EN UNA TENEBROSA ISLA... -Capítulo 5



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Los niños Dorados habían sido transportados por Penumbras y dos enanos a las celdas subterráneas del castillo. Se trataba de sitios húmedos y fríos, en los que las alimañas patinaban, jugaban, corrían y buscaban presas para engordar sus capas de grasa. Renzo se sentía tan disgustado… Sabía que siempre se había hablado de su pasta de líder, lo que le creaba responsabilidades con el grupo. Ni hablar de Anaís. La culpa le rascaba los oídos y le llenaba de bruma la mirada, pues, sin que nadie le hubiese designado para ello, generalmente estaba detrás de cada paso de la traviesa princesa.
Se habían enfriado dos veranos desde que detuvo el tiempo en una promesa que se convertiría en el motivo de su vida: protegerla de cuanto peligro la asechase.
Desde aquella vez en que la niña, desobedeciendo todas las órdenes, se apostara en la orilla del mar a jugar. La señorita Zarial había ordenado que ningún niño jugara en la orilla hasta no descifrar el Misterio de las Desapariciones que por aquellos tiempos tenían al reino en jaque.
Todo lo que se dejaba en la orilla desaparecía y no precisamente a causa de las saladas manos de las olas. Aquello hizo picar la curiosidad de Anaís y en lugar de hacer caso ¡se instalaba cada vez más cerca de las aguas! Internaba sus pies en la orilla y dejaba que las blancas espumas le empaparan las enaguas. La nana Cantabria le acompañaba trayendo todos los elementos para el día de mar: un gran canasto repleto de golosinas y frutas, juegos de playa, pelota, mantel y servilletas.
La diversión para Anaís venía de dejar las cosas donde el agua las alcanzaba hasta desaparecerlas y luego rezongar a Cantabria diciéndole que no se las había traído. Cantabria creía volverse loca.
__ Bien sabe, niña, que traje sus cosas.__ Decía la mujer, enojada, ponía las manos en la cintura, zapateaba, miraba al mar con desespero y no se explicaba qué sucedía.
__ ¿Y dónde están si tú tienes razón?__ preguntaba Anaís con ojillos de pícara.
Pero… ¡Cantabria bien sabía que una y otra vez había bajado canastos y acarreado manteles y servilletas! Anaís la observaba y se descostillaba riendo y haciéndole burlas.
Hasta que una tarde de ardiente sol la nana se aburrió de aquel juego, al que no le veía la gracia, y no se quedó vigilándola detrás de los árboles de la costa. Regresó dando ligeros pasos y hablando sola al palacio. Renzo estaba cerca y trepó a una roca y desde allí observó la encrespada espalda del mar turquesa y a la niña en la orilla…
Anaís reía y reía dando vueltas y saltando, entonaba alegres estrofas y esparcía arena a manos llenas. En tanto, el peligro asechaba en el clamoroso rugido de las olas… Desde el mar una mano invisible tomaba las cosas apenas el agua las mojaba. El canasto, la pelota de playa, los alimentos… Y lo terrible sobrevino…
Anaís, al verse sola, comenzó a internarse en las primeras olas que rompían sus trajes de espuma en la costa… La vocecita de cristal debió reemplazar risas y cantos por gritos de auxilio. Renzo abandonó la roca en un santiamén y fue por ella. Algo tiraba del festoneado vestido y los piececitos de Anaís. Algo espantoso… ¡y muy, muy fuerte!
Renzo se zambulló y tocó el extraño brazo, entonces tiró y tiró de Anaís hasta soltarla. Luego comenzó a tocar el agudo silbato y de inmediato, acompañada por Tractor, apareció Cantabria. Tractor se tiró al agua y pudo reconocer al responsable del Misterio de las Desapariciones: ¡un pulpo! de largos tentáculos con los que practicaba sus hurtos, cuyo cuerpo se hallaba suspendido bastante lejos de la orilla.
La bestia alegó que su vida era muy aburrida allá abajo, en las oscuras profundidades, pero el capitán consideró que el asunto había pasado a mayores pues acababa de intentar llevarse a la princesa. El animal pidió disculpas, aseguró no saber que los humanos se ahogaban. Consultada la alcaldesa, sin dudarlo y señalando hacia el agua, ordenó que fuera llevado de inmediato a las Prisiones Marítimas de Amarilis.
El capitán encadenó y sujetó al pulpo por sus tentáculos y le condujo hacia el fondo del abismo donde le dejó en compañía de varias criaturas acuáticas peligrosas para el hombre.
Cantabria recibió una sanción por ocultar los paseos de Anaís y la princesa fue sentenciada a la penitencia de ayudar en las tareas de la cocina, ¡un verdadero castigo para la niña!
Aunque, para no faltar a la verdad, debe decirse que se las ingenió para divertirse, tomaba sal gruesa a manos llenas que desparramaba cantando sobre hojaldres, guisados y sopas. Agujereaba verduras y frutas inyectándoles pimientas y ortiga molida, hasta que a pesar de la complicidad de las cocineras para no despertar la ira de Zarial, un mediodía, la alcaldesa estalló en múltiples estornudos.
Furiosa, ante la manzana picante y sintiendo como se le hinchaba la boca se dirigió a la cocina dispuesta a poner de patitas en las empedradas calles de Amarilis, al mayordomo responsable de los platos que se llevaban a la mesa.
La princesa se hizo cargo y Zarial, en medio de los grandes sorbos de agua helada que tragaba para apagar el incendio en su garganta, vociferó y vociferó, y acabó enviándola a su cuarto por treinta lunas.
Renzo se juró a sí mismo que siempre cuidaría los pasos de Anaís. No se debía únicamente por tratarse de la princesa sino porque Anaís tenía los ojos más verdes que los valles de Amarilis en primavera… Y los rebeldes cabellos tan amarillos como las espigas de trigo que las esposas de los labriegos escondían bajo las almohadas para la suerte…
Anaís era muy hermosa y a Renzo le gustaba estar cerca de ella, protegerla como el caballero a su dama, respetando las distancias que marcaban que Anaís, futura reina, debía ser desposada por un príncipe.
Un príncipe… algo que Renzo no sería Nunca Jamás de acuerdo a los Estatutos Reales.
De haberla sorprendido a punto de zarpar el funesto día en que acabó la aventura en las garras de Líbor, todo hubiera sido distinto. Eso creía Renzo que fue sacado de sus conclusiones y recuerdos por estrepitosos golpes.
Los niños se miraron entre sí, expectantes y asustados. Un denso olor a carne quemada se esparcía llegando hasta las estancias subterráneas. Penumbra hervía patas de tigre en la gran olla de barro cocido, pensaba acompañarlas con salsa de ortigas y un blanco puré de pulpa de ranas. Pero los mismos golpes hicieron que abandonara la olla, consumiéndose el agua y quemándose la carne y las salsas que se pegaron al fondo de los cacharros…
Esos ruidos venían desde el patio del castillo, exactamente desde el interior de la vieja capilla, transformada por Pantapúas en un depósito de huesos para sus artesanías.
Fue hasta ella y al ingresar una asquerosa garra sangrienta escribió en el aire ¿CUÁNDO ME LIBERARÁS? Penumbra tembló al tomarla en su mano y salió corriendo con ella al encuentro del ogro que estaba probando los animales cazados en el semiderribado galpón.
No era la primera vez que sucedía, muchas garras que escribían, colmillos que hablaban, armas que surcaban el aire, visitaban Castillo de la Niebla, sin embargo, la cenicienta dama siempre era tomada por sorpresa.
Azabache estaba ansioso, y por medio de sus maliciosas artes y sortilegios se ponía en contacto con su más fiel acólito: Pantapúas.
__ Alguien viene.__ Dijo Criseida, y al elevar la cabeza para observar la lúgubre entrada sus dos altas colas, rojas y ensortijadas, se sacudieron graciosamente.
Los niños guardaron silencio abriendo los ojos tan grandes como les era posibles, abarcaron a Pantapúas asomando por la escalera de la mazmorra mientras rasgaba la pared con sus filosas uñas.
__ Espero que vuestra alcaldesa, la soberbia Zarial, se dé la prisa que conviene a este pequeño asunto. O vuestro fin estará cerca… ¡muy cerca!... muchachuelos. ¿Tienen hambre? Penumbra ¿qué menú tenemos hoy? ¡Los niños están impacientes por conocerlo!
Acto seguido, Penumbra preguntó a su amo qué día era.
__ ¡Oh, miércoles! ¡Qué bien!__ exclamó sobre uno de los escalones, al que la planta de sus pies no rozaban siquiera, y mientras leía el largísimo papel amarillento que se mecía apenas, recorría la húmeda estancia y bajaba los pies únicamente para patear a las ratas que se le acercaban. De pronto, adquirió una pose ceremonial como si fuese a leer una gran obra. __ Hoy toca sanguijuelas cocidas con seso de alacranes como entrada, el plato principal es milanesas de serpiente con sopa de renacuajos y el postre… ¡Oh, mi preferido! ¡Tarta de excremento de lagartos con merengue de huevos de tortuga! Es tan… ¡suave y blando al paladar!
Los niños no ocultaron gestos de repugnancia, Criseida se apretó el estómago con ambas manos y creyó estar a punto de vomitar.
__ ¿Cuántos menús ordenan? __ Penumbra escuchó el silencio de los cautivos y se fue __ sin tocar los escalones __ profiriendo risotadas, cerró la puerta tras de sí con gran estruendo y sin voltear a la derecha o izquierda, cruzó las estancias del castillo en un santiamén y continuó cocinando para el ogro. Las otras mujeres de la cocina se ocupaban del resto de personal del castillo.
__ Puajj… ¡qué cosas horribles! Pensar que aborrecía la sopa de coles…
__ También yo preferiría morir de hambre.__ Respondió Franco a Criseida y alzó los ojos hacia el techo de roca que no dejaba de escurrir agua sucia.
El ogro azul ordenó que se tomaran todos los recaudos para que la princesa comiera como convenía a su estatus social y para ella ordenó a las cocineras que prepararan un budín de calabazas dulces, bajo capa de frutillas con limón.
Anaís se negó a comer y Pantapúas agregó que sería peor para ella, pero que no osara decir que no había sido bien atendida en la prisión del Castillo de la Niebla. Anaís asintió ¿qué otro remedio le quedaba?, __ aunque deseaba haberle dado con el plato por los ojos plateados y llenárselos de calabazas y frutillas__.
Cuando se hubo retirado Pantapúas, comenzó a sollozar. El enano encargado de su vigilancia reía sin parar.
__ ¡Inútil y estúpida princesa llorona! ¡Buáaa! ¡Buáaaa!
Lloraba por sus amigos, por todo lo que había puesto en peligro y por el terror que sembraba en su corazón aquel lugar lleno de cosas espeluznantes y que hedían a osamentas, siempre húmedo y cubierto de neblina.
Pantapúas cenó sus patas de tigre con salsa de ortigas, dejó un poco del blanco puré de ranas y bebió unos sorbos de su jugo de orín de borrico. Luego pegó un gran eructo y se dirigió a la taberna de Líbor donde le aguardaban sus compañeros de juergas habituales.
En la taberna los clientes bebían licores alcohólicos y fumaban cigarros de negro carbón con tabaco.
En su mayoría se trataba de Gente Mala enana, pero también había extrañas criaturas, sin clasificar, que conformaban la “fauna” de Líbor, aquellos seres a los que el Colador Mágico de Cuarzo el Blanco devolvió monstruosos.
Algunos vestían de modo extravagante y se ornaban con collares de los más diversos materiales que brillaban, otros vestían ridículas prendas de fibras naturales.
Hablaban sordamente y discursaban groseramente sobre las últimas cacerías mientras una enana, de insinuante corpiño y taparrabos hilado con sogas escarlata se contorneaba al ritmo de la música, alrededor de un par de colmillos de elefante, sobre una mesa construida con grises vértebras.
Pantapúas reía alegremente… Bebió hasta embriagarse augurando la próxima liberación de su amo, el todopoderoso Azabache el Negro.
Los presentes se sintieron halagados ante tal noticia, y parlotearon, largo y tendido, sobre el futuro de la isla si el rey fuese repuesto.
__ Está escrito en los Libros Negros. Él regresará.
Los seres de dos cabezas, los de tres brazos, y los otros seres deformes soñaban con el regreso del hechicero para ser devueltos a su antigua forma humana, para regresar a la tierra y sembrar los caminos con sus maldades.
Pantapúas tomó el tambor __ una desecada barriga de búfalo__ y golpeó con el hueso de una mula hasta obtener un escalofriante ritmo que sumado a su repulsiva voz que sonaba deliciosa a sus espectadores, chirrió canciones horribles y feroces.
La enana bailaba sugestivamente al compás del músico, induciendo a un constante vaivén las anchas caderas, sacudiendo las pulseras de hueso que le cubrían ambos brazos en su totalidad.
Embriagado y tambaleándose llegó el ogro azul al Castillo de Niebla. Penumbra abrió la puerta y le rezongó por regresar a aquellas horas “está por despuntar el soy y ya no recuerdo cuando fue la última vez que concilié el sueño con normalidad, últimamente todas las noches, te vas de parranda”.
Pantapúas se defendió diciendo que le sobraban razones para beber, ¡libertad para el amo! ¿No era eso tocar las brasas del infierno con los pies?
Mientras esto sucedía en la sala principal del Castillo del ogro, los niños observaban como el enano guardián roncaba y roncaba, alternando fuertes resoplidos con finos silbidos. No se despertaría fácilmente pues había agotado dos botellones de un oscuro licor.
Renzo, luego de varias tentativas, logró abrir un boquete en su celda pero lo único que consiguió fue que chorros y más chorros de agua sucia saltaran cual presos ante la inminente libertad de la roca. Para colaborar con la empresa Criseida pretendió cortar barrotes frotando contra los metales inertes trozos de piedra. Apenas si quitó un poco de costra con tanto limar…
Todos los esfuerzos acababan resultando estériles. Y pensando en esto terribles pesadillas agitaron a los de Oro durante toda la noche, el sol les encontró dormidos, polvorientos, húmedos y exhaustos.
__ Querría usar mis poderes…__ fue la primer frase que pronunció Franco al abrir los ojos.
__ Sabes bien que no puedes hacerlo, se nos permite para una misión, y esta la perdimos…
__ ¿Y si logramos rescatar a la princesa con ellos?
__ Es imposible, estamos debilitados, podrían resultar muy mal, no sería la primera vez…__ Renzo sabía de que hablaba.__ Sabes que la señorita Zarial nos da un tiempo para usarlos, después corremos riesgo de que se inviertan nuestros pedidos.
__ Oh, lo había olvidado…
Franco no estaba dispuesto a seguirle la corriente a Renzo, él no acostumbraba fijarse a las reglas ni obedecerlas ciegamente. Se rascó las oscuras motas, dudó unos instantes de sí abrir la boca o no, para finalmente gritar con gran júbilo “¡Llévanos arriba Luz Matinal!”
__ ¡No, aguarda!__ Chilló Renzo. Demasiado tarde…
Lo que aconteció fue que los niños ¡incluyendo a la princesa que fue arrancada de los aposentos que se le habían destinado! en lugar de ir hacia arriba fueron directamente hacia abajo en medio de una gritería. Sentían como iban hundiéndose, atravesando la materia sólida.
Se alegraron de ver a la princesa junto a ellos, en especial Renzo… Pero… ¿dónde estaban?
¿Era aquello el preámbulo de horas buenas o de las horas más nefastas?
 

ANAIS- Jacqueline Dárdano © 2008. Design By: SkinCorner