, profiriendo terribles chillidos guerreros y envueltos en una ácida marejada de olores penetrantes.
Rápidamente, las primeras líneas de hadas de ropajes camuflados dispararon explosivos de ajos y gases de cebolla. El enemigo representaba un cuerpo de élite aéreo de los duendes dañinos que trabajaban para los hechiceros negros.
Uno de los escuadrones que respondían a la sargento Takis disparó metros de cordel y colocó bozal a un gran número de atacantes para inutilizarles las enormes tenazas. Luego, otras soldados embetunaron las patas de los más peligrosos con espesas jaleas reales.
Las hadas trepaban, gritaban, resbalaban y volaban desordenadamente sobre la multitud de insectos. Las que vestían chalecos de ortigas llenos de urticantes pelos lograban la huida de algunos monstruos. Takis arrojaba agujetas de pino y puntiagudas piñas que se clavaban, impecables, en los movedizos blancos. Famosa era su puntería en los Archipiélagos del Enigma.
La señorita Zarial hacía lo suyo valiéndose de pequeños sortilegios. Hasta que comprendió la inminente derrota al advertir los duendes que se acercaban montados en gigantes langostas que daban grandes saltos, formados en ejército.
Venían armados hasta los dientes con afiladas espadas de madera y contra sus bolas enciende-llamas nada pudo hacer el Escuadrón Salamandra de las hadas.
Las hadas se trenzaron y muchas cayeron enredadas y ovilladas con los duendes. Los unicornios se inquietaron y comenzaron a trotar sin rumbo.
Zarial se enojó mucho, quedó colorada y el cabello rosa echó chispas granates; entonces, revoleó la verde capa y arremangándose el largo vestido verde limón, trepó a uno de los unicornios y habiendo ubicado al jefe de los duendes, se dirigió a él.
Cuando le hubo alcanzado, le increpó duramente y le ordenó que retirara las “hediondas huestes”. Las hadas estaban perdiendo las alas y los carruajes de Primeros Auxilios agotaban sus provisiones.
__ ¿Te das por vencida?__ preguntó el Jefe de los Duendes que tenía las orejas muy largas y en punta, vestía un pantalón y chaleco naranjas y calzaba unas gigantes botas de piel y tigre, y medía poco más de la mitad que lo que medía Zarial.
__ ¡Jamás, Cauchemar! Te reto a que retires ese montón de indignos luchadores. Sabes que violas el Código de Honor de la Naturaleza. Hadas y duendes no deberían enfrentarse. Aunque los tuyos siempre han actuado a su conveniencia y quebrado todas las reglas.
__ ¡No deberían! ¡No deberían! Basta de esa basura, Zarial. Me pagan para ello los Poderes Oscuros que son más divertidos que tus amigos.
__ Los Poderes Oscuros son tétricos y mediocres.
__ Acaso ¿no fue vuestro mago quien separó las hadas de los duendes?
__ Bien sabes por qué. Estaban usándolas, embarcándolas en cualquier misión peligrosa y hasta procreando con ellas. Los últimos engendrados tenían la misma cantidad de bondad que de maldad. Puso las cosas en su lugar.
__ Entonces este ataque no tiene nada de anormal. ¡Nadie pasará el Umbral de Los-Que-Duermen! Esas son mis órdenes, Zarial.
__ ¡Está por verse si las respetaremos!__ exclamó una crispada alcaldesa que volvió a rogar que se retiraran en paz, ante lo que el duende rió ordenando a sus súbditos que remataran el ataque.
Zarial aguardó que los remolinos polvorientos se aplacaran y observó atónita como surgían de las entrañas del mismo suelo que pisaban enormes escarabajos longícorneos provistos de peligrosas mandíbulas dentadas y redondos ojos atrincherados detrás de brillantes rejillas.
Erguidos y armados, envueltos en caparazones de refulgentes tonos que iban del jade al esmeralda, unos, otros manchados, aunque manteniendo en común en los naturales uniformes las deslumbrantes iridiscencias que vestían como si se tratase de rutilantes filigranas.
Comenzaron a atacar con saña y no se amedrentaban con facilidad. El panorama era desolador para las hadas que en su mayoría malheridas, continuaban combatiendo con los duendes y recibían el ataque de los escarabajos. Estos, para moverse con mayor rapidez patinaban con ayuda de compuestos expelidos por sus propios abdómenes.
La señorita Zarial supo que debía detenerlos usando la magia. Estos recién llegados, verdaderas fortalezas ambulantes protegidas bajo compactos élitros estaban diezmando a las hadas. Siempre se había hablado de los ejércitos de escarabajos como preparados para luchar en todo terreno, dueños de muchas tretas para desembarazarse de sus adversarios.
¡Lo que jamás imaginó Zarial es que en País de los Sueños hubiera de ellos! Atacaban por sorpresa, y su presencia no se detectaba con anterioridad, se unía a sus exoesqueletos la flexibilidad y contribuían a hacer más temible su presencia aquellas matas de pelo sensoriales color bronce en las piernas.
Zarial sentía como el pánico la corroía y no estaba dispuesta a permitirle al miedo que la paralizara. En cuanto a Cauchemar siempre había sido un mercenario, que a cambio de unas monedas de oro se encargaba de ejecutar la tarea más vil, secundado por sus horribles duendes.
__ ¡Tú lo buscaste!__ exclamó Zarial y alzando las manos al cielo convocó a las Fuerzas del Universo y llamó al Poder del Hielo.
La nieve llegó y al cabo de unos instantes los enemigos de las fuerzas de Vanity quedaron helados e inmóviles.
Cauchemar quedó petrificado, y a pesar del visillo helado que traslucía sus ojos asomaba la cólera, los escarabajos se tornaron en extrañas esculturas de hielo; algunos se congelaron con las bocas inexorablemente abiertas en expresión de asombro.
La mayoría de los duendes conservó la expresión propia del verdugo ante la presa conquistada escapándose por arte de magia, con los ojos relucientes de euforia y sorpresa que delataban su habitual hambre de batallas y cuerpos caídos…
Zarial se sacudió el vestido, restregó sus manos y retornó a su puesto.
Era una mujer cuidadosa en el manejo de los poderes, como la fortuna, la vida, pesadillas y alegrías se terminan ¿por qué no habría de suceder lo mismo, de improviso, con la magia, de esencia desconocida y sumamente volátil?
La morena Takis se quejó de que las soldados que no estaban heridas estaban salpicadas de vómitos de insectos y ordenó que las que no se encontraban maltrechas se cambiaran de inmediato los uniformes, pues las hadas, aún cuando combaten, están heridas o lloran, deben verse bonitas.
Zarial ayudó a las enfermeras a colocar parches y curitas en las alas que habían quedado hechas retazos o se habían chamuscado con las llamas. Luego de curar piernas doloridas y colocar torniquetes en muchos brazos, la caravana nuevamente se ordenó y atravesó el Umbral de Los-Que-Duermen.
Pasaron el zaguán de rosas blancas enhebradas con jacintos en sutil malla, y habiendo distribuido la sargento las zonas de búsqueda, todos se dispusieron a explorar con entusiasmo.
País de los Sueños abarcaba extensas sucesiones de plataformas en desniveles, y a grandes trazos comprendía las Pequeñas Montañas de Algodón, el Río Despierto, Valle Azúcar y Posada del Mago.


Los que dormían se habían clasificado desde la antigüedad en diversos umbrales como el Umbral de las Princesas, Umbral de los Reyes, Umbral de los Grandes Magos, y muchos más.
Sin embargo, en el momento que Takis y sus fuerzas ingresaron a la tierra de los sueños, reinaba el desorden y no era extraño encontrar en el Umbral de las Hadas alguna bruja enviada a dormir durante toda la eternidad mediante los conjuros de algún mago blanco.
Las hadas observaron los rostros de princesas de los reinos de los libros de cuentos que dormían dentro de cajas de cristal en los peldaños de una colina alfombrada por violetas y prímulas.
Buscaron en el Umbral de las Hadas que soñaban en los más diversos lechos, los había tejidos de girasoles sobre húmedas bases de lechugas, caparazones de tortugas gigantes con tallos de flores, redes de panales y ventanillas de azucenas, alfombras de cantos rodados intercaladas con caracolas marinas.
Para acceder a algunos lechos debía treparse por enredaderas que se enroscaban en troncos que abrían sus ramales para conducir a diversos recintos en los que se advertían los rostros de los durmientes, recostados entre pétalos de dalias y helechos que se mecían en continuo abanicar.
Las hadas de Ciudad de Fresa se encontraban exhaustas pero no cesarían sus esfuerzos hasta dar con Avellana.



EL PLAN DE LAS BRUJAS Y EL OGRO -Capítulo 8



En Líbor, Pantapúas, buscaba a los de Oro por todos lados. Debajo de las rocas, en los huecos de los árboles, bajo los densos mantos de vegetación…
Había enviado enanos que husmeaban, hurgaban y revolvían cada agujero, madriguera o cueva… ¡Nada!
__Si me das algo tal vez pueda decirte dónde están…
__ ¿Qué sabrás tú, falso enano?__ el ogro respondía así a un gnomo del bosque que podía tomar diversas formas como esferas brillantes, bolas de fuego, o como en este caso, que gustaba de verse la mayoría del tiempo como un enano.
__ Pues… te lo pierdes tú… Bien sabes, viejo ogro, que puedo ver muchas cosas sin que mi presencia sea descubierta.
Pantapúas dio un fuerte golpe en la mesa que se hizo trizas y tomó al enano del cuello hasta alzarlo a la altura de sus fatales colmillos.
__ ¡Aquí mando yo! Y si lo deseo te daré algo. Tienes la obligación de dar la información al amo a cambio de… ¡de nada! Me bastaría un soplido para acabar contigo y los que andan como tú arrastrándose en los agujeros.
__ Está bien. ¡Qué carácter! ¿No somos amigos?
Pantapúas rugió.
__ ¡Yo no tengo amigos! Nunca los tuve. Tengo súbditos. ¿Dónde están?
__ ¡Las brujas los tienen!
__ ¿Cómo lo sabes?
__ Pues, como bien has dicho, puedo arrastrarme por cualquier agujero.
__ ¡No pueden desafiarme así! ¡Taimados esperpentos! ¡Otra copa de licor, enana! Ah… toma esto.__ El ogro le dio al enano uno de los colmillos que colgaban de su collar.__ Así creen que eres capaz de cazar bestias gigantescas. ¿Quieres mejor obsequio? ¡Esto significa respeto! Obtendrás respeto de tus pares.
El gnomo vuelto enano lo miró, no le parecía adecuado el pago por su favor, pero prefirió cerrar el pico.
La enana, con la boca muy colorada, los ojos espesamente delineados y la falda muy corta, sirvió licor a Pantapúas que no quitaba de su mente a las brujas. Pensaba que siempre habían sido atrevidas pero robar sus prisioneros excedía los límites.
De todos modos siguió el consejo que le dieron los compañeros de juerga, apostados en el mostrador y atentos a la historia, no era conveniente bajar a las cavernas subterráneas y hacer mucho escándalo. Las brujas podían matar a los niños ¡bien sabía él como les gustaban ciertos platos!
Volvió a su castillo dando tumbos y nuevamente Penumbra al abrir la puerta, rezongó por la embriaguez del amo y porque no dormía nunca al fin de cuentas. Tenía el gorro de dormir en una mano, los cabellos todos parados y su largo camisón almidonado se arrastraba por el piso.
El monstruo como respuesta a tanta rezongadora se llevó por delante los candelabros y desparramó las velas encendidas, un pequeño charco de cera dejó elevar delgadas llamas. Penumbra, con paciencia, sopló y apagó el fuego, luego, fue por una rejilla y limpió el suelo.
__ ¡Las brujas tienen a la princesa! ¿Quién más podía tenerla? No están en el bosque ni han salido embarcaciones a la mar… El gnomo tiene razón.
__ ¿Y cómo fueron a parar con ellas?__ preguntó el ama de llaves del ogro mientras colocaba los candelabros en su sitio.
__ Ah, son muy hábiles. Buenos trucos. Viven para mejorarlos…__ Pantapúas dio un enorme bostezo que invadió a la dama que se retiró con un gesto de asco y se durmió en el viejo sillón forrado en pieles.
__ ¿Qué harás?__ preguntó Penumbras dos veces hasta que el ogro se revolvió en su sillón y abrió un ojo.
__ ¡Tú me ayudarás! Irás con ellas y dirás que les aconsejo me devuelvan las criaturas. Pensándolo bien… a los otros pueden picarlos y aderezarlos con salsa de huevos de tarántulas… __ Soltó estridentes carcajadas y los búhos que asomaron a ver qué sucedía en la sala también rieron. __ Les dirás que exijo que me devuelvan a la princesa. Los otros son reemplazables.
Al otro día el primer pensamiento del ogro fue para lo que hablara con su dama de compañía, por tanto, con los primeros rayos del sol, Penumbra se fue al bosque.
Los búhos eran sus amigos y fueron guiándola hasta la entrada a las cavernas de las brujas, que si bien estaban debajo del castillo era imposible acceder a ellas desde él, porque el mismo ogro había sellado todas las pasadas y túneles.
Penumbra fue internándose dentro de laberintos de agua y tierra putrefactas, pateó los animalillos que proliferaban por allí concluyó que las brujas comían peor que su amo a juzgar por el nauseabundo olor reinante. Recordó que distinto sería si Azabache estuviese en la isla, podría recorrerla sin tocar el suelo, habilidad que sólo mantenía en Castillo de la Niebla.
Las brujas, paseándose en la sala, probaban un nuevo truco de mimetismo, en un primer momento hablaron de obtener una propiedad similar a los anfibios que, mediante movimientos de contracción y extensión, cambiaban el color de su cuerpo para confundirse con el ambiente.
Berta, Bruta y Bona no lograban los colores adecuados. Se impregnaban con fortísimas tonalidades que resultarían indiscretas en cualquier situación, aún en la oscuridad.
El colmo fue cuando desearon ir por más e intentar cambiar totalmente el cuerpo para franquear el mar, convertidas en gaviotas.
Las brujas realizando supremos esfuerzos de voluntad, bebieron pócimas, pronunciaron un par de sonoras oraciones murmuradas gravemente y se transformaron en unos pesados buitres gigantescos y torpes; furiosas, regresaron a su forma, probaron otra vez… y… ¡se volvieron urracas que no cesaban de parlotear alrededor del negro caldero!
Tropezaban, se enganchaban las alas, caían, daban vueltas cual remolinos azotados por vendavales y en sus locas carreras volaban enseres por doquier…
¡Fallaban una y otra vez!, los chicos, a pesar de lo desagradable y penoso de la situación sonreían al ver a las brujas cambiar de cuerpo como ellos cambiarían de casacas.
__ ¡Ah, las contradicciones de la magia! Nunca las entenderé…
__ ¿Por qué lo dices, Bona?
__ Porque hasta los duendes, los gnomos… ¡mira lo que son!, míralos nada más… pedazos de masa moldeada a dedazos siniestros, cambian de apariencia cuando quieren…
__ ¿Y nosotras no podemos convertir los animales en otras cosas?
__ ¡Mira que eres bestia, Bruta! Ya lo sé. ¡Hablo de convertirnos nosotras en un animal! Pero… ¿para qué hablo contigo?__ Dijo Bona y reanudó los ejercicios moviendo brazos y piernas, imitando alas, picos y garras, aunque todos los esfuerzos eran vanos pues no lograban la forma deseada.
__ No son muy buenas.__ Dijo Criseida.
__ ¡Son malísimas! Apuesto que yo lo haría mejor.__ Acotó Franco.
__ ¡Mejor cierra la boca! Tú no lo harías mejor y jamás Zarial nos daría poder para hacer esas… tonterías.
__ Y no somos ni seremos Nunca Jamás brujos.__ Respondió Renzo.
__ En todo caso, me gustaría llegar a ser un mago.
__ ¡Por favor, no peleen!__ rogó la princesa.
__ ¡Qué pena que los magos puedan convertirse en brujos! __ Criseida temía a los hechiceros desde muy pequeña, bastaba nombrarlos para que sus ojos aclararan la tonalidad azul.
Le costaba entender que existiesen magos para usar la magia en nombre del mal.
La bolsa que contenía a los chicos se balanceó, estos trataron de cambiar de posición aunque los calambres no disminuyeron un ápice en su intensidad. Todos los huesos les dolían y estaban hartos del olor apestoso de la caverna.
__ ¿Y si probamos con ella? __ Berta señaló a la princesa Anaís.
__ ¡Qué buena idea! ¡Sí! __ gritó Bruta saltando y quedando a centímetros de la bella niña y con una uña muy larga le recorrió el rostro.
Anaís la contempló con temor y allanó la mirada de sus amigos buscando en ella un escudo salvador.
__ Puedo intentarlo ahora mismo.
__ ¡Basta! __ clamó Bona __ ¡Cállate! Además si tú la encantaras nadie podría desencantarla pues tus sortilegios no existen en ningún libro porque eres alérgica a la lectura. ¡Y tú, Berta, deja de darle alas a esta bruja analfabeta!
Berta se le abalanzó y trenzada con Bona, volaban hilachas de los calzones de felpa. Berta quiso intervenir y Anaís sacó un pie por uno de los agujeros de la bolsa y la bruja cayó boca abajo con el vestido por sombrero.
__ ¡Oh, no!__ gritó Renzo.
__ ¡Estúpida bruja!__ se mofaba la princesa.
Berta comenzó a girar agarrándose la nariz, luego fue por el pedazo que había rodado al vislumbrarlo en el otro extremo de la cueva.
Bona y Bruta no cesaban de arañarse y arrancarse los cabellos insultándose mutuamente.
Cuando Berta, con su nariz recién pegada iba con sus manos dispuesta a acometer a Anaís, Cuervo entonó desafinados graznidos que alertaban sobre la presencia de una extraña en las cavernas.
Dos de las brujas se escabulleron por una salida y cuando Penumbra caminaba casi en puntas de pies a causa de los ruidos fue sorprendida.
__ Pero… si es la noble empleada de Pantapúas. ¡Qué destino más aburrido! Aunque tu amo te ha iniciado en algunas artes. Según dicen por ahí en el castillo no necesitas pisar el suelo… Bien, ya nos contarás… ¿Has perdido algo por aquí, querida?__ La tomaron del brazo y la llevaron a la misma estancia donde mantenían a los pequeños prisioneros. Penumbra los miró y sonrió, ¡la princesa estaba allí, el amo tenía razón!
__ Pantapúas quiere a la niña. Les pide que sea entregada a la brevedad.
__ ¿Y quién es ese para ordenarnos a nosotras? Has visto que a pesar de que intentó sepultarnos en vida bajo su castillo logramos acceder a la isla… ¿Quién duda de la inteligencia de las brujas? Bueno… es que hay especimenes… en fin… que una comprende que la chusma haga ciertos comentarios…__ miró a Bruta con sarcasmo.
__ Nos costó…__ Bruta no se dio por aludida y continuaba pensando en voz alta como siempre y como siempre recibió los rezongos de Bona.
__ ¡Cállate, con tu vejez tu sombrero aún no tiene hebillas! Hablaba contigo, Penumbra, te repito, él no es nadie para ordenarnos. La princesa es nuestra prisionera y si Pantapúas la quiere somos nosotras quienes estamos en condiciones de exigir. Iremos a hablar con ese mequetrefe. ¡En persona!
Las tres brujas tomaron sus escobas.
__ ¡Bruta, lleva a la dama en tu escoba! La mía está muy vieja, tu escoba está casi cero kilómetro. ¡Oh, esta escoba mía ha cruzado mares, surcado cielos, desafiado tempestades! Es de las mejores que se han construido. Claro está, éstas se fabricaban bajo la supervisión de Azabache. Además, perteneció a mi tatarabuela, y siempre estuvo en actividad, según contaba mi madre, ¡la mejor bruja que he conocido!, mi bisabuela y la abuela no la dejaban jamás, ¡qué tiempos aquellos! Si volvieran… Cuarzo el Blanco se llevó nuestros entretenimientos. ¡Maldito!
Partieron con prisa rumbo al Castillo de la Niebla. Penumbra no estaba muy acostumbrada a viajar en escoba así que no inclinó la cabeza a la entrada de la caverna y se golpeó muy fuerte. Bruta soltó una risotada.
Berta, Bruta y Bona sobrevolaron la torre del homenaje, atalaya, las torres almenadas y descendieron para mayor comodidad en el patio, cerca del aljibe de ancho brocal donde Pantapúas criaba ranas para cazarlas por deporte.
Penumbra se agarraba la cabeza por el dolor y lo primero que hizo fue dirigirse a sus aposentos, al mirarse en el espejo se dio cuenta que el golpe le había provocado una formación carnosa en forma de cono sobre la cabeza, demasiado grande. Pegó un grito y se colocó unas vendas enroscadas.
En la sala del Castillo de la Niebla, el ogro recibió a sus visitas, animoso y charlatán. Ordenó que a tan dignas damas se les obsequiara con un plato fantástico. Las cocineras obedecieron y trajeron fuentes repletas de escuerzos salpimentados y dorados a la plancha, culebritas sepultadas en una espesa escabeche, y para postre vejigas de vaca rellenas con morcillas crudas de cerdo, decoradas con lombrices merengadas, previamente maceradas en almíbar.
__ Tu cocina ha mejorado.__ Aseguró Berta mientras paladeaba y se contentaba con el festín.
__ Pues a mí no me atraen estas lombrices que se me atracan en los dientes que me quedan.__ Se quejó Bruta mientras fue hasta su escoba, escogió una pajilla larga y con ella escarbó entre los dientes y se quitó algunas lombrices que colgaban de su boca.
__ Bien, vayamos al asunto que las ha traído aquí.
__ Ah, sí, los niños… No te los devolveremos.
__ ¡Quédatelos!__ Exclamó Pantapúas.__ Quiero a la princesa.
__ ¡La gallinita de los huevos de oro! ¿Quién no?
__ ¡Entrégamela! La hurtaste.
__ No, estás equivocado, todos vinieron solitos a nuestra casa.
__ Dice la verdad, Pantapúas.__ Ratificó Bruta que no dejaba de escarbarse los dientes.
__ Bueno, eso no me importa. La quiero.
__ Te la entregaré. Hemos venido a…
__ Negociar.__ Interrumpió Bona, que se había mantenido en silencio hasta el momento.
__ ¿Quieren negociar conmigo? Pues no hay trato, no están a mi altura.
Las tres brujas rieron mucho.
__ ¡Claro que no! Tú no vuelas. Estamos…
__ Más arriba.__ Carraspeó Bona.
__ Si la quieres tendrás que acceder.
__ ¿A qué?
__ A permitirnos ir hacia el Reino de las Hadas.
__ ¿Qué puede haber allá que les interese si allí viven las tontitas y buenas hadas? Ni siquiera quedan ya pícaros duendes, con esa estupidez del orden…
__ Pues allá hay higueras…
__ ¿Y?
__ Ah, lo olvidaba, ¡eres una bestia! Las higueras tienen una leche blanca que aplicada sobre una verruga la quita en un santiamén.
__ ¿Y?
__ Míranos tesorito. –Berta y Bruta se acercaron al rostro de Pantapúas y señalaron al unísono sus verrugas.__ ¿Te gustaría tenerlas?
Bona las interrumpió de nuevo.
__ ¡Tiene cosas peores!
__ Como te explicaba…__ prosiguió Berta__ allá hay campos llenos de higueras que en temporada chorrean tanta leche que corre por las laderas que bordean Ciudad de Fresa. ¡Queremos hacer una plantación aquí! Queremos que nos acompañen algunos de tus fuertes amigos y nos ayuden a desenterrar y acarrear varios árboles.
El ogro las miró, no entendía mucho.
__ Es que pesan mucho.__ Concluyó Bona.__ ¡Déjate eso! Estamos de visitas.__ Ordenó a Bruta.
__ Es que me molestan…
Entonces Bona le dio un fuerte cachetazo y todas las lombrices saltaron.
__ Así no te molestarán más.__ Dijo Bona.__ ¿A qué ya no te quedan?
Bruta la miró y se agarró la boca, se quejó de dolor y respondió “tampoco me quedan dientes”, soltó la mano y unos asquerosos dientes amarillos saltaron al suelo.
__ Bueno, tal vez acepte, pero hay algo más… Están pidiendo mucho. Quieren que yo arriesgue mis amigos en esa tierra extraña… En ese caso ustedes podrían arriesgarse un poco por mí…
__ ¿Cómo?
__ ¡Atacando Amarilis!__ el monstruo se incorporó de su asiento y se acercaba al rostro de las brujas mientras hablaba embarcado en su propio delirio__. Sitiándola, los pocos que quedan con poderes por allá están debilitándose cada noche, le pedí a la esbelta Zarial que me enviara las llaves de los candados de la prisión de nuestro señor y no contesta, y eso pasó hace muchos días. Así que… ¡atacaremos!
__ Sabes que si la niña no está en su reino, Amarilis puede desaparecer del mapa…
__ ¿Y?
__ ¡También nosotros!, somos parte de la misma leyenda. En esta edad, la Leyenda de los Niños Dorados de Amarilis, así la llamó el tonto de Cuarzo el Blanco.
Al nombrar al mago Pantapúas advirtió como se le revolvían una a una las vísceras y su estómago ascendía involuntariamente.
__ ¡Pamplinas! Además… ¿Esto es vivir? Con límites, sin entretenimientos de ninguna clase, ¡respóndanme! ¿Esta insignificancia es vida? Necesitamos a nuestro señor, así que si por Anaís nadie se preocupa rápidamente, tal vez si atacamos a su gente reaccionen en forma inmediata…
__ ¿Y si lo que sucede es que consiguieron reemplazo?
__ Jamás reemplazarían una princesa, siguen las reglas. ¡Necesitamos esas llaves!
__ Bien, lo haremos. ¿Por qué no has enviado a tu gente?
__ ¡Qué tonterías! Casi no piensan… pero no son tan estúpidos como para hacerse a la mar con las maldiciones que nos amenazan si pasamos las aguas prohibidas, ninguno de ellos lo haría… En cambio, como dijeron… ¡ustedes trabajan a otras alturas!
Berta, Bruta y Bona contemplaron el trato, deliberaron y acabaron aceptando. Atacarían y sitiarían Amarilis para que Zarial de una buena vez entregara las llaves que necesitaban.
Se alejaron del castillo, montadas en sus veloces escobas, felices y dispuestas a emprender combate para lograr los ríos blancos de leche de higos, soñando con los nuevos rostros desprovistos de las antiestéticas verrugas.
__ Es muy posible que me consiga un apuesto galán cuando me vea bella…
__ ¡Cállate, Bruta! Así lucieras diez hebillas en tu sombrero ni un escuerzo repararía en ti.__ Dijo Bona y Bruta le contestó una sarta de disparates y así continuaron hasta apostar las escobas en el Estacionamiento de Vehículos de la caverna.
Por supuesto que Pantapúas festejó y para conmemorar el trato ese día se dedicó a cazar en el bosque, nunca sintieron los ganchos de las despensas tanta carne colgando en sus fríos esqueletos ni el patio se vio tapiado de tantas vísceras y huesos.
La única cosa que preocupaba a Pantapúas de la leche de higos era que así como quitaban verrugas en un santiamén también borrasen las púas que él ostentaba, que le protegían, enorgullecían y le permitían sentirse superior y más fuerte que el resto de los ogros de larga duración.
__ Ya me encargaré de secarle las raíces a esas porquerías. Ellas se verán más jóvenes y quemarán mis defensas con esa cosa como si fuera ácido. No lo permitiré. Además ¿acaso no soy un monstruo bonito? Yo creo que luzco muy bien. ¡Ja, ja! Creo que así es… ¡Ja, ja! Eso dice la enana de la taberna… ¡Tiene buen gusto esa chica!





 

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