NUEVOS AMIGOS -Capítulo 9





Los niños oyeron la historia en la caverna de las brujas y sintieron honda pena por el destino de Amarilis, ninguno de ellos culpó a la princesa pero bastaba verla para saber que se sentía culpable. Anaís no era la misma chica traviesa del reino que recorría las estancias dando brincos, riendo, entonando canciones y dejando sapos bajo las sábanas de Cantabria… No era la misma niña que odiaba sus vestidos de princesa y los enlodaba para ver el rostro que ponía Zarial, ni la que soltaba todos los pájaros de las jaulas reales mientras los cuidadores corrían inútilmente…
Si en aquellos momentos alguien se hubiese parado enfrente con una honda no hubiera tirado de ella para quitársela a su dueño y arrojar piedras a los lagos… Sus bucles carecían de brillos y caían desordenados sobre los hombros, sus ropas se hallaban deslucidas y sin apresto, las puntillas estaban polvorientas y las medias, negras; descalza, sin joyas y con la mirada opaca.
En sus ojos la primavera se apagaba mientras un invierno tenaz y frío amenazaba con robarles la chispa de luz que les caracterizaba.
Usando una voz muy pequeña murmuró a los niños que no sabía qué cosa ofrecer para cambiar el destino de su pueblo, Renzo contestó que el destino estaba escrito y no podía modificarse como cambiarse una camisa o un sombrero, así que lo mejor sería buscar alguna solución entre todos.
Criseida, para no desentonar con el resto, estaba muy triste y cansada, le dolían las piernas; a pesar del largo vestido y la enagua, la áspera y dura red de la bolsa le había marcado la piel, encima la cabeza le daba vueltas y vueltas.
Los muchachos trataban de hacerse los fuertes pero comenzaban a disimular muy poco que sus carnes sentíanse atacadas por miles de míseras agujas que se clavaran inclementes. La verdad es que no se trataba sólo del recipiente de cuerdas en que las brujas les habían metido sino que estaban debilitándose, habían brillado varias lunas en el cielo desde que abandonaran Amarilis.
Las brujas comenzaron a aprontarse, enviaron a Cuervo con un mensaje a las colegas del otro lado de la isla que vivían más allá de Golfo Serpiente, debajo de las entrañas del Volcán Ciego que hacía mucho tiempo no erupcionaba; y estas les avisaron a las que residían bajo las húmedas entrañas del Lago Que Llora.
Berta, Bruta y Bona se reunieron rápidamente en un claro, a la entrada de las cavernas, les contaron del plan y todas estuvieron de acuerdo. ¡El botín era el más fascinante mencionado alguna vez! ¡Las higueras de Reino de Hadas! Bien valía la pena arriesgarse. ¡Sí, verse bonitas y sin arrugas era el sueño más bello de una bruja!
Fijaron la hora del vuelo y dedicaron cierto tiempo para prepararse, untar los palos de las escobas con ungüento de cerdos, peinar las amarillentas melenas de paja, dar lustre a las hebillas de los sombreros hasta dejarlas como espejos relucientes, zurcir en grandes puntadas y velozmente los grandes agujeros de vestidos y calzones.
Berta, Bruta y Bona se sumergieron en un mar de frascos y líquidos hirvientes que olían muy mal donde ahogaban una y otra vez el cuerpo de los plateados cucharones soñando con obtener el rostro ideal que obligara a rendir a sus pies al más apuesto caballero visto por aquellas tierras.
El desgraciado ayudante, Marcucho, aguantaba pellizcones, empujones y rezongos, las brujas le prendieron a los pies unas ruedas dispuestas sobre placas rectangulares de madera, que sujetaron al pie mediante gruesas cuerdas para que realizara sus quehaceres con mayor prisa.
Era el encargado de repasar las listas de provisiones para viajes de emergencia de Bona, acarrear las bolsas de arpillera, expulsar los bichos que dormían en ellas, lustrar zapatos…
Con las ruedas atadas a sus pies Marcucho en vez de moverse con rapidez caía de continuo, rodando por el piso y estropeando las diligencias. Las brujas le asestaban escobazos, detenían el trabajo, le incorporaban, dirigían y… ¡empujaban! ¡Y otra vez Marcucho al suelo!
Cuando Berta se hartó de la torpeza del grandote sobre ruedas, se las desprendió de un tijeretazo, le gritó que era un imbécil para el que, ellas, buenas conocedoras de todo, no tenían remedio.
__ ¡Ni veneno!__agregó Bona con ironía.
Por su parte, los búhos estaban de fiesta, cuando Bruta botaba algo allá iban todos a comer, aunque no pocos caían tendidos para no pegar un chistido una sola vez más en su vida.
Por lo que en cierto momento Bona decidió meterlos en una jaula por temor a que Bruta introdujera hasta el último de ellos en el caldero o continuara arrojándoles los desperdicios mágicos de sus preparaciones.
Los muchachos estiraban el cuello para no perderse detalle de cuanto sucedía en la caverna de Berta, Bruta y Bona.
En cuanto a los niños les dejaron al cuidado de Marcucho y el inquieto pajarraco que colmaban de mimos y halagos.
__ Pobre de ti, Marcucho, que no los encontremos al regreso.__ Amenazó Berta antes de abandonar la cueva.
__ No hay cuidado, los cuidaré bien.
__ ¡Más te vale, mamarracho o acabarás ahí dentro!__ Dijo Bona señalando el caldero que escupía a borbotones las mezclas mágicas, ante lo que el pobre individuo sólo atinó a temblar y a jurar, de rodillas, que partieran tranquilas.
__ ¡Sal del camino! ¡Ahora, inútil!__ le gritó Bruta y le dio una patada en el trasero, Marcucho fue a dar a uno de los rincones y comenzó a sollozar roncamente.
Las brujas partieron con sus cargas a la espalda hacia la playa para celebrar junto a sus colegas un aquelarre.
***
Había pasado un buen rato de ello, sin embargo, los niños seguían oyendo los gemidos desconsolados que pegaba Marcucho y concluyeron que el hombre era una víctima más de las escalofriantes mujeres. Torpe y vulnerable. Dócil ante las palabras buenas o malas. Fue así que iniciaron conversación con él y le conocieron. Se enteraron que Marcucho amaba las mariposas; recordaba haberlas visto años atrás, en un lugar cuyo nombre no recordaba, donde nació. Con las alas multicolores desplegadas al viento bebiendo el néctar de cada pimpollo que estrenaba primaveras. No sabía por qué en Líbor no había mariposas ni colibríes. Renzo y Criseida insistieron en que le llevarían a Amarilis donde las había por todas partes, de todos los tamaños y colores. A pesar de la simpleza de su ser, Marcucho, como los hombres más sofisticados, disponía de una dosis de desconfianza hacia los otros.
__ ¿Cómo sé que dicen la verdad?
__ Te doy mi palabra.__ Dijo la princesa.
__ Tú llegarás y lo olvidarás todo. A los reyes y a las princesas nada les importa de los pobres como yo…
__ No será así. Te lo prometo. En Amarilis la realeza es un protocolo, una ceremonia. No quiere decir que seamos unos mandamases ni que todos nos rindan pleitesía. Cuando vayas allá lo comprobarás.
Marcucho recordó que las brujas siempre decían que no se debía confiar en los niños y otra vez puso gesto serio y se sentó a uno de los costados de la cueva. Meditaba en voz baja, sacudía la cabeza y esporádicamente se contradecía.
__ ¿No te parece que este lugar es muy feo para ti? Mira, está lleno de cosas que dan asco: animales destripados, alimentos en descomposición, ¡ese caldero hirviendo! y este olor que revuelve el estómago…__ Mencionó al descuido Franco.
__ Además, las brujas no son muy buenas contigo, ¡te tratan mal!…__, añadió Criseida.
__ Créeme, amigo, yo no lo soportaría, ¡ya les habría dado un buen escarmiento a esas malditas!__ Continuaba Franco muy seguro de que a cualquier hombre le sobrarían argumentos para abandonar a Berta, Bruta y Bona.
Los muchachos no sabían que Marcucho viviendo bajo la protección de las brujas se libraba del peligro del monstruo, que sabido era, en su castillo albergaba a Penumbra y a las cocineras, estas obligadas, pero con los hombres se decía que los dejaba en el mar, y que mediante la complicidad de horribles criaturas marinas, los hacía llegar hasta Rayos y Truenos para los feroces y sangrientos experimentos de Azabache el Negro.
__ Puedo ofrecerte muchas cosas bonitas, ¿qué más querrías?__ preguntó la princesa.
__ ¡Helados! Helados de frutilla y paletas de menta y globos, ¡sí, muchos globos de colores!
__ ¿Sí?
__ Está bien, hay más, querría dar vueltas en una calesita, nunca subí a una… Esto es demasiado, lo sé.
__ Nada es imposible en Amarilis, si nos bajas y desatas esas cosas serán tuyas.
El cuervo de color oscuro y brillante, se mantenía en franca actitud de vigilancia mostrando que su estado de fidelidad a las brujas era permanente. Ansioso, se volvía de un lado a otro, les miraba primero con un ojo, luego con el otro, y de tanto en tanto alzaba el cuerpo y lo bajaba en acompasados movimientos.
Marcucho procedió a liberarlos mientras entonaba un canto ronco, el cuervo saltó y comenzó a picarlo, le increpó sobre si así cuidaba su trabajo y el hogar de las que le habían dado techo y comida por años. Marcucho se cubrió la cara con ambas manos y empezó a llorar agazapado en un rincón.
Franco pensó y pensó “que se calle ese pajarraco”, lo dijo en voz alta… ¡y el cuervo en lugar de cerrar el pico comenzó a hablar sin parar hasta que se atoró con las palabras e iba de pared a pared golpeándose!
Marcucho abandonó el llanto y comenzó a reír al presenciar el espectáculo.
__ Ves, hay muchas cosas que podemos hacer.
Los otros niños miraron a Franco, al menos esta vez no había sido tan terrible.
El grandulote estiró su remera a grandes rayas blancas y rojas, que dejaba ver la prominente barriga, arremangó su corto pantalón, sacudió la tierra de los negros zapatos y tiró hacia arriba de sus medias, puso las manos en la cintura, vio como el cuervo terminaba en el suelo a causa de los continuados choques y pronunció “manos a la obra”.
Liberó a la princesa de Amarilis en primer lugar y luego a los otros. Los chicos quisieron llevarlo con ellos pero Marcucho no quiso acompañarlos.
__ Soy muy lento. ¿Vendrán a buscarme cuando consigan ayuda?
__ Así será.
__ Me esconderé por aquí, no, ¡por allí!__ señaló hacia una roca cerca de la entrada de las cavernas y se dirigió allí.
Se escondió con mucha prisa cuando vio a Cuervo salir de las cuevas prometiendo venganza tomando el rumbo que conducía a la isla de Amarilis.
Los chicos corrieron hasta que sintieron desfallecer las piernas.
Hondos silencios y espeluznantes sonidos comenzaban a intercalarse en trágicas procesiones.
Criseida tuvo la mala suerte de pisar mal y torcerse un pie, con dificultad, Renzo y Franco la tomaron en andas hasta sentir que las fuerzas menguaron al extremo de caer con ella sobre las hierbas.
Los últimos resplandores fueron apagándose hasta que desaparecieron de entre las hojas los pálidos pincelazos de luz tamizada y un velo oscuro se tendió sobre Líbor. En el firmamento comenzaron a brillar los primeros luceros, con ellos las bestias comenzaron a proferir fuertes bramidos y rugidos que se esparcieron por toda la isla. Los niños temblaban sintiendo los aullidos de los lobos que se acercaban.
Se acurrucaron entre las voluptuosas raíces de los árboles que se desparramaban como ásperos tentáculos.
De pronto, a pocos metros, la vegetación comenzó a crujir y podían oírse pequeños pasos y ramas que se quebraban. Las enredaderas abrieron las verdes y dieron paso a un menudo personaje que movía sus orejas con mayor gracia que el resto del cuerpo. Saltó de las ramas abandonándolas en un vaivén rumoroso y sonrió.
__ ¡Ey, soy yo! ¡Triquilín!
__ ¿Quién eres?
__ Pues, ¿no lo ven? ¡Un duende! ¡Uy, yo creí que me parecía bastante a uno! Y estos son… __pegó un pequeño silbido y tres loros, uno azul, otro amarillo y el tercero, rojo, batieron sus alas escapando del matorral y rodeando al duende hasta posarse uno en cada hombro y el último sobre la cabeza__ ¡Piqui, Tiqui y Riqui!
Al oír su nombre y a modo de presentación, Piqui se adelantó, batió las alas y regresó al hombro, tenía las plumas tan azules como los cielos de Amarilis, Tiqui amarillas como piel de limón maduro y Riqui, rojas cual las guindas.
Ni la cómica cara del recién llegado o su voz musical quitaron temor a los niños, ¡un duende de Líbor!, en Amarilis la fama de estos diablillos era nefasta.
__ Sí, ya sé qué pensarán… Pero no soy como el resto… No soy malo… Aunque suene ridículo así es… Soy un duende luminoso, tal vez el último que queda en Líbor.
Los chicos le miraron con los ojos plenos de curiosidad, y el personaje les contó que hacía muchos años cuando Cuarzo el Blanco limpió la isla y llevó con él a la Gente Buena y a los nobles Espíritus de la Naturaleza, él era un pequeñín huérfano. Recordó a su mamá, una bellísima hada de alas turquesas y brillantes, pensó en los aposentos de enredaderas donde ella le daba una tibia leche que sus pechos derramaban, y sus primeros pasos y aleteos… Hasta que una noche los enanos piratas al mando de Pantapúas y Cauchemar__ cuyo nombre ya era famoso y temible a lo largo de las costas conocidas__, arrasaron la isla buscando los tesoros de las hadas y duendes. Ellos le dejaron sin mamá. Su papá intentó hacerles frente, pero los atacantes se enardecían ante quien se opusiera al pillaje y con sus temibles armas no vacilaban en darle muerte.
Nadie les enfrentaba y jamás supusieron que la rebelión vendría de parte del Mago Cuarzo que levantaría a las buenas personas liberándolas de los verdugos de Líbor.
Triquilín, aquella triste noche, corrió a agazaparse entre la vegetación y nadie le vio, cuando los bandidos se retiraron volvió a la escena y le cerró los ojos de cielo a su mamá, le plegó las alitas turquesas y la escondió en la tierra fértil donde nació un bellísimo álamo plateado.
A su papá lo llevaron como prisionero y no supo más de él. Cuando el Blanco fue por las personas que trasladaría a otros reinos él apenas podía manejarse solo. Observó, desde el alto escondite donde su mamá jugaba a las escondidas con él, como se iban todos y abandonaban el tenebroso islote. Como pudo fue creciendo, cuidándose y temiendo a todos los peligros. Ahora les conocía a todos y temía a muy pocos.
A veces llegaban barcos a la costa, y en más de una oportunidad soñó con irse en uno de ellos pero el monstruo de Líbor siempre llegaba primero y los asaltaba, tomaba prisionera a la tripulación y luego desaparecía las embarcaciones sin dejar rastro.
__ ¿Y el mar? ¿No puedes atravesar la materia? Eso dicen.
__ ¡Oh, no es tan así! Las piedras, el fuego, las maderas. Bueno, no siempre… Además, necesito un transporte para el agua, mis piernas y brazos se extenúan si el viaje es largo. No puedo nadar durante horas. ¡Basta de tristezas! Hablemos de ustedes, niños, ¿qué les sucedió?
__ No tenemos a dónde ir y esos ruidos…
__ Sí, lo entiendo, ¡ruidos y más ruidos molestos! ¡Son los animales feroces de la isla con hambre!__ El duendecillo giró, dio vueltas e imitó varios gruñidos, alaridos y aullidos. –Los llevaré a mi hogar. ¡Son mis nuevos invitados!
Piqui, Tiqui y Riqui les seguían, inmersos en un parloteo, se comentaban sobre los niños y discutían sobre el destino de los mismos. Aunque los chicos no comprendían qué decían, sólo percibían aquel murmullo musical y desordenado.
Los niños siguieron a Triquilín hasta unos matorrales espesos y llenos de espinas. Si bien Zarial les había escogido para la aventura por su valentía, debilitados y sin poderes no eran más que unos chiquillos asustados.
Detrás de los matorrales Triquilín movió un dedo y le solicitó a una gran roca que hiciera el favor de correrse, la roca se movió permitiendo el paso, aunque se quejó de que estaba muy vieja y a cada rato era molestada, el duende aseguró que ya la liberaría cambiándola por otra, y la roca se puso a sollozar pidiendo que no lo hiciera.
El duende de celeste piel movió la cabeza, descon¬certado, y sonrió.
Los niños le siguieron hacia el interior de la gruta. Quedaron asombrados de cuánto había allí, en una porción de negra tierra el duende había sembrado brillantes y apetitosas frutas, variadas hortalizas y legumbres que perfumaban la estancia. Al fondo una vaca rumiaba, farolitos adornaban la pared y una guitarra descan¬saba sobre un asiento de madera.
__ ¡Adelante! Sobre esos cobertores de fibras podrán dormir. Pueden tomar de mi huerta lo que deseen.
__ ¿Cómo se multiplican si no entra el sol?
__ ¡Oh, es sencillo para mí!__ hizo un gesto y cada planta se inclinó bajo el peso de nuevas frutas y verduras, luego tal cual el artista que aguarda el aplauso del público, se puso en pose y sonrió.__ ¡Bienvenidos a mi mundo! Es este, no me gusta andar como los otros haciendo travesuras diabólicas y molestando a otros seres vivos.
Los niños se colgaron de las ramas y arrancaron rojas manzanas y deliciosos mangos, comieron ávidamente, también la princesa que sentía adoración por las cerezas frescas. El duende colmó de bromas a Anaís hasta verla sonreír.
__ ¿Jugamos?__ preguntó con inocencia indicando un pequeño parque al fondo.
Ninguno respondió.
__ Están muy tristes, ¿qué sucede?
Los niños relataron con lujo de detalles todo lo acontecido desde que Anaís salió del reino a pasear en su pequeña embarcación por el mar, el duende oyó con honda consternación.
__ Querría ayudar. ¿Dices que las brujas van para allá? ¡Son muy malas!
__ Ya pensaremos algo, deberíamos ir ahora mismo, para que Zarial sepa que estamos a salvo y no pague el precio del rescate.
__ Las llaves… Pero… los nuevos peligros vienen de las brujas sobre Amarilis. No hay embarcaciones en la costa a esta hora, además, queda lejos, en su apuro tomaron por detrás del castillo y la playa está al frente.
Triquilín les pidió un tiempo para meditar sobre qué podía hacer para ayudarlos y les prometió una sorpresa.
Mientras los niños aguardaban que el duendecito meditara, las brujas abandonaban la copiosa cena y montadas a las escobas, salieron surcando el cielo, dejando detrás de sí una gruesa estela de niebla. Habían venido desde los cuatro puntos de Líbor, desde las de los Bosques Oscuros, Montes del Enigma, Calzada de los Enanos hasta las del Gran Cabo.
No viajaban solas, sobre las escobas iban gatos y lechuzas. Volaban al ritmo de una canción que entonaban con ánimo, recientemente creada para cruzar el océano alegremente, estaba poblada de notas alegóricas a la ocasión y sonaba gravemente. La música la tocaban en un pequeño piano con teclas de dientes de perro y guitarras de esqueletos en las que, tensas, vibraban cuerdas de tripas de sapo.
Los felinos conocían su papel y en ciertos silencios de música y coro marcaban un miau.
El convoy de las brujas marchaba a vuelo apresurado sobre el encrespado océano cuyas olas se elevaban como picos de merengue.
En cambio en el País de los Sueños la búsqueda era lenta e infructuosa.
Una gran sorpresa aguardaba a Zarial… En uno de los florales aposentos descubrió a otras personas que reconoció al instante. Numerosas sensaciones se agolparon golpeteándole el pecho con emoción: incredulidad, alegría, sorpresa…
__ ¡Los reyes! ¡Son los reyes de Amarilis! ¡Los padres de Anaís! ¡No están muertos!__ La sargento Takis y parte de su compañía acudieron de inmediato y también coincidieron en que se trataba de los últimos reyes de Amarilis.
__ Pero… ¿qué sucedió?
Zarial les miró con ternura por unos instantes, les tocó la cara y unió sus manos.
__ Alguien los envió aquí, tal vez también naufragaron en las costas de Líbor. ¡Ese maldito de Pantapúas!
__ Él no pudo enviarlos aquí, alcaldesa. No es un ogro mago, Azabache le enseñó algunos trucos pero no dan para esto…
__ Tienes razón, ¿pero quién lo hizo? Trataremos de despertarlos, quédate aquí, iré por algunas cosas a Primeros Auxilios.
Dos soldados salieron hacia el escondite de crisantemos amarillos donde dormían vestidos con trajes reales, incluyendo las coronas, los antiguos reyes de Amarilis.
Él tenía en su mano un enorme anillo de oro y rubíes.
Ella llevaba un pálido ramo de rosas amarillas como los crisantemos que albergaban en cada pétalo incontables rayos de sol.

INVASION DE BRUJAS- Capítulo 10





Rápidamente Marimoña, que reemplazaba a Zarial, ordenó que las gentes se protegieran cuando los guardias comunicaron que las Brujas de Líbor estaban arribando a la ciudad.
Disponía del escaso tiempo que las brujas dispensaran para improvisar los refugios donde apilarían sus equipajes.
Se tapiaron puertas y ventanas, se encargó que nadie estuviese en la calle, en especial, los más pequeños. Marimoña comprendía sus límites, hombres para defender Amarilis los había muy pocos merced a las clasificaciones de zonas de Amarilis.
Las armas fueron confiscadas y apiladas en un túnel de Isla Abandonada y no existía ya la Orden de Caballeros de Amarilis que en las Guerras Primitivas se encontrara sólidamente organizada.
Los antiguos reyes consideraron que no sería necesario nada relacionado con combates, confiando en que ningún reino atacaría a otro sabiendo que desaparecerían ambos. Se conservaba la Guardia Real en su forma protocolar pero de nada servía ante un ataque.
En la ciudad residían niños, mujeres y empleados del palacio y la administración pública, la mayoría de los padres de familia lo hacía en los establecimientos campestres, talleres y las pequeñas fábricas fuera de la ciudad.
Apenas Amarilis contaba con viejas recetas de las hadas para ataques de emergencia. Marimoña supuso que las hechiceras seguramente habrían pulimentado los malignos oficios y mejorado sus técnicas con sortilegios más escalofriantes que los usados antaño.
También en Amarilis los niños especiales__ Dorados__ estaban debilitándose. El reino estaba sin Zarial, especialista para enfrentar emergencias, por lo que sería más fácil a las invasoras tomar la ciudad.
La señora Marimoña iba y venía tratando de hacer cuanto se le ocurría para que Amarilis evitase el sito de las hechiceras.
Tractor reforzaba la entrada de algunas viviendas y en las que disponían de sótanos, refugiaba a los niños y les proveía de víveres por si la situación se extendía más allá de los cálculos efectuados por el improvisado Comité de Emergencia encabezado por la señora Marimoña.
__Hombrecito…
__ ¡Centellas! ¡Dama Verde! ¿No te has instalado aún en los bosques?
__Lo haré ahora mismo, soy vulnerable a las brujas... No quiero irme sin pedirte que…
__ ¿Sí?__preguntó el capitán y encendió la pipa. Dama Verde comenzó a estornudar.__ ¡Rayos! ¿Qué tienen las damas con mi tabaco? La alcaldesa me tiene harto con sus rezongos sobre él, y tú no dices nada… ¡pero estornudas sin parar!
__No importa, es que tiene sustancias muy irritantes, ¡oh, mi robusto bucanero, ya lo aprenderás cuando pasen algunos años más! Prométeme que te cuidarás, pues ni los gigantes que has enfrentado, ni los tifones de altamar o la cólera de Sinanclas pueden compararse a las brujas. Y… si doblegan Amarilis habrá llegado nuestro fin.
__ ¡Tú eres un hada!
__También me lastimo, lloro, como y… ¡puedo morir!
__ ¡Caracoles! Es verdad, vete ya.
Dama Verde se escurrió entre el follaje y el apacible rostro se confundió del todo con las hojas de las enredaderas. El capitán continuó con su tarea sin dejar de pensar en las palabras que acababa de proferir la misteriosa hada.
El Comité de Emergencia distribuyó a la población “armas” para enfrentar a las Brujas de Líbor. Claro que cuando las brujas comenzaron a atacar pegaron carcajadas agarrándose la panza de tanta risa que les provocaban las tonterías con que eran recibidas.
Las brujas sobrevolaban Amarilis quemándolo todo, arrojaban paños encendidos dentro de viviendas y graneros, y los pobladores le disparaban semillas de zapallo con antiquísimos aparatos.
Bona gritó que sólo cuando la ciudad se rindiera abandonarían su labor. Marimoña sabía que la única forma de inmovilizarlas provenía de encantamientos pero sólo Zarial conocía de ellos.
Marimoña observó por las ventanas de la oficina cómo avanzaban las brujas y lanzó varias bombas de pimienta. Las brujas estornudaron mucho pero continuaron.
Grupos de niños ordenados pasaban de mano en mano extracto de ají picante y le daban en los rostros, algunas fueron derribadas con ello, y las brujas quedaban en el suelo tendidas rascándose sin parar, entonces. Venían los grandes, las tomaban de la nariz prendiéndoles viejas argollas a presión y tiraban de ellas hasta a un granero acondicionado para mantenerlas prisioneras hasta el retorno de Zarial.
Bruta, la bruja, asomaba por las ventanas ramos de calaveras, “¿queréis convertirte en esto, niñito?” preguntaba con espantosa voz y tomaba la casa, hasta que la reemplazaba otra colega.
Tractor con su espada partió en dos y dejó peladas a varias de las escobas que le atacaban dejando las brujas tumbadas en los adoquines.
Combatió mano a mano con Bona, que le tiró del cabello, rasguñándolo con sus terribles uñas y haciéndolo caer. Y teniendo derribado ante sí al largo hombre, se montó sobre él y le asestó decenas de pellizcones profiriendo agudos chillidos de triunfo. Por fin Tractor logró incorporarse y valiéndose de fuertes cachetazos dejó a Bona de bruces en el suelo.
Luego le ajustó la ajorca a la nariz y a puntapiés __ pues la bruja se rebelaba__ la abandonó como a un viejo saco en el granero.
El espectáculo era temible y por más que Tractor llevaba unas cuantas brujas en su haber en la Avenida Central el resto de la ciudad iba cayendo.
Al cabo de unas horas que jamás olvidarían los habitantes del reino de Anaís las brujas tomaron el control y sitiaron la bella ciudad de largas callejas embaldosadas por adoquines.
Se apostaron sobre los multicolores techos de las casas en los empinados barrios en compañía de sus gatos y sus lechuzas, coparon las oficinas y hospitales, custodiaron los hogares y se asombraron de que Zarial no diera señales de vida.
Vanity oyó la desgarrada voz de Marimoña a través de Paloma Mensajera y entró en estado de pánico, no podía enviar gente allí y la intermediaria válida era sólo Zarial, las reglas no podían quebrarse aún en caso de emergencias, Cuarzo el Blanco fue exigente en ello. Así se evitarían por Siempre Jamás falsos estados de pánico y alerta para que los poderes se usaran sin medir consecuencias.
El orden aún dentro del caos venía, según aclarara el Sabio Mago, de preservar el cumplimiento de las reglas.
Las brujas no sólo combatieron a su modo sino que recurrieron a sus archiconocidos encantamientos como en el caso de Tractor, al único que vieron capaz de lastimarlas para buena, por lo que Berta se paró delante de él, luego de que éste derribara a Bona, y comenzó a pronunciar una serie de palabras en un idioma desconocido.
Estas oraciones fueron ejecutando en Tractor una sucesión de cambios. Disminuyó su tamaño y perdió los contornos de la humana anatomía mientras una materia viscosa y brillante iba envolviéndole. Al unísono en su espalda una formación oscura y circular crecía. Cuando Berta hubo terminado sus diabólicas frases y la metamorfosis se completó, pues ¡acababa de volverlo caracol! lo tomó de un cuerno y lo mandó al fondo de un frasco.
El pobre caracol entraba y sacaba sus dos cuernos, desorientado, merodeaba en las paredes transparentes dejando una brillante estela. Tractor no podía acostumbrarse a su nueva vida, maldecía y rezongaba, estérilmente, pues nadie podía oírle.
En Líbor, Triquilín se acercó hasta el Castillo de la Niebla y pudo oír cómo Cuervo contaba a Pantapúas los resultados de la expedición de las brujas.
Pantapúas rió y rió con excesiva euforia, dio vueltas y saltó en la sala efectuando danzas rituales que saboreaban el triunfo anticipado teniendo como música las carcajadas de Penumbra que le acompañaba en el sentimiento. Era la única dama, de cuantas allí había, que profesaba sincero afecto por el monstruo escamoso y por Azabache, de quien había sido en sus años mozos, asistente personal y secretaria del laboratorio que abriera en Líbor el mago.
__ Está muy próxima la libertad de mi señor. –Anunció.
Triquilín al oír estas cosas partió de inmediato a la gruta donde le esperaban los niños y les contó las terribles novedades.
__ Todo ha sido mi culpa.__ Se lamentaba la princesa.__ Todo… Pero… cambiaré.
__ Princesa__ dijo Franco__ no te entristezcas, vamos a salir de aquí, lo verás.
El duendecillo prometió ayuda y venía madurando un plan que de dar resultados acabaría con las tristezas de los niños.
__ Se los contaré ahora mismo.
Los niños oyeron encantados el plan de Triquilín y prometieron llevarlo a Amarilis como recompensa, para que viviera allí, pedirían permiso a la señorita Zarial y contarían con un ser tan especial como aquel grácil duende. Líbor no era sitio para él, eso debería comprenderlo la alcaldesa.
Podría ser muy útil en caso de sequías, las que se sucedían seguido en Amarilis, y debían organizarse excursiones a Reino de Hadas por alimentos y cargas de tallos frescos. Excursiones que les eran muy costosas al reino de Amarilis, por tanto, sería bienvenida la presencia del duende.
__ ¿Por Siempre Jamás?
__ Sí Triquilín. ¡Por Siempre Jamás!
__ ¡Trato hecho no se deshace!__gritó Triquilín, extendió las delgadas y largas manos a los niños, estos las estrecharon con fuerza para sellar el trato, luego se rascó una de las puntiagudas orejas, se acomodó el sombrerito que caía a ambos lados de la cara y que no cubría las orejas, pensando en cuánto cambiaría su vida de obtener el preciado botín que los Dorados acababan de proponerle a cambio de sus servicios.
Piqui, Tiqui y Riqui ya habían aprendido los nombres de los chicos y los repetían una y otra vez. El duende les miró, las aves sabían que aquella mirada significaba que hicieran algo de silencio, y respetaran cuando estaban proponiéndose las condiciones de un trato. Pocas cosas tienen que quedar tan claras y sin dejar lugar a dudas como un trato.
__ Bien, amigo.__ Respondió Franco y recordó que otra persona también regresaría con ellos: Marcucho, el grandote que soñaba con ver mariposas y colibríes.
En Amarilis el nuevo día lloró lágrimas en una espesa llovizna que los nubarrones chorreaban indefinidamente, las brujas obligaban a las señoras a que les cocinaran lo que deseaban.
Cuando estas vomitaban y lloraban pues toda la cocina de las brujas estaba basada en animales que eran volcados vivos a las ollas y mucha sangre las brujas las obligaban a probar.
Berta, Bruta y Bona apetecían la sangre como el más delicioso de los sabores y la añadían en todas sus preparaciones dándoles igual si era de asno, seres humanos, perros, escuerzos o serpientes.
A los niños les pusieron a trabajar prendiendo de sus pies gruesas y pesadas cadenas para que no se separaran unos de los otros.
Debían juntar desperdicios de los basurales pues necesitaban muchas larvas de moscas y otras especies que habitan en la materia putrefacta.
Los pocos hombres que vivían allí fueron amarrados y encerrados, a estos las brujas les habían prendido en su mayoría mediante encantamientos y hechizos, por ello en las calles extraños animales se arrastraban por los adoquines, se prendían de las paredes o buscaban desesperadamente un charco donde cobijarse para mantenerse vivos en sus flamantes estados biológicos.
Las invasoras liberaron a las brujas del granero y curaron a las heridas mediante sus espeluznantes emplastes.
Lo que más dolía a las brujas era que aquellas uñas que jamás cortaban, y siempre llevaban dobladas y muy largas, se hubieran quebrado en la lucha con los de Amarilis.
Tampoco soportaban el ardor en las verrugas que fueran salpicadas con ají y continuaban hinchándose vomitando un agua verdosa.
Al tiempo que algunas brujas socorrían a sus colegas, Berta, Bruta y Bona tomaron prisionera a la señora Marimoña, la ataron a una silla y se mofaban con desparpajo de ella, retardando el comienzo de la tortura para que confesara donde estaba Zarial.
__ ¡Hablarás!__ gritó Bruta fuera de sí.
__ ¡Terapia de emergencia!__ Observó Berta.
Bona cerró los ojos y escupió una serpiente que acercó al rostro de Marimoña. La pobre mujer quiso saltar y salir con la silla a cuestas, de sus ojos escapaban lágrimas y más lágrimas. Bona se rió de verla tan asustada.
__ Dinos donde está Zarial o haremos que te clave estos dos hermosos colmillos… ¿los ves?... ¿Puedes verlos, querida?
La señora temblaba más y más, las brujas reían sin parar.
__ Está bien, __ dijo Bruta__, intentaremos con más serpientes.
Bruta no quiso ser menos y trató de escupir serpientes pero sucedió que en lugar de reptiles comenzó a asomar de su boca el pico de un pato. Bruta empezó a patalear y patalear. Estaba ahogándose.
_ ¡Quisiste imitar a Bona! ¡Mira lo que te sucede!
__ ¡Nunca Jamás debió ser bruja! Eres una vergüenza para nosotras.__Bona rezongó y le pidió a Berta que la dejara por su cuenta. Bruta tiraba y tiraba del pico del pato hasta que no pudo casi respirar, entonces Bona, estando Bruta en el piso, tiró con fuerza del animal y le arrojó lejos.
__A ver si aprendes ¡bruja tonta! a no dejarnos mal.__ De la boca de Bona colgaron serpientes que en un santiamén se alzaron y acercaron a Marimoña que no pudo más... Titubeando habló.
__ Fue al Reino de Hadas. P…Pe… Pero volverá con las llaves.
__ Ja ja, entonces la esperaremos.
Si no hubiese mencionado que Zarial estaba decidida a entregar las llaves que el ogro había exigido todo sería más terrible, era posible que las mismas brujas hubieran llegado hasta Reino de Hadas…
__ ¿Están allá las llaves?
La señora Marimoña de nuevo tembló.
__ No, sólo Zarial sabe dónde están. Fue a pedir ayuda para el viaje.
__ Ah, en caso contrario hubiéramos ido nosotras a buscarlas.
__ ¡Ay, hubiera sido muy divertido!__ Agregó Berta__ Acabar con esas tontas aladas con cara de idiotas. ¡Estúpidas princesitas aladas! Jijí, muy divertido, se los aseguro mis amigas.
__ ¿Y tú? ¿Cuándo vas a abrir la boca? ¡Como si solucionaras algo tapándola con las manos!__Bruta obedeció a Bona y quitó las huesudas manos de su boca.
Todas rieron y abandonaron el desván, la señora Marimoña fue amordazada y quedó con los ojos muy abiertos observando como se iban las brujas. No recordaba haber pasado un momento peor en toda su vida ni haber padecido cosas tan aterradoras como las que presenciaba Amarilis.


EL DESPERTAR DE LOS REYES -Capítulo 11






En País de los Sueños la señorita Zarial había probado un arsenal de compuestos y oraciones, mas no resultaban para despertar a los antiguos reyes de Amarilis. Estaba cansada. Se sentó a un costado de la pareja real, sobre unos troncos secos y se quedó mirándolos con emoción.
Por años les habían dado por muertos y habían escogido a su primogénita, Anaís, como su sucesora. Les recordó paseando en carruajes por las calles de adoquines de Amarilis, la gente ante su paso arrojaba flores desde los balcones, todos les amaban y jamás hubo otros reyes tan bondadosos e inteligentes como ellos.
El reino progresó mucho durante su gobierno, se organizó una manera eficaz de llevar el agua a todos los domicilios, se ordenaron las ciudades, se instalaron hospitales y centros de recreación para los niños, nunca más hubo pobres y mendigos en los zaguanes de la isla como los hubo cuando Amarilis se vio excedida en población ante los emigrantes de Trakoménsulas debido a la devastadora erupción del Arcano, se crearon leyes nuevas destinadas a mejorar la vida de todos y el orden.
Fueron ellos quienes firmaron un acuerdo con Vanity para regular los mecanismos de transmisión de poderes y así evitar ciertas incursiones que resultaron muy mal en el pasado, siguiendo los consejos de Cuarzo el Blanco para casos como esos, pues a pesar de que la población de Amarilis pasó por el Colador Mágico, nada aseguraba que de las siguientes generaciones no brotaran malas semillas.
¿Cuántos habían sido tentados por los poderes del mal para quedarse en la tierra y no regresar a Amarilis? Muchos… A causa de esto el reino fue puesto en peligro en reiteradas oportunidades.
Pues Amarilis, como Líbor, la Isla de Rayos y Truenos, el País de los Sueños y Reino de Hadas no debían aparecer en los mapas terrestres para preservar su existencia.
Mientras la señorita Zarial pensaba en ello reparó en una pequeña ave que se posó sobre el rostro de la reina al llegarle sus débiles cantos. Entonces, abandonó el tronco seco y se acercó en puntas de pie.
La avecilla se había colocado sobre el ramo de rosas amarillas que la reina llevaba en las manos, y de algún modo hacía que del cuerpo inerte de la reina escaparan viejas melodías, angelicales y hermosas, que alguna vez la señorita Zarial había oído de esos mismos labios cuando vivían.
La alcaldesa tropezó con unas raíces de crisantemos que continuaban creciendo y escapando a su perímetro, el ave sintió el ruido y voló.
¡Zarial ya tenía la idea! Debía extraer los cantos del corazón de la reina, para llegar a su alma y pedirle que abandonara el sueño.
Llamó a la morena sargento Takis y juntas fueron por las hadas encargadas de ejecutar música para el ejército en misión. Las hadas convocadas sólo traían en el carro de provisiones los instrumentos que tocaron antes de salir, como clarinetes, trombones, tambores y flautas. Se requerían otros instrumentos, así que entre todas buscaron algunos materiales en el lugar para confeccionar primitivamente los instrumentos que le gustaban a la reina para llamar a su alma.
Construyeron una delicada arpa y un piano, llamaron a ciertos pajarillos que andaban en el lugar y un grillo, pues a la reina Victoria le gustaban mucho sus cantos.
La señorita Zarial dio la orden de comienzo y procedió a llamar a la reina. Silencio real. La orquesta continuó. Las hadas se apostaron sobre las enredaderas que cubrían el techo del sitio donde dormían los reyes, el grillo estaba parado sobre el ramo de rosas, y los pájaros se colocaron entre los crisantemos y las manos del rey. Probaron con otra melodía. Otra… Y otra…
__ Tiene que ser una conocida…
¡Pero no había caso!... la reina continuaba sumergida en aquel sueño eterno, sin mover siquiera una pestaña.
__ ¡Lo tengo!, ¡la canción que el avecilla cantó! A ver si puedo recordarla…
La señorita Zarial hizo un esfuerzo, la verdad es que no podía recordar las notas del ave pero sí las palabras de la canción. Entonces toda la orquesta ensayó y ensayó hasta romper en gorjeos y acordes componiendo una exquisita melodía que se pareció muchísimo al canto del ave que arrancara canciones de la reina muerta.
De pronto Victoria comenzó a cantar y todos quedaron anonadados ante la belleza del canto. La alcaldesa comenzó a llamar al alma de La Bella y al cabo de unos instantes le volvió el color a las mejillas, las manos se estremecieron soltando el ramo de rosas amarillas, tal como si despertara una mañana cualquiera la reina se sentó, miró alrededor…
__ Zarial, ¡Oh, Zarial! ha sido horrible, ¿y mi pequeña Anaís? Anoche naufragamos en las costas de Líbor. Nuestro barco pareció dirigido por fuerzas invisibles, no pudimos evitarlo. ¿Y la tripulación? Oh, estoy hablando demasiado fuerte, el rey duerme aún. ¿Cómo está mi hija?
__ Está muy bien. Pero… ¡Háblale, Majestad, háblale a Máximo, por favor!
__ ¿Por qué, cuál es la prisa? Oh, mi vestido…
__ ¡Háblale, por favor!
__ Está bien. Querido… querido despiértate…
El rey refunfuñó y pareció pegar un ronquido, con pereza se incorporó y tal cual despertara de una cruel pesadilla se sorprendió ante el entorno.
__ ¿Qué sucede? ¡Zarial, viniste a rescatarnos! ¿Qué sería de Amarilis sin ti?
La señorita Zarial les aclaró qué sucedía y en unos minutos les puso al tanto de cuánto sucedía en la realidad.
Lo increíble era que la reina Victoria recordó perfectamente el momento en que el Hada Madrina Avellana había sido enviada al País de los Sueños, eso era muy importante para la señorita Zarial. La alcaldesa pensó en cómo despertarlos por el ave, pero de haber sabido cuál era el último recuerdo de la reina, tal vez hubiera probado con éxito desde el principio.
El último recuerdo de Victoria fue una llamativa ave, como no había visto en Amarilis, que de rama en rama se le acercó poniéndole música a una de sus canciones preferidas. Con el canto se fue su alma y al llamar a su esposo lo llevó con ella, aquí estaba la trampa del encantamiento.
Los reyes acompañaron a Zarial a recorrer los lechos durmientes y Victoria trató de recordar los últimos momentos en que vio despierta al hada Avellana, podía evocar perfectamente el desmayo de Vanity como si el tiempo no hubiese transcurrido, a Azabache el Negro envuelto en su capa oscura, sus barbas cubriéndole el abdomen, yendo directamente hacia la prisión y a Cuarzo, muy débil, convirtiéndose en un pequeñísimo farol que se alejaba en dirección a la luna. Pero Avellana… Avellana…
__ Antes de irte, ¡devuélveme mi anillo!__ había gritado Avellana mientras sus fuerzas menguaban y se recostaba en el tronco de un gigantesco abedul.
Victoria recordó como el hechicero Negro tomaba distancia, bajo custodia y le gritó “¡tómalo! no es genuino”, y se lo tiró, el anillo dio vueltas y más vueltas, y los últimos esfuerzos de Avellana fueron para obtenerlo, quería alcanzarlo pero una fuerza extraña la mantuvo paralizada, el Hada Madrina pidió a su varita mágica un último favor y este fue tener el anillo. Se lo colocó en los dedos y se durmió. Y ya nunca despertó.
__ Entregamos el cuerpo a Vanity y ella dijo que la enviaría a un lugar donde nadie podría molestarla, porque era la única Hada Madrina del reino, y que tal vez podría despertarse cuando Cuarzo el Blanco regresara a la tierra. Pasadas las ceremonias reales de despedida supe que Vanity no se conformaba y todos los días suplicaba a los Poderes Luminosos que sobre los cielos de Ciudad de Fresa apareciera nuevamente Avellana. Todo inútil.
__ Así es. –Respondió Zarial__ Vanity tiene su varita mágica, pero no sirve de nada sin su dueña y aún Avellana no preparaba lo suficiente al hada que la sucedería. Y sólo ella podía iniciarla con su sabiduría.
***
En Ciudad de Fresa, Vanity ya no resistía el carecer de noticias sobre el País de los Sueños, estaba a dispuesta a partir de inmediato para ofrecer su ayuda.
Si bien enviara a Avellana desconocía el sitio exacto, pues las parcelas en el País de los Sueños se redistribuyeron mágicamente desde que también fueron a dar allí aquellos enviados por hechizos de siniestros hechiceros, además, duendes ladrones de joyas y trajes reales asechaban en las cercanías, por tanto Cuarzo mantuvo en secreto hasta para la Reina de las Hadas el lugar donde el Hada Madrina descansaba.
Vanity llamó a la guardia real, comunicó su viaje y pidió su transporte. En un primer momento pensó en desobedecer las reglas y salir por su cuenta, empujada por el motor de sus propias alas, luego reflexionó y comprendió que así como los humanos tienen piernas y se cansan de caminar, ella no llegaría sana y salva al País de los Sueños, seguramente sus alas se acalambrarían mucho antes de la meta.
__ Pero, usted, Majestad, no puede salir del reino, es imprescindible que no le suceda nada.
__ ¡Que Majestad ni ocho cuartos! Iré yo misma a ver qué sucede. No es posible que tarden tanto. Es difícil pero… ¡Cielos! ¡Partió un ejército competente!
__ Está bien. –El hada silbó y vino un unicornio al galope.
__ Discúlpame Gregory__ le dijo al animal__ esta vez necesito algo más rápido. ¡Quiero a Manchas!
Gregory movió la cabeza sin mayor importancia, agradeciendo el desprecio, y regresó al Estanque Real de Nenúfares.
La guardia miró a Vanity. ¿Manchas? ¿Quién iría a buscarla?
__ ¡Tienes miedo! ¡No puedo creerlo! Iré yo.
La reina se dirigió a la parte trasera de las instalaciones del palacio, se internó en el escenario selvático que ornaban los jardines y llamó a Manchas. La chita vino lentamente. Vanity le dictó el camino y subió sobre ella. Manchas avanzó a toda velocidad y rápidamente alcanzó los confines del Reino de Hadas. En ese instante Vanity elevó las manos y dibujó un globo estelar, el mismo se corporizó sobre Manchas. Dentro de él se ubicó Vanity.
__ Marcha a tu ritmo, no lo olvides.__ Aclaró la reina para que el felino no cesara en su andar dejando en el viento la responsabilidad y atravesó un cielo tormentoso dividido en varias franjas oscuras de diversas tonalidades.
En los umbrales de País de los Sueños supuso lo que había sucedido al encontrar a los duendes y los insectos petrificados en medio del helado páramo.
__ ¡Ah, Zarial, tú y tu devoción por la nieve!__ Murmuró y sonrió. __ ¡Y tú, Cauchemar, cuánto tiempo sin verte! Otro día me quedaré a ver si tienes cosquillas, no te preocupes, es una vieja curiosidad…
El globo desapareció en un abrir y cerrar de alas y Vanity continuó en el lomo de Manchas que dos por tres soldaba hondos rugidos a los gorjeos imperantes del lugar.
Manchas se dedicó a buscar en el País de los Sueños a las compañías que partieran de Ciudad de Fresa, olfateaba por todos los sitios mientras Vanity se mostraba asombrada por cuánto veía.
__ ¡Este sitio es bellísimo, Manchas! ¡Para estar despierto! Era tan pequeña la última vez que estuve aquí.
Tanto olfateó el felino hasta que dio con Zarial, Takis y las soldados. ¡Y los reyes de Amarilis!
La sorpresa de Vanity no tenía límites. Se abrazó de la reina, alabó su hermosura intacta y le quitó el polvo a la corona pegando un gran soplido. Bromeó con Máximo unos instantes como acostumbraba hacerlo en sus viajes de visita protocolar a Amarilis, le tiró de los largos bigotes y criticó su prominente barriga.
__ Aún dormido continuaste engordando, Máximo. Contigo Raquel se volvería loca.
__ Vanity, ya tendrás tiempo de hacer bromas. También tú deberías… madurar.__ Rezongó la alcaldesa.
Vanity abandonó la algarabía y quiso saberlo todo sobre el despertar de los reyes y la sargento quiso ponerla al tanto sintetizando la situación.
__ No, no, explícame tú. __ Dijo mirando a Zarial.__Lo siento, sargento Takis, pero a veces utiliza un lenguaje demasiado técnico.
__ Soy una soldado, señora.__Respondió severamente el hada de cabello y piel oscura.
__ Sí, pero… ¿puede comprenderlo?
__ ¡Sí, Señora!__ dijo la sargento, hizo la venia y se retiró con el resto del escuadrón a proseguir el trabajo.
La señorita Zarial explicó lo sucedido y agregó que creía saber cómo podrían despertar a Avellana si encontraban su cuerpo.
__ ¡Lo haremos!__ exclamó Vanity. –Traigo algo que le pertenecía. Te toca a ti, Manchas, ahora.
De entre sus ropajes extrajo la varita mágica y la colocó en el hocico del felino que se perdió rápidamente entre los enjambres de plantas y flores.
Transcurridas algunas horas los rugidos de Manchas en Montañas de Algodón se esparcieron por País de los Sueños. El ejército se trasladó al lugar con los reyes, Zarial y Vanity al frente. La sargento Takis ordenó la excavación y las diferentes compañías, incluyendo la realeza y Zarial se dedicaron a la tarea. Manchas no se movía y rugía sin cesar mientras clavaba sus garras en un punto exacto del terreno.

LA AVENTURA DEL DUENDE TRIQUILIN- Capítulo 12



En la siniestra y oscura isla de Líbor Triquilín estaba por dar comienzo a su plan.
__ Nos habías prometido una sorpresa.__ Dijo Franco.
__ Así es. ¡Síganme!
Franco, Renzo, Criseida y Anaís se dispusieron a seguir al duendecillo, transitaron la parte posterior de la huerta, luego descendieron por unos escalones de tierra y observaron un manso lago de aguas azules.
__ Deberemos cruzarlo.
Los niños asintieron y le acompañaron a nadar. El agua estaba un tanto fría pero la curiosidad podía más que la molestia.
__ Detrás de esos pequeños troncos está la sorpresa.
Anaís percibió el familiar olor de los guisados de Amarilis…
Los ojos de los cuatro chicos no daban crédito a cuánto veían… luego de pasar los troncos y retirar unas grandes esterillas de junco que colgaban entre los árboles… ¡niños, había niños!
Los pequeños jugaban alborozados mientras los más grandes horneaban panes. Las niñas grandes cocinaban y explicaban a las más pequeñas los trucos de la comida.
__ ¿Qué? –balbuceó Renzo.
__ ¿Quiénes son?__ la princesa continuaba incrédula y preguntó instintivamente.
__ Niños como vosotros, que rescaté. Con la diferencia que no tienen dónde ir. Si estuvieran afuera ya no vivirían. Es un secreto.
Anaís pensó cuan triste era la vida de aquellos niños, por más que estuviesen a salvo, obligados a permanecer en una estancia subterránea para siempre; así que le propuso a los otros llevarlos con ellos al reino de Amarilis.
La aprobación fue unánime, les llevarían con ellos si lograban escapar con vida. Triquilín habló al mayor de los niños, Lisandro, y este pidió la opinión al resto. Una fuerte algarabía se apoderó de todos.
Comenzaron a festejar y cuando ya iban por sus cosas la princesa pidió que aguardaran que la comida estuviese lista. Hacía tanto que no saboreaba un guisado de patatas que no podría contenerse. Lisandro, el niño de largos bucles castaños y mirada negrísima, asintió y los Dorados permanecieron a orillas del lago hasta que las niñas que cocinaban llamaron a la mesa.
Acabado el festín los niños tomaron las pertenencias que consideraron de mayor utilidad para el viaje y subieron con los de Amarilis hasta la vivienda de Triquilín. El duende, ansioso por comenzar su parte del plan, sujetó un par de cosas a la cintura y se despidió de los niños.
__ ¡No salgan de aquí!__Les encargó.__ Puede ser muy peligroso.
__ Lo sabemos.__ Y no mentían.
__ Hay muchas fieras hambrientas ahí afuera y Pantapúas está buscándolos por todas partes. Sin olvidar a los gnomos que abandonan las cuevas cada vez más temprano... Por la penumbra, hay zonas en esta isla en las que da igual si es noche o día…
__ También lo sabemos.__ Dijo Criseida.
__ ¡Que tengas mucha suerte, amigo!
__ Así será… ¿qué hay imposible para un duende?__ preguntó Triquilín.
__ No lo sabemos.
__ Se los diré, ¡atrapar brujas!
Los niños quedaron serios, muy serios…
__ ¡Era un chiste! Deben aprender a buscar en los momentos terribles una chispa de humor, ¿o arreglan algo con esas caritas tristes? ¡Oh, princesa, tengo algo para ti!__ Giró, rió y apareció una hermosa orquídea cubierta de gotas de rocío.
__ ¡Ah!__ continuó__ hay algo que me da suerte antes de salir en una misión.
__ ¿Qué es?__ preguntaron los niños a la vez.
__ ¡Música, maestro!__ gritó Triquilín y todos los animales que estaban dentro de la gruta, comenzaron a bailar y cantar una alegre marcha infantil, el duende tomó la guitarra y se encargó del solo. __ ¡Alegría, alegría! ¡Vamos, princesa, a bailar! ¿O no soy apuesto?
Anaís sonrió y salió a bailar con el duende que sacudía las alambradas piernas como resortes, los enmarañados cabellos se agitaban y los largos brazos se ondulaban cual banderas flameando.
__ Ah, no… No, no, no…__ repetía Triquilín con expresión de desconsuelo__. ¿Y ellos, los más pequeños? ¿Quieren que eche a las horribles brujas de Líbor de Amarilis para que puedan vivir allá por Siempre Jamás? ¿Acaso no he dicho que esto es mi cábala de buena suerte? Bueno, y algunas raíces de alerce, pero a falta de pan ¡buenas son las tortas! Han perdido hasta el habla, sólo se quejan, está bien, ¡cambiemos el ritmo, maestro!
La música se hizo más movida aún y todos bailaron.
Luego de culminados los zapateos y brincos compartieron racimos de deliciosas frutas por postre. Lisandro, el hindú, agradeció en nombre de todos, el hospedaje y el rescate de Triquilín.
__ Nunca Jamás, como dicen ustedes… ¡Nunca Jamás olvidaremos!
__ ¡Ey, ey!... Si piensan que no nos veremos están locos eh. Y no teman, en especial tú Lisandro, has sido muy valiente. ¡Piqui, Tiqui, Riqui!
Al oír sus nombres los tres pájaros vinieron junto al duende, este les encargó que por ningún motivo trataran de seguirle, sobrevolar el mar podría resultarles muy peligroso. Piqui, Tiqui y Riqui, repitieron un sí tantas veces hasta que Triquilín les hizo callar.
El duende miró con infinita ternura uno por uno a niños y pájaros, se despidió y se fue hacia la isla de los Dorados. Los chicos quedaron compartiendo historias y Lisandro tenía muchas en su haber.
Triquilín, se internó sigilosamente en los bosques y espesuras de Líbor, con sus saltos evitó criaturas espeluznantes que se agitaban en la oscuridad.
Aquella noche en que perdió a su mamá, las alas de Triquilín se engancharon y destrozaron, sólo conservaba de ellas unos restos que colgaban a su espalda cual estropajos.
Contempló las huellas que sus botas dejaban en la playa y llamó a Úrsulo, encargado de transportarlo hasta las costas de Amarilis.
La demora le ponía nervioso, a cada nuevo ruido el duende optaba por esconderse en la vegetación y cuando el silencio retornaba regresaba a la orilla a llamar a Úrsulo.
En ese juego se mantuvo hasta que Caballito de Mar asomó su cabeza entre las blancas espumas de las rugientes olas.
Triquilín lo sopló y el caballito creció, subió sobre él y se internó en el océano mientras una herradura de luna deslumbraba la superficie y tornasolaba las aguas. Desde las oscuras profundidades acudieron varios peces que brillaban y dispuestos al frente y costados de Úrsulo y Triquilín alumbraron el camino.
Cuando el duende estaba más asombrado de que nada ni nadie se interpusiera en el camino __ pues no era la primera vez que intentaba llegar a Amarilis de esta forma__ apareció un temible tiburón.
__ ¡Esta vez nadie impedirá que llegue! ¡Ni siquiera tú!__ tomó uno de los cuchillitos de espinas y comenzó a golpear en los tentáculos. El tiburón se rió mostrando las peligrosas hileras dentadas y Triquilín se sintió desilusionado. Pero Úrsulo comenzó a tomar cucharas filosas del fondo del mar y le ayudó, las cucharas no cortaban la superficie del tiburón pero le hicieron tantas y tantas cosquillas que el escualo no pudo continuar en su ataque.
Úrsulo llamó a otros caballitos y a muchas estrellas de mar para que continuaran con la tarea. Mientras Úrsulo y Triquilín continuaron su marcha hacia Amarilis, el tiburón rogaba a los animales acuáticos que lo dejaran en paz, prometiendo que no molestaría nunca más a duende alguno y se alejó hacia las profundidades del océano.
Hasta que por fin, luego de la larga cabalgata marítima, Triquilín llegó a las costas de Amarilis. Las leves ondulaciones de las olas somnolientas lamían los bancos de arena en la Gran Bahía.
__ ¡Ufa, qué bien! Esta vez lo logré. ¡Nos veremos!__ dijo y se despidió de Úrsulo que asintió y se internó nuevamente en el mar.
Las olas aún siguieron un trecho a Triquilín salpicándole con espuma, al deshacerse de ellas sacudió sus enormes botas y caminó por la arena húmeda hasta los muros de la Fortaleza que antecedían a Amarilis, cuyas altas torres se recortaban, erguidas y solitarias.
En puntos estratégicos de la muralla se ubicaban brujas, por lo que el duendecillo buscó un lugar conveniente para acceder por medio de sus enormes saltos a la capital del reino de Anaís.
Luego de ingresar, observó que en efecto, las brujas habían sitiado la ciudad, estaban apostadas sobre los tejados con sus gatos negros, lechuzas y cuervos.
Respiró el olor inconfundible y se asomó por algunas ventanas donde las brujas hacían de las suyas a los pobladores de Amarilis.
__ ¡Uy, qué malas son!__se repetía mientras hurgaba los sitios.
Tantos vericuetos, vueltas y tropiezos le hicieron dar con el viejo desván donde una dama amarrada con gruesas cuerdas a una silla sollozaba con honda pena.
Se trataba de la señora Marimoña quien agradeció mucho al duende, que la puso en libertad. Marimoña le contó cual era el estado de la ciudad. Lo hizo sumida en plena crisis de nervios, el característico prolijo moño sobre el que llevaba un pequeño casquito adornado con flores y un tul, lucía desaliñado y sin forma.
__ Dejaré algunas cosas aquí.__ Triquilín soltó en el suelo unas bolsas y utensilios y regresó al exterior.
Sonrió y buscó en las alforjas un poco de sal gruesa, cargó su disparador y acometió contra las brujas que se quejaron de dolor al recibir los primeros granos en sus carnes.
_ ¡Amarilis, ha llegado tu salvación!__gritaba el elfo quien tomó el asunto como un juego.
Triquilín no pensaba detenerse a mirar cómo chillaban y blasfemaban así que escogió de entre las armas que traía anudadas a la cintura un gran cañón que cargó con huevos de galápago. Hizo puntería y ¡páfate!, caían las brujas, una detrás de la otra, embadurnadas y pegoteadas, escapando a duras penas de los coloidales charcos.
Triquilín, diestro en dar enormes brincos, con una hoja de cactus llena de espinas saltó y saltó y combatió a las brujas en el aire, sobre las mismas escobas mágicas, se colocaba detrás de ellas y las hacía caer, luego intentaba continuar en las escobas pero…
__ ¡No hay caso! No sé manejar estas cosas.__Rezongaba con gracia y volvía a bajar otro esperpento del mismo modo.
Berta, Bruta y Bona le reconocieron y dijeron un montón de cosas horribles acerca de lo poco precavidos que fueron Pantapúas y el jefe Cauchemar cuando atacaron la isla; trataron de usar magia con él pero el duende no se daba por enterado ni menguaba su ataque hasta que el cielo se limpió de brujas.
Triquilín se dijo a sí mismo que faltaban muchas más, seguramente estaban agazapadas listas para volver a la carga.
El duende recorrió con cautela todas las calles y casas, hasta dar con un albergue de brujas muy confiadas en su éxito. Estaban listas para dormir, bebían demasiado licor de mandrágoras y tenían las panzas hinchadas de tanto comer escuerzos. Reían y hablaban de lo jóvenes y bellas que se verían cuando hurtaran todas las higueras de Reino de Hadas.
__ Dormiremos un rato.__ Dijo una de ellas.__ O no nos despertaremos para el cambio de turno.
Triquilín se escondió y aguardó que todas durmieran.
El duende estaba tan aburrido de esperar que casi dormitaba cuando sintió el roce de las patas de los escuerzos huyendo del caldero que se enfriaba sobre el fuego consumido, las brujas ebrias los habían volcado sobre el agua fría y aprovechaban la ocasión para escapar. Otra oportunidad no tendrían.
Entonces, Triquilín, sin hacer un ruido se descolgó una bolsa, se quitó el sombrerito como si fuera a molestarle, se rascó una de sus largas orejas en punta y rió para sus adentros.
Extrajo una gran tijera filosa y comenzó a cortar la paja de todas las escobas que estaban abandonadas cerca de las brujas que roncaban peor que los ogros del bosque.
Escoba tras escoba las desmechó, luego__ por las dudas__ atizó el fuego y sepultó en las brasas los tusados vehículos, al sentir crujir las maderas las brujas volvieron en sí y Triquilín salió corriendo, las brujas estaban muy viejas y corrían poco, así que el duende llegó primero y trabó la aldaba de la entrada.
¡Acababa de liberar a Amarilis de las horrorosas brujas! pues el otro campamento de brujas estaba en el granero y esas estaban malheridas.
Y esperaba que nunca más alguien asustara a los chicos que no querían dormir la siesta con las brujas.
Fue por la señora Marimoña. La mujer, desesperada, narró la terrible circunstancia que padecía el capitán Tractor dentro de un frasco convertido en caracol, pero Triquilín aseguró que no tenía poderes para quebrar un hechizo de semejante naturaleza.
__ ¡Este es, aquí está! ¡Llévalo tú!
El duende habló a Tractor explicando que lo guardaría en un lugar más seguro, que no tuviera miedo.
__Aunque, antes debería darte comida…__abrió la tapa e introdujo unas hojas muy verdes y frescas.
__Lo único que me faltaba. ¡Un gracioso duende!__ rumió el caracol.__ ¿De dónde apareció este?¡Rayos! ¿Quién dijo que tengo hambre? ¡Odio la acelga! ¡Quítame esta hoja, no me deja ver! ¡Tonto duende!

El duende enroscó la tapa del frasco y le metió dentro de una de sus bolsas. Tractor escuchó el impacto del golpe entre el arsenal de semillas, cuchillos de madera, guijarros y granos de sal, en parte se sintió protegido y se alegró.
Las brujas fueron conducidas a unos viejos galpones, cerca de los muelles donde los marineros almacenaban objetos en desuso. Allí se reunieron las brujas del granero, las que Triquilín encerró, las que derribó en vuelo y en la calle, y aquellas que aún mantenían familias de rehenes ya que e entregaron al comprobar que la mayoría había sido reducida.
A medida que iban despertando de las contusiones y el mareo, chillaban y pataleaban.
No podían huir pues las escobas fueron quemadas en la plaza del pueblo

AVELLANA Y EL MAR DE LOS SECRETOS- Capítulo 13

AVELLANA Y EL MAR DE LOS SECRETOS
CAPÍTULO 13



En País de los Sueños, Vanity y su ejército, los reyes de Amarilis y la señorita Zarial detuvieron la excavación al llegar a una pequeña lámina de cristal que retiraron con cuidado.
Debajo del cristal se abría como abanico un claro recinto iluminado que contenía un lecho donde dormía el cuerpo del Hada Madrina.
Vestía un vestido muy blanco de azucenas, tan blanco como su pelo ondeado, que había crecido hasta rozar las rodillas, los zapatitos eran de nácar y las alas estaban muy abiertas y llenas de polvo. Descansaba sobre un lecho de rosas muy rojas y a sus costados corría el agua de un pequeño estanque lleno de peces de vívidos colores.
Los presentes le dedicaron las reverencias reales.
__ ¡Ese es el anillo!__ dijo la reina observando la mano de Avellana.
__ ¡Manchas, dame la varita!__ Exigió la Reina de las Hadas.
__ En el anillo, Vanity, en el anillo está el hechizo.__ Agregó la alcaldesa de Amarilis y trató de quitárselo.
__ No sé como desencantarlo.
__ No te preocupes, Vanity. Supongo que el único modo es hacerlo añicos.
__ ¿Cómo? ¿Destrozar el anillo que heredó de las primeras hadas madrinas? Si lo observas bien es un diamante que se ajusta al dedo y que contiene los secretos de todos los tiempos de nuestra gente.
__ ¿Se te ocurre otra idea? además, seguramente, Avellana, si despierta, sabrá como recuperarlo.
__ No lo creo, pero, ¿y si probamos con otra cosa?
__ ¿Qué, Vanity?
La Reina de las Hadas hizo silencio, y pronunció algunas oraciones mágicas, sin embargo, Avellana no movía un cabello.
Relámpagos de colores extraordinarios y hasta un arco iris tejió sobre la bella durmiente Vanity, pero todo era inútil. Miró a Zarial y bajó la cabeza aceptando la derrota.
__ Me toca el turno. –Dijo Zarial, arrancó con mal humor el anillo de la exangüe mano de Avellana y comenzó a golpearlo con una piedra.
El Hada Madrina se sacudió en fuertes convulsiones sin abrir los ojos. La señorita Zarial golpeó más y más hasta reducir la joya a un fino polvo brillante que esparcía lucecitas.
Entonces… ¡sucedió el milagro!
El hada Avellana abrió sus hermosos ojos azabaches, intensamente brillantes y espejados, volvieron a encenderse las blancas piedrecillas que tenía incrustadas en la frente, y comenzó a llorar lavando sus ojos que otra vez se vieron limpios y relucientes.
__ No llores…Por favor, Avellana. ¡Has despertado! Nuestros reinos no olvidarán este día. Te lo aseguro.
__ Es que… sé que debe haber pasado mucho tiempo, les dejé solos…
__ Todo por ese truhán de Azabache.
__ ¿No retornó Nunca Jamás?__ Vanity negó con la cabeza y Avellana suspiró tranquila.
__ ¿Y Pantapúas?
__ Bueno… Por él estamos aquí, pero en realidad deberíamos agradecérselo porque hemos dado contigo aunque Vanity debió romper el secreto que mantenía con Cuarzo el Blanco de no pronunciar donde estabas. Siempre pensamos que solo él podría despertarte.
__ Ah… siempre colocaba en secreto algún antídoto para su magia. Lo olvidaron. Pero dieron con él. Aún no responden... ¿Qué ha hecho ese maléfico ogro?__ La señorita Zarial y Vanity le contaron con lujo de detalles lo sucedido desde que Anaís abandonara la Gran Bahía de Amarilis.
__ Antes que nada debo hacer algo y es reponer un poco de magia a los De Oro, seguramente, tú al estar el reino sin princesa, Zarial, no has podido hacerlo.
__ Claro, lo intenté pero fue imposible.
__ Son las reglas del reino, aunque quisiéramos quebrantar algunas no podemos.__ Agregó Vanity.
__ Así es. Pero yo soy el Hada Madrina. ¡Sea!__ Avellana tomó la varita mágica y al formular el pedido se encendió la estrella del vértice superior y todo se iluminó con intensidad por unos segundos. Luego comenzó a caminar, miró con nostalgia las rosas, y con su varita las transformó en rosales enormes y poblados de flores nuevas.
__ Aquí, ellas dormían conmigo… ¡sigan creciendo y multiplíquense!
__ Creo que olvidas algo, Avellana… ¡no veo las llaves!
El hada rió delicadamente.
__ Nunca las he tenido conmigo. Debo ir por ellas.
Cuando llegaron a la superficie de la montaña donde yacía su cuerpo, la sargento Takis ordenó el ejército y la caravana nuevamente se lanzó al camino reanudando la marcha para retornar a Reino de Hadas. Avellana subió al carruaje que transportaba a Zarial y encabezaron el regreso.
__ ¿Qué haremos con ellos?__ preguntó Vanity al pasar por los duendes congelados.
__ ¡Déjalos así! Ya se encargarán quiénes los enviaron aquí. ¡Bien le hace a Cauchemar un poco de quietud!
Zarial rió al ver la cara del duende soberbio detrás de la delgada capa de hielo.
__ ¡La próxima vez usa una vestimenta menos ridícula!__ gritó mofándose de la helada escultura.
Al cabo de un rato Avellana hizo detener a la caravana. Descendió del carruaje…
__ Aquí se abren los Cuatro Caminos como pueden ver… __ señaló Avellana__ hacia atrás quedan Los-Que-Duermen, hacia delante nuestro reino, allá está Posada del Duende y exactamente hacia allá el destino me llevará al Mar de los Secretos.
__ Lo sabemos.
__ Entonces, Vanity, solicito la custodia de la sargento Takis para ir hacia el Mar. Este lugar es sobrecogedor y está demasiado frío… ¡Marchen! Aquí… Sólo a ellos puede gustarles.
Se refería a las águilas, alces, renos, lobos y osos que sintiendo a las hadas abandonaron los rincones oscuros para husmearlas.
__ ¿Por qué debes ir al Mar?
__ Las llaves. Allí las tengo. Bajo la protección segura de Tritón.
La Reina de las Hadas concedió el permiso a Takis para que acompañara en la excursión al hada madrina. Ambas tomaron el camino hacia el Mar de los Secretos bordeando las avenidas de robles y tilos, abedules y álamos cubiertas por una delgada capa de nieve.
Extensiones boscosas que olían a pino y colinas celestes se sucedieron armoniosamente hasta que el perlado confín abrigó las siluetas de los acantilados. Los dos unicornios que les transportaron detuvieron la marcha humedeciendo los cascos en las finísimas arenas de las orillas.
__ Deberemos internarnos por allá. No temas. Será seguro. ¡Sea!__ Avellana con la varita mágica llamó un buque transparente que podía descender sin riesgos hasta las profundidades.
__ Como usted ordene, Señora.
La sargento y el hada se sumergieron dentro de la embarcación que abrió en el agua un surco de burbujas multicolores y brillantes a su paso.
Cardúmenes de peces iluminaban el camino que Avellana conocía de memoria.
Los enormes bosques de algas gigantes se desplegaron como flamantes abanicos. Una avenida de plantas y peces centelleantes constituían el pórtico del palacio de Tritón.
En el interior de cavernas iluminadas sirenas peinaban sus largos y abundantes cabellos con peinetas de oro, vestidas de encajes azules y blancos… Otras pulían maravillosas perlas… Las había amamantando a sus pequeños hijos…
Todas saludaban al hada sonriendo en el bellísimo jardín acuático donde se alternaban estos hogares con sendos jardines.
Un inmenso portal flanqueado por gigantescas caracolas salpicadas de perlas blancas y negras cubría la puerta de la casa del hombre pez.
Tritón, de robusto torso desnudo en su mitad hombre y su cola escamada en su mitad pez, con los cabellos largos y muy azules les recibió a la entrada del palacio.
__ Les daré oxígeno para que no tengan problemas aquí. ¡Poseidón, cumple mi deseo!
Las hadas atentas a los gestos del hombre, aguardaron que este les indicara el momento de abandonar la transparente nave en forma de pompa de jabón.
Al recibir la renovada y abundante carga de oxígeno proveniente del fuerte soplido de Tritón, descendieron y llegaron hasta él.
Nadaron y hablaron sin dificultades hasta llegar al recinto preferido por el hombre pez, donde no era necesario oxígeno adicional pues allí vivía Tritón como hombre.
Se trataba de una sala semicircular de amplias dimensiones, totalmente de cristal, desde donde podían verse todas las criaturas de los alrededores.
Ballenas, tiburones blancos, mantas, medusas y cardúmenes de pequeños peces danzaban abrazados por un agua tornasolada de intenso azul.
La luz del interior iluminaba sutilmente el fondo oceánico llenando de chispas la infinidad de amarillentas montañitas que se ahuecaban y revolvían ante las ondulaciones del mar, los erizos rojos y morados, las estrellas y pepinos de mar yacían quietos al embrujo de la luz fragmentada en haces.
Las medusas diminutas y gigantes se pavoneaban como parasoles abiertos, rosas, violetas y azules. Los azules de las infladas vejigas transparentes cobraban irisados reflejos y desparramaban sus lluvias de serpentinas filamentosas. El espectáculo era fascinante.
Ventanas y puertas, enmarcadas en perlas, eran tan transparentes como la misma agua. Una de estas puertas conducía al resto del palacio. Sobre grandes alfombras de algas parduscas mesas de caracolas lucían esbeltísimos adornos criselefantinos.
Las bibliotecas estaban llenas de libros forrados en piel de roca y se alternaban con caracolas gigantes rellenas de blandas hierbas, a modo de mullidos asientos.
__ ¿Qué ha sucedido, hada hermosa, para que decidieras visitarme? Hace miles y miles de tempestades y soles que tu grácil figura no aparece por mis aguas.
__ Oh, Tritón, amigo mío… Es que estaba durmiendo.__ Dijo Avellana.
__ ¡Ja, ja! Has dormido mucho, hada… ¿Qué clase de somníferos están preparando ahí arriba?
Takis observó como se acercaba un grupo de leones marinos que arrastraban a su paso collares de burbujas brillantes como perlas. Sentían curiosidad por las visitantes y golpearon en una de las ventanas, entonces, Takis gritó ¡en guardia!, extrajo su espada y se dirigió a uno de ellos.
Tritón hizo un gesto al pez y este desapareció.
__ No hay cuidado. No tema, ¿sargento?… por las charreteras.
__ Necesito las llaves que te entregué… __ Dijo Avellana a Tritón.
__ Antes de irte a dormir.__ Tritón rió meciéndose en los asientos de coral. __ ¿Te gustan?
__ Oh, ¡es que no los veía hace tanto!__ Respondió Vanity ante la observación: un par de estilizados delfines jugaban con una pelota de arena.
__ Disculpe, pero deberíamos apresurarnos.__ Mencionó la sargento.
__ Es verdad.
__ Acompáñame. Vamos por las llaves.
Tritón se dirigió, seguido por las dos hadas, a un largo corredor cuyo piso estaba decorado con anémonas. Continuaron algunas habitaciones más y el hombre pez señaló un viejo casco de barco fuera del palacio, detenido en el fondo oceánico por Siempre Jamás.
Sus mástiles y proas colgaban como agujas dolientes. Anémonas y madréporas cicatrizaban las heridas abiertas para siempre bajo un manto de plantas marinas.
Semejaba una ciudad submarina perdida en la exuberante pradera cuya nostálgica herrumbre le confiaba un atemorizador aspecto.
Le recorrieron en silencio bajo el techo de frondas de algas de plumas de boa hasta que dieron con un viejo cofre de madera.
__ ¡Salgan de allí, bribones!__ Gritó Tritón y los pulpos que cubrían el baúl con sus tentáculos se retiraron.__ ¡Aquí guardo mis tesoros especiales!
El hombre tomó una pequeña llave de su escamada cintura y abrió el herrumbrado candado. La sargento y el hada madrina observaron las extrañas cosas que conservaba Tritón allí: trozos de cetros, algunas joyas muy antiguas, ramilletes de flores y hebras de ensortijados cabellos, tinteros vacíos, un gran cáliz de oro, pergaminos poblados de elegantes letras, pinturas de barcos, costas, seres extraños y criaturas acuáticas… Y una pequeña caja de cristal con las llaves que abrían las cárceles de la Isla de Rayos y Truenos.
__ Mis tesoros son los recuerdos de aquellos que me han ofrecido su amistad sin pertenecer a este mundo y sin pedir nada a cambio.
__ ¡Qué bello tesoro!__ dijo Avellana y tocó afectuosamente el envoltorio de cabellos mientras de su boca escapaban pequeñísimas y rutilantes burbujas.
__ Esos le pertenecieron a un buen hombre que tuvo la mala suerte de ser tomado como esclavo, cuando enfermó le arrojaron malherido y agonizante al mar, lo traje hasta aquí y las sirenas curaron sus heridas. No quería abandonarnos, pero este no era su mundo, así que le llevamos hasta costas seguras y esto es lo que ha quedado en Mar de los Secretos como prueba de su paso. ¡Toma las llaves!
Avellana tomó la caja y observó el paño de terciopelo azul y las llaves sobre él, tan relucientes como antaño, como si Cuarzo el Blanco hubiera tomado polvo de las mismas estrellas para confeccionarlas.
__ Brillan demasiado. Podrían encandilar a mis criaturas. Si un día conoces la fórmula de este material hazme una corona.
__ Así será, Tritón, es una promesa.
Avellana rió y chocó sus alas con la cola escamada sellando el trato.
__ Las acompañaré hasta la superficie.
__ No es necesario. Nuestro vehículo es seguro.
__ ¡Y extraño! Antes usabas cosas más naturales.
__ Es que…
__ Aún no acabas de despertar.
__ Tal vez tengas razón. Es lo que imaginé sin pensar demasiado.
__ ¡Ja, ja! Se nota.
__Algún día, Tritón, las hadas del agua del Reino vendrán a tus dominios.
__Sería tan hermoso… Las sirenas estarían encantadas.
__Algún día, algún día…
Avellana abrazó a Tritón y le despidió con nostalgia, de haber sido otras las circunstancias hubiese permanecido como huésped unos días porque era muy bello el reino del hombre pez, tan bello como las simples palabras no alcanzarían para describirlo Nunca Jamás.
La sargento y Avellana reanudaron el viaje hacia la superficie, abandonaron luego las altas rocas donde los pelícanos pardos anidaban hasta llegar donde los dos unicornios de relucientes cuernos las aguardaban.
El hada madrina apretó la caja de cristal y siguió a Takis, sumamente atenta a los ruidos que provenían de los espesos matorrales que circundaban el camino.


PANTAPÚAS NO ES INVENCIBLE- Capítulo 14




En Líbor los niños se sintieron mejor, los moretones desaparecieron y el entumecimiento que cosquilleaba en sus piernas se calmó.
__ ¿Qué sucede?
__ No lo sé, Anaís, pero es como si hubiésemos llegado recién.__ Dijo Renzo.
__ Tal vez nuestros poderes han sido devueltos.
__ Eso no puede pasar, Franco, tú siempre piensas en ello, si sigues así la señorita Zarial te quitará la licencia.
__ ¿Por qué?
__ Porque es algo de lo que no debemos hablar, y que podemos usar cuando nos dicen y para lo que nos indican. No es posible que tú aproveches, y hagas cualquier cosa.
__ Bonitas… siempre trato de convertir cosas feas en bonitas.
__ Todas las cosas feas, como dicen, tienen una parte linda. No pensarás que también puedes ser juez cuando lo decides.
__ En vez de discutir que tal si probamos, ¡me siento muy bien!, __ gritó Franco__ ¡Poderes Luminosos permitidme flotar!
Franco comenzó a flotar y reír a carcajadas, ciertamente había retornado su fortaleza.
__ Entonces… ¡nosotros también! La señorita Zarial nos ha repuesto… ¡Viva la señorita Zarial!
Franco y Criseida comenzaron a levitar y desde lo alto divisaron el castillo de Pantapúas. Los otros chicos, miraban absortos lo que eran capaces de hacer los de Amarilis, menos Lisandro, para quien la magia, las cosas extrañas y lo imposible no le sorprendían en absoluto.
__ ¡Basta! –Gritó Renzo__ La señorita Zarial no lo ha hecho por gusto, ella para todo tiene una razón y lo sabemos. ¡Bajen de ahí!
Al ver que los chicos no hacían caso y se divertían mucho, Renzo ordenó ¡ahora! y los chicos bajaron a toda prisa.
__ ¡Uy, me duele mucho! Has hecho que me golpee… __ Se quejó Franco.__ ¿Por qué puedes anular nuestras órdenes si lo deseas?
__ Es que también debería bajarte de las nubes en que vives, amigo. Sin embargo, no puedo hacerlo así que te equivocas. Tengo un plan y quiero que entre todos, como la señorita nos enseñó, en equipo, pensemos cómo salir de aquí y liberarnos de ese monstruo. ¿Tú que dices, princesa?
__ Que me gustaría hacer lo que pueden hacer vosotros.
__ Y a mí me encantaría ser un príncipe.__ Respondió Renzo mirándola, respondiendo sin pensar.
__ ¿Siempre se tratan así?__interrumpió Lisandro.
__Generalmente. Sabes que nos gusta mucho tu ropa.__Dijo Anaís.
__Gracias, es lo usual en mi tierra natal.
Anaís se sintió feliz pues también confiaba en la alcaldesa y sabía que aquello era una buena señal. Un mensaje que desde Amarilis llegaba dándoles nuevos ánimos, para los Dorados era como estar a punto de morir de sed y sentirse de pronto bañados en una correntada de agua dulce y fresca. La princesa se acercó sacudiendo sus blancas enaguas, con sus bucles despeinados y volvió a sonreír.
__ Estoy de acuerdo con Renzo. Deberíamos ir por él. Pantapúas aguarda las llaves y haremos todo para impedir que lleguen a sus manos. ¿Cuál es tu plan?
Renzo fue detallándolo paso a paso, se quitarían de encima al monstruo y los de Amarilis podrían vivir en paz por muchos años más.
Renzo también retó a Franco y le sugirió con paciencia que no alardeara de sus poderes pues sería citado al Consejo del Orden y la alcaldesa le pondría los puntos sobre las íes. En caso contrario llamaría él mismo al consejo pues debían ser responsables de aquello que no les pertenecía y que se les prestaba como instrumento del bien y la justicia, quien no lo entendía así no podía ser parte de ninguna misión.
No eran magos ni poseían ningún poder heredado o adquirido, eran herramientas pasajeras, jamás podrían confundirlo, recalcó Renzo.
Franco puso cara seria y dijo que se trataba de algo incontrolable, era su genio y no podía evitarlo, sin embargo, aseguró que haría todo lo posible por merecer la confianza de sus amigos y en especial, de la señorita Zarial. Aunque Zarial confiaba en él, de no haberlo hecho no le hubiese enviado junto a Tractor, aunque también estaba probándolo, necesitaba saber en qué punto las ocurrencias geniales se convertían en necias y desmesuradas, por el bien de la comunidad. Según Zarial, entre ambas la distancia era menor que la longitud de un grano de trigo.
Avellana y Takis llegaron a Reino de Hadas, en donde se había propagado la noticia del mágico despertar, el ejército ya se había retirado a las instalaciones militares para descansar y arreglar provisiones, reparar carros y retomar sus lugares cotidianos.
A pesar de la amenaza de los de Líbor diferentes comunidades del pueblo de las hadas agasajaron a Avellana con un gran banquete.
La Hada Madrina agradeció llamando con sus artes cosas maravillosas como pájaros desconocidos, relumbrantes tinteros de oro y plumas así como tinta de rosas, cestos con bellísimas piedras engarzadas y almohadas de pensamientos multicolores.
Luego Avellana decidió acompañar a Vanity, Zarial y los reyes a Amarilis para resolver el problema y las exigencias de Pantapúas.
Al llegar al reino de Amarilis lo encontraron en plena restauración debido al ataque de las brujas.
Toda la ciudad festejó la llegada de los antiguos reyes e incrédulos les miraban y tocaban, Zarial recomendó que descansaran, Victoria quería ir por Anaís, pero el Hada Madrina exigió tranquilidad, ella en persona se encargaría de traer a la princesa hasta las costas de Amarilis.
Los reyes rezongaron pero acabaron retirándose a ocupar las antiguas habitaciones que estaban selladas desde que desaparecieran. Victoria se dejó caer en la alcoba real. Abrazó afectuosamente al rey y dejó rodar algunas lágrimas por las sonrosadas mejillas.
__ Sólo nos hace falta nuestra hija para que la felicidad sea completa.
__ Avellana la traerá, ella puede muchas cosas. Anaís retornará. Borra esas lágrimas. Así será.
Victoria bajó la cabeza, miró al espejo y se dirigió a él, tomó un cepillo, soltó su moño y procedió a sacudir sus cabellos con rutinarios movimientos.
A poca distancia del palacio, la señora Marimoña, ansiosa en extremo, contó a las hadas y a la señorita Zarial cuánto había pasado por allí, les presentó a su ángel guardián, Triquilín, y las llevó a ver el montón de brujas que mantenían prisioneras.
Vanity pidió el carruaje de Zarial y se dispuso a recorrer la ciudad.
__ ¡Es el colmo!__ chillaba Vanity asomándose por una de las ventanillas del carruaje__. Ese maldito ogro no tiene vergüenza ni ningún rastro de caballerosidad. ¡Enviar tan tétrica embajada!
Las otras intercambiaban miradas y no pensaban interrumpir a la reina.
__ Esto es un desastre, mira qué han hecho, lo han destrozado todo…__ la reina estaba incrédula ante la devastación que las brujas en poco tiempo habían consumado. Aún ardían piras de escobas y eran retirados cientos de sapos que las brujas mediante sus hechizos desparramaron sobre las calles de piedra de Amarilis. Muchos de ellos aguardarían ser desencantados pues eran hombres.
__ Vanity…__ habló Avellana en tono muy bajo__ deberemos ir allá.
__ Inmediatamente. Pero no a darle ningunas llaves, sino a traer esos niños.
__ Tú no irás, es peligroso.
__ Iré como que mi nombre es Vanity.
__ Es por tu seguridad.__ Dijo la señorita Zarial que giró la cabeza observando hacia los cuatro costados.__ Hablando de seguridad, ¿dónde está mi querido Tractor?
La señora Marimoña comenzó a llorar, quebrando su aspecto de fortaleza inexpugnable otra vez, como había sucedido cuando las brujas le ataron.
__ Él… ¡Oh, le ha sucedido algo espantoso! Sin arreglo…
__ Dinos qué le sucede en vez de llorar a moco tendido. No hay nada que no pueda solucionarse, ¿está muerto?
__ No, señorita Zarial, él… ¡él está en un frasco!
__ ¿Quéeeeee?__ preguntaron todas.
__ ¡Debe ser un frasco muy grande!__ Exclamó Vanity y Zarial le destinó una grave mirada.
__ Las brujas lo transformaron en un caracol y lo encerraron en un frasco para que no las atacara…
__ ¡Cobardes! No me explicaba como estando Tractor hubiese tanto desastre… ¿Y dónde está ese frasco?
__ Lo tiene Triquilín.
__ Ah, el duende, ¿y dónde está?
__ Tal vez ha partido a su país.
__ ¿Y cuál es su país?
__ Él… vive en Líbor.
__ Todo parece indicar que no deberemos tardarnos más.
__ Así es. Y tú te quedarás aquí.__ Avellana ordenó a Vanity que bajó la cabeza con aparente sumisión.__Dejaré las llaves en custodia contigo. Ve a descansar.
El Hada Madrina entregó la caja de cristal a Vanity a quien la señora Marimoña acondicionó una habitación especial del hermoso palacio donde vivía la señorita Zarial, que daba a los jardines y a la Fuente de los Cisnes.
__ Antes de irnos debemos hacer algo con las brujas.
__ Por supuesto. ¡Las enviaremos a casa!
__ ¿Cómo?
__ Ya lo verán.__ Avellana pidió ser guiada nuevamente hasta el lugar donde Triquilín las había dejado encerradas. Estaban malísimas y echando chispas por los ojos y las bocas desdentadas, se quejaban de hambre y dolor, maldecían todo el tiempo jurando que quienes les habían hecho daño lo pagarían.
__ ¿No te dije que los licores estaban prohibidos cuando debíamos trabajar, Bruta?
__ Pues, mira Bona… No creí que…
Bona le dio unos cuantos cachetazos.
__ ¿No creíste qué cosa? ¡A ver, dime! Bien sabes que empaña nuestros sentidos, además, preparaste mal el licor como todas tus recetas, lo pasaste de alcohol y estos son los resultados. ¡Jamás tendremos esos árboles!
__ ¡Déjala!__ chilló Berta.__ Bastante castigo tiene con no lucir una sola hebilla la muy tonta. ¿Te has dado cuenta, Bruta, que eres la única bruja sin hebillas?
__ Sí, sí… Sgniff…__ La bruja miró en derredor a las otras, hasta la que parecía más inútil contaba con una gran y reluciente hebilla en su sombrero.
__ Ah, ¡pero no se quedará así eh! ¡Ya verás, montaña de brutalidad! También por algo te dieron por nombre una palabra tan estúpida como Bruta…
__ Pues… Era muy pequeña cuando me pusieron el nombre…
__ ¿Qué quieres decir? Que no fue por bestia… ¡Es que ya vaticinaban nuestras mayores de que pasta estarías descompuesta! ¡Ah, pero ya verás cuando no te quepa una sola verruga más en la cara!
__ ¿Eso puede sucederme? ¿Y cómo comeré?
__ ¡Sí que no eres más tonta porque no te da el caldero!
Sin escobas, con hambre y sin sus utensilios para conjurar y hechizar las brujas yacían cual un montón de desperdicios arropados en tonos oscuros.
Sus caras de mentones prominentes, narices enormes, ojos hundidos y aquellas grandísimas verrugas las hacían lucir muy lúgubres.
Las únicas que continuaban despiertas y con ganas de discutir eran Berta, Bruta y Bona.
El Hada Madrina pensó en que tal vez lo mejor sería agruparlas a todas en un enorme carro y enviarlas directamente a la isla fantasmagórica donde Pantapúas reinaba.
__ ¡Sea!__ gritó y un carro gigantesco apareció. Inmediatamente Avellana llamó a dos aves de la niebla muy antiguas y estas tiraron del carro elevándose sobre el cielo de Amarilis.
__ Tardarán en curarse.
__ ¿Por qué no las mataste?__ dijo Zarial.
__ Porque la muerte no es castigo, lo hemos hablado ya, creía que no era necesario. Un hada no da muerte a nadie.
__ Está bien, no quiero entrar en cuestiones filosóficas, pero vivas nunca dejarán de molestarnos.
__ No las responsabilices por todo. Por años no han molestado. Esto es obra de Pantapúas. Allá tenían con qué entretenerse. No olvides que las reglas son que el mal se alimente de malignos. No acabar con él porque el bien, Zarial, acabaría tornándose también en mal.
__ Está bien, Avellana, te lo he dicho. Comprendo.
__ Partamos ya. Y esperemos encontrar al duende en Líbor.
__ El mar está inquieto pero llegaremos.
No había otro modo de viajar a Líbor que no fuera por agua, las leyes lo establecían así. Desde Amarilis a Líbor debía irse por el océano, así se reflexionaría lo suficiente para continuar con el viaje o abortarlo, pues no debe olvidarse que estaba prohibido navegar por aquella ruta.
En tanto, Triquilín acababa su viaje marítimo. Abandonó a Úrsulo en la orilla de Líbor y se internó, luego de atravesar el Muro de Huesos en las oscuras florestas.
Los niños, por su parte, estaban apostados en las cercanías del castillo del ogro, al que aguardaban hacía mucho tiempo. No daba señales de vida. Tal vez aún dormía la última borrachera.
En realidad Pantapúas no estaba durmiendo a causa de ello sino que estaba preparando la excursión a la isla de Rayos y Truenos, donde pensaba ir en persona a llevar las llaves para liberar a Hechicero Negro.
Se encontraba a bordo de su viejo barco, el Colmillos de Cobra, guardando una generosa carga de comidas preparadas por Penumbras, a las que metía ordenadamente en una gran caja de madera.
También formaban parte de su equipaje unos viejos faroles a mantilla, afilados cuchillos, botellas de brebajes, cerillas y un juego de cartas. Había invitado para que le acompañaran a algunos asiduos clientes de la taberna donde acostumbraba beber hasta embriagarse, oír y contar cuentos diabólicos.
Pesadamente volvió a hacerse a la orilla y arrastrando el viejo carro que llevaría la nueva carga que dejara preparada en el castillo se dirigió a él.
Los niños oyeron los pasos que se acercaban a Castillo de la Niebla. Se escondieron y aguardaron que ingresara al castillo. También observaron, trepados en los árboles, algunos personajes horrorosos que venían al castillo, eran los que se harían a la mar con el monstruo cuando llegaran las llaves.
Pantapúas rió al entrar y le comunicó a Penumbra que ese era el último viaje, ya estaba todo listo y no veía la hora de irse de una buena vez a buscar a Azabache.
__Volverán los antiguos tiempos. Es hora.
Penumbra, __que debía su nombre a Azabache, quien la llamó así porque la isla siempre estaba en penumbras y ese era su encanto según él, encontró en la dama la misma cenicienta amalgama en su alma, la piel y las ropas que usaba a diario__ interrumpió su pasajera alegría por la próxima aventura ante los insistentes golpes en el zaguán del castillo.
Cuando destrabó las puertas, abriéndolas, tal era su tarea habitual, los chicos entraron todos juntos y el monstruo se sorprendió ante el menudo tropel.
__ Ah, ¡decidieron venir a acompañarme! ¿O vienen a rogar un poco de comida? ¡Se han multiplicado, estas tierras son fértiles! ¿Has reparado en ello, Penumbra?
Los niños continuaron acercándose hasta rodearlo en círculo. El ogro se paró de su asiento intentando alcanzar a Renzo pero este le disparó un chorro de un líquido que le hizo echar hacia atrás y rascarse desesperadamente.
__ ¡Oh, Penumbra, parece que estos zaparrastrosos vienen a pelear! ¡Conmigo, jo, jo, jo!
Rápidamente Franco le asestó dos terribles rayos a
Pantapúas que pegó un fuerte silbido y un grupo de horrorosos enanos se agolpó en las entradas interiores. Los niños retrocedieron ante los alaridos y rostros de los recién llegados.
__ ¡No harán nada viéndolos como niños asustados! __Dijo Lisandro y extrajo de su cintura una espada. Con ella enfrentó a varios de los menudos engendros.
__ ¡Ese maldito!__chilló Anaís al descubrir el enano que le untaba aquel extraño brebaje en la piel.
__ ¿Ese es el que te lastimaba?__preguntó Renzo.
__ ¡Sí!
__Ya verá.__Renzo volvió a tomar la pequeña arma que improvisara en la gruta de Triquilín y le disparó el mismo líquido que al monstruo, el diablillo cayó al suelo rascándose sin parar. Anaís tomó una silla de la sala.
__ ¡No te meterás más conmigo! ¡Toma, toma! Pero… ¡qué buenas las hacen aquí!__ la silla permanecía inalterable mientras la princesa agotaba sus fuerzas descargándola sobre el enano.
Lisandro era quien más experiencia tenía, a juzgar por el dominio de su espada, de niño creció luchando en alta mar, acompañando corsarios y luchando por defender su vida a bordo en los problemas que se metían sus amos, así lo había preferido cuando el hambre le obligó a huir al mar.
Derribaba a los enanos, que estaban acostumbrados a combatir, con facilidad y destreza. Los de Amarilis jamás se habían visto envueltos en luchas, solucionaban las cosas de otro modo y siempre habían estado bajo la protección de los grandes. Sólo Criseida participaba de los simulacros de lucha en diferentes disciplinas marciales.
Gracias a ello hizo lo suyo.
__ ¡Muerto el perro se acabó la rabia! –masculló y fue directamente por Pantapúas y disputó con él una gran pelea. El monstruo agitaba los brazos ante los puntapiés, giros y buenos golpes que Criseida daba.
Llegó un momento en que el ogro se mareó, no atinaba a presentir donde golpearía Criseida, y trataba de esquivar todos los golpes, sin embargo, no podía hacerlo más. Cuando Criseida comprendió la pasividad del oponente disparó tela de araña y le inutilizó un par de brazos.
No podía descargar varias veces por ello debía esperar el momento adecuado.
El monstruo se revolvió y volvió a dar varios pasos torpes, cayendo enredado. Se desbarató de la red y nuevamente se incorporó. Renzo descargó hacia el monstruo varios golpes con su machete y luchó casi cuerpo a cuerpo con el ogro, hasta lastimarlo.
Así fue que los de Amarilis comprendieron que Pantapúas no era invencible.
Lisandro acababa con las criaturas al tiempo que Pantapúas cayó pesadamente al suelo quejándose de que era la primera vez en su vida que le vencían.
__ ¡No quedará así!
Luego los más chicos detuvieron a Penumbra que trataba de huir escaleras arriba. Huía de ellos y del ogro azul, porque si lograba liberarse su enojo sería gigantesco.
Quiso golpear a Franco para que nadie interrumpiese su huida pero este impelió el ataque con un fuerte empujón en que lo primero que rodó de Penumbras fue su dentadura postiza.
__ ¡Con razón le gustaba la blanda tarta de excremento de lagarto!__ fanfarroneó Anaís.
Observaron como se quebraba la dentadura confeccionada en primitivos materiales.
__ Oh, oh, parece que tendrá que seleccionar alimentos más blandos aún.__ Nuevamente se burló Anaís.
__ ¡Vamos, Criseida, hazlo un fardo!__ la niña obedeció la orden de Renzo y le envolvió en espesas telas de arañas, una y otra vez, hasta que sintió que ya no disponía de más telas. Pantapúas quedó momificado prácticamente, sin dejar de proferir gritos e insultos ininteligibles pues las vendas pegajosas le cubrían parte de la horrible boca. Los oblicuos ojos contemplaban casi moribundos aquel tropel de niños victoriosos.
De pronto se oyeron pequeños pasos y sonoras risas de cascabel.
__ ¡Qué espectáculo! Han vencido a las criaturas de la taberna y al monstruo. ¡Vuestros nombres quedarán escritos en el Gran Libro de Líbor!
Triquilín informó sobre los resultados de su excursión. Los niños oyeron con entusiasmo.
¿Significaban que Amarilis estaba libre?
__ ¡El Hada Madrina ha despertado! ¡Qué buena noticia!__ gritó Anaís.
__ Así es, debemos alegrarnos mucho y regresar a Amarilis.
__ ¿Cómo lo haremos?
__ Afuera__ dijo Triquilín__ hay una embarcación lista para zarpar, Pantapúas pensaba pasear.
__ ¡Ayúdanos!
__ ¿A qué?
__ ¡Vamos a llevarlo donde nos habían encerrado! A la misma mazmorra.
Triquilín les ayudó, arrastraron a Pantapúas y su fiel ama de llaves hasta abajo y cerraron la celda, tomaron las llaves y las arrojaron dentro de un foso.
Luego se dirigieron a la cocina y liberaron a las cocineras, que muy agradecidas, derramaron algunas lágrimas y salieron huyendo.
__ Tal vez haya más peligros para ellas afuera que aquí dentro.
__ Puede ser.__ Dijo el duende.__ También ellas fueron retenidas por la fuerza cuando sus embarcaciones encallaron en esta isla. Pantapúas mató a sus esposos y a los chicos que no podían huir. ¿Y si las llevan con vosotros?
__Claro.
Al salir a llamarlas encontraron que todas ya se habían ido, ávidas por escapar del castillo, sólo una quedaba en la sala.
La mujer no cesaba de gritar de alegría al encontrarse con su hijo, uno de los chicos que se mantenía con vida gracias a la protección de Triquilín.
Un gran regocijo cundió entre todos por el reencuentro y abandonaron el Castillo de la Niebla, dejando al monstruo y su ama de llaves enfardados en los calabozos.
Cuando salieron observaron el desbande de pájaros surcando el cielo, el gran carro cargado de brujas buscaba un lugar para detenerse y a su paso tronchaba las altas copas que se estremecían inclinándose y quebrándose, escucharon el estruendoso impacto del golpe en la tierra de Líbor , pudieron apreciar el crujido de las maderas partiéndose en mil pedazos.
Los niños continuaron su camino sin darle mayor importancia a los quejidos de las brujas entumecidas, doloridas y rabiosas.
Aunque, pensándolo bien, si no fuera por los chillidos de las brujas la isla hubiera estado en completo silencio como si albergara misterios aún por develar que aguardaran el momento más oportuno para salir a flote.
__ ¡Ese es! Allí está el Colmillos de Cobra, ¡el barco de Pantapúas! ¡Allí, a los botes!
La sorpresa de los niños no fue menor al comprobar que varios pequeños monstruos estaban apostados en los rincones del barco aguardando a Pantapúas.
Triquilín tomó una de las espadas y dio batalla campal a varios de los deformes seres, los chicos de Amarilis lucharon usando sus poderes y acabaron dando con la tripulación de Pantapúas de bruces a las rabiosas olas que golpeaban el casco del Colmillos de Cobra.
La cocinera que les acompañaba no se quedó atrás y dio unos cuantos golpes con un cucharón que increíblemente aún conservaba en la mano. Varias de las criaturas tomaron por las arenosas orillas y regresaron a sus hediondas madrigueras. Otros eran tragados por el mar y no asomarían por Nunca Jamás sus abominables figuras a la superficie.
Los pequeños llenaron sus pulmones con renovadas vaharadas de yodo y salitre. Recorrieron los camarotes uno a uno.
El olor era tan desagradable que no alcanzaba el aroma del mar respirado recientemente. Revisaron las pertenencias de Pantapúas y las arrojaron al mar. Por allí había de todo, desde jaulas con animales en cautiverio, que habían crecido lo suficiente como para no moverse en ellas, animales hambrientos que no cesaban de aullar, ladrar y gemir dentro de la bodega.
Destaparon algunas botellas y escaparon unos gases coloreados que ascendían formando pequeñas nubecillas que provocaban náuseas y dolor de estómago.
__ Será mejor no hurgar más.__ Creía Franco.
__ Debemos revisar.__ Insistió Renzo.__ No podemos partir y sufrir sorpresas luego, en altamar. Continuemos.
Los más chicos fueron dejados en la sala principal, para que fueran arrojando a las nerviosas aguas el arsenal de pócimas, armas extrañas, y los inventos en los que trabajaba el monstruo, tales como, según rezaban los carteles que los identificaban una Procesadora y Licuadora de Gatos Negros; un deleznable Inflador de Tripas de Lagarto que afirmaba rellenarlas en combinación con la máquina que estaba al costado: Moledor y Triturador de Corazones de Roedores sin ensuciarse las manos:
En medio del sitio de un extrañísimo aparato colgaban cascos con cuerdas, picanas, serruchos y agujas que decía en letras muy limpias y claras Torturador de Extraños que pisen Líbor, para obligarles a confesar los fines que los trajeran al reino de Pantapúas.
Con esfuerzo se libraron de todas aquellas cosas, quitaron las frazadas de cueros hediondos y zarparon con Lisandro al timón rumbo a Amarilis oyendo los aullidos del viento y el severo rumor de los cordajes.
 

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