RENZO Y EL DRAGÓN DEL FUEGO- Capítulo 17


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__ ¡Un momento! ¡Caracoles! ¡Atrás, los niños, atrás!__ gritó roncamente Tractor como si a unos pasos el suelo estuviera a punto de abrirse y tragarlos. Los chicos y las damas corrieron a ocultarse en la vegetación.
Un espantoso dragón sobrevolaba la expedición hasta descender frente a Tractor y Renzo que pese a todas las órdenes del capitán, continuaba imperturbable a su lado, como si sus ojos no viesen a la bestia.
Se trataba de un animal gigante de piel encrespada y llena de escamas, de tono rojizo, cuyos ojos echaban chispas incandescentes de furia.
De la terrorífica boca escapaban lenguas de fuego amenazantes, lo que no permitía el acercamiento de Tractor que, desenvainando su espada, la empuñó fuertemente y la elevó, amenazante, dispuesto a acometer a la bestia.
Renzo quitó otra de las relumbrantes armas que Tractor amarraba cruzadas a su espalda y aguardó el momento en que su ayuda fuera necesaria. Zarial ordenó al niño que se alejara del animal y el capitán.
El dragón vomitaba chorros ardientes en todas direcciones quemando árboles y ramas secas que ardían y crepitaban a los instantes.
Renzo avanzó, impasible, hasta colocarse como carnada delante del monstruo que al ubicarlo le dedicó un par de fogosos zarpazos.
__ ¡Espíritus de las Estaciones, cúbranme de hielo!__ Ordenó Renzo y el fuego llegó. Pero así como llegó resbalaba y se derretía rápidamente. Tractor pudo tirarse al lomo balanceándose en una liana y asestó varios golpes con su pulida espada abriendo canales de sangre que se despeñaban por el animal. Renzo se mantenía frente a la bestia, que de modo magistral dio con Tractor por el piso.
Las hadas observaban la escena con temor, no podían ejercer sus hechizos allí, en caso de emergencia tal vez uno solo y si provenía del Hada Madrina.
__ Es listo. Ese chico es listo.__ Murmuró Avellana mirando a Renzo pidiendo una y otra vez más hielo desesperadamente.
Claro que no debía efectuar el mismo deseo dos veces, era un riesgo que asumió la valentía que obraba en él como un imán, así que cuando el hielo solicitado no fue más que una fina capa de agua transparente que hervía al contacto con el fuego, Renzo__ que había aprovechado el frío que le protegía para acercarse a las fauces encendidas del dragón__ dirigió la espada a los mismos ojos de la bestia y los revolvió como si estuviese cociendo harina de maíz en una olla.
La temperatura se tornó intolerable y el niño sintió como le ardía la piel. Estaba quemándose.
El dragón se retorció y avanzó sin rumbo, los que habían abandonado el Alas de Plata retrocedieron unos pasos; el niño sin amedrentarse quitó la espada de los ojos y la hundió en el punto donde el fuego nacía, y allí, en la garganta, donde el volcán biológico erupcionaba, desgarró la lengua del animal.
Las llamaradas continuaban precipitándose, ardientes; el niño, al borde de la resistencia, se lanzó hacia atrás para esquivarlas en el mismo instante en que la bestia abandonaba el ataque y huía a las espesuras de Rayos y Truenos…
Renzo cayó al suelo, hirviente, y permaneció inconsciente por unos instantes. Avellana curó sus heridas con hojas del botiquín de emergencia del barco, Zarial agradeció a las hadas protectoras por haber otorgado a Cantabria la obsesión de los botiquines.
El silencio que todos guardaron gritaba el valor y el coraje de Renzo, el respeto ganado ante sus compañeros y responsables. En especial, el de la señorita Zarial, tan reticente a la hora de esbozar elogios o adular con palabras. Aquellas caras dispuestas en círculo y pendientes de él constataban una metamorfosis. Renzo se había convertido en hombre por más que no hubiese añadido un ápice a su estatura.
Franco le palmeó el hombro con ánimo apaciguado.
Debía reconocerse que Renzo se había comportado como un osado caballero en defensa de sus amigos, el reino, las hadas… Y… quien estaba en todos sus sueños y pasos: la princesa Anaís.
Enfrentar y obligar a huir al mítico dragón de la Isla de Rayos y Truenos daba a Renzo un lugar importante en los renglones de la historia de Amarilis y las futuras historias que los padres contarían a los niños pequeños.
La alcaldesa sugirió lo inconveniente de copiar ciertos ejemplos aunque tengan buen fin, como la osadía del intrépido jovencito. “Esta vez las cosas salieron bien, pero pudo suceder al contrario y Amarilis no debía, debe ni deberá arriesgar a los Dorados.”
__ Es que… no había otra solución. Las mujeres no entienden que los hombres valientes tienen pocas oportunidades de demostrar su valor y cuando se presentan, amigo, ¡debes ir por ellas! ¡Oh, de haberte conocido el capitán Sinanclas ya te hubiese obligado a subir a su navío! Quisieras o no…__ Dijo Tractor seriamente y palmeó el hombro de Renzo que se puso en pie. Las quemaduras le ardían un poco y de sus ropas no quedaban más que unos escasos jergones que colgaban cual filamentos.
En el diáfano rostro del servidor más fiel que tendría en su vida adulta Anaís, la princesa con los ojos de hierba, algunas marcas no se borrarían jamás y aquellas huellas indelebles permanecerían en el Renzo niño, adolescente y hombre.
La lucha con el dragón también se inscribiría en los anales de su historia personal. A decir verdad, Renzo tenía varias hazañas anotadas en su libro individual, aunque esta destacaba sobre las otras porque Renzo estuvo a punto de ser devorado por las lenguas de fuego del dragón.
La expedición continuó por los escarpados caminos. Atravesó viejos puentes de maderas desgastadas y otros de movedizas rocas, con sumo cuidado porque todos estaban en grave peligro de derrumbamiento. Y hubiera sido terrible que cayeran de uno de ellos pues todos protegían al viajero de ríos turbulentos y profundos, de aguas infectadas de cocodrilos o lagos estancados donde las leyendas contaban que quien cayera en sus aguas saldría transformado en monstruo y jamás volvería a ser humano.
En ciertas zonas, esporádicos chapuceros se descolgaban con una porfiada intensidad.
Una alfombra de hierba casi rala y peñascos se extendían a cada uno de los costados del precipicio que detuvo la marcha del contingente. Tractor había cortado camino para evitar los temibles Lagos del Quebranto.
Llevaban un día de marcha y los niños estaban exhaustos.
Y allí mismo, a los bordes del abismo, fue donde Tractor aconsejó se improvisara un pequeño campamento, la marcha ya había sido por demás peligrosa, llena de sorpresas espantosas. La noche se tendió espeluznante, disputando claros con las bestias que rugían y merodeaban confundidas en las sombras, las unas con las otras, provocando un único clamor, a veces, que derretía el mínimo sentimiento de valentía.
La mañana sacudió las nubladas sábanas y la mullida almohada de cerrazón apenas si se desperezó.
Mientras la expedición se ponía en pie, el capitán tatuado, que había permanecido toda la noche, expectante y vigilante, recorrió el lugar con sus clásicos pasos largos y ruidosos, abarcando con la mirada cuánto allí podía abarcarse.
Divisó más allá del abismo de los Montes Linarios la cumbre del Pico de las Águilas donde estaba la prisión.
Y en el interior de la prisión que Tractor más que ver directamente, presentía, los rugidos del mago escapaban feroces y temibles. Sentía la próxima liberación y sacudía los pisos de piedra ante sus pasos.
No estaba solo. Le secundaba una fauna variada de animales horribles y él era el mago de aquel zoológico donde varias de las criaturas que habían sido creadas por sus manos estaban aún en etapa de experimentación.
Caminos y caminos envolvían la montaña rematándola en el vértice que alojaba la gótica construcción, amarillenta y resquebrajada por los siglos, los salados vendavales y las descargas eléctricas.
La señorita Zarial estaba obsesionada con las dificultades que insumiría arribar a la cumbre sin problemas y sin heridas.
Las hadas deliberaron, podían atravesar el abismo simplemente volando, sin embargo Zarial no había traído su carruaje de cebras y los demás no podrían volar, debían guardar sus poderes para emergencias, Avellana no debía usar su vara mágica en aquel sitio más que una sola vez.
Hacerlo en más ocasiones podría repetir la historia del pasado: debilitarse y quedar a merced de algún maligno conjuro.
Mientras debatían Cuervo les sobrevoló profiriendo estridentes carcajadas como repique de campanas domingueras. Llevaba las llaves. Los niños dispararon algunas saetas inútilmente pues el cuervo con astucia las esquivó y atravesó el abismo y se internó en el oscuro paisaje que circundaba a la cárcel.
Los minutos pasaban y todos desesperaban pendientes de los raudos vuelos del cuervo que retornaba a sobrevolarlos con las llaves en el pico sobre el mismo abismo.
__ No encuentra los candados.__ Dijo Avellana.
__ Lo que nos da tiempo.__ Agregó Zarial.
__ Un tiempo inútil. –Sugirió Vanity.__ Iré yo sola hasta allá y le arrancaré a ese cuervo las llaves del pico.
__ No lo harás. Algo se nos ocurrirá.
__ Es que estamos a punto de perderlo todo. Puedo oír de aquí a ese hechicero Negro chillando.
__ En realidad ¡cielos! en este instante podrían verlo directamente.__ Tractor les prestó el catalejo de latón y las hadas observaron al viejo mago paseándose cavilosamente sobre la muralla y dando órdenes al cuervo. Seguramente le sugería los lugares donde posiblemente estuvieran los candados para escapar de la prisión.
Sin embargo el cuervo continuaba dando vueltas y vueltas alrededor de la escarpada cima.
__ ¡Lo tengo!__ gritó Franco.__ Escuchen… ¡Shh! ¡Miren eso!
__ ¡Oh! Los murciélagos de Rayos y Truenos. ¡Son enormes! Podríamos trepar y cruzar el abismo.
__ Tienes razón, Zarial, son enormes.__Agregó Vanity.
__ ¡Córtate los brazos, Tractor!
__ ¿Quéeee?__ preguntaron los niños más pequeños.
__ ¡Sí, córtalos! Sentirán el olor de la sangre caliente y se acercarán, ¿no pretenderás ir por ellos y tomarlos de las orejas? ¡Vamos, vamos!__ Ordenó la alcaldesa.
Por los brazos de Tractor se desparramaron unos hilos rojos y calientes, y como pronosticara la alcaldesa de Amarilis al cabo de unos instantes varios murciélagos gigantes se acercaron oscureciendo más el cielo, aunque no lo suficiente.
__ ¡Franco! ¿Podrás ordenarles que nos lleven allá?
__ Lo intentaré señorita Zarial, seguramente que sí.
__ A su juego lo llamaron.__ Afirmó con ironía Criseida, la del cabello rojo.
Franco lo hizo y sobre los murciélagos se depositó una casi invisible llovizna de diminutas luces que desapareció de inmediato. Los murciélagos se arrimaron sumisos a los de Amarilis y todos montaron sobre ellos. Franco rió al reparar detenidamente en la escena, recordó a los animales que cargaban el destartalado carro de las brujas en Líbor, y el estruendo cuando lo soltaron estrepitosamente en las cercanías del Castillo de la Niebla. ¡Ojalá que los murciélagos no los depositaran en el suelo, al otro lado del abismo, del mismo modo!
Mientras surcaban el aire sobre el abismo observaron aterrorizados el fondo del precipicio.
__ ¡Agggg! ¡No querría caer allí!__gritó Anaís.
__ ¡Tampoco yo! –agregó Criseida. La señorita Zarial las miró pidiendo con los ojos que no dijesen tonterías.
A escasa distancia del precipicio tumbas abandonadas se erguían tristemente. El viejo cementerio apestaba, huesos desordenados se desparramaban por el rocoso predio.
Azabache el Negro vio los murciélagos y se dedicó a ordenar los trucos con que recibiría sus imprevistas visitas.
En tanto el oscuro pajarraco seguía dando vueltas y más vueltas. Renzo intentó perseguirlo montado en el murciélago y llegó a rozar las llaves pero Cuervo era astuto y ágil, sin esfuerzo evitaba todos los embates del niño, mofándose de él con su risa de repique campanario.
Por un rato Franco continuó intentándolo hasta que se dio por vencido y descendió en un pequeño claro donde le aguardaban los otros. Los murciélagos se fueron, vueltos al tamaño que les era natural, atravesaron otra vez el precipicio y se esfumaron en el horizonte.
__ Lucharemos con el mago, no tenemos más opciones, si no podemos derribar ese cuervo de hechicería…
__ Bien, Vanity, pensemos, si Avellana hace un conjuro las llaves acabarán a nuestros pies pero no podremos regresar seguramente, Hechicero Negro nos vencerá, sin dudas…
__ Entonces, de nada serviría el esfuerzo.
__ Por supuesto, así que debemos vencer al mago aquí, en su lugar, las llaves así pasarían a un segundo plano, luego las recuperaríamos y las enviaremos a la tierra donde Nunca Jamás se volverán a tocar.
Tractor abrió la marcha, le acompañaba Renzo, polvoriento y malherido pero con luminoso semblante. Esta vez nadie le ordenó que abandonara la vanguardia del pequeño escuadrón pues iba en el lugar que le correspondía y había ganado por mérito propio.
 

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