NUEVOS AMIGOS -Capítulo 9





Los niños oyeron la historia en la caverna de las brujas y sintieron honda pena por el destino de Amarilis, ninguno de ellos culpó a la princesa pero bastaba verla para saber que se sentía culpable. Anaís no era la misma chica traviesa del reino que recorría las estancias dando brincos, riendo, entonando canciones y dejando sapos bajo las sábanas de Cantabria… No era la misma niña que odiaba sus vestidos de princesa y los enlodaba para ver el rostro que ponía Zarial, ni la que soltaba todos los pájaros de las jaulas reales mientras los cuidadores corrían inútilmente…
Si en aquellos momentos alguien se hubiese parado enfrente con una honda no hubiera tirado de ella para quitársela a su dueño y arrojar piedras a los lagos… Sus bucles carecían de brillos y caían desordenados sobre los hombros, sus ropas se hallaban deslucidas y sin apresto, las puntillas estaban polvorientas y las medias, negras; descalza, sin joyas y con la mirada opaca.
En sus ojos la primavera se apagaba mientras un invierno tenaz y frío amenazaba con robarles la chispa de luz que les caracterizaba.
Usando una voz muy pequeña murmuró a los niños que no sabía qué cosa ofrecer para cambiar el destino de su pueblo, Renzo contestó que el destino estaba escrito y no podía modificarse como cambiarse una camisa o un sombrero, así que lo mejor sería buscar alguna solución entre todos.
Criseida, para no desentonar con el resto, estaba muy triste y cansada, le dolían las piernas; a pesar del largo vestido y la enagua, la áspera y dura red de la bolsa le había marcado la piel, encima la cabeza le daba vueltas y vueltas.
Los muchachos trataban de hacerse los fuertes pero comenzaban a disimular muy poco que sus carnes sentíanse atacadas por miles de míseras agujas que se clavaran inclementes. La verdad es que no se trataba sólo del recipiente de cuerdas en que las brujas les habían metido sino que estaban debilitándose, habían brillado varias lunas en el cielo desde que abandonaran Amarilis.
Las brujas comenzaron a aprontarse, enviaron a Cuervo con un mensaje a las colegas del otro lado de la isla que vivían más allá de Golfo Serpiente, debajo de las entrañas del Volcán Ciego que hacía mucho tiempo no erupcionaba; y estas les avisaron a las que residían bajo las húmedas entrañas del Lago Que Llora.
Berta, Bruta y Bona se reunieron rápidamente en un claro, a la entrada de las cavernas, les contaron del plan y todas estuvieron de acuerdo. ¡El botín era el más fascinante mencionado alguna vez! ¡Las higueras de Reino de Hadas! Bien valía la pena arriesgarse. ¡Sí, verse bonitas y sin arrugas era el sueño más bello de una bruja!
Fijaron la hora del vuelo y dedicaron cierto tiempo para prepararse, untar los palos de las escobas con ungüento de cerdos, peinar las amarillentas melenas de paja, dar lustre a las hebillas de los sombreros hasta dejarlas como espejos relucientes, zurcir en grandes puntadas y velozmente los grandes agujeros de vestidos y calzones.
Berta, Bruta y Bona se sumergieron en un mar de frascos y líquidos hirvientes que olían muy mal donde ahogaban una y otra vez el cuerpo de los plateados cucharones soñando con obtener el rostro ideal que obligara a rendir a sus pies al más apuesto caballero visto por aquellas tierras.
El desgraciado ayudante, Marcucho, aguantaba pellizcones, empujones y rezongos, las brujas le prendieron a los pies unas ruedas dispuestas sobre placas rectangulares de madera, que sujetaron al pie mediante gruesas cuerdas para que realizara sus quehaceres con mayor prisa.
Era el encargado de repasar las listas de provisiones para viajes de emergencia de Bona, acarrear las bolsas de arpillera, expulsar los bichos que dormían en ellas, lustrar zapatos…
Con las ruedas atadas a sus pies Marcucho en vez de moverse con rapidez caía de continuo, rodando por el piso y estropeando las diligencias. Las brujas le asestaban escobazos, detenían el trabajo, le incorporaban, dirigían y… ¡empujaban! ¡Y otra vez Marcucho al suelo!
Cuando Berta se hartó de la torpeza del grandote sobre ruedas, se las desprendió de un tijeretazo, le gritó que era un imbécil para el que, ellas, buenas conocedoras de todo, no tenían remedio.
__ ¡Ni veneno!__agregó Bona con ironía.
Por su parte, los búhos estaban de fiesta, cuando Bruta botaba algo allá iban todos a comer, aunque no pocos caían tendidos para no pegar un chistido una sola vez más en su vida.
Por lo que en cierto momento Bona decidió meterlos en una jaula por temor a que Bruta introdujera hasta el último de ellos en el caldero o continuara arrojándoles los desperdicios mágicos de sus preparaciones.
Los muchachos estiraban el cuello para no perderse detalle de cuanto sucedía en la caverna de Berta, Bruta y Bona.
En cuanto a los niños les dejaron al cuidado de Marcucho y el inquieto pajarraco que colmaban de mimos y halagos.
__ Pobre de ti, Marcucho, que no los encontremos al regreso.__ Amenazó Berta antes de abandonar la cueva.
__ No hay cuidado, los cuidaré bien.
__ ¡Más te vale, mamarracho o acabarás ahí dentro!__ Dijo Bona señalando el caldero que escupía a borbotones las mezclas mágicas, ante lo que el pobre individuo sólo atinó a temblar y a jurar, de rodillas, que partieran tranquilas.
__ ¡Sal del camino! ¡Ahora, inútil!__ le gritó Bruta y le dio una patada en el trasero, Marcucho fue a dar a uno de los rincones y comenzó a sollozar roncamente.
Las brujas partieron con sus cargas a la espalda hacia la playa para celebrar junto a sus colegas un aquelarre.
***
Había pasado un buen rato de ello, sin embargo, los niños seguían oyendo los gemidos desconsolados que pegaba Marcucho y concluyeron que el hombre era una víctima más de las escalofriantes mujeres. Torpe y vulnerable. Dócil ante las palabras buenas o malas. Fue así que iniciaron conversación con él y le conocieron. Se enteraron que Marcucho amaba las mariposas; recordaba haberlas visto años atrás, en un lugar cuyo nombre no recordaba, donde nació. Con las alas multicolores desplegadas al viento bebiendo el néctar de cada pimpollo que estrenaba primaveras. No sabía por qué en Líbor no había mariposas ni colibríes. Renzo y Criseida insistieron en que le llevarían a Amarilis donde las había por todas partes, de todos los tamaños y colores. A pesar de la simpleza de su ser, Marcucho, como los hombres más sofisticados, disponía de una dosis de desconfianza hacia los otros.
__ ¿Cómo sé que dicen la verdad?
__ Te doy mi palabra.__ Dijo la princesa.
__ Tú llegarás y lo olvidarás todo. A los reyes y a las princesas nada les importa de los pobres como yo…
__ No será así. Te lo prometo. En Amarilis la realeza es un protocolo, una ceremonia. No quiere decir que seamos unos mandamases ni que todos nos rindan pleitesía. Cuando vayas allá lo comprobarás.
Marcucho recordó que las brujas siempre decían que no se debía confiar en los niños y otra vez puso gesto serio y se sentó a uno de los costados de la cueva. Meditaba en voz baja, sacudía la cabeza y esporádicamente se contradecía.
__ ¿No te parece que este lugar es muy feo para ti? Mira, está lleno de cosas que dan asco: animales destripados, alimentos en descomposición, ¡ese caldero hirviendo! y este olor que revuelve el estómago…__ Mencionó al descuido Franco.
__ Además, las brujas no son muy buenas contigo, ¡te tratan mal!…__, añadió Criseida.
__ Créeme, amigo, yo no lo soportaría, ¡ya les habría dado un buen escarmiento a esas malditas!__ Continuaba Franco muy seguro de que a cualquier hombre le sobrarían argumentos para abandonar a Berta, Bruta y Bona.
Los muchachos no sabían que Marcucho viviendo bajo la protección de las brujas se libraba del peligro del monstruo, que sabido era, en su castillo albergaba a Penumbra y a las cocineras, estas obligadas, pero con los hombres se decía que los dejaba en el mar, y que mediante la complicidad de horribles criaturas marinas, los hacía llegar hasta Rayos y Truenos para los feroces y sangrientos experimentos de Azabache el Negro.
__ Puedo ofrecerte muchas cosas bonitas, ¿qué más querrías?__ preguntó la princesa.
__ ¡Helados! Helados de frutilla y paletas de menta y globos, ¡sí, muchos globos de colores!
__ ¿Sí?
__ Está bien, hay más, querría dar vueltas en una calesita, nunca subí a una… Esto es demasiado, lo sé.
__ Nada es imposible en Amarilis, si nos bajas y desatas esas cosas serán tuyas.
El cuervo de color oscuro y brillante, se mantenía en franca actitud de vigilancia mostrando que su estado de fidelidad a las brujas era permanente. Ansioso, se volvía de un lado a otro, les miraba primero con un ojo, luego con el otro, y de tanto en tanto alzaba el cuerpo y lo bajaba en acompasados movimientos.
Marcucho procedió a liberarlos mientras entonaba un canto ronco, el cuervo saltó y comenzó a picarlo, le increpó sobre si así cuidaba su trabajo y el hogar de las que le habían dado techo y comida por años. Marcucho se cubrió la cara con ambas manos y empezó a llorar agazapado en un rincón.
Franco pensó y pensó “que se calle ese pajarraco”, lo dijo en voz alta… ¡y el cuervo en lugar de cerrar el pico comenzó a hablar sin parar hasta que se atoró con las palabras e iba de pared a pared golpeándose!
Marcucho abandonó el llanto y comenzó a reír al presenciar el espectáculo.
__ Ves, hay muchas cosas que podemos hacer.
Los otros niños miraron a Franco, al menos esta vez no había sido tan terrible.
El grandulote estiró su remera a grandes rayas blancas y rojas, que dejaba ver la prominente barriga, arremangó su corto pantalón, sacudió la tierra de los negros zapatos y tiró hacia arriba de sus medias, puso las manos en la cintura, vio como el cuervo terminaba en el suelo a causa de los continuados choques y pronunció “manos a la obra”.
Liberó a la princesa de Amarilis en primer lugar y luego a los otros. Los chicos quisieron llevarlo con ellos pero Marcucho no quiso acompañarlos.
__ Soy muy lento. ¿Vendrán a buscarme cuando consigan ayuda?
__ Así será.
__ Me esconderé por aquí, no, ¡por allí!__ señaló hacia una roca cerca de la entrada de las cavernas y se dirigió allí.
Se escondió con mucha prisa cuando vio a Cuervo salir de las cuevas prometiendo venganza tomando el rumbo que conducía a la isla de Amarilis.
Los chicos corrieron hasta que sintieron desfallecer las piernas.
Hondos silencios y espeluznantes sonidos comenzaban a intercalarse en trágicas procesiones.
Criseida tuvo la mala suerte de pisar mal y torcerse un pie, con dificultad, Renzo y Franco la tomaron en andas hasta sentir que las fuerzas menguaron al extremo de caer con ella sobre las hierbas.
Los últimos resplandores fueron apagándose hasta que desaparecieron de entre las hojas los pálidos pincelazos de luz tamizada y un velo oscuro se tendió sobre Líbor. En el firmamento comenzaron a brillar los primeros luceros, con ellos las bestias comenzaron a proferir fuertes bramidos y rugidos que se esparcieron por toda la isla. Los niños temblaban sintiendo los aullidos de los lobos que se acercaban.
Se acurrucaron entre las voluptuosas raíces de los árboles que se desparramaban como ásperos tentáculos.
De pronto, a pocos metros, la vegetación comenzó a crujir y podían oírse pequeños pasos y ramas que se quebraban. Las enredaderas abrieron las verdes y dieron paso a un menudo personaje que movía sus orejas con mayor gracia que el resto del cuerpo. Saltó de las ramas abandonándolas en un vaivén rumoroso y sonrió.
__ ¡Ey, soy yo! ¡Triquilín!
__ ¿Quién eres?
__ Pues, ¿no lo ven? ¡Un duende! ¡Uy, yo creí que me parecía bastante a uno! Y estos son… __pegó un pequeño silbido y tres loros, uno azul, otro amarillo y el tercero, rojo, batieron sus alas escapando del matorral y rodeando al duende hasta posarse uno en cada hombro y el último sobre la cabeza__ ¡Piqui, Tiqui y Riqui!
Al oír su nombre y a modo de presentación, Piqui se adelantó, batió las alas y regresó al hombro, tenía las plumas tan azules como los cielos de Amarilis, Tiqui amarillas como piel de limón maduro y Riqui, rojas cual las guindas.
Ni la cómica cara del recién llegado o su voz musical quitaron temor a los niños, ¡un duende de Líbor!, en Amarilis la fama de estos diablillos era nefasta.
__ Sí, ya sé qué pensarán… Pero no soy como el resto… No soy malo… Aunque suene ridículo así es… Soy un duende luminoso, tal vez el último que queda en Líbor.
Los chicos le miraron con los ojos plenos de curiosidad, y el personaje les contó que hacía muchos años cuando Cuarzo el Blanco limpió la isla y llevó con él a la Gente Buena y a los nobles Espíritus de la Naturaleza, él era un pequeñín huérfano. Recordó a su mamá, una bellísima hada de alas turquesas y brillantes, pensó en los aposentos de enredaderas donde ella le daba una tibia leche que sus pechos derramaban, y sus primeros pasos y aleteos… Hasta que una noche los enanos piratas al mando de Pantapúas y Cauchemar__ cuyo nombre ya era famoso y temible a lo largo de las costas conocidas__, arrasaron la isla buscando los tesoros de las hadas y duendes. Ellos le dejaron sin mamá. Su papá intentó hacerles frente, pero los atacantes se enardecían ante quien se opusiera al pillaje y con sus temibles armas no vacilaban en darle muerte.
Nadie les enfrentaba y jamás supusieron que la rebelión vendría de parte del Mago Cuarzo que levantaría a las buenas personas liberándolas de los verdugos de Líbor.
Triquilín, aquella triste noche, corrió a agazaparse entre la vegetación y nadie le vio, cuando los bandidos se retiraron volvió a la escena y le cerró los ojos de cielo a su mamá, le plegó las alitas turquesas y la escondió en la tierra fértil donde nació un bellísimo álamo plateado.
A su papá lo llevaron como prisionero y no supo más de él. Cuando el Blanco fue por las personas que trasladaría a otros reinos él apenas podía manejarse solo. Observó, desde el alto escondite donde su mamá jugaba a las escondidas con él, como se iban todos y abandonaban el tenebroso islote. Como pudo fue creciendo, cuidándose y temiendo a todos los peligros. Ahora les conocía a todos y temía a muy pocos.
A veces llegaban barcos a la costa, y en más de una oportunidad soñó con irse en uno de ellos pero el monstruo de Líbor siempre llegaba primero y los asaltaba, tomaba prisionera a la tripulación y luego desaparecía las embarcaciones sin dejar rastro.
__ ¿Y el mar? ¿No puedes atravesar la materia? Eso dicen.
__ ¡Oh, no es tan así! Las piedras, el fuego, las maderas. Bueno, no siempre… Además, necesito un transporte para el agua, mis piernas y brazos se extenúan si el viaje es largo. No puedo nadar durante horas. ¡Basta de tristezas! Hablemos de ustedes, niños, ¿qué les sucedió?
__ No tenemos a dónde ir y esos ruidos…
__ Sí, lo entiendo, ¡ruidos y más ruidos molestos! ¡Son los animales feroces de la isla con hambre!__ El duendecillo giró, dio vueltas e imitó varios gruñidos, alaridos y aullidos. –Los llevaré a mi hogar. ¡Son mis nuevos invitados!
Piqui, Tiqui y Riqui les seguían, inmersos en un parloteo, se comentaban sobre los niños y discutían sobre el destino de los mismos. Aunque los chicos no comprendían qué decían, sólo percibían aquel murmullo musical y desordenado.
Los niños siguieron a Triquilín hasta unos matorrales espesos y llenos de espinas. Si bien Zarial les había escogido para la aventura por su valentía, debilitados y sin poderes no eran más que unos chiquillos asustados.
Detrás de los matorrales Triquilín movió un dedo y le solicitó a una gran roca que hiciera el favor de correrse, la roca se movió permitiendo el paso, aunque se quejó de que estaba muy vieja y a cada rato era molestada, el duende aseguró que ya la liberaría cambiándola por otra, y la roca se puso a sollozar pidiendo que no lo hiciera.
El duende de celeste piel movió la cabeza, descon¬certado, y sonrió.
Los niños le siguieron hacia el interior de la gruta. Quedaron asombrados de cuánto había allí, en una porción de negra tierra el duende había sembrado brillantes y apetitosas frutas, variadas hortalizas y legumbres que perfumaban la estancia. Al fondo una vaca rumiaba, farolitos adornaban la pared y una guitarra descan¬saba sobre un asiento de madera.
__ ¡Adelante! Sobre esos cobertores de fibras podrán dormir. Pueden tomar de mi huerta lo que deseen.
__ ¿Cómo se multiplican si no entra el sol?
__ ¡Oh, es sencillo para mí!__ hizo un gesto y cada planta se inclinó bajo el peso de nuevas frutas y verduras, luego tal cual el artista que aguarda el aplauso del público, se puso en pose y sonrió.__ ¡Bienvenidos a mi mundo! Es este, no me gusta andar como los otros haciendo travesuras diabólicas y molestando a otros seres vivos.
Los niños se colgaron de las ramas y arrancaron rojas manzanas y deliciosos mangos, comieron ávidamente, también la princesa que sentía adoración por las cerezas frescas. El duende colmó de bromas a Anaís hasta verla sonreír.
__ ¿Jugamos?__ preguntó con inocencia indicando un pequeño parque al fondo.
Ninguno respondió.
__ Están muy tristes, ¿qué sucede?
Los niños relataron con lujo de detalles todo lo acontecido desde que Anaís salió del reino a pasear en su pequeña embarcación por el mar, el duende oyó con honda consternación.
__ Querría ayudar. ¿Dices que las brujas van para allá? ¡Son muy malas!
__ Ya pensaremos algo, deberíamos ir ahora mismo, para que Zarial sepa que estamos a salvo y no pague el precio del rescate.
__ Las llaves… Pero… los nuevos peligros vienen de las brujas sobre Amarilis. No hay embarcaciones en la costa a esta hora, además, queda lejos, en su apuro tomaron por detrás del castillo y la playa está al frente.
Triquilín les pidió un tiempo para meditar sobre qué podía hacer para ayudarlos y les prometió una sorpresa.
Mientras los niños aguardaban que el duendecito meditara, las brujas abandonaban la copiosa cena y montadas a las escobas, salieron surcando el cielo, dejando detrás de sí una gruesa estela de niebla. Habían venido desde los cuatro puntos de Líbor, desde las de los Bosques Oscuros, Montes del Enigma, Calzada de los Enanos hasta las del Gran Cabo.
No viajaban solas, sobre las escobas iban gatos y lechuzas. Volaban al ritmo de una canción que entonaban con ánimo, recientemente creada para cruzar el océano alegremente, estaba poblada de notas alegóricas a la ocasión y sonaba gravemente. La música la tocaban en un pequeño piano con teclas de dientes de perro y guitarras de esqueletos en las que, tensas, vibraban cuerdas de tripas de sapo.
Los felinos conocían su papel y en ciertos silencios de música y coro marcaban un miau.
El convoy de las brujas marchaba a vuelo apresurado sobre el encrespado océano cuyas olas se elevaban como picos de merengue.
En cambio en el País de los Sueños la búsqueda era lenta e infructuosa.
Una gran sorpresa aguardaba a Zarial… En uno de los florales aposentos descubrió a otras personas que reconoció al instante. Numerosas sensaciones se agolparon golpeteándole el pecho con emoción: incredulidad, alegría, sorpresa…
__ ¡Los reyes! ¡Son los reyes de Amarilis! ¡Los padres de Anaís! ¡No están muertos!__ La sargento Takis y parte de su compañía acudieron de inmediato y también coincidieron en que se trataba de los últimos reyes de Amarilis.
__ Pero… ¿qué sucedió?
Zarial les miró con ternura por unos instantes, les tocó la cara y unió sus manos.
__ Alguien los envió aquí, tal vez también naufragaron en las costas de Líbor. ¡Ese maldito de Pantapúas!
__ Él no pudo enviarlos aquí, alcaldesa. No es un ogro mago, Azabache le enseñó algunos trucos pero no dan para esto…
__ Tienes razón, ¿pero quién lo hizo? Trataremos de despertarlos, quédate aquí, iré por algunas cosas a Primeros Auxilios.
Dos soldados salieron hacia el escondite de crisantemos amarillos donde dormían vestidos con trajes reales, incluyendo las coronas, los antiguos reyes de Amarilis.
Él tenía en su mano un enorme anillo de oro y rubíes.
Ella llevaba un pálido ramo de rosas amarillas como los crisantemos que albergaban en cada pétalo incontables rayos de sol.

 

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